El Gran Capitán expulsa por segunda vez al ejército francés de Nápoles, resultando muerto su general el duque de Nemours, quedando este reino definitivamente ligado a la Corona de España.
La invasión francesa del ducado de Milán.
El nuevo rey de Francia, Luis XII, mantenía las mismas ambiciones que su predecesor, Carlos VIII, de obtener territorios en Italia. Desecha ya la Santa Liga creada por la diplomacia española en 1494, Luis XII se entendió con Venecia para repartirse el Ducado de Milán, sobre el que mantenía pretendidos derechos heredados de su abuela paterna, la princesa milanesa Valentina Visconti. También se entendió con el papa Alejandro VI para luchar contra Nápoles. Venecia codiciaba las tierras del Milanesado y el pontífice no perdonaba al rey Don Fabrique III que hubiera negado la mano de su hija en favor del suyo, César Borgia. El 25 de marzo de 1499 firmaron un acuerdo por el cual el ducado de Milán quedaría para Francia; en compensación por su ayuda, Venecia recibiría la provincia de Cremona, y el rey de Francia conquistaría el estado de Imola, Forli, Pésaro y Faenza para César Borgia.
Algunos príncipes y señores de Italia, viendo que se rompía la estabilidad política y que nadie les defendería, decidieron ponerse del lado del rey francés. Éste decidió tranquilizar los recelos de España y Borgoña diciéndoles que los preparativos de guerra que estaba haciendo eran para atravesar Italia y hacer la guerra al turco. Por último, Luis XII compró las voluntadades de los cantones suizos del Buey y del Grifo para que combatieran al emperador Maximiliano para evitar que éste enviara refuerzos al Duque de Milán, quien era su feudatario y que además de la había dado a su sobrina Blanca María Sforza en matrimonio.
El ejército de Luis XII invadió Milán en agosto de 1499 al mando del señor de Trémoille. Ludovico Sforza, viendo que no recibiría refuerzos inmediatos del emperador, envió mensajeros pidoendo ayuda la sultán Bayaceto, diciéndole que las intenciones del rey francéseran las de crear una liga y luchar contra él. Cuando supo que el ejército francés estaba en el Piamonte junto a la ciudad de Aste, dándose cuenta que no podía luchar contra el numeroso ejército francés, muy superior a sus fuerzas, dejó a un tal, Bernardino Cortés, a cargo del castillo de Milán mientras que él se dirigió a la corte del emperador en busca de socorros. Diez despues de la partida del duque, Bernardino Cortés vendió el castillo a los franceses, lo que provocó la rendición del resto de plazas fuertes del ducado, mientras los franceses entraban en Milán.
Enterado de lo sucedido por algunos fieles vasallos, Luis Sforza regresó al ducado de Milán con una fuerza de infantería suiza y alemana y de borgoñones a caballo, con las que reconquistó algunas ciudades del ducado. Sforza se enfrentó al ejército del señor de Trémoille en Novara; pero los suizos del duque, comprados por los franceses, le dijeron que no combatirían contra sus hermanos suizos del ejército francés. Luis Sforza huyó a la ciudad, que fue rápidamente sitiada por los franceses. El duque, viéndose perdido, intentó hacer un trato con el señor de Trémoille, quien le hizo salir de la ciudad con engaños. Luis Sforza fue apresado y enviado preso a Francia, donde murió en 1507. Su hermano, el cardenal Ascanio Sforza, también fue hecho preso y enviado junto a su hermano.
Después de apoderarse del ducado de Milán y dar su parte a los venecianos, el ejército combinado franco veneciano se dispuso a conquistar el estado de Imola y las ciudades de Faenza, Forli, Arimino y Pesaro para César Borgia. Éste se puso en marcha hacia Imola con una fuerza de 6.000 mercenarios suizos, 700 españoles y 300 hombres de armas. Si bien la ciudad se rindió, no lo hicieron una serie de personajes que decidieron defenderse en un fuerte rocoso cercano. Sitiado el fuerte emplazada la artillería frente a él y derribado un lienzo del muro, los españoles entraron al asalto y tomaron el fuerte. Visto lo ocurrido, la ciudad de Forli también se rindió, pero su señora gobernadora decidió resistir en la Roca, que nuevamente fue asaltada y tomada por los españoles.
La reacción del sultán Bayaceto.
