II Conde de Tendilla y I Marqués de Mondejar, conocido como "El Gran Tendilla".
Íñigo López de Mendoza y Quiñones era hijo de Íñigo López de Mendoza y Figueroa y nieto del conocido poeta y poderoso señor Íñigo López de Mendoza, el Marqués de Santillana. Heredó el mayorazgo creado por su padre, convirtiéndose en el segundo Conde de Tendilla (Guadalajara). Le llamaron "El Gran Tendilla" y se mantuvo siempre fiel a Fernando el Católico, aunque no siempre gustoso del trato que el rey le daba.
Acompañó a su padre cuando fue embajador de Enrique IV en el Concilio de Mántua (1459) ante Pío II. Aunque no es citado en 1475 como participante en la batalla de Toro (entre los partidarios de los Reyes Católicos y los de la Princesa Juana "la Beltraneja"), quizá por no luchar contra Juana de quien había sido guardián su padre, siguió los pasos de su tío el Gran Cardenal Mendoza apoyando a Isabel la Católica y (sobretodo) a Fernando, quien, además de ser también un Trastámara, era tataranieto de Pedro González de Mendoza, el de Aljubarrota. Como recompensa a su actuación en la conquista de Madrid, en poder de partidarios de la princesa Juana, le fueron dadas algunas casas en la futura Corte Española. Gozó especialmente de la protección de su poderoso tío el Gran Cardenal Pedro González de Mendoza.
Iniciada la guerra contra el reino musulmán de Granada, el Conde se distinguió en la retirada ante el fracasado intento de tomar Loja y especialmente cuando fue nombrado Alcaide de Alhama y tuvo que defenderla en 1484-85 (tercer sitio) ante los intentos de reconquista por el Sultan Muley Hacen de Granada ("Ay de mi Alhama", del romancero). Ante la falta de fondos usó papel-moneda entre los sitiados (los llamaron en broma "naipes" por los dibujos) y cuando se cayó un lienzo de muralla por las lluvias lo cubrió con una tela pintada para engañar al enemigo mientras lo reparaban. Todos estos hechos están recogidos en diversas fuentes (favorables o no a los Mendoza) como p.e. la "Crónica de los Reyes Católicos" de Pérez del Pulgar, parte III, capítulo XXVI. De sus propios dineros pagó el Conde el papel moneda que había puesto en circulación y, pasados unos años, la Villa de Tendilla (en una carta a Francisca Pacheco, esposa del conde) le perdonó una deuda de 150000 maravedises que tenga con ella, para ayudar a los gastos que había tenido en la "jornada de Alhama".
En 1486 Íñigo fue nombrado embajador del Rey Fernando en Roma. En la decisión pudo influir su tío el Gran Cardenal, el que hubiera viajado a Italia con su padre en 1459 y el que conociera al poderoso Cardenal Rodrigo Borgia de cuando éste visitó Castilla para apoyar a Isabel y Fernando al inicio de la pasada Guerra Civil Castellana y conseguir para éstos el apoyo de los Mendoza. El objetivo era lograr ciertos privilegios del Papa (para la reforma de la iglesia en España y presentación de obispos) y lograr una tregua (convertida por su gestión personal en paces) entre el Papa, Florencia, Milán y rey de Nápoles (Ferrante, pariente de Fernando). Según Luis Suarez Fernández "la paz de 1486, éxito personal de Tendilla, constituye en verdad la raiz más profunda de la hegemonía española en Italia". También logro el reconocimiento de los hijos ilegítimos de su tio el Gran Cardenal y un segundo jubileo para el Convento de Santa Ana de Tendilla.
En Roma se cuenta que compró unas casas y las derribó para hacer leña con sus vigas, al prohibir el Papa que le vendieran leña y carbón para que no pudiera hacer los lujosos banquetes que daba. Un día invitó a cenar a la Curia Papal usando una vajilla de plata y cuando estaban sucios los platos los mandaba tirar al rio Tiber y sacar una nueva vajilla de plata limpia (luego de noche sus criados retiraron las redes tendidas en secreto en el río y recuperó todo menos una cuchara y dos tenedores).
