General español, vencedor de los franceses en numerosas ocasiones y conquistador del reino de Nápoles para la corona de España.
"La ciudad de Macedonia dió el primer Magno, que fue Alexandro. La noble Roma dió al segundo Magno, que fue Pompeyo. La magnífica Francia dió al tercero Magno, que fue el Emperador Carlos, por sobrenombre el Magno. La sabia Corboua, ciudad de España, dió al cuarto Magno, que fue el Gran Capitán Gonzalo Fernandez. Pero si queremos cotejar las armas modernas con las antiguas y los enemigos del tiempo de agora con los del pasado, hallaremos que el cuarto Magno es el primero, y quedarán atrás Alexandro y Carlos y Pompeyo."
(Gómez, Bartolomé. "Tratado de las proezas que hizo Gonzalo Fernandez el Gran Capitán del Rey de España, en la conquista de Nápoles". Sevilla, 1615).
Don Gonzalo Fernández de Aguilar y Córdoba nació en el castillo de Montilla, Córdoba, el 1 de septiembre de 1453 y murió el 2 de diciembre de 1515 en Loja. Pertenecía a la Casa de Aguilar. Era hijo de don Pedro Fernández de Aguilar y de doña Elvira de Herrera, de la familia de los Enríquez y fue educado en Córdoba. Desde muy niño fue paje del infante don Alfonso, al que sirvió durante la guerra que éste sostuvo como aspirante al trono de Castilla contra el legítimo rey Enrique IV, su hermano.
Muerto prematuramente el infante don Alfonso, la princesa doña Isabel, quien acababa de casarse con Fernando de Aragón, se disponía a defender sus derechos contra los partidarios de La Beltraneja en la Guerra Civil castellana, y le llamó a su lado para que luchara con sus tropas. En esta guerra hizo sus primeras armas, como correspondía a un segundón de la nobleza castellana, mereciendo grandes elogios de sus jefes. A partir de entonces, se distinguió en la Corte por su apostura, magnificiencia y generosidad. Se casó con su prima Isabel de Montemayor, pero pronto quedó viudo y libre para dedicarse por entero a la vida militar.
En la Guerra de Granada mandó una "capitanía" de 100 lanzas de las Guardas Reales de Castilla. Figuró entre los más valientes en la toma de Loja, ciudad que le confiaron los Reyes Católicos, y se distinguió en el sitio de Tájara y en la conquista de Illora. Durante el cerco de Granada tomó parte en las negociaciones con Boabdil para lograr la capitulación de la capital.
En recompensa por sus destacados servicios, recibió una encomienda de la Orden de Santiago, el señorío de Orjiva y determinadas rentas sobre la producción de seda granadina, lo cual contribuyó a engrandecer su fortuna. Sus hazañas y cualidades inclinaron a la reina Isabel para escogerle para mandar el cuerpo expedicionario que el rey Fernando envió a Italia para librar a Nápoles de las tropas invasoras francesas.
Don Gonzalo zarpó para Sicilia en 1495. Tenía a la sazón 42 años. En la Primera Campaña de Italia, (1494-98), Fernández de Córdoba hizo gala de grandes dotes militares como jefe de un ejército. Con escasas fuerzas y mucha movilidad se hizo con toda la Calabria en 1495. Al año siguiente efectuó una marcha relámpago para acudir al sitio de Atella y ponerse al frente de las fuerzas aliadas de la Santa Liga. En algo más de un mes logró la capitulación del ejército francés, la repatriación a Francia de la mayoría de sus efectivos y la entrega de la mayor parte de las plazas fuertes en su poder. Su éxito tuvo una gran repercusión internacional y se ganó el título de El Gran Capitán.
Tras la toma de Ostia en nombre del papa Alejandro VI, el Gran Capitán entró triunfador en Nápoles, donde fue repuesto el rey Don Fadrique III, de la Casa de Aragón. Finalizada su tarea, y después de un breve periodo como gobernador en Sicilia, regresó a España en 1498.
A su llegada a la península, la gente le recibió como un héroe nacional, y el rey don Fernando decía en la Corte que las victorias de Italia daban mayor renombre y gloria a España que la guerra de Granada. Su retorno coincidió con la rebelión de las Alpujarras, por lo que el Gran Capitán fue enviado con el conde de Tendilla a sofocar la rebelión en el año 1500.
En el año 1.500 el rey Fernando el Católico pactó con Luis XII, rey de Francia, el reparto del reino de Nápoles, dando lugar con ello a la Segunda Campaña de Italia, (1500-04), por los desacuerdos entre ambos reyes a la hora de interpretar el pacto. En abril de 1503 el Gran Capitán derrotó en la batalla de Ceriñola el ejército francés mandado por el duque de Nemours, que murió en combate. Tras esta victoriosa batalla, el ejército español se hizo dueño de todo el reino napolitano.
El rey francés envió otro ejército a Italia, pero fue igualmente vencido por el Gran Capitán en la batalla de Garellano de diciembre del mismo año. Como consecuencia de ella los franceses tuvieron que entregar la plaza de Gaeta y dejar el terreno libre al ejército español.
Finalizada la guerra gracias al tratado de paz entre Francia y España del 11 de febrero de 1504, Nápoles pasó a la corona de España. El Gran Capitán gobernó el reino napolitano como virrey con amplios poderes. Congregó a todos los Estados del reino y les recibió juramento de fidelidad a los monarcas de Castilla y Aragón. También quiso recompensar a los que le habían ayudado combatiendo a su lado: a Próspero y Fabricio Colonna les devolvió los estados que les habían arrebatado los franceses; al jefe de los Ursinos, Bartolomé Albiano, le dió la ciudad de San Marcos; a Diego de Mendoza, el condado de Mélito; a Pedro Navarro, el condado de Oliveto; a Diego de Paredes, el Señorío de Coloneta.
