En la acción del 27 de julio, un cabo llamado Hermenegildo Cestera, después de estar dos horas haciendo fuego contra los moros cerca del barranco del Lobo, avanzando siempre paso a paso monte arriba, y fiado en que le seguían varios soldados, se encontró de pronto rodeado de un grupo de enemigos, que le consideraban ya como prisionero.
Los moros, en vez de matarle de un tiro, se le echaron encima. Subió Cestera de un salto a un ribazo y de un tiro y una cuchillada derribó en un instante a los dos enemigos más próximos. Una cuchillada le rasgó una manga y, contestando rápido, de otro tiro se deshizo de un contrario más. Retrocedió unos pasos y volvió a hacer fuego. Otro enemigo mordió el polvo. Quedaban cuatro acosándole. Disparó de nuevo. Sólo quedaban en pie tres moros, que disparaban a su vez sin hacerle más que un ligero rasguño, y al ver que Cestera apuntaba otra vez, echaron a correr, tirándose materialmente al barranco.
El valeroso soldado había combatido con sin igual bizarría y los que desde lejos asistieron a la heroica pelea le felicitaron conmovidos al estar a su lado.