Con su fuga desde la ciudad de su guarnición hasta la ciudad rebelde de Valencia, el Regimiento Real de Zapadores Minadores se convirtió en la primera unidad militar española organizada que, con su bandera al frente, se levantó contra los franceses.
Cronológicamente, el primer hecho de relevancia militar en la Guerra de la Independencia fue el episodio conocido con el nombre de la Fuga de los Zapadores, acaecido entre el 24 de mayo y el 7 de junio de 1808.
Las noticias de los sucesos ocurridos en Madrid el 2 de mayo llegaron pronto a Alcalá de Henares, donde tenían su guarnición la Academia de Ingenieros y el Regimiento Real de Zapadores Minadores. Los oficiales y la tropa sabían que los franceses habían reprimido la revuelta popular con extrema dureza, mientras las tropas españolas quedaban encerradas en sus cuarteles por orden del Capitán General de Castilla la Nueva, D. Francisco Javier Negrete. El rey estaba fuera de la Corte y la Junta de Gobierno nombrada por él no supo como responder.
El 4 de mayo el mariscal Murat fue nombrado Lugarteniente General del Reino por Carlos IV, dignidad que le confería la presidencia de la Junta de Gobierno. El 20 de mayo la Gaceta publicó la renuncia de Carlos IV y Fernando VII en la persona de Pepe Botella. Napoleón había respetado la legalidad española y, aparentemente, el cambio de monarca se hizo de forma limpia y legal.
Desde el 2 de mayo los oficiales y tropa de Ingenieros de Alcalá de Henares supieron de deserciones numerosas, hasta en grupos de cincuenta individuos, entre los Regimientos de Guardias Españolas y Walonas y otros cuerpos de la guarnición de Madrid. Pero hasta la fecha, ninguna unidad había desertado de forma organizada.
El Regimiento Real de Zapadores Minadores tenía por aquel entonces disminuidos sus efectivos. De las diez compañías que lo formaban, tan solo había dos compañías en el acuartelamiento; las otras ocho compañías estaban agregadas al ejército de operaciones de Portugal, trabajos en Mahón, Campo de Gibraltar, Badajoz y Cádiz. Otro tanto ocurría con las Planas Mayores. Además, se habían extraido tropa y oficiales de todas las unidades para formar la Unidad Expedicionaria de Ingenieros del ejército de operaciones de Dinamarca al mando del marqués de La Romana.
Las dudas sobre la situación existente en el país y el gobierno de la nación confundían a los oficiales del Regimiento y la Academia. Por un lado, por patriotismo se sentían inclinados a levantarse contra los franceses, si bien parecía locura sublevarse contra sus numerosos efectivos con tan escasa guarnición. Por otra parte, la situación no era clara, la legalidad se había respetado y aquellos hombres estaban acostrumbrados a respetar los actos del rey como actos soberanos y legítimos. Así pensaba el coronel del Regimiento y director de la Academia, don Manuel de Pueyo y Díez, que no era favorable al cambio de gobierno ni a los nuevos gobernantes, pero que sentía la subordinación jerárquica y no quería dar pasos que condujeran al Regimiento Real a la ruina.
A pesar de ello, algunos oficiales empezaron a preparar la salida de las fuerzas que quedaban en Alcalá con destino a Cuenca, con intención de levantarla y dar ejemplo al resto de la nación. La iniciativa de la fuga partió del Sargento Mayor D. Julián Albo Helguero, profesor destinado en la Academia de Ingenieros con el encargo de redactar los tratados militares del plan de estudios. Con él se reunían frecuentemente los subtenientes alumnos de la Academia Francisco López, José Segovia, Mariano Albo y Salvador Manzanares. Tan solo quedaban en el Regimiento unos 400 efectivos, la mayor parte fuerzas del 1er. Batallón (además de la plana mayor del Regimiento): su plana mayor, la Compañía de Minadores y la 3°. Compañía de Zapadores. El subteniente López creía estar seguro de su 3° Compañía de Zapadores, lo mismo que el subteniente Albo de su Compañía de Minadores, por lo que se ofrecieron a sacarlas en columna.