El sultán recibió la petición de ayuda de Luis Sforza. En aquellas fechas Bayaceto aún estaba dolido por la muerte de su hermano Djem en 1495 mientras era rehén del Papa en Roma. Por eso, cuando en 1499 posteriormente recibió la noticia de la conquista de Milán y del apresamiento del duque, pasó a la ofensiva. El sultán atacó violentamente las posiciones venecianas en Lepanto, junto a Patrás, donde dieron rienda suelta a su crueldad, arrasando la ciudad a sangre y fuego, apoderándose de ella. Por el norte, sus avanzadillas desembarcaron en la costa italiana y llegaron hasta el condado de Treviso. Venecia solicitó ayuda al Papa, Francia y España. El pontífice colaboró económicamente y mediante la entrega de indulgencias.
Luis XII estaba obligado a apoyar a su aliado por el reciente acuerdo firmado con Venecia, y envió siete naves, una carraca y 4000 hombres. Esta flota partió de Marsella, se reunió con una flota veneciana de cuarenta naves y juntos se dirigieron a aguas de Lepanto. Allí les esperaba la flota turca, al mando de Scander Bajá, que les inflingió una grave derrota, obligando a los supervivientes refugiarse en la isla de Zacinto. Repuestos de su derrota, venecianos y franceses navegaron hacia Cefalonia, que había sido tomada por los turcos en 1485, donde desembarcaron a diez mil hombres y sitiaron la ciudad emplazando artillería frente a ella. Los cristianos hicieron varios asaltos y derribaron dos lienzos de la muralla, pero no pudieron quebrar la resistencia de los turcos, de modo de tras sufrir tres meses de invierno sin lograr adelanto alguno, reembarcaron sus fuerzas y se retiraron. Los venecianos se retiraron a Corfú y los franceses regresaron a Marsella.
Tras su victoria los turcos se apoderaron de Patrás, Modona, Corone y Pilos; avanzaron por la costa albanesa y conquistaron Durazzo, la actual Durres. Posteriormente tomaron la isla de Corfú tratando de aislar a Venecia al bloquear el estrecho de Otranto.
La victoria del Gran Capitán sobre los turcos en Cefalonia.
Después de su éxito en Milán, el rey Luis XII se dispuso a ayudar a César Borgia a conquistar las plaza prometidoas. El rey de Nápoles, don Fadrique I (Federico I), sospechando qye el rey francés pretendía atacar Nápoles, mandó una embajada a los Reyes Católicos declarando que el reino pertenecía a la Casa de Aragón; les recordó la ayuda que recibió en la pasada guerra contra las ambiciones de Carlos VIII, y añadió que de no detener a Luis XII, éste se atrevería acruzafr el mar y conquistar Sicilia, cuyo rey era el propio Fernando.
El rey Católico aceptó ayudar a su pariente. Pero el rey Fadrique I cometió un error: al mismo tiempo que enviaba la embajada a España, envió otra ante el rey francés, felicitándole por su éxito en Milán, mostrando su pesar de que no hubiera contado con él para la conquista, y ofreciendo toda su ayuda por si quisiera entrar con su ejército en Nápoles para conquistar Sicilia. Esto era algo que Fernando el Católico no podía permitir, por lo que aceleró sus preparativos militares en apoyo al rey Fadrique, con la excusa de aprestarse a la defensa contra el turco. Don Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, fue de nuevo nombrado general del ejército expedicionario español; embarcó en Málaga al frente de una escuadra de 78 naves (40 urcas, 3 carracas, 8 galeras, 8 carabelas y 19 fustas), donde embarcó una fuerza de 7.000 infantes, la mayoría gente del norte de España, 300 hombres de armas y más de 300 caballos ligeros, y 30 piezas de artillería. Entre los oficiales se encontraban Gonzalo Pizarro, El Largo, célebre por su valor y padre del futuro conquistador del Perú; Diego Hurtado de Mendoza, hijo del cardenal Mendoza, el Gran Cardenal de España; los capitanes Zamudio, Villaba y Diego García de Paredes; a ellos se unió posteriormente don Pedro Navarro.
La flota del Gran Capitán zarpó de Málaga el 5 de junio de 1500. Sus instrucciones eran las de mantenerse a la espectativa de lo que hicieran los franceses: si éstos invadían el reino de Nápoles, él debía desembarcar en socorro de ese reino. El 1 de agosto la flota llegó al puerto de Mesina, en Sicilia. El Gran Capitán desembarcó su ejército y permaneció varias semanas inactivo, a la espera de las acciones francesas. Ese verano fue cuando los turcos atacaron y conquistaron Modona y Corone a los venecianos. Éstos, viendose tan apurados, enviaron embajadas a los Reyes Católicos pidiendo que enviase la flota y el ejército del Gran Capitán en su ayuda. Dos meses tardaron las embajadas y las órdenes reales en llegar su destino, tiempo que fue aprovechado por los turcos para seguir sus correrías en la región de Modona y en el mar Adriático, llegando tan al norte como a la ciudad de Livenza, a unos 60 kilómetros de Venecia.
