Desde que los Reyes Católicos iniciaron una nueva política exterior expansionista, que culminó con la adquisición de nuevos territorios en las islas Canarias, península Ibérica, norte de áfrica, Italia, Flandes y América para la corona española, dio comienzo un vasto programa de fortificaciones para proteger estos territorios de posibles agresiones externas, que tuvo su mayor esfuerzo en el siglo XVI con los reyes Carlos I y Felipe II, pero que fue continuado durante el siglo XVII por los reyes Felipe III, Felipe IV y Carlos II.
(Extraido de Juan Carrillo de Albornoz. Historia del Arma. Imprenta de la Academia de Ingenieros. Hoyo de Manzanares, 2002. Primera parte. Pág. 2-40.)
El reinado de los Reyes Católicos inició una era de sesenta años de política exterior expansionista, ocurrida entre 1478 y 1538, que colocó a España en posesión de un inmenso territorio a ambos lados del océano. El periodo se inició con las campañas para finalizar la conquista de las Islas Canarias (1478-96), continuó con la guerra de diez años contra Granada (1482-92); siguió con treinta años de campañas para expulsar a Francia de los territorios italianos del Milanesado y Nápoles (1494-1526), y culminó con las conquistas de Navarra (1512) y diversas plazas en el norte de África (Melilla en 1494, Mazalquivir en 1505, Orán en 1509, intentonas de Argel de 1516 y 1518).
En esos mismos años, al otro lado del océano España comenzó la conquista de nuevos territorios en el Caribe (1492-1500), Venezuela (1499-1510), Río de la Plata (1510-89), Yucatán (1517-1546), Tabasco (1518-64), Méjico (1519-21), El Salvador (1524-40), Guatemala (1524), Perú (1532-33) y Chile (1535-98).
Por último, a política matrimonial de los hijos de los Reyes Católicos los emparentó con Portugal, el Sacro Imperio Romano Germánico y el ducado de Borgoña, lo que trajo aparejada la posesión de nuevos territorios en Europa. Como consecuencia de todo ello, a principios del siglo XVI, España dio comienzo un vasto programa de fortificaciones, un auténtico Plan de Defensa del Territorio, que se prolongó en los siglos XVI y XVII para proteger la península y las nuevas posesiones americanas y europeas de las agresiones externas.
El plan de defensa citado es poco conocido por el gran público, y merece la pena detenerse en él. Contempló obras de mejora y de nueva planta en el Rosellón, la Cerdaña, el Pirineo, la frontera con Portugal y en las costas cantábrica, atlántica y mediterránea:
Obras de mejora y de nueva planta en las plazas de Salces, Perpignan, Elna y Colibre en el Rosellón;
Puigcerdá en la Cerdaña;
Le Perthús, Seo de Urgel y la Vall D'Aran en el Pirineo oriental;
Pamplona, Estella, Tudela, Lumbier y Sangüesa en Navarra; Logroño en Castilla, asociada a cerrar esta vía de penetración;
Jaca, Canfranc, Hecho, Ansó, Ausó, Santa Elena, la canal de Verdún, Ainsa y Benasque en los Pirineos centrales de Aragón;
Fuenterrabía, San Sebastián, Guetaria, Pasajes, Santander y Santoña en la costa cantábrica;
La Coruña y las rías de Betanzos, el Ferrol y Vigo en la costa gallega;
El castillo de San Juan de la desembocadura del río Tajo y el de San Felipe en Setúbal, ambos en Portugal;
Cádiz, la isla de León, Gibraltar, Fuengirola, Estepona, Málaga, Almuñecar, Almería, Salobreña y Granada, en las costas de los reinos de Granada y Andalucía;
Guardamar, el Grao, Denia, Cullera, Peñíscola y Alicante en el reino de Valencia;
Rosas, Barcelona, Tarragona y Tortosa en la costa del principado catalán.
A ellas se unió el sistema de torres de defensa del litoral mediterráneo. Se trató de un total aproximado de ciento cincuenta torres de vigilancia y aviso, de entre dos y tres plantas de altura, con cuerpo macizo para aguantar impactos de Artillería, que fueron mejoras de otras ya existentes o construidas de nueva planta a lo largo del siglo XVI en el litoral mediterráneo entre las fronteras de Portugal y Francia, y a las que se sumaron las torres de vigilancia de las islas Baleares.
También se incluyeron en este plan las fortificaciones de las plazas del norte de África, desde Ceuta hasta la isla de Gelves en Túnez, las fortificaciones de las islas Canarias y las fortificaciones y defensas de los nuevos territorios americanos.