La situación se agravó el día 23 de mayo. Por la tarde, a la hora del ejercicio, los oficiales notaron desasosiego entre la tropa, y supieron que se debía al que creían que les iban a dar el prest o salario del ejército francés, lo que les tenía disgustados porque ellos no querían pertenecer a ese ejército. Francisco López y Mariano Albo tuvieron que tranquilizar a las tropas, que además temían que los franceses les obligasen a jurar el nuevo gobierno del rey José Napoleón, dada la proximidad de Alcalá de Henares a Madrid.
Al día siguiente, 24 de mayo, el coronel Pueyo fue al cuartel y visitó separadamente a las dos compañías. Manifestó a la tropa que conocía sus temores y les ofreció marchar a quien lo quisiera a las distintas compañías del Regimiento destacadas en los trabajos de la Península en Badajoz, San Roque, Cádiz, etc. Su propuesta no fue aceptada por ningún soldado. Junto con sus oficiales, proclamaron "preferir morir de hambre a comer el rancho costeado por el dinero francés". Dado el estado de ánimo de la tropa y los oficiales, el sargento mayor D. Julián Albo y los subtenientes decidieron marcharse esa misma noche.
A la hora de la lista de retreta formaron las dos compañías con las armas frente al cuartel y marcharon a casa del coronel. Subieron a verle el subteniente Manzanares y el sargento Alonso, le expusieron claramente su intención de dirigirse hacia Cuenca, y le rogaron que no les abandonara y que marchase con ellos. El coronel Pueyo no desaprobó su decisión e incluso la encontró justificada, pero decidió no acompañarles. Los oficiales Quiroga y De Gregorio tampoco se unieron. Entonces se puso al frente de la columna el Sargento Mayor, comandante del ejército, D. José Veguer. Iba acompañado por seis oficiales: los tenientes D. Francisco Xaramillo y D. Quintín de Velasco y Ordoñez, y los subtenientes alumnos ya mencionados Mariano Albo, José Segovia, Salvador Manzanares y Francisco López. Curiosamente, el Sargento Mayor D. Julián Albo, instigador del movimiento, no se unió a él a pesar de haber prometido que se uniría en el puente de piedra de Villalvilla.
A las doce de la noche del día 24 de mayo la columna se puso en marcha a tambor batiente en correcta formación con la bandera del 1er. batallón desplegada. Se dirigieron hacia el puente de piedra a Villalvilla, pueblo situado a una legua de Alcalá, camino de Almonacid. Seguían a la columna algunos carros y acémilas que conducían la caja de caudales del Regimiento, la munición, el resto del armamento y las herramientas. A ellos se unieron dias más tarde parte de los profesores y alumnos de la Academia de Ingenieros, mientras otros se dirigirían más tarde a diversas plazas de España, con lo que la Academia de Ingenieros quedó de disuelta "de facto".
Con esta acción, el Regimiento Real de Zapadores Minadores y la Academia de Ingenieros se convirtieron en las dos primeras unidades organizadas que, con su bandera al frente, proclamaron la independencia contra Napoleón y sus representantes.
Antes de partir, el comandante Verguer redactó la siguiente proclama, que conocemos por haber sido publicada en la Gaceta de Valencia el 7 de junio de 1808:
"Soldados españoles:"
"El juramento que acabais de hacer espontáneamente de defender esas Banderas hasta el último aliento en defensa de la Patria, es el primer escalón por donde vais a subir a la clase de los Heroes. Madrid desasrmado con ardides de perfidia mira con dolor rabioso, sus calles teñidas con la sangre inocente de sus conciudadanos asesinados, y suspira por un socorro pronto. Nuestro Príncipe, nuestros Xefes en opresión callan; y también gimen nuestra sagrada religión y sus Ministros."
"Todo peligra y corre riesgo en un profundo silencio; mas españoles, escuchad todos y creedme: Yo ya no puedo resistir a un interior impulso, me parece oygo una voz imperiosa que me manda os diga: venid conmigo, valientes; corred en pos de mí sin deteneros un punto, demos una vuelta a nuestro suelo, y veremos dentro de unos dias muchos millares de paisanos, de soldados descarriados, que buscan quien los dirija unidos a nuestro Cuerpo. Organicémosle, y con ímpetu de leones buscaremos, acometeremos en su centro, a esas tropas de bandidos y asesinos engañadore, y los despedazaremos para escarmiento eterno."