Mientras esperaba, el Gran Capitán no perdió el tiempo. Además de seguir adiestrando a su gente, contactó con la guarnición española en la isla tunecina de Djerba, aumentó sus fuerzas en 2000 soldados más con sus capitanes y disciplinó las guarniciones de Calabria. En Mesina supo que un corsario llamado Pedro Navarro había naufragado en las costas de Sicilia; llamado a su presencia, el Gran Capitán lo incorporó a su ejército como capitán al mando de una fuerza de 500 hombres. Por fin, el Gran Capitán recibió la orden del rey de ponerse al mando de una fuerza conjunta hispano-veneciana para recuperar puestos venecianos perdidos a manos de los turcos, e impedir que éstos desembarcasen en fuerza en Italia.
Don Gonzalo zarpó de Mesina el 31 de octubre de 1500 y llevó su ejército a las islas de Corfú, Santa Maura y Zacinto. Reunido con los venecianos en esta última, convinieron en recuperar la isla de Cefalonia. Entre el 8 de noviembre y el 24 de diciembre de 1500 tuvo lugar el asedio a la fortaleza de San Jorge en la citada isla de Cefalonia, que se saldó con la victoria de los cristianos. Devuelta la isla a la Serenísima veneciana, el Gran Capitán regresó a Sicilia a mediados de enero de 1501.
El tratado de Granada. El reparto de Nápoles entre España y Francia.
Finalizada la conquista de las tierra de la Romana en beneficio de César Borgia, Luis XII decidió proseguir con su intención de apoderarse del reino de Nápoles. Para ello ordenó al señor de Aubigny, un escocés llamado Robert Steward, que marchase sobre Nápoles con 10.000 infantes y 1.000 lanzas, y a Felipe de Ravenstein, flamenco al servicio del rey de Francia, que zarpara de Génova con su escuadra transportado otros 6.500 soldados para Aubigny. El mando del ejército lo tendría Luis de Armagnac, duque de Nemours, un joven e inteligente noble que contaba tan solo con 22 años.
Fernando el Católico se enteró de la partida del ejército francés y, muy dolido por la traición de su pariente don Fadrique, y con objeto de desbaratar los planes del rey francés y del peligro que se cernía sobre Sicilia y sobre Nápoles y si éste reino quedaba íntegramente en poder del francés, decidió unirse a Luis XII y compartir la conquista; así que propuso al rey de Francia repartirse el reino entre los dos países. Luis XII aceptó. Según el plan de partición propuesto, la parte norte del reino, la Tierra de Labor y el Abruzo, se adjudicaría a Francia, mientras que la Calabria y la Apulia quedaría para España. De esta manera el rey católico aseguraba sus posesiones de Sicilia y adquiriría la mitad del reino de Nápoles.
Se alegaron dos excusas para justificar este reparto: la primera, que el rey de Nápoles don Fadrique I (Federico I) había concertado una alianza con los turcos para defenderse del ataque combinado del Papa, Francia y Venecia; la segunda, que el rey Fernando el Católico tenía más derechos dinásticos para la corona de Nápoles que don Fadrique, pues éste descendía de la rama bastarda mientras que don Fernando lo hacía por la legítima. El Papa Alejandro VI sancionó los términos del tratado y declaró a don Fadrique indigno de ceñir corona por haber pedido auxilio a los infieles.
Mientras se negociaba el tratado secreto entre ambas potencias, España
Finalizadas las negociaciones entre Francia y España, don Fernando el Católico firmó el acuerdo de partición de Nápoles conocido como Tratado de Granada el 11 de noviembre de 1500. Tal y como había propuesto, la parte norte del reino (la Tierra de Labor, el ducado de Benevento y Abruzo con las ciudades de Nápoles y Gaeta) se adjudicó a Luis XII con el título de rey de Nápoles y de Jerusalén; y la parte sur (Calabria, Apulia, Basilicata con la tierra de Otranto) se adjudicó al rey de España con el título de duque, quien recaudaría el cobro de las aduanas y las repartiría entre dos dos paises a partes iguales. El tratado incluía que España y Francia se obligaban a entregar a la otra parte cualquier plaza que tomaran perteneciente a la otra. Informado del tratado de partición por Luis XII, el Papa Alejandro VI aprobó el convenio y aceptó en dar a los reyes de España y Francia la investidura de soberanía sobre sus respectivas partes.
