EL ASEDIO DE TARENTO

(28 de octubre de 1503 - 1 de marzo de 1502)


Conquista de Tarento por el Gran Capitán mediante un sitio original y sorprendente, que supuso la capitulación de Fernando de Aragón, Duque de Calabria, hijo del rey don Fadrique de Nápoles, partidario de dejar el reino de Nápoles a los franceses.


Tarento estaba rodeada de agua por todas partes, situada en una isla cercana al continente: por el sur, el mar y el golfo de Tarento; por el este y el oeste dos canales abrazaban la ciudad; por el norte ambos canales se enchanchaban formando una gran bahía, el mare piccolo, con fondo suficiente para albergar naves de alto bordo. Dos puentes situados al este y al oeste, defendidos por dos fuertes castillos, comunicaban Tarento con el continente. La ciudad se consideraba inexpugnable, siendo las defensas del norte las más débiles, pues hasta entonces a ningún enemigo se le había ocurrido atacar la ciudad por ese lado de tan difícil acceso. Su gobernador, fray Leonardo Alejo, comendador de la Orden de los Caballeros de San Juan de Rodas, la había abastecido en previsión a un posible asedio.





En esta ciudad se había refugiado Fernando de Aragón, duque de Calabria, el hijo de 14 años del rey don Fabrique. Si bien el duque era partidario de mantenerse fiel a sus tios los Reyes Católicos, los franceses lograron convencerle y atraerle a su partido, por lo que finalmente se enfrentó al Gran Capitán decidido a no entregar la ciudad. Tarento estaba defendida por Juan de Guevara, conde de Potenza y tutor del duque de Calabria, y contaba con una buena guarnición. El Gran Capitán inició el asedio de Tarento el 28 de octubre de 1501 levantando trincheras y reductos por tierra. Bloqueó los dos puentes que daban acceso a la ciudad desde tierra firme e hizo que la armada de Juan de Lezcano apoyase el asedio patrullando la costa sur de Italia y cortando toda comunicación por mar con la ciudad.

Mientras el asedio se prolongaba el Gran Capitán tuvo que enfrentarse a una nueva insubordinación de los soldados españoles, debido de nuevo a la crónica falta de dinero y suministros con que mantenía el rey don Fernando el Católico a su ejército expedicionario. Un día el Gran Capitán acogió con gran generosidad al almirante Ravenstein y a varios de sus oficiales, que una tormenta había arrojado a las costas de Calabria tras su fracaso en el intento de emular al Gran Capitán y tratar de conquistar a los turcos la isla de Mitilene. Don Gonzalo envió al almirante tal cantidad de vajilla, ropa, brocados, caballos, comida y regalos, valorados en unos 12.000 ducados, que hubo suficiente para él y sus oficiales. Llegado este hecho a oidos de los soldados españoles, éstos comenzaron a quejarse y a murmurar:

    "Mejor fuera que pagara lo que debe a los suyos que ser tan liberal con los estrangeros".

Reunidos un grupo de soldados amotinados armados con sus picas, don Gonzalo se dirigió a ellos desarmado determinado a enfrentarse a ellos; uno de los soldados se encaró con el Gran Capitán y le puso su pica en el pecho, que don Gonzalo apartó diciendole:

    "Alza esa pica, necio, ¿no ves que burlando me podrías pasar el cuerpo?".

Lo peor vino después, cuando un capitán vizcaino llamando Isciar, al oir a don Gonzalo hablar a los soldados de la pronta llegada de dinero para pagar a los soldados, le dijo a la cara lo siguiente:

    "Pues que no tienes dineros, pon a tus hijas en el burdel, que ganen su pan, que nos pagues".

El Gran Capitán tenía en efecto una hija llamada Elvira a quien llevaba en sus expediciones y quería mucho. Don Gonzalo oyó la impertinencia sin inmutarse y contestó al capitán:

    "¿No ves que mis hijas son feas?"

Don Gonzalo logró aplacar el ánimo de los soldados y disolver el tumulto reunido a su alrededor. Al día siguiente el capitán vizcaino apareció colgado de la ventana de su alojamiento, a la vista de todo el ejército. El espectáculo del cadáver colgando de la ventana logró el efecto deseado y el motín se deshizo. El Gran Capitán ya venía arrastrando fama de severidad. Dias antes, un capitán de Infantería llamado Juan de la Ica, muy valiente y diestro en las artes de la guerra, llegó al pueblo de Restico para alojarse en él. Como los lugareños no le dejaban entrar en él y le forzaron a dar razones de sus buenas intenciones, una noche el capitán se vengó entrando en el lugar con sus hombres saqueando el pueblo y matando a quienes se defendieron. Enterado el Gran Capitán, hizo prender al capitán y decapitarlo en medio de la plaza de Restico.