Al amanecer del 25 de mayo la columna llegó a Villalvilla, donde hicieron un alto para descansar. Habían hecho la marcha de noche y con un fuerte aguacero que había dejado el camino en tal mal estado que sólo consiguieron pasar los carros a fuerza de brazos y enganchando alternativamente en cada uno de ellos las mulas de arrastre de los otros. Tras el descanso prosiguieron hacia Yebra. Durante el camino un sargento y un soldado trataron de organizar un motín contra los oficiales, tentativa que fue cortada de raiz y que obligó a los causantes a desertar para evitar el castigo que se cernía sobre ellos.
El día 26 de mayo pasaron el Tajo por la barca de Zorita, y marcharon hacia Almonacid. Dejaron un sargento y 14 soldados para retirar la barca a la orilla izquierda y avisar en caso de que se presentasen tropas francesas. El comandante Veguer envió orden a los pueblos de la orilla que retirasen todas las barcas.
Una vez en Almonacid, a medio día del 26 de mayo se presentó un cabo al comandante Veguer para informarle que el capitán de Ingenieros D. Francisco Bustamante había llegado a la orilla del Tajo con un pliego del Mariscal de Campo D. Antonio Samper, Comandante General interino del Real Cuerpo. El comandante Veguer ordenó que se dejase pasar al capitán Bustamante. Ambos oficiales comieron juntos, y después Veguer reunió al resto de oficiales en su alojamiento para dar a conocer el pliego del mariscal Samper. En él se les decía que Murat se había extrañado de que la columna hubiese salido de Alcalá sin tener ordenes para hacerlo, por lo que el mariscal Samper les llamaba a la razón y les aconsejaba que regresasen, prometiendo su intercesión para obtener el indulto. Tras la lectura, tomó la palabra el oficial más moderno, el subteniente López, que manifestó que no quería ningún indulto, que no era consciente de haber obrado mal y que deseaba seguir adelante. El resto de los oficiales fue de la misma opinión. El comandante Veguer ordenó reunir a la tropa frente a su alojamiento. El subteniente Albo, acompañado del resto de subtenientes, les leyó el oficio. Los soldados gritaron que no querían regresar y, sabiendo que los oficiales eran de su misma opinión, los levantaron en hombros entre grandes aclamaciones y muestras de alegría.
Al amanecer del 27 de mayo la columna prosiguió su marcha, que discurrió sin novedades. Por su parte, el capitán Bustamante se quedó un día en Almonacid para dar ventaja a los fugados, a quienes prometió que se uniría a ellos.
El 28 de mayo el capitán Bustamante volvió a Madrid para llevar la respuesta de los fugados al mariscal Samper. Tras hacerlo, regresó sobre sus pasos para incorporarse a la columna del comandante Veguer y unirse a los fugados. Mientras tanto, estos prosiguieron su marcha ese día sin novedades. Por la noche los oficiales se reunieron con el comandante Veguer, que les transmitió su desánimo por su situación de aislamiento y la falta de noticias de lo que ocurría en el país.
Al día siguiente, 29 de mayo llegaron a Valdecolmenas. El cura párroco les salió al encuentro, acompañado de un paisano que acababa de llegar de Cuenca. Les entregaron una copia de la proclama que había dado en Valencia el Conde de Cervellón el 23 de mayo llamando a las armas para combatir a los franceses. La noticia levantó el ánimo de los oficiales. El comandante Veguer ordenó la lectura a la tropa, que se mostró jubilosa y lanzó gritos de "¡Viva España!" y "¡Viva Fernando VII!". El subteniente López fue enviado a Cuenca para contactar con las autoridades y enterarse de su actitud y la del pueblo. Por su parte, la columna prosiguió su marcha hasta Villar del Horno, donde pernoctaron.
El 30 de mayo los fugados celebraron la festividad del Santo Patrón San Fernando en Villar del Horno. El cura párroco celebró para ellos un Te Deum y los soldados hicieron tres descargas de fusilería gritando "¡Viva la Nación!" y "¡Viva Fernando VII!". Por la tarde llegó el subteniente López con noticias de la actitud dudosa de las autoridades de Cuenca, por lo que el comandante Veguer decidió dirigirse a Valencia.