El reparto del reino de Nápoles.
Finalizadas las operaciones contra los turcos, Luis XII Los franceses cruzaron la frontera de Nápoles en julio de 1501 y avanzaron hasta Capua sin encontrar oposición. Allí se encontraron con la tenaz resistencia de la ciudad. Tras ocho días de infructuosos ataques, y mientras el gobernador Fabricio Colonna se encontraba reunido discutiendo sobre la rendición, los franceses entraron en la ciudad a sangre y fuego. Tras el asalto saquearon la ciudad ocasionando una horrible matanza, e hicieron prisioneros al gobernador Colonna y a Hugo de Cardona. El terror ocasionado en Capua hizo que Gaeta se entregase a continuación sin resistencia y que los franceses prosiguiesen su avance hacia Nápoles.
El destronado rey don Fabrique solicitó asilo para él y su familia al embajador español, Francisco de Rojas y Escobar, pero el rey católico se negó a facilitárselo. Obligado a entregar su capital a los franceses, don Fabrique se refugió en la isla de Ischia donde, a instancias del almirante Ravenstein, el rey de Francia le acogió a su generosidad y le dió el ducado de Anjou con sus rentas, pero le mantuvo vigilado hasta su muerte, ocurrida en 1524.
Por su parte, el Gran Capitán partió de la capital de Sicilia, Palermo, hacia Melazo y Mesina, desde donde embarcó su ejército hasta Turpia, en Calabria. Allí dejo a su sobrino Gonzalo, hijo de su hermano Alonso, el fallecido señor de Aguilar en la rebelión de las Alpujarras, el gobierno de Rijoles, Turpia, el Silo, la Mantia y Cotrón. Después se atrajo la voluntad de la familia Colonna, otorgando una capitanía de caballos dentro de su ejército a Fabricio Colonna, que fue rescatado con dinero de su apresamiento en Capua, y a sus hermanos Próspero Colonna y Marco Antonio; también dió refugio en Sicilia al cardenal Colonna, otro hermano de Fabricio, que había huido de Roma por haber favorecido el Papa Alejandro VI a los Ursinos, familia rival de los Colonna, a quienes el Papa echó de Roma y sus estados.
El Gran Capitán salió de Turpia y se dirigió a Monteleón, donde estableció su campamento, y de allí partió hacia Cosencia, ciudad que se entregó, si bien tuvo que sitiar su fortaleza y esperar un mes a que se rindiera. En ese mes don Gonzalo sometió Calabria y Apulia excepto Manfredonia y Tarento, donde estaba refugiado el duque de Calabria, primogénito del destronado rey don Fadrique, de 14 años de edad. El general español se vió obligado a formalizar un sitio por tierra y mar a la ciudad el 28 de octubre de 1501, hasta que forzó la capitulación de Tarento el 1 de marzo de 1502. Con la toma de Manfredonia pocos días antes, el Gran Capitán finalizó la toma de la parte sur del reino de Nápoles que le correspondió a España en su tratado con Francia.
La disputa entre franceses y españoles por la posesión de todo el reino de Nápoles no podía tardar en llegar. Comenzaron , que pretendieron apoderarse de la plaza de Capitaneta por no estar incluida en el tratado de partición. Los franceses entraron en la Apulia y, tras varias entrevistas infructuosas entre los máximos jefes militares, el duque de Nemours dió al Gran Capitán el plazo de una hora para salir de la plaza. El español rehusó del siguiente modo:
- "Hermano, andad con Dios y decid al duque de Nemours e a monsiur de Aubigny que puesto que tantas veces les he dicho e requerido que esta diferencia se vea por justicia, y no quieren, y envíanme a decir que por fuerza me la han de tomar, que espero en Dios y en su bendita Madre de defendérselo e aun ganarles lo suyo, e ver muy presto al Rey de España, mi Señor, ser señor de todo este Reyno, por la justicia que a todo ello tiene; e que vengan cuando quisieren, que aquí me hallarán, o que me esperen, que yo seré lo más presto que queda con ellos."
Los efectivos del Gran Capitán eran inferiores al de los franceses: sólo contaba con 3.000 infantes, 340 hombres de armas y 600 jinetes ligeros. Subordinados suyos en el ejército eran los ya citados Pedro Navarro, Diego Hurtado de Mendoza, el capitán Zamudio, Diego García de Paredes, Gonzalo Pizarro El Largo, Próspero Colonna y Fabricio Colonna; ahora citaremos a Pedro de Paz, Hugo de Cardona, Luis de Herrera y el capitán Villalba.
