Artillero práctico e ingeniero militar español del siglo XVI.

Luis Collado nació en Lebrija (Sevilla) posiblemente en la segunda mitad del siglo XVI.

Técnico de las tropas españolas en Italia, llegó a ser nombrado ingeniero del Real Ejército de Lombardía y Piamonte. En 1586 publicó en italiano, en Venecia, una obra con el título "Platica manuale de artigleria", que seis años más tarde apareció en castellano, en Milán, considerablemente ampliada por el propio Collado y dedicada a Felipe II. Por ello, a la primera versión se la llamó después “obra chica”, para diferenciarla de la segunda, más importante. Se ignoran las fechas de su nacimiento y muerte, aunque cuando publicó su primera obra ya tenía una amplia experiencia y, por tanto, debía ser de edad avanzada.

La primera "Platica" es anterior al tratado de Diego de Álava y Viamont, y se puede considerar como el primer manual sistemático relativo al conjunto de cuestiones técnicas que eran competencia de los artilleros o practicantes del “arte militar”, un concepto entonces mucho más amplio que el actual. Es el resultado de toda una vida consagrada a él, tal como afirma él mismo en su tratado.

El título completo de su segundo tratado da perfecta cuenta del contenido: "Plática Manual de Artillería, en la qual se tracta de la excelencia de el arte militar, y origen de ella, y de las máquinas con que los antiguos començaron a usarla, de la invención de la pólvora, y artillería. De el modo de conducirla, y plantarla en cualquier empresa, Fabricar las minas para bolar las Fortalezas, y Montañas, Fuegos artificiales, varios secretos, y importantísimos advertimientos, al arte de la Artillería, y uso de la Guerra utilísimos, y muy necesarios. Y a la fin un muy copioso, e importante examen de Artilleros.""

Ve la luz en Milán, por Pablo Gotardo Poncio, estampador de la Real Cámara, en el año 1592, y lleva la licencia de inquisidor general del Estado de Milán y la del arzobispo.

El libro se inicia con la dedicatoria a Felipe II; lamenta el autor que los reinos españoles hayan sido agraviados, y ofendida su fama “por haber fiado la memoria de sus hechos de Historiadores estrangeros, que apenas se halla oy libro de que echar mano, que no sea escripto, de autores mal informados de la verdad de lo sucedido”. Afirma que Carlos V, a pesar de haber vencido y salido glorioso de muchas batallas, en los relatos de autores extranjeros, aunque no le puedan negar la victoria, quedan casi con igual reputación los vencidos; y especialmente echa en falta que así como muchos historiadores griegos y latinos glosaron los hechos de sus imperios, y escribieron sobre las ciencias y las artes, que de otra forma se hubieran perdido y olvidado, no lo hayan hecho los españoles.

Por ello, habiéndose ocupado muchos años Luis Collado en el real servicio, y estando en esos momentos en el Estado de Milán, con plaza de ingeniero del Ejército, “y después de haver con larga plática, mucho Studio, y costa mía, alcançado algunos secretos acerca de l’arte del Artillería, al qual siempre he sido aficionado, y por no incurrir en el común descuido de escribir dicho, y señaladamente de tantos españoles, que mejor que no yo pudieran haverlo hecho, compuse la presente obra intitulada "Plática Manual de Artillería”.

No hace referencia, por tanto, al tratado de Álava y Viamont, "El perfecto capitán. Nueva ciencia de artillería", publicado en Madrid en 1590, porque probablemente cuando apareció éste, Luis Collado ya tenía terminado el suyo, pendiente de conseguir las licencias oportunas para la impresión.

El texto está dividido en cinco partes; en las cuatro primeras trata de la excelencia del arte militar y de su historia; de los tipos de piezas y modo de fabricarlas, en particular de la fundición y construcción de cañones; de los diversos oficios y operaciones tocantes a la artillería, los problemas de cargas, tiros y punterías, incluyendo artillería naval para atacar una armada; de cómo fabricar las minas “para volar las fortalezas y montañas” y los fuegos de artificio.

La última parte está escrita en forma de diálogo, estilo literario muy utilizado en la época también para textos de navegación; explica las cualidades que debía reunir el general de artillería y su importancia, y de todas las demás personas a su cargo, de sus obligaciones y salarios. Los interlocutores son un nuevo general de Artillería, su lugarteniente, de mucha experiencia y práctica, y cuatro artilleros viejos; examinan a un artillero, que en sus respuestas demuestra su experiencia en la guerra. El tratado tiene buenas figuras, incluidas descripciones de piezas de artillería, máquinas e ingenios para elevar grandes pesos y para el montaje de puentes y escenas de ataques a fortalezas.

En la parte de balística, la más teórica, Luis Collado sigue las ideas de Niccolò Tartaglia expuestas en la "Nova Scientia", y descompone la trayectoria del proyectil en tres partes: movimiento violento (recto), mixto (arco de círculo) y natural (recto). Pero a partir de experiencias propias cuestiona algunos aspectos y consecuencias de las teorías del italiano. Así, trata de establecer la influencia de la relación entre el calibre y la longitud de las piezas sobre el alcance del tiro. Estas experiencias hechas en Nápoles por Collado con una culebrina de gran longitud de caña, que va disminuyendo por cortes sucesivos, para determinar cuál era la longitud que aseguraba el mayor alcance, son relatadas por Diego Ufano en su Tratado de artillería, publicado en Bruselas en 1613.

