"Queridos padres:

Desearán saber ustedes como he salido de las batallas de estos días, y he de decirles que bien, puesto que no me han agujereado el pellejo y que sólo he padecido algo por el calor. Porque no pueden figurarse el calor que hace en esta tierra. Se suda el quilo y toda el agua que se traga sale a la piel en seguida; siempre estaría bebiendo y nunca haría otra cosa. Los mosquitos nos atormentan también y a no ser cuando estamos muy cansados es imposible dormir a cuasa de ellos.

La comida buena y el agua no escasea; lo único que tiene es que no es fresca, pero apaga la sed por un rato. Pasamos el tiempo y los jefes y oficiales hacen cuanto pueden para que estemos a nuestras anchas y no se nos haga muy pesada esta tierra.

A los moros apenas se les ve y sería preferible no verlos del todo. Verdad que los que vemos son amigos de España, pero así todo, después de las batallas del 23 y del 27 cada vez que veo uno de esos "amigos" siento ganas de soltarles un tiro. No fueron pocos los que disparé en esas dos batallas. Los "amigos" se esconden para tirar y no asoman más que el cañón del fusil. Se pegan a las rocas y se les confunde con ellas.

Cuando les parece llegado un momento propicio salen de sus gazaperas, envueltos en unos capotes como tabardos de marinero, y embisten hacia nosotros lanzando unos gritos que causan grima. Se tiran a nosotros como fieras, pero anda, salen bien peinados. Los cañones les persiguen y las granadas corren más que ellos. Entonces se esconden otra vez y vuelta a tirar contra nosotros.

Cuando subimos ellos huyen y se esconden en los barrancos, y si vamos a ellos huyen otra vez. Aunque nosotros tuvimos bajas el 23 y el 27, ellos tuvieron más por las señas, pues no han atacado más. Se comprende que escarmentaran, y ya saben si tiramos derecho.

No se apuren por mí, porque como bien y tengo salud para vender. Digan a mis compañeros que esto no es tan malo como creíamos. El sargento me ha dicho que dentro de un par de meses esto estará acabado, y entonces nos reuniremos de nuevo y les contaré todo lo que me ha pasado.

Les abrazo su hijo, Francisco Vega."


  • Augusto Riera. España en Marruecos. Crónica de la campaña de 1909. Barcelona, 1910. Reedición con motivo del centenario de la campaña, Melilla, 2009, pág,s. 85-86.