Por su parte, el duque de Nemours contaba con 3.500 infantes franceses y lombardos, 3.000 suizos, un numeroso contingente de infantería napolitana facilitado por los barones angevinos y 1.000 hombres de armas que suponían unos 4.000 jinetes. Sus tropas estaban mandadas por el Señor de Aubigny, Ivo de Alegre, Luis de Ars, Santiago de Chabannes, Señor de La Palisse y el Bayardo, éste último conocido como el "caballero sin tacha y sin miedo".
La ocasión para el inicio de las hostilidades no podía ser peor para el Gran Capitán. Una escuadra francesa interceptaba las comunicaciones con España, por lo que Don Gonzalo estaba abrumado por las deudas que no podía satisfacer y por la falta de paga de sus soldados. Por su parte, César Borgia fomentaba la deserción de los soldados españoles prometiendo mayores pagas si se unían a su ejército y su causa. A pesar de ello, el Gran Capitán se negó a retirarse a Sicilia o a encerrarse en Tarento. Eligió la plaza de Barletta, situada en la costa del Adriático, como centro de operaciones por sus características defensivas y porque le permitía embarcarse y pasar a Calabria en caso de ser cercado por fuerzas superiores. Por ello, concentró en Barletta el grueso de sus fuerzas y repartió el resto en otras plazas como Bari, Canosa y Andría.
El Señor de Aubigny operaba contra Don Hugo de Cardona en Calabria, mientras que el duque de Nemours lo hacía contra el Gran Capitán. Durante siete meses los españoles se mantuvieron a la defensiva, cayendo sobre el enemigo puntualmente cuando creían obtener una ventaja. Las cosas empeoraron contra los españoles. Don Hugo de Cardona fue derrotado en Calabria y la plaza de Canosa, defendida por Pedro Navarro, fue tomada por el duque de Nemours.
En 1503 el duque de Nemours, cansado de esa guerra irregular sin batallas decisivas, se personó ante los muros de Barletta para retar al Gran Capitán a un combate singular. Éste le contestó lo siguiente:
- "No acostumbro a combatir cuando quieren mis enemigos, sino cuando lo piden la ocasión y las circunstancias."
El duque levantó en campo para retirarse en dirección a Canosa. Fue el momento elegido por el Gran Capitán dar un golpe de efecto contra los franceses y tenderles la denominada emboscada de Barletta. Para ello ordenó a don Diego Hurtado de Mendoza que atacara la retaguardia francesa con la caballería española con objeto de atraer sobre ella la atención de los franceses. En un momento dado los españoles debían de retroceder perseguidos por los franceses y llevarles a una zona de emboscada donde dos cuerpos de infantería española caería sobre los flancos del enemigo. El plan se llevó a cabo a la perfección, tal y como estaba previsto, de manera que los franceses que tomaron parte en la persecución quedaron muertos o prisioneros. Cuando el duque de Nemours quiso darse cuenta, los españoles ya estaban de regreso en Barleta con los prisioneros. El duque se sintió burlado y prosiguió su camino a Canosa.
Al comenzar la primavera de 1503 la situación mejoró para el Gran Capitán. El almirante Juan López de Lazcano derrotó en las aguas del golfo de Otranto a una escuadra francesa, logrando con ello que siete naves sicilianas cargadas con abundantes provisiones pudieron llegar al puerto de Barletta. A continuación, en un golpe de audacia y valor el Gran Capitán efectuó el asalto a Ruvo, que dejó desconcertado al duque de Nemours, pues en menos de 24 horas el Gran Capitán hizo una marcha de catorce millas, asaltó la ciudad de Ruvo y regresó a Barletta con numeroso botín y un importante refuerzo de caballos.
La ciudad de Castellaneta se entregó a Pedro Navarro y Luis de Herrera, harta ya de tantas vejaciones y atropellos por parte de los franceses. En cuanto lo supo el duque de Nemours, puso a su ejército en marcha hacia esta ciudad para volver a someterla. Enterado el Gran Capitán de las intenciones del duque, concibió y ejecutó un audaz golpe contra los franceses.
