Alzamiento de los rebeldes antiespañoles cubano liderados por José Martí, que dió lugar a una guerra de tres años que no finalizaron los cubanos, sino los norteamericanos en su primera guerra imperialista por el dominio del mundo y que todavía sufrimos.

La paz de Zanjón del 10 de febrero de 1878 supuso el fin de la Guerra Grande de Cuba, pero no impuso la paz en el espíritu de los rebeldes, sino que fue tan solo una tregua. El incumplimiento de la concesión a la isla de las mismas condiciones políticas, orgánicas y administrativas de la isla de Puerto Rico, tal y como se fijaba en el artículo 1º del convenio, fue la excusa del nuevo alzamiento. Sin embargo, la insurrección estaba larvada de antaño y financiada y apoyada desde los círculos masónicos y cubanos de Madrid, Nueva York, Florida (Tampa y Cayo Hueso) y Nueva Orleans. Por ejemplo, en el día del alzamiento la Junta Revolucionaria de Nueva York, directora del movimiento, se había gastado medio millón de duros en fletar hasta seis expediciones de envío de armas y pertrechos de guerra a la isla sin que las autoridades españolas las detectasen, y los cigarreros de Tampa y Florida habían contribuido también con fondos económicos.

Por no hablar de los azucareros, cuyo sindicato compró más de sesenta millones de pesos en azúcar, cuyo precio subió nada más estallar la insurrección, acaparando azúcar para abastecer los mercados durante dos años, tiempo que se estimaba en triunfar el movimiento separatista. ¿Explica esta especulación del azúcar el empeño de los cabecillas rebeldes de penetrar en las provincias occidentales para impedir la zafra en las plantaciones, las proclamas de Máximo Gómez incitando a no hacer la zafra, y la política de quema y exterminio de las plantaciones azucareras llevadas a cabo por los rebeldes durante la guerra?



Grabado de una vista del poblado de Baire en 1895. (Foto: Reverter Delmás, Emilio. La guerra de Cuba. Tomo I, Barcelona. Sexta edición, 1899, página 26).

El 3 de enero de 1895 se reunieron unos doscientos hombres, blancos, negros y mestizos, en el mismo sitio en que Céspedes dio su manifiesto de independencia el 10 de octubre de 1868, para escuchar a un tal Flor Cronwer, en cuyo discurso les invitó a romper definitivamente con España, a jurar levantarse en armas y a seguirle al grito de ¡Viva Cuba Libre!

Ese mismo mes de enero el administrador de aduanas de Fernandina descubrió 130 cajas con equipos de Caballería y machetes escondidos en un almacén del vicecónsul de Inglaterra, que formaban parte de un lote de 150 cajas desembarcadas recientemente de un buque norteamericano que había zarpado de Florida y en el que viajaron José Martí y su padre.

En esta ocasión el movimiento estaba mejor preparado que en 1868, y tenía ramificaciones en las provincias de La Habana, Matanzas, La Villas, Camagüey y Santiago de Cuba, así como en numerosas otras localidades, y contaba entre sus seguidores muchos de los bandoleros que desde hacía tiempo campaban por la isla, como un tal Manuel García. El coordinador de todo el movimiento fue José Martí, quien acordó con los cabecillas la fecha del alzamiento simultáneo. La fecha del alzamiento estaba fijada para el 25 de diciembre, pero la Junta Revolucionaria de Nueva York la aplazó para el mes de febrero; para ello transmitió telegramas cifrados a su delegado en la Habana, quien a su vez lo hizo con el resto de las demás provincias de la isla. El día del alzamiento se fijó, pues, para el 24 de febrero, domingo.

La revolución se palpaba en el ambiente, y el general Calleja convocó para el sábado 23 de febrero la Junta de Autoridades de la isla para buscar su conformidad y declarar vigente la Ley de Orden Público. Pero los componentes de la misma era fervientes partidades de la independencia de Cuba, emboscados con opiniones reformistas con las que habían engañado al general, y se mostraron opuestos a esta medida por cuanto aún no se tenían noticias del alzamiento de ninguna partida. La sesión se levantó a las 18:00 horas sin haberse tomado ningún acuerdo. Pero a esa hora ya había partidas alzadas en armas y en el campo en las provincias de la Habana, Matanzas y Santiago de Cuba (en esta última en Holguín y Manzanillo). Por ello, al tener conocimiento de ello, el general Calleja envió a las 02:00 horas de la madrugada del 24 de febrero el siguiente Bando para su publicación en la Gazeta, poniendo en vigor la Ley de Orden Pùblico, bando que remitió a la Junta por la mañana:

    "Don Emilio Calleja e Isasi, Gobernador General de la Isla de Cuba.

