Cuarto día de combates con los rifeños tras el ataque del 9 de julio que inició la campaña de Melilla de 1909. Se combatió por la protección del convoy de las posiciones y se saldó con más de mil bajas españolas, cien de ellos muertos, entre los que figuró el general don Guillermo Pintos Ledesma, jefe de la Brigada de Cazadores nº 1 de Madrid.




Mientras se hacía balance del sangriento combate del 23 de julio, la 1ª Brigada Mixta de cazadores de madrid finalizó su desembarco el 25 de julio con su general don Guillermo Pintos Ledesma al frente. Al día siguiente el general marina fue ascendido a teniente general y nombrado General en Jefe del Ejército de Operaciones, mientras que el general de división don Salvador Arizón Sánchez Fano fue nombrado nuevo Gobernador Militar de Melilla.

Durante el dia 26 de julio los rifeños se limitaron a hostigar ligeramente el convoy de las posiciones con fuego de fusilería. Por la noche se organizó en el Hipódromo, como de costumbre, el convoy de carros-algibe y carricubas que saldría al día siguiente para abastecer de agua a las posiciones avanzadas, utilizando para ello el ferrocarril de la Compañía Norteafricana. El convoy sería protegido por una columna al mando del coronel don Juan Fernández Cuerda y formado por seis compañías de Infantería, un escuadrón de Caballería y una batería de Montaña, con misión de proteger el convoy abriendose paso hasta Segunda Caseta sin entablar combate con el enemigo. Mientras, la 1ª Brigada Mixta vigilaría y cortaría la posible salida de los rifeños por los barrancos de los rios Lobo y Alfer.

Cuando el convoy salió del Hipódromo se comprobó que los moros habían cortado la vía ferrea. Se envió al teniente de Ingenieros don Emilio Alzugaray Goicoechea a efectuar un reconocimiento, y este informó que había unos 200 metros de vías levantadas entre la Primera y Segunda Caseta. El general Marina ordenó que el convoy prosiguiera su marcha y que se realizaran los trabajos de arreglo de la vía férrea.



Vista de un convoy sobre el ferrocarril de la Compañía Norteafricana, protegido por una columna (Archivo de Antonio Carrasco).

Cuando los rifeños vieron que los españoles comenzaban sus trabajos, abrieron un nutrido fuego de fusilería que produjo las primeras víctimas. Los españoles se desplegaron en guerrilla a lo largo de la vía de ferrocarril y respondieron al fuego enemigo, que arreciaba cada vez más. En un momento dado, surgió un alarido de las filas rifeñas, y como si fuera una señal convenida, grupos compactos de rifeños surgieron de las entrañas de la tierra y se lanzaron a la carrera hacia la línea española, salvando en menos de tres minutos la distancia que les separaba de ello, todo ello sin que amainase el fuego de los rifeños apostados entre las rocas. Estos tres minutos fueron aprovechados por la Artillería para cañonear a los moros; pero éstos prosiguieron su impetuoso avance cubriendo con sus gritos los gemidos de sus heridos, hasta chocar con la línea de tiradores españoles. Atacantes y defensores se hicieron sendas descargas a quemarropa y acto seguido se enzararon en una lucha cuerpo a cuerpo a cuchillo, gumias contra bayonetas.

Se entabló una feroz lucha, especialmente en los puntos donde estaban emplazadas las piezas de Artillería, donde la pelea fue muy sangrienta. Se luchó durante más de un cuarto de hora, en silencio, pasado el cual los rifeños, diezmados, retrocedieron sin llevarse a sus muertos y heridos. Al cabo de pocos minutos reanudaron el ataque de forma furiosa, de forma que en algunos puntos la línea española retrocedió momentáneamente, abrumada por la superioridad puntual de los rifeños, y llegaron a tocar los cañones españoles, matando a muchos de sus defensores. Pero a la poste los españoles reaccionaron con igual violencia y rechazaron a los rifeños, quienes retrocedieron por segunda vez. En ese momento serían las 09:00 horas de la mañana y el sol abrumaba a los combatientes con su calor. Animados por su éxito, los españoles continuaron respondiendo el fuego de los rifeños con más ardor si cabe, mientras la Artillería continuaba disparando granadas sin interrupción.

Mientras esto ocurría cerca de la línea férrea, en las faldas del Gurugú se librara otra acción no menos empeñada y sangrienta. La hipótesis más plausible que hacen los historiadores, ante la ausencia de documentos, es que la orden que el general Marino dió al general Pintos era tomar la de vigilancia y apoyo a la columna del convoy, atacando la loma de Ait Aixa solo en caso de que aquel fuese molestado. De esta manera se repetía el escenario del combate del día 23 de julio, pero con más efectivos. Hay quienes piensan que la orden no se limitada a vigilancia y protección, sino ataque directo a la loma desde el principio.



