Segundo día de asedio de Igueriben.

Al despuntar el día 18 de julio los rifeños trataron de cortar por segunda vez el camino de Annual a Izumar a la altura del barranco, haciendo una trinchera, pero una compañía de Ingenieros de Annual, dirigida al lugar a toda prisa alrededor de las 10:30 horas montada en camionetas la reparó a toda prisa en una hora. En Annual cundía la alarma, pues alrededor del mediodía se dieron cuenta que se iban a quedar pronto sin municiones de Artillería. Mientras tanto, se pasaron el resto del día preparando otro convoy de aprovisionamiento.



Plano de la posición de Igueriben.

A este respecto, la baja del ganado en el convoy del día anterior produjo una significativa carencia en las capacidades de transporte logístico en el campamento de Annual, pues de los 70 semovientes enviados en aquel convoy, solo regresaron cinco, por lo que no pudo enviarse un convoy previsto para recoger municiones a Ben-Tieb. Esto obligó a Annual enviar un mensaje a Melilla a las 11:30 horas solicitando el envío de las municiones por camión.

Las noticias del ataque del día anterior habían filtrado a la prensa de Melilla y, desde allí saltaron a Madrid, siendo informado por ellas el Ministro de la Guerra, quien puso un telegrama al Comandante General de Melilla ese mismo día solicitando que se le enviase directa y urgentemente noticias sobre el ataque Annual del día anterior, 17 de julio, y las bajas habidas; dió cuenta al Alto Comisario en Tetuán del telegrama que había enviado a Melilla.

En Igueriben, la posición siguió sufriendo un violento fuego de fusilería. El ataque enemigo fue más intenso en el sector este, donde los rifeños podían acercarse a cubierto de unos peñascos cercanos a la posición. Los rifeños comenzaron a disparar con un cañón (seguramente uno de los tomados en Abarrán); si bien al principio su puntería no era buena, por la tarde consiguieron producir bajas entre la tropa. La 2ª Escuadrilla de Marruecos, con base en Zeluán, envió dos aparatos, cuyas bombas no hicieron efectos sobre el ataque de los rifeños. El fuego de los rifeños se intensificó cuando los españoles trataron de hacer salir de Annual otro convoy de aprovisionamiento sobre las 16:00 horas, que fue parado inmediatamente por la gran superioridad de fuego los rifeños.

En un momento del día, el comandante Benítez ordenó al teniente Ovidio Rodríguez que enterrara a los muertos fuera de la posición protegido por los soldados de su sección, porque dentro de la misma el terreno era de roca. El teniente procedió a ello, pero nada más salir de la alambrada su sección fue objeto de un violento fuego que le ocasionó dos bajas. Se le ordenó retirarse sobre la posición, pero a pesar de ello consiguió enterrar el cadáver del sargento Antón y reparar la alambrada del sector norte, la cual había sido derruida por los mulos al ser muertos, y ello facilitaba la aproximación del enemigo durante las noches, en sus intentos de asalto.

También el comandante ordenó al alférez Luis Casado Escudero la recogida de un soldado de Regulares del escuadrón del teniente von Lindeman, que permanecía malherido desde el día anterior fuera de la posición. Con el soldado Julián Muñoz Contiñán, presentado voluntario, lograron recoger al herido con su carabina y su canana con varios cartuchos, mereciendo por este hecho ambos la felicitación del comandante Benítez al frente de su compañía.

Durante la tarde los defensores de Igueriben sufrieron tres muertos y cuatro heridos de tropa. Fue herido también el teniente D. Julián Sierra Serrano, que tuvo que dejar el mando de su sección, y el alférez Casado.

Como se carecía en absoluto de agua y el calor era sofocante, la vida se hacía imposible en el interior de la posición. La sed continuaba en aumento, por lo que se repartió entre la tropa las patatas que había para la confección del rancho, las cuales, machacadas con el pomo del cuchillo bayoneta, proporcionaban alivio a la abrasadora fiebre, la cual empezó a hacer bajas en la guarnición, unido esto al hedor de los cadáveres insepultos y mulos descompuestos. Los heridos no hacían más que pedir agua, por lo que llegaron al extremo de darles la colonia de los oficiales para apagarla. También abrieron para ellos botes de tomates y pimientos y dieron a cada uno de ellos una cucharada.

Al margen del ataque de Igueriben, el coronel de la circunscripción de Annual, el coronel de Artillería Joaquín Argüelles de los Ríos, a quien por turno correspondía, había mandado sobre las 12:45 horas cañonear los poblados de Tayarinen, Zauia y Loma Tisingort, donde, amparado en ellos, los rifeños continuaban intentando impedir las comunicaciones entre Annual y Buimeyan.

El comandante militar de Alhucemas informó a las 21:20 que había visto pasar en dirección a Amesauro grupos de gente, que suponía de Beni-Ytef y Bocoya, para engrosar la harka enemiga de Abd el-Krim; uno de ellos estaba formado por unos 60 hombres y 15 mulos.

En respuesta al telegrama del Ministro de la Guerra de aquella mañana pidiendo noticias, el Alto Comisario envió al ministro a las 19:01 un telegrama con las novedades del ataque del día anterior, recibidas del Comandante General de Melilla.

Durante la noche del 18 al 19 de julio el ataque de los rifeños se intensificó sobre Igueriben, llegando hasta las alambradas, arrojando granadas de mano, dirigiéndose con palabras soeces e injuriosas a la oficialidad y prometiendo a la tropa que si desertaba de su puesto habían de ser puestos sanos y salvos en Melilla. La guarnición, con un excelente espíritu de sacrificio, contestó con descargas cerradas a la invitación de los moros y con "¡Vivas a España!". Los de Igueriben emplearon las cincuenta granadas de mano que les quedaban de dotación para repeler los ataques, y tuvieron que concentrar el fuego de los cañones sobre la entrada de la posición, pues hasta ella habían llegado los atacantes: cuatro de ellos quedaron muertos entre la alambrada y el parapeto, frente a los cañones de la batería que habían tratado de atacar. Durante la noche, cuatro de los seis policías indígenas y un cabo que había en la posición fueron muertos defendiendo la cocina del campamento. La guarnición ocasionó al enemigo bastantes bajas vistas.

Fue digno de admiración el comportamiento del comandante Benítez el cual, sin descanso, dirigió la defensa, atendiendo a todos los frentes y elevando la moral de las tropas con su heroico ejemplo y sus palabras enérgicas de aliento; arengó varias veces a las tropas y su figura era admirada por todos los defensores, que desde el primer momento depositaron en él fe ciega por su bizarría.

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