El Papa Inocencio VIII le concedió algunos privilegios para fundar hospitales y recibir rentas (que hubieran pertenecido a la Iglesia) en Tendilla, le concedió la divisa "Buena Guia" y, sobretodo, le hizo un honor antes reservado a reyes al regalarle, "como defensor de la Cristiandad", una preciosa espada renacentista de metro y medio exornada de delicados grutescos (obra del artista Doménico de Sutri), que el Conde incluyó como bien en el mayorazgo familiar y que ahora está en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid. Segun Elías Tormo fue el estoque que "abre la brecha por la que caudalosamente" penetra el Renacimiento italiano en España. En efecto, en Italia se aficcionó a la moda Renacentista y al gusto italianizante, que trajo a España a su vuelta, convenciendo al humanista italiano Pedro Mártir de Anglería a que viniera con él en 1487 (este humanista educó a toda una generación de nobles y príncipes en Castilla, muriendo en Granada en 1526). En el séquito del Conde estuvo Lorenzo de Vázquez en quien prendieron con fuerza las nuevas ideas arquitectónicas. De las preocupaciones estéticas del Conde es muestra el Monasterio de Mondéjar (obra de ya mencionado Lorenzo de Vázquez, autor principal del Palacio de los Duques de Medinaceli en Cogolludo, provincia de Guadalajara, el palacio-castillo de la Calahorra en Granada y al que el Conde llamaría de nuevo para supervisar las obras de la Capilla Real en Granada).
Al regreso de Italia volvió a la campaña de Granada, teniendo a sus órdenes al Gran Capitán, que reconoce que fue el Conde quien le enseñó el arte de la guerra y las emboscadas (el discípulo luego voló mas alto que el maestro). Estuvo en la toma de Baza y fue Alcaide de Alcalá la Real. Instaló a sus expensas un farol para guiar a los que vinieran fugitivos desde Granada en la noche. Entre otros lances, logró la rendición del castillo moro de Freila aparentando de lejos una mayor hueste ante el enemigo al mezclar sus soldados con muleros. En una incursión capturó a una noble mora (Fátima) que se dirigía a su boda liberandola sin rescate ante la petición de Boabdil y su secretario Aben Comixa, con el que entabló amistad (sobornado Aben Comixa en 1492 ayudó a convencer a Boabdil de que rindiera Granada). En correspondencia a la libertad de Fátima, Boabdil liberó a varios caballeros y frailes prisioneros. Fue uno de los más importantes jefes militares de la guerra de Granada. No era un estratega o general de grandes batallas, sino un experto en el arte de las escaramuzas y emboscadas, atáques rápidos y repliegues.
A los 52 años el rey don Fernando le nombró el primer Alcaide de la recién conquistada Alhambra de Granada (lo sería por casi venticuatro años y sus sucesores fueron también Alcaides vitalicios con poder efectivo dos generaciones más), y Capitán General de Granada. De hecho el rey don Fernando le pasó las llaves de la fortaleza en la ceremonia de rendición, tras recibirlas de Boabdil el 2 de enero de 1492. La leyenda cuenta que Boabdil le regaló su anillo, que se perdió en Málaga en el siglo XVII al morir allí el octavo Conde de Tendilla. Íñigo se instaló en el Palacio de Yusuf III de la Alhambra, dentro del conjunto del Partal, palacio tan grande como el de la Torre de Comares y el Patio de los Arrayanes, con torre y estanque. Allí escribió la mayoría de sus cartas, que se conservan desde 1497. El palacio fue destruido en el siglo XVIII.