General de Brigada de Infantería Excmo. Sr. D. Guillermo Pintos Ledesma, general jefe de la 1ª Brigada Mixta de Cazadores de Madrid, muerto en combate el 27 de julio de 1909 en el barranco del río Lobo al frente de sus tropas.

El avance de la 1ª Brigada Mixta se inició a primeras horas de la tarde. Una batería rompió el fuego desde Los Lavaderos mientras que los seis batallones de Cazadores de la brigada adoptaron una formación en tres líneas de dos batallones cada una. Al salir al campo exterior en dirección al barranco del río Lobo, lugar por donde tendría lugar el avance de la brigada, el general Pintos adoptó un frente de cinco batallones en línea (Llerena y Las Navas a la izquierda, Figueras en el centro, Madrid y Barbastro a la derecha) y uno de reserva (Arapiles), que dejó una compañía en el campamento del Hipódromo y avanzó con las otras tres.

La línea española ocupaba un frente de 1.500 metros de ancho; la distancia hasta el comienzo del barranco variaba entre 400 y 1.200 metros. Al embocar el comienzo del barranco las unidades comenzaron a converger y a mezclarse entre ellas al ir estrechándose el terreno. A pesar de ello, la línea española comenzó a avanzar cuesta arriba, hostilizada por un fuego graneado poco intenso. Guiados por sus oficiales, que marchaban animosamente al frente de sus unidades despreciando el peligro, los españoles avanzaron rápidamente por el fondo del barranco, dando gritos de "¡Viva España!", y se internaron en la zona donde el terreno comienza a estrecharse. Los rifeños iban retrocediendo paso a paso, y los españoles, enardecidos, saltaban de roca en roca, de huco en hueco, aprovechando todos los abrigos posibles para proseguir el avance. El combate se libraba en buenas condiciones y los españoles ascendían cada vez más, de forma que quebraron la resistencia enemiga y coronaron la posición de Ait Aixa.

Entre las fuerzas se encontraban las dos compañías de Zapadores y la compañía de Telégrafos del Grupo de Ingenieros de la brigada, al mando del comandante Montero, que fue herido durante el combate. También lo fue el capitán de la Compañía Mixta de Zapadores y Telegrafos de la plaza, don Droctoveo Castañón, que se encontraba en la posición de Sidi Musa.



Aparato de la compañia de Telégrafos del capitán Seco de la Garza, fotografiada en plena acción durante el combate del 27 de julio (Archivo de Antonio Carrasco).

Tras la confusión inicial producida después de la toma de la loma, la brigada prosiguió el avance por el barranco en dirección a la otras cumbres. En esta zona el terreno ofrecía al defensor un abrigo muy completo, pues era muy abrupto y quebrado, a la par que una retirada segura. De esta manera, el fuego de los rifeños se hizo más nutrido, y su resistencia mayor. En un momento dado dieron una feroz acometida lanzando gritos, para retirarse seguidamente y continuar sus certeros disparos. Los rifeños prosiguieron sus acometidas y ataques cuerpo a cuerpo. El general Pintos, visto lo comprometido del momento, se lanzó hacia adelante para arrastrar a sus soldados. En su ejemplo fue seguido por los jefes de los batallones haciendo fuego con sus revólveres. Atacaban cuesta arriba. El general Pintos se detuvo durante un instante para mirar hacia atrás, calcular la distancia recorrida y mirar a sus hombres, cuando recibió un balazo en la cabeza que le dejó sin vida.

Los soldados españoles, lejos de amilanarse, quisieron la vengar la muerte de su jefe u se lanzaron hacia arriba contra los rifeños, quienes retrocedieron hurtando el combate cuerpo a cuerpo y parándose únicamente para volverse a disparar. El avnace de los españoles era continuo y parecía que nadie lo detendría. Sin embargo, el enemigo estaba desplegado en escalones, de forma que cuando era desalojado de un barranco aparecía unos metros detrás parapetado en otro. Era una lucha contínua e interminable, en la que cayeron muchos jefes y oficiales que sacrificaron sus vidas para arrastrar con su ejemplo a sus soldados, bisoños y recién desembarcados. Entre los muertos se encontraron los jefes de los batallones Las Navas y Arapiles. Hasta que no sonó el toque de retirada anunciando el regreso del convoy de las posiciones al campamento del Hipódromo, el ataque de los moros fue constante y durísimo, así como la respuesta de los españoles. La columna de general Pintos, con los batallones Llerena y Las Navas, fue la que más padeció y más bajas sufrió.



