Ambiciones británicas
Poseemos dos testimonios de las ambiciones británicas sobre Gibraltar en el siglo XVII, fechados en 1656. En aquella época el regicida Cromwell le dirigió al almirante Montague la siguiente carta, fechada el 28 de abril de 1656:
"[...] Acaso sea posible atacar y rendir la Plaza y castillo de Gibraltar, los cuales, en nuestro poder y bien defendidos, serian a un tiempo una ventaja para nuestro comercio y una molestia para España; haciendo posible, además, con sólo seis fragatas ligeras establecidas allí, hacer más daño a los españoles que con toda una gran flota enviada desde aquí, aligerando la tarea de la escuadra [...]"
Estrecho de Gibraltar. Grabado del libro "En Les Forces de l´Europe", del ingeniero Vauban. Servicio Histórico Militar. Madrid
El general Montague contestó a Cromwell en los siguientes términos:
"[...] Percibo gran deseo, entre mis colegas, de que se tome Gibraltar. Mi punto de vista es el siguiente: la forma más sencilla de ocupar Gibraltar es la de desembarcar en las arenas del itsmo, cortando toda comunicación de la plaza con tierra. Que las fragatas fondeen en las cercanías para proteger el desembarco y ataque. Por otra parte, es bien sabido que España no aprovisiona las plazas fuertes sino para un mes; la operación requiere unos cuatro o cinco mil hombres bien adiestrados y con buenos mandos [...]"
Este proyecto de invasión no se llevó a cabo por razones de política interior británica. Pero nunca abandonaron la idea, que llevaron a cabo definitivamente con ocasión de la Guerra de Sucesión española en 1704. Pero esta vez lo consiguieron de forma taimada, esa forma tan británica de hacer las cosas, pues invadieron Gibraltar en nombre y como aliados de Carlos III, rey de España, junto con un contingente de soldados holandeses y españoles.
Gritemos todos juntos: "¡Que Dios confunda a la pérfida Albión!"
La pérdida de Gibraltar (1704)
El 1 de agosto de 1704 la flota combinada anglo-holandesa de los almirantes sir George Rooke (británicos) y Allemond (holandés), aliada de las potencias signatarias de la coalición de Lisboa que se inclinó a favor de los derechos del archiduque Carlos al trono de España, atacó la plaza de Gibraltar.
La fuerza atacante estaba compuesta por una escuadra de guerra de 61 navíos (51 británicos y 10 holandeses) y una flota de transporte para la fuerza terrestres de 14.000 soldados (8.000 británicos y 6.000 holandeses, en cuyos contingentes iban numerosos españoles de Cataluña y Aragón) al mando del duque de Ormonde. Como jefe de las fuerzas aliadas, comandante en jefe de las operaciones en tierra y máximo representante del archiduque Carlos en los territorios conquistados iba el príncipe austríaco Jorge de Hesse.
Escuadras británica y holandesa ante Gibraltar en 1704. Grabado de la época.
La plaza de Gibraltar tenía sus fortificaciones en mal estado, una guarnición de 100 hombres y unas 100 piezas de artillería en su mayor parte desmontadas e inservibles, con apenas media docena de artilleros para servirlas. A pesar de ello, el gobernador don Diego de Salinas desplegó una notable actividad para la defensa de la plaza. Armó y organizó a unos 300 ó 400 voluntarios civiles. Con esta fuerza se crearon cuatro puntos de defensa:
Los defensores estaban abandonados a sus propias fuerzas, puesto que el Capitán General de Andalucía, marqués de Villadarias, apenas contaba en su territorio con 150 soldados de infantería y 30 caballos, tal era el estado de indefensión de la Península a la que nos había llevado el rey Carlos II, de infeliz memoria e infausto recuerdo.
Antes del ataque, un oficial británico se presentó en la Puerta de Tierra para entregar al corregidor de la plaza, don Cayo Antonio Prieto y Lasso de la Vega, una carta del archiduque conminando a su reconocimiento como rey de España:
El Rey,
A mi ciudad de Gibraltar:
Estando plenamente informado del celo con que siempre os habíes señalado, en servicio de mi augustísima casa y no dudando que lo habeis de continuar, he tenido por bien de deciros:
como el almirante Rooke, general de las armas marítimas de S.M. Británica, pasando al mar Mediterráneo a otras expediciones de mi real servicio, llegará a ese puesto y os hará dar esta mi ral carta y os noticiará que yo quedo muy próximo a partir a las fronteras de este reyno, y entrar en los míos para tomar la posesión que por tan justos y debidos títulos me pertenece después de la muerte del Rey D. Carlos, mi señor y mi tio (que santa gloria haya):
esperando yo de lo mucho que siempre habéis acreditado vuestra fidelidad a mi augustísima casa, pasaréis luego que veais esta mi real carta a aclararme y hacer que todos los pueblos circunvecinos, que estén bajo vuestra jurisdicción, lo executen en la misma conformidad con el nombre que todas las potencias de Europa me reconocen por legítimo y verdadero Rey de España, y con que el Emperador, mi señor y mi padre, me proclamó en su imperial Corte, que es el de Carlos III:
asegurándoos y empeñando mi palabra real, si así lo executais, que os serán guardadas vuestras exenciones, inmunidades y privilegios en la misma forma que los conservó y guardó el difunto rey D. Carlos II, mi señor y mi tio; tratándoos a Vos y a todos mis amados Españoles con el amor y benevolencia que siempre habéis experimentado de la clemencia y benignidad de los señores Reyes mis predecesores. Si executáis lo contrario, que es lo que no puedo creer de tan fieles vasallos a su legítimo Rey y señor natural, será preciso a mis altos aliados usar de todas las hostilidades que trae la guerra consigo, aunque co el extraño dolor mío de los que amo como a mis hijos padezcan porque ellos quieren como si fuesen los mayores enemigos. El mismo almirante Rooke lleva orden para que cuando vuelva a pasar por este puerto, si se lo pidiérais, os asista con la gente que pudiere dar si la necesitareis.
