Síntesis histórica de los orígenes de los ingenieros militares.
La aparición de la figura del moderno Ingeniero militar está ligada a la evolución que sufre la Fortificación como consecuencia de la invención y desarrollo de la Artillería. Desde los tiempos más remotos y hasta el advenimiento de la pirobalística, el ataque a las fortificaciones se hacía mediante el empleo de máquinas de guerra, o bien acudiendo a la "mina de zapa" para destruir los cimientos de la muralla. Las máquinas o "ingenios" de asalto básicamente consistían en unos artilugios que proyectaban grandes piedras, o que trataban de poner a los atacantes en el mismo plano que el de los defensores, caso de las torres o "bastidas". Cuando estos sistemas fallaban, sólo quedaba el recurso de alargar el sitio hasta que los defensores capitularan por el hambre.
Como consecuencia de los progresos realizados por la Artillería, cuyo mayor exponente fue la toma de Constantinopla por el sultán Mehmet en 1453, después del Renacimiento comenzó a considerarse la Fortificación como una rama separada de la Arquitectura civil. Todos aquellos que deseaban ejercer su oficio en este ámbito se instruían en Matemáticas y Dibujo y, tras adquirir estos conocimientos, procuraban ser admitidos como ayudantes o auxiliares de un arquitecto o ingeniero acreditado. Tras una larga práctica y servicios comprobados en calidad de subalterno se le reconocían sus conocimientos con el título o diploma de Ingeniero.
Sin embargo, la evolución de la Fortificación sería muy lenta, yendo pareja al paulatino avance de la Artillería. Hasta que ésta no fue resolutiva, en el sentido de abrir brecha en la muralla, la Fortificación no sentiría la necesidad de cambiar. Pero aún en ese momento, desde finales del siglo XV, tendríamos que hablar de adaptación más que de cambio. En efecto, los primitivos cañones eran de gran calibre y de hierro forjado, muy irregulares en su ánima y de afustes pesados, al tiempo que tanto la pólvora como los proyectiles de piedra eran imperfectos. Este conjunto de causas hacían que los tiros fueren relativamente ineficaces contra el grueso muro de un castillo. Por ello, hasta el siglo XV los ejércitos tuvieron que alternar en sus ataques a las plazas fuertes el empleo de la Artillería con los antiguos medios de sitio, esto es, los arietes, las torres o batidas, e incluso con las minas de zapa cuando las características del terreno lo permitían.
Fernando Pérez de Guzmán, en su "Crónica de don Juan el segundo", cuenta que en el sitio de Zahara llevado a cabo por el Infante don Fernando en 1407, se situaron tres gruesos bombardos que rompieron el fuego, y "...los bombarderos... tiraron dos días que no acertaron en la villa". Tras esta experiencia, tres años más tarde (1410) el Infante don Fernando puso sitio a Antequera alternando cañones y varios elementos de "Tormentaria". Estos elementos fueron fundamentalmente "bastidas", así como grandes escalas de asalto, con las que el Infante lograría la conquista definitiva de la plaza.
A finales de la Edad Media se dan una serie de circunstancias que motivarían una evolución transcendental en el arte de Fortificar. La principal de estas circunstancias sería precisamente la transformación de la Artillería; pero un importante factor fue la emigración a Occidente de los arquitectos militares bizantinos al caer Constantinopla en poder de los turcos (1453), quienes pudieron transmitir sus conocimientos de defensa y fortificación contra los fuegos artilleros en un mundo influenciado por dinamismo del Renacimiento y la aparición de los ejércitos permanentes.
En esta búsqueda de equilibrio en que se convirtió la adaptación de la Fortificación al perfeccionamiento de los cañones y la aparición de la bala fundida que sustituye a la de piedra, el proceso de sitio y ataque a los castillos tenía dos fases:
En primer lugar, la Artillería, enfrentada en su nueva etapa a los castillos antiguos, debía acercar sus bocas de fuego o piezas lo máximo posible de su alcance eficaz, emplazando las baterías hasta 100 o 200 metros de los muros (acudiendo para ello al procedimiento de excavar trincheras o "cavas").
Seguidamente comenzaba la fase de ataque por el fuego, empezando por destruir la parte superior de los torreones y desmontando las piezas instaladas allí.
Posteriormente, las baterías dirigían sus tiros al centro de la "cortina", destruyendo la parte superior de la misma, la cual, al caer sobre el foso, establecía una rampa por la que la Infantería propia podía proceder al asalto sin excesivas dificultades.