Cuesta imaginar el ingente esfuerzo de gestión, planificación y ejecución que llevaron a cabo los reyes Carlos I y Felipe II para llevar esos planes de defensa a buen puerto. Para ello diseñaron un procedimiento centralizador para la construcción o reforzamiento de las fortificaciones, que iniciaba el Capitán General de Artillería, el Capitán General del Reino o un militar de alta graduación, quienes visitaban la zona acompañados de un "Ingeniero del Rey" para emitir un informe técnico sobre las mismas al Consejo de Guerra o al Consejo de Indias, en función de territorio a fortificar, organismo debía aprobar el proyecto y presentarlo para decisión al rey.
Durante el reinado de Carlos I la amenaza francesa se cernía sobre Navarra, el Rosellón y la depresión vascongada, por lo que allí se dirigieron los esfuerzos de fortificación de este monarca, que fueron continuados por su hijo, quien además inició la fortificación de los Pirineos centrales.
La amenaza de los piratas berberiscos y de los turcos obligó a Carlos I a fortificar el litoral mediterráneo, e igual política siguió su hijo Felipe II.
La ausencia de una flota francesa capaz de atacar con éxito el litoral cantábrico y la fachada atlántica motivaron la práctica ausencia de fortificaciones en estas zonas durante el siglo XVI.
La fortificación de la frontera con Portugal se descuidó debido a la política de unión de este reino con España llevada a cabo por los reyes españoles mediante enlaces matrimoniales.
Durante el reinado de Felipe II se realizaron la mayoría de las plazas fuertes y fortificaciones en nuestras fronteras y costas americanas, que cobraron tal importancia que se diseñó un procedimiento centralizador para la construcción de las mismas:
EL ROSELLÓN
Tras la recuperación del Rosellón después del ataque francés de 1496 en el marco de la primera campaña de Italia, Fernando el Católico ordenó al capitán Ramiro López fortificar la provincia. Este realizó obras de fortificación en Salces, Perpignan, Elna y Colibre, en el Rosellón, y en la plaza de Puigcerdá, en la Cerdeña.
A mediados del siglo XVI el capitán Luis Pizaño, que estaba realizando obras de fortificación en Barcelona y Rosas, se trasladó al Rosellón y la Cerdeña para trazar las obras del castillo y la ciudadela de Perpignan, el fuerte de San Telmo de Colibre (de forma atenazada o estrellada), y algunas otras en Salces y Puigcerdá.
También se fortificaron en esos años Vella Guardia, Le Pertús, Tratan, Puig Valledor, Puigcerdá y la Seo de Urgel.
Todas estas fortificaciones resistieron numerosos ataques de los franceses hasta que en 1659 se perdió el Rosellón a favor de Francia tras la desgraciada Paz de los Pirineos.
NAVARRA
Tras su incorporación en 1512 a la corona de España, el reino de Navarra fue fortificado para rechazar los previsibles intentos franceses de invasión. Las primeras obras se realizaron en Pamplona, donde encontramos trabajando a lo largo del siglo a Luis Pizaño, Juan Bautista Calvi, Juan Bautista Antonelli, el Fratín, Cristóbal de Rojas y Antonio Herrera.
Posteriormente se fortificaron Estella, Tudela, Olite, Lumbier y Sangüesa. Logroño fue fortificada por Juan Bautista Calvi.
PIRINEOS CENTRALES
Los franceses no llevaron a cabo ataques hacia Aragón hasta finales del siglo XVI, por lo que esta zona no fue fortificada hasta estos años. Tiburzio Spannocchi y Francisco de Miranda fortificaron Zaragoza; la ciudadela de Jaca fue proyectada y construída por Spannocchi, quien fortificó también Castell León en el Valle de Arán. Hernando de Acosta realizó obras en Canfranc, Hecho, Ausó y Santa Elena. Finalmente, Hernando de Acosta y Spanocchi realizaron juntos obras en la canal de Verdún, Ainsa y en el castillo de Benasque.
FRONTERA CON PORTUGAL
La fortificación de la frontera con Portugal se descuidó debido a la política de unión de este reino con España llevada a cabo por los reyes españoles mediante enlaces matrimoniales. No obstante, a la muerte del rey Sebastián en la batalla de Alcázar-Kebir en 1578 y de su sucesor, el cardenal Enrique, en 1580, Felipe II reclamó el trono portugués como hijo que era de la emperatriz Isabel, hija mayor del rey Manuel I de Portugal. Para ello situó el ejército del duque de Alba en Badajoz, con objeto de avanzar posteriormente sobre Lisboa.