En una noche, el Gran Capitán y la práctica totalidad de su ejército salieron de Barletta en dirección a la ciudad de Ruvo, defendida por Chabannes, Señor de la Palisse. Recorrieron catorce millas a marchas forzadas y al amanecer estaban ante los muros de la ciudad. El Gran Capitán desplegó su artillería y rompió el fuego. En cuatro horas abrió una brecha en la muralla y la infantería española se lanzó al asalto por ella. La lucha cuerpo a cuerpo espada en mano duró siete horas, pero al final el ímpetu español quebró la resistencia de los franceses y el enemigo se rindió. Tras el combate 600 franceses quedaron prisioneros, entre ellos su jefe, el Señor de La Palisse, que se había distinguido por su valor en la pelea. Habiendo recibido varias heridas, se mantuvo arrimado a una pared peleando hasta que un nuevo golpe le derribó al suelo. El Gran Capitán obtuvo un importante botín de 1.000 caballos, que le permitiría reforzar su caballería.
El ejército español, victorioso, regresó a Barletta inmediatamente finalizado el combate. No hubo violencia ni desmanes contra la población civil. El Gran Capitán en persona se puso a la puerta de la ciudad y no dejó sacar cosa alguna de la Iglesia, si ninguna mujer, ni consintió que a éstas se les hiciera la menor descortesía.
Cuando el duque de Nemours se enteró del ataque español a Ruvo, detuvo su marcha hacia Castellaneta y se dirigió a socorrer la ciudad. Pero al llegar vió la bandera española ondear en los muros de la ciudad y comprendió que llegó tarde y desistió de seguir adelante, comprendiendo que una vez más el Gran Capitán le había burlado.
En aquellos momentos las fuerzas del Gran Capitán habían aumentado considerablemente. Tenía mil caballos más, capturados en la ciudad de Ruvo. Gracias a los esfuerzos diplomáticos españoles, el emperador Maximiliano le había enviado un refuerzo de 2.000 lansquenetes alemanes. Se le habían incorporado 3.000 soldados españoles desembarcados en Rijoles al mando de don Luis de Portocarrero; estos soldados quedaron al mando del capitán don Fernando de Andrade cuando aquel falleció nada más pisar tierra italiana, al que se le unieron algunas compañías de voluntarios. Con todos estos refuerzos el Gran Capitán decidió pasar a la ofensiva.
En un mes el Gran Capitán efectuó una victoriosa campaña relámpago que sorprendió a todos por su éxito. El 21 de abril las tropas de Andrade derrotaron al Señor de Aubigny en la segunda batalla de Seminara; en esta ocasión las fuerzas de ambos ejércitos estaban bastante equilibradas y el combate fue muy duro y tenaz. Tras la batalla, los franceses huyeron del campo dejando tendidos más de 2.000 muertos y varios centenares quedaron presos de los españoles. El Señor de Aubigny se refugió en la Roca de Anguito, pero fue sitiado y finalmente apresado por los españoles. Libre de franceses, Calabria quedó en manos españolas.
Ocho días más tarde, el 29 de abril, el propio Gran Capitán derrotó al duque de Nemours en la famosa batalla de Ceriñola, en la que el propio duque resultó muerto. Tras ambas victorias, el Gran Capitán hizo su entrada triunfal en la ciudad de Nápoles el 16 de mayo. Quedaron por rendir los castillos de Castilnovo y Castel de Ovo, cuya toma encomendó a Pedro Navarro y que cayeron en junio.
Las victorias logradas por el Gran Capitán fueron tan aplastantes que a finales de mayo todo el reino de Nápoles quedó libre de franceses y en poder de los españoles, excepto las plazas de Venosa y Gaeta, donde se habían refugiado los supervivientes de la derrota de Ceriñola.
Tras recibir las noticias de las derrotas sufridas en Nápoles y la muerte del duque de Nemours en la batalla de Ceriñola, el rey Luis XII se aprestó de inmediato a contraatacar a los españoles con tres ejércitos.
Un ejército entraría en España por el valle del Roncal a las órdenes del Señor de Albret, padre del rey de Navarra. Pero este ejército finalmente no se puso en marcha debido la amistad que existía entre los reyes de España y el rey de Navarra, si bien los españoles organizaron unidades de navarros y aragoneses reforzados con efectivos reclutados por la reina Isabel para defender los pasos fronterizos.