Por la noche reanudaron la marcha y pasaron por Arcas y Carboneras, donde llegaron al amanecer el 31 de mayo.
El 1 de junio llegaron a Villora, donde supieron que el Reino de Aragón también se había levantado el 24 de mayo. Estando en Villora, los oficiales descubrieron cierta alteración en la tropa, motivada porque un paisano apodado el Mameluco, que acompañaba a las tropas desde su partida de Alcalá de Henares, pretendía inducir a algunos soldados a asesinar a los oficiales y robar la caja del Regimiento, debido al malestar producido porque algunos de los soldados aragoneses preferían que la columna marchase hacia Zaragoza. El comandante Veguer ordenó el arresto inmediato de el Mameluco y su custodia en un castillo cercano a Villora bajo una guardia de un sargento y ocho soldados. El arrestado fue conducido con esta guardia durante el resto del viaje hasta Valencia.
El 2 de junio continuaron la marcha y llegaron a Camporrobles.
El 3 de junio, una vez rebasado Utiel, se presentó un soldado perteneciente a una partida de caballería que había en Requena, informando al comandante Veguer que el cabo y los soldados que iban en vanguardia de la columna habían sido arrestados por la Junta local porque se decía que entre los fugados iban franceses. El comandante Veguer ordenó dirigirse a Siete Aguas, sin pasar por Requena. En el camino vieron acercarse una gran multitud de paisanos cuya actitud se desconocía. Veguer ordenó detener la columna y formar las compañías en orden de batalla. Los paisanos se dispersaron, excepto dos que se acercaron a caballo, que dijeron que el pueblo de Requena había confirmado la falsedad de los rumores, se había sublevado contra el Corregidor y la Junta y que deseaban que los soldados entrasen en Requena. A los pocos instantes llegaron otros dos individuos de la Junta rogandoles lo mismo, por lo que el comandante Veguer ordenó dirigirse hacia Requena, donde la columna de Ingenieros entró siendo recibida entre grandes aclamaciones de la población. Desde allí el comandante Veguer dió parte al Capitán General de Valencia informadole de su llegada y solicitando su permiso para entrar en aquel Reino, y solicitando que enviase la contestación a Buñol, donde la columna marcharían al día siguiente.
El 4 de junio llegaron a Buñol, si que allí hubiera esperando ninguna respuesta del Capitán General.
El 5 de junio llegaron a Cuarte y seguían sin recibir respuesta, por lo que el comandante Veguer ordenó al subteniente Manzanares que marchara a Valencia a enterarse lo que pasaba en la ciudad y a entregar un pliego suyo al Capitán General.
Al amanecer del 6 de junio el subteniente Manzanares partió para Valencia y se dirigió al Palacio de Capitanía, pero la guardia no le dejó pasar. Los soldados le informaron que aquella noche habían sido asesinados por orden del canónigo D. Baltasar Calvo todos los franceses que estaban presos en la Cuidadela. En ese momento llegó al Palacio una multitud de paisanos que, de orden del canónigo, conminó a los guardias a entregarles su armas, cosa que hicieron ante el estupor de Manzanares, quien comprendió que no podía ver al Capitán General en ese momento. En su lugar, se dirigió a casa del teniente de Ingenieros D. Lorenzo Medrano, destinado en aquella plaza, quien le aconsejó que se entrevistase con el Conde de Cervellón. Se dirigieron a casa de éste, le entregó el pliego y, una vez leido, el Conde de Cervellón le dijo que los Ingenieros debían de entregar las armas al pueblo, tal y como había hecho la guarnición de Valencia. El subteniente Manzanares contestó que "sus hombres preferían morir con sus armas en la mano antes que entregarlas", y que si no se les acogía en la ciudad de Valencia, la columna se iría al día siguiente hacia Aragón. Seguidamente, el subteniente Manzanares regresó a Cuarte para dar cuenta al comandante Veguer de la propuesta del Conde de Cervellón y de su respuesta. Veguer respaldó la actitud de su oficial.
Aquella misma tarde los fugados recibieron la autorización para entrar en la ciudad con las armas en la mano, y la solicitud para que el propio Conde de Cervellón marchase al frente de la 1° Compañía.