Dado en Lisboa a cinco de Mayo de mil setecientos cuatro.
Yo el Rey
Por mandato del Rey mi señor, Enrique de Mongei.
Por su parte, el príncipe de Hesse dirigió a los habitantes de Gibraltar una proclama manifestando que la fuerza atacante actuaba en nombre del rey de España:
A la ciudad de Gibraltar,
Señor mío, habiendo llegado aquí por orden de S.M. Católica con la armada de sus altos aliados no escuso, antes de pasar a la guerra ulterior, demoastrar confiado que V.E. conocerá la verdad, interés y la justicia. La ausa manifestará a V.E. el grande efecto que le profeso y el deseo que me asiste de emplearme en cuanto fuere de sus servicio, esperando que V.E., en vista de la real carta de S.M., con el debido reconocimiento a lo que debe a tan noble e ilustre ciudad, y tan obligado como es razón para que V.E. en todo experimente el alivio y felicidad que merece. Aguardo sin dilación la resolución de V.E., cuya vida guarde Dios muchos años, como deseo.
Delante de Gibraltar y Agosto primero de mil setecientos cuatro.
B.L.M. de V.E. su mayor servidor
Jorge Laudgrave de Asia.
Muy noble e ilustre ciudad de Gibraltar.
El corregidor Prieto contestó al príncipe afirmando su juramento al rey Felipe V y la disposición suya y de los habitantes de Gibraltar a sacrificar sus vidas en su defensa:
Excmo. Señor:
Habiendo recibido esta ciudad la carta de V.E., su fecha de hoy, dice en respuesta: Tiene jurado por Rey y señor natural al Señor D. Felipe V; y que como sus fieles y leales vasallos, sacrificarán las vidas en su defensa, así esta ciudad como sus habitantes; mediante lo qual no le queda que decir sobre lo que contiene la inclusa; que es quanto se ofrece y deseo que nuestro Señor guarde a V.E. los muchos años que puede.
Gibraltar y Agosto de mil setecientos cuatro.
Tras una inútil y heroica resistencia, el domingo 4 de agosto de 1704 la plaza de Gibraltar cayó ante las tropas aliadas anglo-hispano-holandesas del archiduque carlos. El príncipe Jorge de Hesse gestionó y firmóla rendición del gobernador Salinas como representante de Carlos III, Rey de España.
Las condiciones de rendición fueron ventajosas: se concedió a la guarnición abandonar la plaza con susarmas, incluidas algunas piezas de artillería, y provisiones para una semana, y facilitaron barcos para aquellos que no poseían caballos. Respetaron a todos aquellos de desearon quedarse en Gibraltar, prometiendo libertad de culto, siempre y cuando jurasen fidelidad al archiduque como Carlos III; solo se quedaron y juraron al nuevo rey 41 españoles.
Tras la rendición, se izó la bandera del archiduque en la fortaleza, aunque el almirante Rooke izó a su lado la enseña nacional británica, anunciando la felonía que este nación pretendía consumar pasado el tiempo. El duque de Ormonde, jefe de la fuerza terrestre de invasión, redactó una proclama en la que decía lo siguiente:
[...] No venimos a invadir o conquistar ninguna parte de España o para hacer cualesquiera adquisiciones para su magestad la Reina Ana ... sino para proteger y liberar a los españoles de lo que significa la sejección a que una pequeña y corrompida partida de hombres les había sometido al entregar aquella gloriosa monarquía al dominio de sus perpetuos enemigos, los franceses [...]"
A la semana de la rendición de la plaza, las fuerzas de caballería borbónica iniciaron las operaciones de hostigamiento, de forma que el almirante Rooke se vió obligado a aprovicionarse de agua en la costa norteafricana por imposibilidad de hacerlo en la bahía de Algeciras. A los pocos días la escuadra anglo-holandesa zarpó de Gibraltar hacia el Levante, enfrentándose a una flota franco-española en aguas de Málaga, con resultado incierto.