Pero la reina Isabel, su valedora, murió a los pocos meses de la ratificación tratado, y el rey don Fernando el Católico entró en zozobra sin la compañía y apoyo de aquella gran reina. Incitado por recelos obsesionantes, el rey decició relevar al Gran Capitán por el arzobispo de Zaragoza y, temiendo que aquel no se dejase relevar, quiso que acompañaran al clérigo Pedro Navarro con órdenes de arrestar al Gran Capitán y apresarlo en Castelnovo, y Alberico de Tenacina para agitar al pueblo en favor del arzobispo. Afortunadamente aquel proyecto no se llevó a cabo, porque don Fernando nombró a su yerno Felipe como Rey consorte Gobernador de Castilla.
Al año siguiente, en 1505, don Fernando visitó Nápoles acompañado de su nueva mujer, Germana de Foix, a la sazón sobrina del rey Luis XII. El Gran Capitán, conocedor de los recelos que inspiraba al rey, salió a recibirlo al mar con gran agasajo, y trató de disipar sus temores por todos los medios. A pesar de ello, don Fernando comprobó personalmente que los napolitanos tenían más aprecio a su general que a él mismo, y que con su comportamiento había decepcionado a los napolitanos y a los subordinados del Gran Capitán.
Los injustificados recelos del rey aumentaron y, ya que debía regresar a España a hacerse cargo de la situación por la reciente e inesperada muerte de su yerno Felipe I, ordenó al Gran Capitán que entregase el mando y regresase con él a España. Corría el año de 1507. Una vez allí le mantuvo apartado de cargo alguno. En una ocasión le había jurado por "Dios nuestro Señor, por la Cruz y los cuatro Santos evangelios que resignaría a su favor" el cargo de Maestre de Santiago, pero faltó a tan sagrado juramente y le negó lo prometido al Gran Capitán, por lo que éste se retiró a Loja, ciudad que le concedió el Monarca, cansado y desengañado. En 1.512 rompió su amistad con el rey Fernando el Católico.
Antes de su fallecimiento estuvo una temporada de retiro en el monasterio de San Jerónimo de Córdoba, en cuyo cenobio tuvo intención de recluirse el resto de sus días. Murió en Loja en 1.515 a la edad de 62 años. Su cadáver se conserva en la iglesia de San Francisco de Granada.
El Gran Capitán fue un gran servidor del naciente estado español, a la vez que sagaz político, extraordinario diplomático, gran general y un genio militar excepcional. Supo combinar con maestría las tres armas de infantería, caballería y artillería; incorporó los fuegos de arcabuces y artillería a la maniobra general y supo sacar provecho de ellos adaptándolos al terreno. Supo mover las tropas por el terreno, efectuó marchas muy rápidas para la época, que se hicieron célebres, y supo llevar al enemigo a que combatiera en el terreno que él deseaba. Era idolatrado por sus soldados y admirado por todos.
Sin duda alguna el ejército del Gran Capitán sentó las bases de lo que en un futuro inmediato sería la famosa "infantería española", que reinaría en los campos de batalla hasta la derrota de Rocroi.
La leyenda afirma que el rey le pidió cuentas de su gestión, las famosas "Cuentas del Gran Capitán", pero este hecho no está demostrado documentalmente. Sí es cierto la diferencia de caracteres tan abismal entre el Gran Capitan y el rey don Fernando. Este era tacaño, quizás debido a la penuria de medios económicos de su padre y de él mismo en sus primeros años de reinado como príncipe aragonés. En cambio aquel era bastante generoso: ganaba y derrochaba como un gran señor andaluz, como lo demostró a la hora de recompensar a sus subordinados.
"En las campañas de Italia vemos perfeccionada la táctica suiza, reconocido generalmente el predominio de la infantería sobre la caballería, aumentada la importancia de las armas de fuego; el arte de las minas, elevado á una perfección hasta entonces desconocida, creada aquella terrible infantería española que con sus hazañas había de asombrar al mundo, y por último, operaciones tan bellísimas como las de Garellano, que aún hoy pudieran servir de modelo á uno de nuestros modernos Generales."
(De la Iglesia, Eugenio. "Estudios históricos militares sobre las campañas del Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba". Madrid, 1871.)
"Gonzalo no era sólo el capitán enérgico, brioso y esforzado, el soldado de lanza y el guerrero de empuje; era también el General de cálculo, el caudillo estratégico, el jefe organizador. El Gran Capitán era al propio tiempo el negociador político. El intrépido batallador era también el astuto diplomático. El castigador severo de la indisciplina era el hombre afable y contemporizador que sabía atraerse el cariño del soldado.
"El caballero que se distinguía por el magnífico porte y el brillante arreo de su persona, el remunerador espléndido y generoso, ora también el modelo de sobriedad y el tipo y ejemplo de la paciencia y del sufrimiento en las escaseces, en las privaciones, en los trabajos y en las penalidades. Así no sabemos en qué situación admirar más á Gonzalo, si venciendo en Atolla y en Ceriñola, si combatiendo á Tarento y á Ruvo, si rescatando á Ostia y á Cefalonia, si batallando y triunfando en el Garillano, si sufriendo con inagotable y calculada paciencia en la plaza de Barleta y en los pantanos de Pontecorbo. No había genio que pudiera medirse con el de un General que ganó todas las batallas que dio en su vida, y que en su larga carrera militar sólo perdió una, la única que se dio contra su voluntad y contra su dictamen, anunciando anticipadamente el resultado que no podría menos de tener.">
(Juicio de don Modesto Lafuente sobre el Gran Capitán).