Por fín, el 7 de junio los fugados hicieron su entrada triunfal en Valencia, con el Conde de Cervellón mandando la primera compañía de la columna, honor que obtuvo del comandante Verguer. Los Ingenieros recibieron las aclamaciones de los valencianos y fueron arengados por el Capitán General y por el Conde de Cervellón.
El dia 8 de junio la Junta Suprema del Ejército de Valencia "dió la gracias a los heroicos zapadores minadores, un grado a los oficiales y un premio en metálico a la tropa".
Inmediatamente después de la llegada de las dos compañías del 1er. Batallón del Regimiento Real, sobre su base se formó una nueva unidad denominada Regimiento de Zapadores Minadores de Valencia, formada por un batallón con cuatro compañías, a cuyo frente se puso a Veguer, recién ascendido a coronel por la Junta Suprema de Valencia.
SEGUNDA FUGA DE ZAPADORES
Los jefes y oficiales del Regimiento Real de Zapadores Minadores y de la Academia de Ingenieros que se quedaron en Alcalá de Henares el 24 de mayo también terminaron por sublevarse. El 6 de junio hubo una segunda fuga al recibirse la orden del General Murat de que todos ellos debían trasladarse a Madrid. El coronel Pueyo y once oficiales (Sargentos Mayores Cayetano Zappino y Antonio Sangenis; Capitanes y subalternos Bustamante, Bayo, Quiroga, Cortines, Rodríguez Pérez, Román, Caballero, y Zamorategui) se marcharon a Zaragoza, donde tomaron parte en los trabajos de fortificación de la defensa de la plaza durante los dos sitios de la ciudad. Por su parte, el Jefe de Estudios de la Academia, coronel D. Carlos Cabrer Rodríguez, alcanzó a los zapadores de Veguer en Valencia, aunque posteriormente se trasladaría a Zaragoza a colaborar en su defensa.
TERCERA FUGA DE ZAPADORES
Por último, con ocasión de la entrada en Madrid del rey José Bonaparte, el mariscal de campo Antonio Samper y los jefes y oficiales de Ingenieros destinados en la capital española salieron de la ciudad el 20 de julio rumbo a Andalucía, donde se presentaron en la Junta de Sevilla.
RECOMPENSAS
Por Real Orden de 1 de octubre de 1817, a todos los fugados se les concedería una condecoración para premiar su gesta, llamada la cruz de la "Fuga de los Zapadores".
La cruz tiene cuatro brazos ligeramente curvilíneos esmaltados en rojo, divididos a su mitad por filetes de oro y con pequeños triángulos esmaltados en azul en los extremos culminados en globillos de oro. En el centro y sobre unos montes, una bandera morada con las iniciales: Z.M.P. (Zapadores, Minadores, Pontoneros) y en el cerco sobre blanco: MI LEALTAD Y VALOR TE CONSERVARON. En el reverso, sobre fondo azul, la inscripción: SALIDA DE LOS ZAPADORES DE ALCALA-MAYO 1808. Pende de una cinta roja con corona Real.
Quienes protagonizaron la segunda fuga recibieron una cruz similar con la inscripción: "La lealtad y valor nos decidieron".
Estudio histórico del Cuerpo de Ingenieros del Ejército. Edición facsímil de la Inspección de Ingenieros. Madrid, 1987. Tomo I, página 15; tomo II, página 34.
Juan Carrillo de Albornoz. Historia del Arma. Imprenta de la Academia de Ingenieros. Hoyo de Manzanares, 2002. Tercera parte, páginas 7, 8, 47-49.
Juan Carrillo de Albornoz. Abriendo Camino. Historia del Arma de Ingenieros. Tomo I. Páginas 317-319.
Joaquín de la Llave. La Fuga de Zapadores. En el Memorial de Ingenieros, año LXIII, 4° Epoca. Tomo XXV, N° V. Dedicado a la Guerra de la Independencia. Madrid, 1908.
Eduardo Gallego Ramos. Historial compendiado del Primer Regimiento de Zapadores Minadores desde su origen en 1803 hasta 1927. Imprenta de Juan Pueyo. Madrid, 1927. Páginas 21-23.
José Rodriguez Trapiello. Historial compendiado del Regimiento de Ingenieros núm. 7 desde su creación en 1802 hasta 2002. Imprenta Imperio. Ceuta, 2002. Páginas 50-53.