La primera reacción de los ingenieros fue defensiva, buscando la protección del recinto amurallado mediante el aumento de espesor de los muros, el empleo de materiales de más calidad y estableciendo algunos cambios en el propio trazado de la obra:
Se conservan en principio los torreones redondeados, pero se aumentan en tamaño y en espesor sus muros, al tiempo que pierden altura.
Se refuerzan las "cortinas", "merlones" o "parapetos" en los que se practican numerosos espacios o cañoneras para permitir el fuego propio, al tiempo que se redondea su parte superior para facilitar los rebotes.
Se profundiza el foso, aumentando el "escarpe" o talud.
Como el "flanqueo" de la cortina desde los matacanes o desde las almenas era prácticamente imposible, se impuso la construcción, tanto en la base de los torreones como en la de los ángulos de unión de los muros, de casamatas o "caponeras" aspilleradas, y que en el momento del asalto pudieran asegurarlo.
Igualmente se extendió la realización de otro tipo de obra de origen bien antiguo, la "barbacana", que se colocaba delante de las puertas a manera de escudo, con formas muy variadas que iban desde la simple torre (en la Edad Media) a la de media luna o rectangular con los ángulos redondeados y que también podían unirse al muro, cuando se colocaban en medio de estos (en vez de delante del portalón), por una "caponera", contribuyendo eficazmente al flanqueo de los mismos.
En la guerra de Granada los Reyes Católicos pusieron de manifiesto claramente el progreso de la Artillería. En efecto, en los numerosos sitios de plazas fortificadas que se llevaron a cabo durante esta guerra, los cañones, aunque aún tiraban con balas de piedra de menores efectos que las de hierro, lograban ya producir bajas y abrir brechas en la muralla. Así, Almirante dice en su Historia Militar de España, que en el sitio de Loja (mayo de 1486)"...fueron tantos e tan rezios los combates que con la artillería se dieron a los adarves de Loxa,... y las pellas de fuego que le echavan en la cibdad con que le quemavan las casas, ... que los moros se dieron a partido."
Por otra parte, comienza a aparecer la figura de lo que más tarde sería conocido como el "zapador", al que en las crónicas de la época se le llama "gastador". Comellas afirma en su "Historia de España Moderna y Contemporánea" que "para transportar las pesadas piezas de bronce a través de las quebradas Penibéticas fue preciso, abrir caminos o construir puentes de madera", de forma que "la Ingeniería Militar, encargada de la construcción de fosos, empalizadas, campamentos y carreteras, tomó un gran impulso, mientras que aparece un cuerpo organizado de Pontoneros". En realidad se trataba de "unidades de Gastadores" que acompañaban a los ejércitos, aunque en sus funciones vemos un claro antecedente de las actuales unidades de Ingenieros.
Una consecuencia más de la Guerra de Granada sería el adelanto en las técnicas de sitio, en donde se emplean las minas con profusión y sobre todo las "cavas" o trincheras para llegar al pie de los muros de la plaza a cubierto de sus tiros. Son dignos de notar los trabajos de ataque y aproche (aproximación) efectuados en el sitio de Málaga en agosto de 1487, en donde se realizaron hasta cinco minas simultáneamente, mientras que los sitiados emplearon la contramina y se llegó finalmente al combate cuerpo a cuerpo. Estas minas habían sido dirigidas por el artillero Ramírez de Madrid, que ejerció también como ingeniero militar.
Otro de los argumentos que pueden esgrimirse para aceptar las campañas de Italia de los Reyes Católicos como el origen del moderno ejército español es el empleo de técnicas de ingenieros en los combates y conquista de plazas.
Pedro Navarro fue el protagonista indiscutible de estas acciones:
En el año 1500, con ocasión de la expedición a Cefalonia contra los turcos, Pedro Navarro utilizó una mina de pólvora en el ataque al castillo de San Jorge.
El 11 de junio de 1503, con ocasión de la toma de Nápoles por los españoles, Pedro Navarro hizo volar la muralla de Castil Nuovo, tras lo cual la infantería española se precipitó en el interior de la fortaleza. Seguidamente Castil D´Ovo siguió igual suerte.
Previamente, el 28 de abril de 1503, el Gran Capitán ganó la batalla de Ceriñola contra los franceses por su empleo de la "fortificación de campaña", ya que preparó el terreno abriendo un foso para cubrir su propia línea, empleando la tierra extraida para formar un talud en el que apoyar sus fuerzas de Infantería. Pedro Navarro dirigió los fuegos de la defensa logrando desvaratar las cargas de la caballería pesado de los franceses.
