El señor Rocamora, corresponsal del Heraldo de Madrid en Melilla, publicó, a raiz del combate del 27 de julio, la siguiente carta que nos permitimos copiar porque explica admirablemente algunos rasgos heroicos de nuestros soldados.

"Melilla, 29 de julio de 1909.

El día 28 por la mañana me dice un simpático general: "Rocamora, las bajas de ayer han sido muchas." Por la noche hablo con él otra vez. "Las bajas parece que han sido más de las que creíamos."

Ya señalé en mis telegramas el aspecto que ofrecía esta población el día 27. Renuncio a insistir en sus detalles y aun a ampliarlo, limitándome a dar cuenta de pasajes de alto interés, rasgos heroicos que dan cuenta del carácter que tuvo el combate.

Los moros atacaban al grito de ¡viva Mahoma!; los nuestros contestaban ¡viva España!.

Cayó el general; cayeron los tenientes coroneles Palacio y Ortega; cayó el comandante Capapé, que todavía tuvo tiempo de decir desde su camilla: "¡Soldados, no os detengais hasta llegar a las alturas del Gurugú!". Las tropas quedaron sin jefes ni oficiales; un heroico capellán alentó a la fuerza: "Seguid disparando, aquí no llegan las balas". Subió sobre una piedra a cuerpo libre y empezó a liar un pitillo. "¿No veis cómo no me matan a mi? Adelante, pues". Y luego dió las voces de mando: "¡Carguen!, ¡apunten!, ¡fuego!!. El capellán don Jesús reconquistó algunos palmos de terreno. Yo le dije, al verle en la tienda de campaña: "Señor capellán, ese revólver que usted lleva no es prenda de uniforme". "Es verdad", me contestó, "no lo diga uested; pero, ¿iba a ir desarmado entre los salvajes enemigos?".

Ya os he contado el episodio del soldado Francisco Martín Jordán. Sube sobre el caballo del teniente coronel Palacio, que ya había sucumbido, toca la señal de ataque, anima a sus compañeros, persigue a dos moros que se apoderaban de mulos con municiones, los mata y recobra éstos. Enciende el entusiasmo de sus colegas por su valor, y sale ileso milagrosamente.

El teniente coronel Palacio había empujado a la multitud hacia las lomas. Un cabo llamando Vicens condújose con valeroso comportamiento. "Muchacho, tú eres el héroe de la tarde. Toma, bebe." Al alargarle su cantimplora derriba al jefe una bala. Páez Jaramillo llega a los puntos altos jadeante. Han recorrido más de seis kilómetros. Las laderas son escarpadas. El pie inseguro resbala muchas veces. Apodérase la fatiga de los más vigorosos. Como todos caen, y Páez Jaramillo va hacia las trincheras moras a pecho descubierto, sus soldados le rodean al verle en peligro, y se apoderan de su persona. "¡Que no maten a nuestro coronel! ¡Que no maten a nuestro coronel!". Brazos robustos lo levantan en vilo. El jefe quiere revolverse contra los suyos. "¡Dejadme!", grita Páez Jaramillo, empuñando su revólver, "Disparo sobre vosotros". No cejan en su empeño los bravos mozos de Las Navas. "¡Matenos si quiere, pero no consentiremos que los moros le maten a usted!".

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  • Augusto Riera. España en Marruecos. Crónica de la campaña de 1909. Barcelona, 1910. Reedición con motivo del centenario de la campaña, Melilla, 2009, pág,s. 87-89