Un segundo ejército de 20.000 soldados se dispuso a invadir el Rosellón al mando del mariscal de Rieux, quien inmediatamente puso cerco a la ciudad fronteriza de Salces el 16 de septiembre. Los franceses atacaban con brío la plaza, y los españoles la defendían con tesón y valor. Don Fadrique de Todelo, hijo de don García y nuevo duque de Alba, procuraba sin éxito socorrer la ciudad desde Ribasaltas. El rey don Fernando el Católico reunió un imponente ejército de socorro en Gerona, compuesto de 40.000 infantes y 12.000 jinetes, y la condujo personalmente junto al duque de Alba hacia Salses para levantar el cerco. En cuanto el mariscal de Rieux supo que el rey de España estaba en Perpignan y marchaba contra él, levantó el cerco el 19 de octubre y se retiró hacia Francia. El rey don Fernando y el duque de Alba atacaron su retaguardia, le tomaron varias piezas de artillería y le persiguieron de cerca hasta los muros de la ciudad de Narbona, donde el mariscal encontró refugio.
Entretanto, la escuadra francesa que pretendía atacar las costas españolas, sufrió graves averías por culpa de una tempestad que se abatió sobre el Golfo de León y tuvo que refugiarse en Marsella sin haber avistado tierra española. Todos estos reveses obligaron al rey Luis XII a firmar en noviembre de 1503 un armisticio que comprendía las operaciones en territorio español y francés, pero no las operaciones en el reino de Nápoles.
Quedaba el ejército que el rey puso al mando del marqués de La Tremouille para penetrar en el Milanesado y atacar desde el norte al Gran Capitán. Estas tropas serían derrotadas por el Gran Capitán antes de fin de año.
Mientras los franceses organizaban sus preparativos, el Gran Capitán se encontraba sitiando Gaeta, donde se había refugiado Ivo de Alegre con los supervivientes de la batalla de Ceriñola. Luis XII aprestó una escuadra en Génova a las órdenes del marqués de Saluzzo para socorrer Gaeta, y al mismo tiempo libró grandes cantidades de dinero para organizar almacenes de víveres que apoyasen el avance del ejército del marqués de La Tremouille desde Milán hacia el sur de la península italiana. Este ejército estaba formado por unos 30.000 hombres, entre los que incluía un cuerpo de mercenarios suizos de 8.000 soldados que se incorporaron en Parma, 9.000 caballos y el mejor tren de artillería nunca visto hasta la fecha, compuesto por 36 piezas.
El 18 de agosto murió el papa Alejandro VI. El marqués de La Tremouille se hallaba en Parma y ordenó marchar hacia Roma para imponer como nuevo papa al cardenal de Amboise. El Gran Capitán había previsto este movimiento y envió a Roma una fuerza de 3.000 soldados al mando de Próspero Colonna y Diego de Mendoza para impedirlo, de manera que los franceses encontraron acampados a los españoles cuando llegaron a la Ciudad Eterna. César Borgia, el hijo del difunto papa, se unió a las intrigas. Como resultado de la confusión creada por las circunstancias el cardenal de Siena resultó elegido como nuevo sumo pontífice, quien tomó el nombre de Pio III. Pero el nuevo papa murió al cabo de un mes, no sin antes haber investido el reino de Nápoles al rey Fernando el Católico, del que era muy adicto. El 31 de octubre el cardenal Giuliano della Rovere fue elegido como nuevo papa, quien tomó el nombre de Julio II y que resultaría ser un papa guerrero y maquiavélico.
Tras la elección de Pio III, el general La Tremouille continuó su avance hacia Nápoles y los españoles hacia Gaeta, cada uno por itinerarios diferentes. El marqués iba tan confiado en la victoria que decía públicamente lo siguiente:
- "Daría yo 20.000 ducados por hallar al Gran Capitán en el campo de Viterbo."
Don Lorenzo Suárez de la Vega, embajador español en Venecia, le respondió:
- "El duque de Nemours podría haber dado el doble por no haberle encontrado en Ceriñola."
Al poco tiempo La Tremouille cayó enfermo y se vió obligado a ceder el mando al marqués de Mantua, general italiano de gran renombre pero no tan querido por las tropas francesas en su calidad de extranjero y por su duro carácter. Las tropas con las que contaba el Gran Capitán eran apenas 9.000 infantes y 3.000 caballos, incluyendo italianos y alemanes. Los efectivos franceses, contando la guarnición de Gaeta, eran prácticamente el triple, puesto que el marqués de Saluzzo había desembarcado en Gaeta un cuerpo de refuerzo de 4.000 soldados.
El Gran Capitán comprendió que no podía tomar Gaeta y se retiró a Castiglone, desde donde podría continuar el bloqueo de la plaza. Pero era consciente de que tenía que hacer algo para compensar su inferioridad numérica, y decidió eligir una zona de terreno donde defenderse y maniobrar. Y eligió la vecina localidad de San Germano, al otro lado del rio Garellano, que haría de foso natural ante el avance de los franceses, y al abrigo de los castillos de Montecasino, Roca Seca y Roca Andria.