Artillería disparando contra los rifeños durante el repliegue del barranco del Lobo el 27 de julio (Archivo de Antonio Carrasco).

En el momento de la retirada, éste se inició con toda precisión y serenidad. Pero se produjo un momento de confusión, vacilación y perplejidad entre la tropa que no pudo ser dominado por los oficiales que quedaban, pues muchos de ellos se encontraban muertos o heridos. Como resultado, se rompió la unidad de la brigada y los moros cerraron distancias sobre los españoles y se dispusieron a caer sobre ellos. La tropa de la brigada se dirigió apresuradamente hacia la salida del barranco del Lobo perseguidos por los moros. Fueron acogidos por diversas unidades de la guarnición de Melilla y de la 2ª Brigada Mixta de Cazadores del Campo de Gibraltar, recién desembarcadas, y protegidas por el fuego de flanco y de frente procedente de varias baterías contra el barranco del Lobo. De esa manera terminó el sangriento combate.

Los españoles sufrieron 1.046 bajas en los combates de la vía ferrea y del barranco del Lobo del 27 de julio, entre muertos, heridos y desaparecidos. Entre los primeros se contaron 1 general, 5 jefes y 15 oficiales. El 25 de septiembre, tras la toma de Nador y Zeluan por las tropas españolas, y cuatro días antes de la toma del Gurugú, los españoles recogieron los cadáveres de 110 españoles caídos en el combate del barranco del Lobo. Fueron llevados a la plaza con los debidos honores y enterrados en el cementerio de Melilla.

Se desconoce el número de bajas que tuvieron los moros, pero debieron de ser muy elevadas, por lo encarnizado del combate y por las bajas que se les veía sufrir en sus ataques al descubierto. Lo cierto es que el combate del 27 de julio fue el último ataque en fuerza realizado por los rifeños a la linea española, y que desde entonces perdieron la iniciativa.

Desde el punto de vista conceptual, la operación del general Pintos no tiene nada de extraordinario ni anormal, pues se trató de un avance con un objetivo táctico preciso: la loma de Ait Aixa y la protección del convoy de aprovisionamiento de las posiciones avanzadas mediante un ataque que atrajese el mayor número de enemigos. La brigada consiguió su objetivo sin grandes dificultades, a costa de pocas bajas y con grandes muestras de disciplina y acometividad. Una vez tomada la loma, el Reglamento de combate de la época era ambiguo en lo referente a la ocupación de posiciones, pero taxativo en lo prescrito sobre la persecución del enemigo, por lo que la decisión de proseguir el avance una vez tomada la loma de Ait Aixa tuvo su lógica.

El problema fundamental consistió en la ruptura de la unidad durante el repliegue. La principal razón de ella fue la ausencia de oficiales, que habían sido baja durante el resto del combate. La razón hay que buscarla en un equivocado concepto sobre el valor, el mando y el ejemplo que debían dar los oficiales a la tropa, fruto de aquella época, que los condujo al sacrificio de sus vidas, dejando de esta manera a la brigada sin mandos suficientes para realizar el repliegue. De esta manera, los oficiales de la Escuela de Estado Mayor que estudiaron el combate escribieron:

Por su parte, otro autor escribió lo siguiente [01] :

    "La oficialidad, culta, brillante, tiene un concepto equivocadísimo de lo que es la guerra moderna. No cubrirse nunca, ocupando la primera fila en el combate, es muy gallardo, pero es, en cambio, una lamentable equivocación."





En el Barranco del Lobo
hay una fuente que mana
sangre de los españoles
que murieron por España.

Pobrecitas madres,
como llorarán,
al ver que sus hijos
a la guerra van.

Ni me lavo ni me peino,
ni me pongo la mantilla,
hasta que venga mi novio
de la guerra de Melilla.


  • Jose Luis de la Mesa y otros. Las campañas de Marruecos (1909 - 1927). Editorial Almena, Madrid, 2001, pág,s. 31-39.
  • Augusto Riera. España en Marruecos. Crónica de la campaña de 1909. Barcelona, 1910. Reedición con motivo del centenario de la campaña, Melilla, 2009, pág,s. 71-102.

NOTAS:
    [01] Capitán de Estado Mayor don Nazario Cebreiros Curieses, (seudónimo: Capitán X), autor de Verdades amargas. La campaña de 1909 en el Rif, Imprenta Artística Española, Madrid, 1910. Citado por Jose Luis de la Mesa y otros en su op. cit., pag. 38.