La obra de Collado alcanzó una gran difusión en España.

Hasta entonces, además de exigir a los artilleros juramento de no enseñar artillería “a turcos, moros, herejes, ni otras personas sospechosas de faltar a fe católica”, tampoco los monarcas españoles concedían el privilegio de impresión a los textos de arte militar —al igual que ocurría con los de navegación que contuviesen derrotas o datos geográficos—, por no ser conveniente que extranjeros y quienes no fuesen súbditos ni vasallos suyos pudieran tener acceso a esos saberes.

En su "Plática Manual de Artillería", Luis Collado de Lebrija aconseja al Rey que cree escuelas de esta especialidad en cada ciudad donde exista artillería, pues sería poco costoso y muy necesario y eficaz. Muy a menudo se alzaban voces lamentando la falta de artilleros españoles, y Collado lo hace también en su texto “por la mayor parte son extranjeros que por una mínima ocasión se pasarán mañana a servir al otro campo”. Y pone como ejemplo la Escuela de Burgos, creada a la sombra de la fundición, en 1542, que desarrolló una gran actividad en el último tercio del siglo xvi. Luis Collado escribe su obra en Milán, por lo que tuvo que relacionarse con su famosa Escuela, Maestranza y Fundición, creada en las mismas fechas que la de Burgos.

En 1551, Carlos V hizo pública una Instrucción General, conocida como la “Instrucción de Augusta”, con una ordenanza que determinaba las obligaciones del capitán general y sus tenientes en cuanto a inspección y vigilancia de la Artillería, con normas para su servicio; a ella hacen referencia muchos documentos posteriores; a principios del siglo xvii estaba al mando el conde de Fuentes, que introdujo bastantes mejoras.

En esas escuelas también se examinaba a los aspirantes a una plaza de artilleros. Luis Collado de Lebrija explica muy bien en el quinto tratado de su "Plática Manual de Artillería" los útiles que debía saber manejar un artillero y en qué debía consistir el examen. Sobre el cargo de general de Artillería, advertía que podrá “encontrarse entre los de nacimiento noble para que dé mayor autoridad a su oficio, estando adornado de alguna ciencia; pero no encontrándolo así, es preferible conceder el cargo a un benemérito soldado, práctico en las cosas de Artillería, con mucha industria e ingenio”.

Collado también da cuenta en su obra de algunas costumbres y privilegios de los artilleros. Así, en las guerras de Francia, Alemania y Flandes, siempre que se hacía uso de la artillería contra las plazas, se acostumbraba regalar al general de Artillería todos los mosquetones y pequeñas piezas de artillería que se encontraban en ella, con cierta cantidad de vitualla que se repartía entre los bombarderos; y añade que en la guerra de Lombardía y Piamonte no se usaba esto, a menos que la plaza hubiese sido tomada por asalto, en cuyo caso se daban al general de la Artillería todas las piezas rotas que se encontraban dentro, y las campanas a su lugarteniente, pero haciéndolas rescatar por dinero al mismo pueblo, dando una parte a los bombarderos que habían servido en el sitio, según su mérito.

En su "Plática manual de Artillería", Collado invoca devotamente a santa Bárbara, y escribe: “Ha habido siempre entre los artilleros, antiguos y modernos, particular devoción a la gloriosa mártir Santa Bárbara, en cuya conmemoración siempre solemniza su festividad y se celebran los oficios divinos con particular devoción, lo cual se considera en todos los reinos de la Corona de Castilla como inolvidable costumbre”, e incluye los estatutos de una cofradía.

Collado, aunque artillero práctico y participando de los errores técnicos de su siglo, trata todos los extremos de la profesión con bastante acierto, y como ingeniero militar se extiende en útiles reflexiones sobre las minas de guerra. En este sentido, De los Ríos lamenta que Collado no llegase a publicar la obra especial que preparaba sobre fortificación, con instrucción sobre las tierras para terraplenes y otros pormenores interesantes en la práctica de la construcción; pero que de todos modos, el oportuno aviso que dio al estarse construyendo las fortificaciones de Taranto, acerca de las malas condiciones del terreno en que se cimentaban, y por lo cual Felipe II mandó suspenderlas, prueba su competencia y aptitud para ambos servicios, separados después del siglo XVII.

El texto de Collado de Lebrija es uno de los citados por Cristóbal de Rojas en el "Sumario de la milicia antigua y moderna", cuyo manuscrito terminó en Cádiz el 20 de enero de 1607.


  • Biografía de Luis Collado en la Real Academia de la Historia, escrita por Isabel Vicente Maroto.

  • Juan Carrillo de Albornoz. Historia del Arma. Imprenta de la Academia de Ingenieros. Hoyo de Manzanares, 2002. Primera parte. Pág. 2-40.