El conde se enfrentó al primer levantamiento morisco de las Alpujarras (1500-1502): subiendo en persona al barrio moro del Albaizín, echó su bonete rojo al suelo (no le reconocieron pues le vieron calvo y solía por entonces usar peluca blanca) e instaló a su mujer Francisca e hijos pequeños en el barrio moro como prueba de sus buenas intenciones y confianza en los moriscos. Luego mandaría las tropas contra los sublevados en la Alpujarra junto al Gran Capitán y el propio rey Fernando. Cuenta Lorenzo de Padilla que los moriscos estaban contentos con el Conde de Tendilla, que les protegía de la Inquisición, y que los del Albaicin "se tornarían cristianos y harían todo lo que el Arzobispo de Granada (Fray Hernando de Talavera) y el Conde de Tendilla les dijeran con tal que se fuera de Granada el Arzobispo de Toledo" (el Cardenal Cisneros, llegado a Granada en 1499) y que dejarían las armas. Advirtió al rey don Fernando de la inconveniencia de privar a los moriscos de sus vestiduras y costumbres, indicando que "su pobreza les impediría comprar nuevas vestimentas".
Al morir en 1502 en Tendilla su hermano Diego Hurtado de Mendoza y Quiñones, Arzobispo de Sevilla y segundo Cardenal en la familia Mendoza, se encargó de que le trasladaran desde su primera sepultura en el convento de Santa Ana hasta la Catedral de Sevilla donde había encargado un bello monumento renacentista funerario en marmol a su amigo Domenico Fancelli. El sepulcro había sido esculpido en Italia y fue trasladado por partes hasta Sevilla dónde fue montado en 1506. Íñigo redactó el epitafio escrito en el monumento.
Cuando la reina doña Isabel murió (le supervisó su primer enterramiento en Granada), sólo el futuro Duque de Alba en Castilla y él en Andalucía fueron fieles a don Fernando en 1504 frente a todos los que apoyaban a Felipe I el Hermoso, premiándoselo don Fernando al lograr la Regencia de Castilla. Íñigo incluso actuó en contra de los intereses del tercer Duque del Infantado, en su apoyo a Fernando. En 1509 hizo un viaje a sus estados en Guadalajara regresando luego a Granada, muestra de que no olvidó sus tierras de origen que además eran las principales proveedoras de fondos para su Casa. Tuvo pendencias con el Gran Capitán cuando este estaba "en su destierro de Loja", pues Tendilla pensaba que Fernando le iba a hacer merced de Loja y se la dió a Gonzalo junto con el Ducado de Sessa para alejarle "con honores" de Italia.
Desde el 25 de septiembre de 1512 fue el primer Marqués de la villa de Mondéjar (en Guadalajara, villa que acabó de comprar a los Reyes Católicos en 1487), título que incorporó al mayorazgo. Los Marqueses de Mondéjar forman parte, dentro de la nobleza, de la llamada "Grandeza de España" desde que Carlos V se la otorgó en 1556. Íñigo fue prototipo del caballero renacentista, a la vez orgulloso, guerrero, letrado y mujeriego (incluso con sesenta años, en su segunda viudez, tuvo una hija, María), pareciéndose en eso a otros Mendozas, de los que sus cronistas a sueldo decían "plugieronle mucho mujeres" o "amo mucho mujeres, mas que a tan sabio caballero conviniera".
Aunque en su vejez tuvo repetidos achaques (catarros en invierno, diarreas en verano) su cuerpo resistió hasta los 71 años. Hizo su último testamento en Granada el 18 de julio de 1515 (hay otro anterior dado el 5 de mayo de 1489 en Estremera), murió y fue enterrado con gran duelo en el Monasterio de San Francisco en Granada, siendo luego trasladados sus restos al Convento de San Francisco de La Alhambra en el lugar que dejaron libre los de la reina Isabel I cuando éstos fueron trasladados definitivamente a la Capilla Real en 1521. No olvidó a Tendilla en su testamendo dejando fondos para el Convento de Santa Ana y para la construcción de una nueva Iglesia. Curiosamente, su hijo Luis que tantos monumentos supervisó en Granada no le hizo ningún monumento funerario sobre su tumba.