De esta época (marzo de 1580) data el informe del ingeniero Juan Bautista Antonelli sobre "el orden y caminos que han de seguir las tropas que han de formar el ejército que se ha de reunir en Badajoz", y el informe posterior del mismo ingeniero fechado el 18 de agosto en Setúbal sobre "todo lo que había observado en el reconocimiento de los caminos por donde debe pasar el ejército de la Andalucía, que se ha de reunir en Extremadura." De aquellos años son tambien las trazas de los ingenieros Fratín y Turriano del castillo de San Juan, en la desembocadura del Tajo, y del castillo de San Felipe, en Setúbal.
LITORALES CANTÁBRICO Y ATLÁNTICO
Carlos I no realizó obras de fortificación en estas costas, ya que la amenaza se cernía en el Levante por los ataques piratas de Barbarroja, y estos se circunscribían al Mediterráneo. Por su parte, en aquellos años Francia no disponía de una flota de guerra capaz de oponerse a la española al mando de Andrea Doria, por lo que no se temían ataques marítimos por parte de esta nación vecina. No obstante, se trabajó con ahinco en las provincias vascongadas para frenar las amenazas de invasiones por tierra de la vecina Francia.
Costa vascongada
Durante el reinado de Carlos I las fortificaciones de las plazas de Fuenterrabía y San Sebastián fueron proyectadas por el Prior de Barletta y por Benedito de Rávena. Posteriormente el Fratín comenzó las obras en Fuenterrabía, que fueron continuadas por Leonardo Turriano y el capitán Luis Pizaño a mediados del siglo XVI.
Las obras de San Sebastián fueron comenzadas por el capitán Luis Pizaño a mediados del siglo XVI y continuadas por el Fratín y Spanocchi.
Por su parte, Spanocchi realizó las trazas de las plazas de Guetaria, Pasajes, Higuer y Beovin.
Santander
Vespasiano Gonzaga, Capitán General de Navarra, visitó las fortificaciones de Santander, donde encontramos a el Fratín trabajando como ingeniero no solo en Santander sino también en el puerto de Santoña. Por su parte, Cristóbal de Rojas fue el autor del proyecto y construcción del fuerte de San Martín, en el puerto de Santander.
Galicia
Galicia no sintió amenaza alguna hasta que Inglaterra dejó de ser aliada y convertirse en enemiga de la corona española, no comenzando sus fortificaciones hasta después de la derrota de la Armada Invencible. En noviembre de 1589, seis meses después del ataque de la armada inglesa a La Coruña, Tuburcio Spanocchi llegó a la ciudad para reconocer la plaza y las rías de Betanzos y el Ferrol. Los trabajos de fortificación se iniciaron en 1590, y en ellas trabajó el alférez Pedro Rodríguez, el mismo que emitió en 1595 un informe sobre la fortificación de la ría de Vigo.
LITORAL MEDITERRÁNEO
Las costas mediterráneas fueron las más fortificadas de la península debido al peligro real que suponían los ataques piratas de los berberiscos, aunque el esfuerzo principal en cuanto a número de trabajos se hizo durante el reinado de Felipe II.
Principado de Cataluña
Primeramente se fortificó Barcelona, cuyas primeras trazas parece que se deben al propio emperador Carlos V. Posteriormente, y desde 1542, el ingeniero italiano Juan Bautista Calvi proyectó otras obras más modernas, entre las que se encuentran las Atarazanas, y en las que trabajó el capitán Luis Pizaño.
Seguidamente se fortificaron Tarragona, los Alfaques de Tortosa y Cartagena, cuyas obras se completaron en la segunda mitad del siglo XVI.
En 1544 el capitán Luis Pizaño se encuentra fortificando la plaza de Rosas, donde construye un "reparo" y un foso rodeando las antiguas murallas, y proyecta la construcción de cuatro baluartes que no se realizarían finalmente. Su trabajo fue continuado y terminado por el ingeniero italiano Juan Bautista Calvi, quien construyó un fuerte abaluartado pentagonal que subsistió hasta el siglo XVII y al que se añadieron posteriormente unas "medias lunas" y algunas obras de tierra inspiradas en la fortificación holandesa.
En la entrada al puerto de Rosas el capitán Pizaño construyó y terminó el castillo de la Trinidad, de forma atenazada, que contaba con un revellín que cubría la puerta de entrada al fuerte.