Desde 1517, fecha en la que el rey Carlos I desembarcó en Villaviciosa, se abría una nueva situación en la historia de España, que pasaba a integrar una serie de dominios enclavados en Europa, junto a otros situados en el Mediterráneo como Nápoles, Sicilia y Túnez, y finalmente los procedentes del descubrimiento del Nuevo Mundo, cuya conquista se inició en tiempos de los Reyes Católicos y que, en un impulso gigantesco, se finalizaba prácticamente en los de Carlos I. Estos factores determinaron la existencia de dos vertientes geográficas, la mediterránea y la atlántica, que obligaría a la "Monarquía Católica" a mantener tres frentes: Europa, Norte de Africa y América, que a su vez se verían complicados, a principios del siglo XVI, con la Reforma Protestante. Es el momento en el que España va a convertirse en la mayor potencia militar del mundo.
En el marco de confrontación del Imperio español con las potencias europeas emergentes, Francia y posteriormente Inglaterra y Holanda, España crearía unos ejércitos eficacísimos basados en la existencia de los "tercios" como unidades fundamentales, en los que la presencia de los ingenieros militares era imprescindible, al tiempo que se lleva a cabo una política sistemática de construcción de plazas fuertes que aseguraran sus dominios.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, no es de extrañar que los monarcas españoles, en los siglos XVI y XVII, llamaran a su servicio a numerosos ingenieros italianos, muchos de los cuales ya habían servido a los ejércitos hispanos en las guerras de Italia. La mayoría de ellos se dedicaron a la construcción de fortificaciones, aunque algunos también se ejercitaron en el ataque a las mismas, ya que en el transcurso de las numerosas guerras sostenidas en aquellos años, fueron muy frecuentes los sitios a plazas fuertes o a ciudades fortificadas. Un ejemplo de ello es el ataque de Francisco I a los Paises Bajos españoles en 1542, que propició el contraataque de Carlos I en 1544 y la contratación de ingenieros italianos por parte del emperador para fortificar la frontera de Flandes con Francia. Conocemos los nombres de casi todos los ingenieros italianos que sirvieron en nuestros ejércitos en el siglo XVI.
Junto a ellos pronto destacaron numerosos ingenieros españoles, que aprendieron el "oficio", bien como discípulos de algún ingeniero (italiano o español), bien en las Academias de Matemáticas que aparecieron en el último tercio del siglo XVI, o con ambos sistemas sucesivamente.
Estos ingenieros militares son los que ejecutaron el vasto Plan de Defensa del Territorio, iniciado tras la conquista de Navarra en 1512 y las plazas del norte de África, y el Plan General de Fortificación del Caribe, este último encomendado a Bautista Antonelli por Felipe II.
Desde la más remota antigüedad los ejércitos han dispuesto de hombres ejercitados en el arreglo de caminos, tendido de puentes y ejecución de toda clase de obras de campaña. Ya hemos mencionado que las crónicas de la Guerra de Granada mencionan a los peones y maestros carpinteros encargados de "cavar trincheras y hacer puentes de madera". Pero es en el siglo XVI cuando se organizan los primeros cuerpos de Gastadores y Azadoneros, que se creaban y disolvían según las necesidades militares de la guerra. Estos cuerpos estaban al mando de capitanes de trinchera o azadoneros, y jefes y oficiales de gastadores o peoneros, que eran bizarros hombres de guerra. Los últimos fueron jubilados en 1536.
Estos núcleos de gastadores o azadoneros constituyen en realidad el origen de las Tropas de Zapadores. Los escritores de la época reconocieron que fueron mandados por buenos Ingenieros. Pondremos como ejemplos los 150 tapiadores, azadoneros y paleteros enviados a Orán en 1530 y a Nápoles en 1536 a las órdenes del Hernando de Quesada, capitán de azadoneros; y los 2.000 gastadores bohemios que marcharon en la campaña de Alemania en 1546 a las órdenes del Duque de Alba.
Por su parte, el origen de las Tropas de Minadores se remonta al 11 de junio de 1503, cuando el ilustre capitán Pedro Navarro voló mediante una mina parte de la roca en la que se asentaba el castillo de Castelnovo, Nápoles, la dirección de cuyo sitio le había encomendado el Gran Capitan; pocos dias después voló por el mismo procedimiento la muralla de Castil´Ovo. Desde entonces, los Ingenieros militares dirigían las labores de zapa y el empleo de las minas, creándose desde entonces un cierto número de plazas de minadores, fundándose después compañías de minadores, las cuales se agruparon con las de gastadores.