    "Consignadas en la Constitución todas las garantías que la libertad de un pueblo culto exige para el desarrollo de su bienestar y reconocimiento de sus derechos, que ejercita de la manera más amplia que cabe bajo un régimen expansivamente liberal; y en los momentos en que el Gobierno de S.M. y las Cortes de la Nación dan muestras inequívocas de sus afanes por el bienestar de esta Isla, unos cuantos hijos ingratos, impulsados por ambiciones desmedidas, sin bandera honrada que alzar, y secundatos, tal vez, por desafectos al trabajo y aún por criminales, incitan a la guerra civil, horror de los pueblos cultos y ruina de los más ricos paises, según me participan los Gobernadores Civiles de las provincias.

    "No cumpliría con los deberes de mi cargo si no tratara de impedir la realización de tan siniestros propósitos dentro de las facultades que la Ley me concede; y por tanto, haciendo uso de la que otorga el inciso 4º del artículo 2º del Real Decreto de 9 de junio de 1878, y oida la Junta de Autoridades:

    ORDENO Y MANDO

    Artículo 1º.- Se declara de aplicación en el territorio de esta Isla la Ley de Orden Público de 23 de abril de 1870.

    Artículo 2º.- Las autoridades tanto Civil, como Judicial y Militar, procederán con arreglo a las prescripciones de dicha Ley.

    Habana, 23 de febrero de 1895.
    Emilio Calleja.

Cuatro días más tarde, viendo que las partidas seguían en el campo e iban engrosando sus filas, el general Calleja proclamó el estado de sitio en las provincias de Matanzas, Santa Clara y Santiago de Cuba.

El 24 de febrero fue dia de fiesta para los cubanos residentes en Cayo Hueso, Tampa y Nueva York, adornando sus ventanas y balcones con la bandera insurrecta, y lanzándose a las calles gritando contra España y contra los españoles allí residentes. El general Calleja informó el 28 de febrero al gobierno que los separatistas de Cayo Hueso se preparaban para efectuar un desembarco en la isla y que estaban a la espectativa de lo que sucediera con el levantamiento, por lo que ordenó a las autoridasdes marítimas de Puerto Príncipe y Santiago de Cuba que realizasen una vigilancia activa de la costa norte de la isla.

Sobre los jefes de los insurrectos, se especulaba que Máximo Gómez, José Martí y Collazo se hallaban en Santo Domingo esperando el momento de desembarcar en Cuba.

El Comandante General de la provincia de Pinar del Río era el general de brigada Cipriano Carmona, quien no tuvo que actuar porque en esta provincia no hubo ningún alzamiento insurreccional.

El Comandante General de la provincia de la Habana era el general Segundo Cabo José Ardenius García, con las fuerzas de combate del regimiento de Infantería Isabel la Católica núm. 75 y el regimiento de Caballería Pizarro núm. 30. A ellas había que sumar un gran número de unidades de Voluntarios.

Tras la publicación del bando, la primera medida fue arrestar a los sospechosos. En la Habana fueron detenidos Julio Sanguily, antiguo denominado general rebelde en la última guerra, que fue arrestado a las 04:00 horas de la madrugada del 24 de febrero; José María Aguirre, coronel rebelde en la pasado guerra, y Pérez Trujillo, vocal de la Junta Central del Partido Autonomista. Otros, como Juan Gualberto Gómez y Alfredo Arango, no pudieron ser detenidos por hallarse ya en el campo con los insurrectos.

Entonces se supo que Julio Sanguety tenía la misión de alzarse en armas en la propia Habana con cinco mil hombres en el parque central de la ciudad y entrar a sangre y fuego en ella a la hora de retreta; Sanguety acabó preso, pero Aguirre y Trujillo quedaron libres a los pocos por falta de pruebas, pasando cada uno de ellos a engrosar las filas insurrectas, el primero en el campo, el segundo en Nueva York.