Reino de Valencia
Los ingenieros Antonelli, Fratín, Calvi, Escipión Campi, Hernando de Acosta, Luis de Carrera y Leonardo Turriano trabajaron en las fortificaciones de Guardamar, el Grao, Cullera, Denia, Peñíscola, Bernia y Alicante.
Costas del Reino de Granada y Andalucía
Nada más finalizar la Guerra de Granada (1482-1492), los Reyes Católicos encargaron al comendador Ramiro López, artillero e ingeniero, las fortificaciones de Granada, Salobreña, Almería y Almuñecar.
El temor a las posibles invasiones africanas y turcas aumentó el número de obras realizadas a partir del reinado de Felipe II. Trabajaron los ingenieros Francisco Aguilera, Francisco de Herrera, Calvi, el corregidor Cristóbal de Eraso, el Fratín, Antonelli, Fabio Borsoto, Bartolomé Quemado, Spanocchi, Juan Pedro Libadote, Cedillo y Cristóbal de Rojas.
En Málaga el Fratín trabajó en el castillo de Gibralfaro; y Fabio Borsoto trabajó en el muelle del puerto. Además, se repararon o construyeron fortificaciones en Estepona, Vélez-Málaga, Torrox, Fuengirola, Ventomiz, Casarabonella, Gibraltar, Isla de León y Cádiz.
EL SISTEMA DE TORRES DE DEFENSA DEL LITORAL
Un capítulo importante de la fortificación peninsular del siglo XVI fue el sistema de torres de defensa del litoral, construidas fundamentalmente durante el reinado de Felipe II, aunque comenzaron a erigirse en tiempos del Emperador, y que se seguirían construyendo a lo largo del siglo XVII.
Se trataba de proteger a las poblaciones situadas en el Mediterráneo de los ataques piráticos de los berberiscos, o incluso, de posibles invasores norteafricanos o turcos. Tanto la costa sur como la costa levantina se vieron frecuentemente atacadas por los piratas, e incluso por los otomanos. Por poner algún ejemplo, en 1543 los turcos atacaron Palamós y Rosas, en 1550 saquearon Cullera, Pollensa y Benalmádena, mientras que, por su parte, los piratas berberiscos saquearon Cuevas de Almanzora en 1573. Los ataques eran rápidos y por sorpresa, de ahí que se pensara en una serie de torres que permitieran que se avisara en caso de peligro. El sistema utilizado eran alarmas ópticas mediante columnas de humo durante el día y fogatas por la noche, que se activaban en cuanto los vigías se apercibían de la presencia de un barco sospechoso.
La idea de una serie de torres vigías no era nueva; el propio Juan Bautista Antonelli, en uno de sus informes, citaba a Plinio como fuente de autoridad. Por otra parte, los propios árabes las construyeron con tal finalidad durante su permanencia en la península Ibérica. En cuanto a las plantas y estructura de las torres, estas fueron variadas, tal y como corresponde a un periodo tan amplio de construcción (que va desde los Reyes Católicos hasta Carlos II), así como a la sucesión de ingenieros militares encargados de su construcción.
Desde principios del siglo XVI, las torres perdieron altura, buscando un escarpe suave, al tiempo que se reforzaron en su interior para soportar incluso los ataques de la artillería. Sus plantas fueron cilíndricas, cuadradas, poligonales en algún caso, y, excepcionalmente, estrelladas. Levantadas sobre una base o plinto, tenían un primer cuerpo macizo sobre el que se encontraba la puerta (a la que se accedía por medio de una escala que podía retirarse), al que seguía otro cuerpo con una o dos salas abovedadas, desde las que se podía llegar a la plataforma superior, de superficie mayor o menor en función de que albergase artillería o no.
Su distribución por el litoral fue la siguiente:
En el litoral andaluz comprendido entre la frontera con Portugal y Gibraltar ya existían diecinueve torres cuando Felipe II ordenó en 1576 a Bautista Antonelli que estudiara la construcción de otras, hasta totalizar cuarenta y cinco.
En la Costa del Reino de Granada, que correspondía al litoral del antiguo reino nazarí, había treinta y nueve torres construidas cuando se terminó la Reconquista, aunque su estado obligó a que algunas de ellas fuesen reconstruidas. Felipe II aceleró el proceso, de modo que en 1576 ordenó la construcción de cuarenta y cinco, las cuales fueron terminadas treinta años después por el ingeniero Juan de Oviedo
En la Costa del Reino de Murcia, en 1578 Felipe II ordenó, según propuesta de Antonelli, la construcción de treinta y seis torres, nombrando como ingeniero para su construcción a Sebastián Gómez de Zufre, que ya había trabajado en Cartagena.