Las quejas de los soldados continuaron por la falta de las pagas y pedian en voz alta que se les licenciase para poder enrolarse en el ejército que el duque de Valentinois, el antiguo cardenal César Borgia, hijo del Papa Alejandro VI, estaba reuniendo con promesas de grandes pagas y botines para adueñarse de la Toscana y la Romana. Pero la suerte se puso de parte del Gran Capitán: una tormenta hizo que una nave genovesa arribase al golfo de Tarento. Don Gonzalo ordenó a Juan Lezcano que la rodease, asaltase y se apoderara de su cargamento. Con el botín obtenido, cercano a los cien mil ducados, el Gran Capitán pudo pagar a sus soldados y satisfacer sus muchas necesidades. De esta manera finalizó el estado de amotinamiento del ejército del Gran Capitán y éste pudo continuar el cerco de Tarento con mayor tranquilidad.

El Gran Capitán apretó aún más el cerso sobre Tarento. Los españoles demostraron tanto entusiasmo en la empresa que el ánimo de los tarentinos decayó y el conde de Potenza solicitó a los españoles la suspensión de las hostilidades por dos meses, pasados los cuales entregaría la ciudad si antes no recibía ningún socorrro, pactando con don Gonzalo que el duque de Calabria quedaría en libertad y podría ir al lugar que él quisiera.

Pasaron dos meses sin que los situados recibiesen noticias del rey don Fadrique, y ambas partes decidieron renovar la tregua por dos meses más. Pero el Gran Capitán quería evitar a sus tropas un largo y cansado sitio, y asimismo cortar las negociaciones de entrega de la ciudad que los sitiados estaban llevando en secreto con los franceses, por lo que decidió acortarlo con una operación ingeniosa y sorprendente: transportó veinte de sus naves más pequeñas por tierra montadas en carros desde el mar hasta la bahía norte. Todo el ejército participó en la empresa, arrastrando las naves sobre rodillos al compas de cánticos guerreros, música e himnos, "... con grande fiesta y regocijo...". En pocas semanas la escuadra española estuvo en condiciones de batir con sus fuegos las murallas del norte de la ciudad.





Pasados los segundos dos meses, a finales de febrero de 1502 la ciudad de Tarento se entregó. Tras una tregua de seis dias la ciudad y la fortaleza se rindieron a los españoles el 1 de marzo de 1502, y el duque de Calabria se entregó. Las condiciones de la capitulación incluían que el duque de Calabria quedaría en libertad de ir a donde quisiese. El Gran Capitán le convenció de que fuera a España. Como el conde de Potenza protestó ante lo que interpretó una manipulación de la voluntad del duque, el Gran Capitán elevó consulta al rey Fernando el Católico, el cual confirmó el viaje del duque de Calabria a España. Allí permanecería en calidad de prisionero de Estado hasta 1521, fecha en que Carlos I de España le liberó durante la revuelta de las Germanías. Como curiosidad, añadiré que Fernando de Aragón se casó en 1526 con Germana de Foix, segunda esposa y viuda de Fernando el Católico, obteniendo con ello el título de virrey de Valencia, pues su mujer fue nombrada virreina en 1522 tras la derrota de los "germanados" valencianos.

Tras la rendición de Tarento, el Gran Capitán dejó como alcaide y gobernador de la fortaleza y de la ciudad a Pedro Hernández de Nicuesa, un caballero de su casa, "que dió muy buena cuenta de aquel cargo".


  • Modesto Lafuente. Historia General de España. Tomo V. Madrid, 1861. "Las guerras de Italia", páginas 401 y siguientes.

  • Antonio Rodríguez Villa. Crónicas del Gran Capitán. Madrid, 1908. "Crónica General, Libro Segundo", páginas 94 y siguientes; "Historia del Gran Capitán, Libro Tercero", páginas 322 y siguientes.

  • Historia Militar. Academia de Infantería. Segundo Curso, Guadalajara, 1945, página 162.

  • César Silió Cortés. Isabel la Católica. Espasa-Calpe. Madrid, 1973. Página 354.

  • El asedio de Tarento, en Wikipedia.