Según hemos visto, los Ingenieros y Artilleros modernos nacen casi al mismo tiempo, al menos desde que la Artillería adquiere suficiente eficacia, a finales del siglo XV, y con objetivos comunes: la expugnación de fortificaciones; incluso los medios eran parcialmente iguales: la pólvora como elemento explosivo para los primeros y de proyección de las balas para los segundos. Además, la Artillería llevaba en sus compañías a "gastadores" y "minadores", e incluso el Capitán General de Artillería "entendía" en las fortificaciones y en la concesión de títulos a Ingenieros. Todo esto, unido a una formación científica similar para Ingenieros y Artilleros, ha llevado a la interpretación errónea de que el Arma de Ingenieros nació de la Artillería, como lo hizo el Ejército del Aire de los Ingenieros en los años 40 del siglo XX.
Por lo pronto, fue muy temprana la aparición de técnicos que se titulaban Ingenieros, como Benedito de Rávena, que sirvió en Italia en los ejércitos de los Reyes Católicos, o del mismo Pedro Navarro, que después de dar gloria a las armas hispanas, lo haría con las francesas, considerado en Francia como el creador de la "Escuela de Fortificación" de este país.
El Rey Felipe II, dentro de un plan de mejora de sus ejércitos, daba instrucciones en 1572 al Capitán General de Artillería relacionadas con sus funciones, pero que también se referían a los Ingenieros. Poco después, el 18 de marzo de 1574, el Consejo de Guerra le dirigía una aclaración, de sumo interés para comprender este origen común, ya que textualmente se dice "... que estando declarado en el título que la provisión de Tenientes de Capitán General, Capitanes de trincheras, ... Ingenieros, ... y otros Oficiales... que obtenían título Real, ... se declaraba que (el Capitán General) no debía tener más parte en ello que dar su parecer al Consejo cuando se tratase de proveer dichos oficios". Y en cuanto al título de Ingeniero, lo concedía siempre el Rey, mientras que el Capitán General de Artillería sólo emitía un informe, al tiempo que sí que firmaba los de los Artilleros. De ahí la denominación de "Ingenieros del Rey".
Tampoco la "visita" que ejercía el Capitán General de Artillería sobre las fortificaciones es argumento en contra de lo sostenido aquí, toda vez que su decisión era táctica (en muchos casos el informe "táctico" lo hacía un Maestre de Campo ajeno a la Artillería), mientras que el proyecto y ejecución de las obras era responsabilidad siempre de los Ingenieros.
Finalmente está el hecho de la inclusión de los "gastadores" y "minadores" en las compañías de Artillería. Este hecho, como se vio en su momento, pervive incluso en parte del siglo XVIII, cuando ya existía el Real Cuerpo de Ingenieros, que seguía sin tropas propias. La función principal de esos gastadores (la de abrir camino), la realizaban en beneficio de la Artillería, cuya impedimenta era especialmente pesada, mientras que en los sitios contra plazas enemigas se ponía siempre a disposición de los oficiales de Ingenieros tropas diversas para los trabajos correspondientes, y nunca las citadas unidades afectas a la Artillería. Cuando se crea el primer regimiento de Ingenieros, en 1802, desaparecería definitivamente esta ambigüedad, pero resulta importante señalar que para su formación se acudió a soldados de Infantería con los "oficios" adecuados, y no a los gastadores y minadores aludidos.
Todo esto llevaría a que hasta 1711, fecha fundacional del Real Cuerpo de Ingenieros, y durante dos siglos, hubiese algunos artilleros, de entre los que destacaremos a tres, que realizaron trabajos como ingenieros militares:
Capitán Ramírez de Madrid, que realizó trabajos como ingeniero militar.
Capitán don Luis Pizaño, afamado artillero e ingeniero.
Don Cristóbal Lechuga, célebre artillero que trabajó en las Guerras de Flandes y en las de Italia, autor, entre otros tratados de Artillería, de uno titulado "Discurso que trata de la artillería y de todo lo necesario a ella, con un tratado de fortificación y otros advertimentos" (Milán, 1611).
También se daba el caso contrario, oficiales de Ingenieros con actuaciones en Artillería:
Ingeniero don Luis Collado de Lebrija, que escribió un tratado sobre Artillería en 1586.
Brigadier de Ingenieros don Pedro de Lucuze, que publicó un libro sobre Fortificación en 1772 y cuyo Título V sobre Artillería fue considerado libro de texto para los artilleros durante muchos años.
Juan Carrillo de Albornoz. Historia del Arma. Imprenta de la Academia de Ingenieros. Hoyo de Manzanares, 2002. Primera parte. Pág. 2-40.
Eduardo Gallego Ramos. Historial compendiado del primer Regimiento de Zapadores Minadores, desde su origen, en 1803, hasta 1927. Madrid, 1927. Biblioteca Histórica de la Academia de Ingenieros. Pág,s. 13-16.