Pero el castillo y convento de Montecasino estaban en poder del enemigo. Pedro de Médicis defendía ambas fortificaciones con gente del país y tropas francesas. El éxito de la defensa española exigía tomar aquellas alturas antes de que el marqués de Mantua llegase al río Garellano. Para ello, Pedro Navarro subió penosamente algunas piezas de artillería y, una vez emplazadas, abrió una brecha en los muros del castillo y convento, tras lo cual los españoles entraron victoriosos al asalto.
Con esta fortaleza en su poder, el Gran Capitán consolidó su defensa reforzando la guarnición española de Roca Seca a su derecha con infantería española al mando de Zamudio, Pizarro y Villalba. Desde San Germano hasta su desembocadura, el Garellano podía cruzarse por Ponte Corvo y Sessa. El primer paso estaba frente a San Germano y podía vigilarse desde el campamento principal allí instalado. Para vigilar el puente de Sessa tomó una torre fuerte de las proximidades e instaló allí 500 infantes y 350 jinetes al mando de Pedro de Paz.
A los pocos días los franceses llegaron frente al rio Garellano. En las siguientes semanas lo cruzaron o intentaron cruzar por tres veces, y por tres veces fueron obligados a repasarlo por las tropas del Gran Capitán, hasta que los franceses sufrieron un total descalabro el 28 de diciembre en la conocida como batalla de Garellano.
La derrota francesa fue de tal envergadura que provocó la capitulación de Gaeta el 1 de enero de 1504, tras la cual el Gran Capitán hizo su entrada triunfal en Nápoles por segunda vez, donde el pueblo y las autoridades locales le recibieron con mayor entusiasmo que cuando la victoria de Ceriñola.
En Francia, la noticia del desastre de Garellano y la capitulación de Gaeta sumieron al rey, la Corte y la nación en un profundo abatimiento. Todo ello, unido a la derrota sufrida en el Rosellón, convencieron a Luis XII de la inutilidad de continuar la lucha. Abiertas las negociaciones con España, se concluyó una paz de tres años con el Tratado de Lyon, firmado por el rey francés el 11 de febrero de 1504, ratificado por el Reyes Católicos en Santa María de la Mejorada el 31 de marzo. En virtud del tratado, el reino de Nápoles pasó a poder de España, que lo mantuvo por 200 años.
Pocos meses después murió la reina Isabel la Católica, la gran valedora del Gran Capitán. Tras su muerte, el Tratado de Blois de 1505, firmado entre España y Francia, complementó el de Lyon estipulando que el reino de Nápoles pasaría a un posible hijo de Fernando el Católico y Germana de Foix, y a ésta última si el matrimonio no conseguía tener hijos. Pero posteriormente el rey católico logró revertir la situación al conseguir que el papa Julio II anulara sus capitulaciones matrimoniales con Germana de Foix.
Si en la primera campaña don Gonzalo Fernández de Córdoba dió excelentes muestras de liderazgo y organización y se ganó el sobrenombre de "El Gran Capitán", en la segunda campaña brilló su genio militar.
En Calabria, Barletta, Ceriñola y Garellano permaneció a la defensiva inicialmente observando y estudiando al enemigo, estorbándole con audaces reacciones ofensivas y maniobrando para llevarle a su terreno, hasta estar en condiciones de asestar el ataque definitivo. Siempre evitó aceptar una batalla hasta no tener seguridad en la victoria o en obtener un mal menor que no entablando el combate.
Supo anticiparse a las intenciones del enemigo y reaccionar con rápidas marchas. Dió muestras de saber emplear las tres armas combinadas entre sí y adaptándolas al terreno para extraer el mayor beneficio del fuego de los arcabuces y piezas de artillería. Obtenida una victoria, perseguía el éxito hasta el final, como demostró en Gaeta cuatro días despúes de su victoria en Garellano.
Finalmente, se adelantó al empleo del ejército en partes separadas y alejadas del núcleo común, pero formando todas ellas una fuerza única capaz de concentrarse oportunamente en el lugar y momento adecuados.
Conocía las cualidades del soldado que conducía, por lo que no dudó en exaltar hasta el fanatismo sus virtudes para pedirle esfuerzos y sacrificios extremos; y no se empeñó en pedirle esfuerzos para los que no estaba preparado, por lo que la seguridad de sus campamento no descansaba en escuchas o centinelas estáticos, sino que establecía patrullas y mantenía un tercio de la tropa en armas.
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