En la costa del Reino de Valencia, muy amenazada por su situación respecto del norte de África, en 1566 Antonelli aconsejaba que las torres ya construidas fuesen dotadas de artillería, ensanchando la plataforma superior.
En la costa del Principado de Cataluña fueron prioritarias las torres de los Alfaques, tenido como "albergue y nido de corsarios". Durante el reinado de Felipe II se construyen dos grandes torres (casi dos fuertes) en la entrada del río Ebro. En cuanto al resto de la costa catalana, en la segunda mitad del siglo XVI se ordenaba la construcción de veinticinco de ellas.
En las Islas Baleares, en Ibiza y Formentera, se aconsejaba la construcción de torres para prevenir ataques piratas. Referente a Mallorca, ya en 1583 existían algunas torres, y un año después, se encarga al matemático y astrónomo Juan Bautista Binimellis, la construcción de las torres necesarias.
PLAZAS DEL NORTE DE ÁFRICA
Conforme los Reyes Católicos fueron tomando plazas en el norte de África, daban órdenes para la construcción o reparación y mejora de fortalezas. Igual política siguió Carlos I. De esta manera se realizaron trabajos de fortificación en Mazalquivir, Orán, Argel, Trípoli, Bujía y la isla de Gelves, algunos de ellos a cargo del ingeniero Pedro Navarro.
El ingeniero conocido como el Prior de Barletta realizó en 1527 el primer proyecto conocido de fortificación moderna de la ciudad de Melilla, cuyas obras defensivas habían sido comenzadas por Ramiro López cuando éste trabajaba en las fortificaciones del reino de Granada. Las nuevas fortificaciones de la ciudad fueron comenzadas en época de Felipe II por Benedicto de Rávena y continuadas por Hernán Pérez, Francisco de Tejada, Juan de Zurita, Agustín Amodeo, el Fratín y Gil de Andrade.
Tras la campaña de Túñez, el ingeniero italiano Ferramolino se encargó en 1535 de fortificar la Goleta, siendo sustituido posteriormente por el Fratín, y el ingeniero Benedito de Rávena hacía lo propio en Bona.
En época de Felipe II el peñón de Vélez de la Gomera fue fortificado por Agustín Amodeo, y las obras de Ceuta fueron mejoradas por Juan Venegas Quijada.
ISLAS CANARIAS
En 1584 Leonardo Turriano proyectó un muelle y un torreón para la isla de Palma, y el fuerte de San Francisco para la isla de Gran Canaria. Posteriormente, Próspero de Cazorla trabajaría en 1595 en las islas, manifestando ser discípulo de Spanocchi y Turriano.
Mención aparte merecen las obras de fortificación de las posesiones americanas iniciadas a los pocos años de la conquista, y cuya mejora fue objeto de un plan de defensa de los dominios de ultramar iniciado por Felipe II. A él se deben las fortificaciones de Cartagena de Indias, iniciadas en 1533, mejoradas en 1566 y continuadas en 1599; Santa Marta, en la costa venezolana, iniciadas en 1528 y continuadas en 1563 y 1573; y Veracruz, que se iniciaron en 1552 y se continuaron en 1570. Incluye un plan específico de defensa del área del Caribe, cuya autoría le corresponde al ingeniero Bautista Antonelli, que incluyó la remodelación de las obras de fortificación iniciadas en la década de 1530 en La Habana, Santo Domingo, Puerto Rico y Portobelo, el diseño y construcción de otras de planta nueva en un proceso continuo que duró hasta finales del siglo XVI, y el Plan de Defensa del Estrecho de Magallanes.
Durante el siglo XVII la situación militar en América empeoró para España, pues a caballo del cambio de siglo las posesiones americanas sufrieron los ataques de diversas expediciones inglesas, francesas y holandesas que probaron la vulnerabilidad de las mismas, lo que obligó a los reyes Felipe III, Felipe IV y Carlos II a reanudar periódicamente el esfuerzo de fortificación llevado a cabo hasta la fecha. A estas necesidades de fortificación se unieron las derivadas del apoyo a las campañas militares (confección de mapas y ataque a plazas fortificadas principalmente), que llevaron a cabo los ejércitos españoles durante los ciento veinte años de guerras que sostuvieron, solo en Europa y norte de África, a lo largo de los siglos XVI y XVII.
Juan Carrillo de Albornoz. Historia del Arma. Imprenta de la Academia de Ingenieros. Hoyo de Manzanares, 2002. Primera parte. Pág. 2-40.