Con el conde fueron enterrados algunos descendientes suyos en el convento de San Francisco de La Alhambra. La degradación del lugar en el siglo XVIII, la ocupación francesa al comienzo del XIX y la Desamortización convirtieron la iglesia en cuartel. Sus restos se perdieron, quizá fueran trasladados a Guadalajara cuando sus descendientes tuvieron que abandonar La Alhambra en el Siglo XVIII.
Se casó primero con su prima Marina Lasso de Mendoza (muy enamorada de él, murió estando embarazada y aportó al matrimonio parte de la villa de Mondéjar que con el tiempo compraría el conde) y luego con Francisca Pacheco, hija del "turbulento" Juan Pacheco, Marqués de Villena, y de María Portocarrero. Francisca e Íñigo fueron padres de María Pacheco (la mujer de Juán de Padilla, el Comunero) y de Luis Hurtado (tercer Conde de Tendilla, amigo y Consejero de Carlos V), Francisco (nacido en Granada, era obispo electo de Jaén, tercer Cardenal en la familia Mendoza y fallecido en Spira al acompañar a Carlos V a la Dieta), Antonio (primer Virrey de México), Bernardino (capitán de galeras del Mediterráneo) y Diego Hurtado (nacido en La Alhambra, poeta, prosista y Embajador de Carlos V), teniendo también varios hijos bastardos de los que la menor (también llamada María y tenida con Leonor Beltrán) nació en Granada durante su segunda viudez.
Tuvo que vender algunos pueblos de Granada para sufragar los gastos al no recibir suficiente dinero del rey Fernando, y aunque el Duque de Alba le recomendara dejar Granada e ir a la Corte a defender sus intereses nunca dejó lo que consideraba su deber: la defensa de Granada y de los intereses de Fernando. Proveyó la defensa de la costa granadina y las fortalezas a ello dedicadas, así como controlar el orden interno del Reino de Granada, poblado mayoritariamente entonces por moriscos.
Se conserva su notable relación epistolar (mas de 2000 cartas), de las que dejaba copia en La Alhambra. Destacan entre ellas aquellas en las que comenta su vida cotidiana hasta los menores detalles. Por su letra enrevesada (tanto la suya como la de sus amanuenses) era muy empleada en los exámenes de la antigua asignatura de Paleografía. Las cartas en que se mostraba enfadado solían ser de su propia mano.
Especialmente interesantes son las cartas con Pedro Mártir de Anglería y con el rey don Fernando, al que escribió en 1515 "que estoy aquí peleando por su Alteza contra su Alteza mismo" y al que a veces se quejaba de la escasez de fondos que le enviaba y que por su lejanía de la Corte a veces se sentía como exiliado. Como curiosidades contaremos como escribe acerca de que estaba habituado a la vida en Granada y que "llevaba quince años sin cruzar Sierra Morena", que "la condesa ha parido, enhorabuena" ante el nacimiento de un hijo o sobre una dentadura postiza que le hizo un morisco y, como le molestaba, la usaba sólo en las recepciones. En otra cuenta que un día se quedó durmiendo la siesta tan fresquito en el patio de Comares en vez de bajar a una reunión en Granada. De anciano se queja de "no poder salir de almogaravía" por los campos. También habla sobre los beneficios que le proporcionó la venta en subasta de la alcábala de la Feria de Tendilla en 1497 y solicita que le compren "buenos hilos de Olanda" en dicha Feria pues no los podía obtener tan buenos en Granada. Las hay en que ordena la construcción de dos molinos harineros en Tendilla, supervisa las obras por él ordenadas en el Monasterio de Mondéjar, expresa en 1514 su opinión sobre el "poco seso" del tercer Duque del Infantado, etc.
Según Helen Nader, frente a la lealtad orientada en el sentido de la propia familia ("ser un Mendoza"), el segundo Conde de Tendilla ("el Gran Tendilla") siempre mantuvo su lealtad por el Rey Fernando.