SUCESIÓN DE CARLOS II EL HECHIZADO
El último rey de España de la casa de Habsburgo, Carlos II el Hechizado, impotente y enfermizo, murió en 1700 sin dejar descendencia. Durante los años previos a la muerte de Carlos II, la cuestión de la sucesión a la corona española comenzó a pesar en la política internacional europea y se hizo evidente que España y su imperio constituía un trofeo tentador para las distintas monarquías europeas. Tanto Luis XIV de Francia como el emperador Leopoldo I estaban casados con infantas españolas hijas de Felipe IV, por lo que ambos alegaban derechos a la sucesión española (las madres de ambos eran hijas de Felipe III).
A través de su madre, María Teresa de Austria, una hermana mayor de Carlos II, el Delfín, único hijo legítimo de Luis XIV, era el heredero más directo, pero era una elección problemática: como heredero también al trono francés, si reunía ambas coronas, hubiese significado, en la práctica, una anexión de España y su vasto imperio colonial por parte de Francia, en un momento en el que Francia era una potencia lo suficientemente fuerte como para poder imponerse como potencia hegemónica en Europa. Como consecuencia de ello, Inglaterra y Holanda veían con recelo las consecuencias que pudiera tener el que España y Francia quedasen unidas en la misma casa real y el peligro que para sus intereses pudiera suponer la emergencia de una potencia de tal orden.
Los candidatos alternativos eran el emperador Leopoldo I de Austria, un primo hermano de Carlos II, y el Príncipe Elector José Fernando de Baviera. El primero de ellos también ofrecía problemas formidables, puesto que su elección como heredero hubiese reunido de nuevo el imperio Habsburgo del siglo XVI (deshecho por la división de la herencia de Carlos V entre Felipe II de España y Fernando de Austria). Por ello Francia temía que volviese a repetirse la situación de los tiempos de Carlos I de España, en la que el eje España-Austria aisló fatalmente a Francia. Aunque tanto Leopoldo como Luis estaban dispuestos a transferir sus pretensiones al trono a miembros más jóvenes de su familia (Luis al hijo más joven del Delfín de Francia, Felipe de Anjou, y Leopoldo a su hijo menor, el Archiduque Carlos de Austria) la elección del candidato bávaro parecía la opción menos amenazante para las potencias europeas. Como resultado, José Fernando de Baviera era la elección preferida por Inglaterra y Holanda.
Francia e Inglaterra, inmersos en la guerra de la Gran Alianza, pactaron la aceptación de José Fernando de Baviera como heredero al trono español. Para evitar la formación de un bloque hispano-alemán que ahogara a Francia, el rey Luis XIV auspició el Primer Tratado de Partición, firmado en La Haya el 11 de octubre 1698. Según este tratado, los territorios se distribuirían del siguiente modo:
El Reino de España (exceptuando Guipúzcoa), los Países Bajos españoles Cerdeña y las Indias americanas se asignarían a Jose Fernando de Baviera.
El Milanesado se asignaría al Archiduque Carlos de Austria.
El Reino de Nápoles (Nápoles, Sicilia y Toscana) sería para el Delfín de Francia.
El rey Carlos II, de infeliz memoria, no aceptó la partición de los dominios españoles y nombró heredero universal al príncipe de Baviera. El problema surgió cuando José Fernando de Baviera murió prematuramente en 1699 de varicela, lo que llevó a Luis XIV de Francia y a Carlos III de Inglaterra a pactar un Segundo Tratado de Partición, que se firmó en londres el 3 de marzo de 1700. Bajo tal acuerdo, el Archiduque Carlos era reconocido como heredero, pero dejando todos los territorios italianos de España a Francia:
El Reino de España, los Países Bajos españoles, Cerdeña y las Indias americanas se asignaron al archiduque Carlos.
Lorena se asignó a los territorios del Delfín de Francia.
El Milanesado se asignó al duque de Lorena.
Mientras que Francia, Holanda e Inglaterra estaban satisfechos con el acuerdo, Austria no lo estaba y reclamaba la totalidad de la herencia española. Entonces Carlos II testó a favor de Felipe de Anjou, si bien, estableciendo una cláusula por la que Felipe tenía que renunciar a la sucesión de Francia. Los consejeros de Carlos II y el propio papa le habían inducido a este testamento pensando como prioridad principal en la conservación de la unidad de la corona e imperio españoles.
DOCUMENTO: Cláusula del testamento de Carlos II en favor del duque de Anjou
Cuando se produjo la muerte de Carlos II, Luis XIV respaldó el testamento. El 12 de noviembre de 1700, Luis XIV hizo pública la aceptación de la herencia en una carta destinada a la reina viuda de España en la que decía:
"Nuestro pensamiento se aplicará cada día a restablecer, por una paz inviolable, la monarquía de España al más alto grado de gloria que haya alcanzado jamás. Aceptamos en favor de nuestro nieto el duque d'Anjou el testamento del difunto rey católico".
Todos los soberanos de Europa (menos el emperador Leopoldo I) reconocieron, quizá con reticencias, a Felipe de Anjou como heredero, el cual se dispuso a hacer uso de sus derechos y tras ser sabiamente aleccionado por su abuelo se despidió de la corte francesa y entró en España cruzando el Bidasoa por Fuenterrabía y llegando a Madrid el 18 de febrero de 1701. El pueblo madrileño, hastiado del largo y agónico reinado de Carlos II lo recibió con una alegría delirante y con esperanzas de renovación.
LA MARCHA HACIA LA GUERRA
La precipitación y prepotencia de Luis XIV hicieron cambiar la situación. Por un lado, al poco de la jura de Felipe V (febrero de 1701), Luis XIV hizo saber que mantenía los derechos sucesorios de su nieto a la corona de Francia. Por otro, tropas francesas comenzaron a establecerse en las plazas fuertes de los Países Bajos españoles, con el consentimiento y colaboración de las débiles fuerzas españolas que las ocupaban.
Esta ayuda, que en realidad era un reforzamiento de posiciones, constituía una provocación, y el resto de potencias reaccionaron. Holanda e Inglaterra se aproximaron al emperador Leopoldo I y se comprometieron a otorgar la sucesión de España al Archiduque Carlos. En septiembre de 1701 se formó una coalición internacional mediante la firma de un tratado en La Haya. Esta coalición, llamada la Gran Alianza, estaba formada por Austria, Inglaterra, Holanda y Dinamarca, y declaró la guerra a Francia y España en junio de 1702 (otros dicen que fue el 15 de mayo). Portugal se unió a la alianza en mayo de 1703.
La guerra se inició al principio en las fronteras de Francia con estos países, y posteriormente en la propia España, donde se trató de una guerra europea en el interior de España sumada a una auténtica guerra civil, fundamentalmente entre la Corona de Aragón (partidaria del Archiduque, el cual había ofrecido garantías de mantener el sistema federal y foral), y Castilla (que había aceptado a Felipe V, cuya mentalidad era la del estado moderno al modelo francés).