El Comandante General de la provincia de Matanzas era el general de brigada Luis Prats Brandagén, quien concentró las tropas del regimiento de Infantería María Cristina núm. 63 y algunos puestos de la Guardia Civil y formó con ellos dos columnas para perseguir a los rebeldes. Una de estas partidas era la del cabecilla Luís López Coloma, ex-telegrafista, que recorría los campos de la provincia junto con su novia, Amparo Orbe, y varios hombres más; a ella se había unido un tal Juan Gualberto Gómez, cuya misión era sublevarse en la localidad de Ibarra. Conocedor de que habían acampado en las cercanías del ingenio "Ignacia", el general Prats mandó una columna contra ellos, que cayó sobre el campamento rebelde sin dar opciones a la defensa. La partida fue copada y el cabecilla y su novia fueron capturados. Juan Gualberto huyó, pero se presentó en el plazo fijado para el indulto, por lo que quedó en libertad; sin embargo, fue apresado por tráfico de armas y condenado a veinte años y un día de prisión, y conducido al penal de Ceuta para cumplirla.

En la localidad de Ibarra, en Jagüey Grande, se sublevó el doctor Martín Marrero, que organizó una partida de unos cien hombres. El general Prats lanzó pequeñas columnas en su persecución y logró dispersarla; algunos rebeldes, en su huida, se internaron en la ciénaga Zapata y acamparon en unos islotes de ella; por la noche fueron atacados por feroces caimanes, de los que se defendieron a machetazos. Vistas sus circunstancias, decidieron presentarse a las autoridades españolas.

Otro rebelde levantado fue el célebre bandido Manuel García, titulado como coronel de las fuerzas insurrectas, que recorría el campo robando y saqueando hasta que se tropezó con una columna española el 28 de febrero, muriendo en el encuentro.

A los pocos días se presentaron en Yagüey Grande varios rebeldes a las autoridades españolas, deponiendo con ello su actitud; entre ellos se encuentraban trece individuos de la partida del cabecilla Mazorró, que se presentaría al día siguiente con cinco rebeldes más.

El Comandante General de la provincia de Santa Clara era el general de brigada Antonio Luque y Coca. La provincia, cuya superficie era de unos 20.000 kilómetros cuadrados aproximadamte, contaba con gran cantidad de plantaciones e ingenios de azúcar; se denominaba también como Las Cinco Villas por las cinco poblaciones fundadas en la zona por Diego Velázquez y Cuellar entre 1512 y 1514. La capital, Santa Clara, estaba guarnecida por el regimiento de Infantería Alfonso XIII núm. 62, un escuadrón del regimiento de Caballería Pizarro núm. 30, un destacamento de Artillería y un batallón de Voluntarios. A estos hay que sumar cinco compañías de Infantería y ocho escuadrones de Caballería. En Cienfuegos, distante 71 kilómetros de Santa Clara, había un batallón de Voluntarios, y en los pueblos de sus alrededores hasta 12 compañías y 3 escuadrones de Voluntarios. También en Trinidad, Remedios, Sancti Spiritus y Sagüa la Grande no había más tropas que de Voluntarios, que en total encuadraban dos batallones, 12 compañías sueltas, un regimiento de Caballería y 10 escuadrones.

El cabecilla Joaquín Pedroso había levantado una partida en la localidad de Aguada de Pasajeros y ostentaba el título de coronel del Ejército Libertador otorgado por la Junta Revolucionaria de Nueva York. Entre sus hombres se encontraban jóvenes de la alta sociedad criolla, como el joven Alfredo Arango. A ellos se unió poco tiempo después un bandido llamado Matagás, que supuso un considerable refuerzo para el cabecilla Pedroso. La partida fue alcanzada en los Conucos, cerca de Cienfuegos, por una columna española al mando del capitán Bonet formada por guardia civiles y voluntarios. El combate que siguió fue muy reñido, pero los rebeldes fueron puestos en fuga dejando tres muertos y varios heridos, por un teniente y tres españoles heridos. La partida quedó muy reducida, a unos 40 rebeldes según se creyó por entonces. Finalmente el cabecilla Pedroso, junto con Arango, se entregó a las autoridades con ocho de sus hombres.

En la pacificación de la provincia tuvo un protagonismo notable un tal José Jerez Varona, primer teniente del ejército en situación de supernumerario, cubano de nacimiento y por entonces capitán de la compañía de Bomberos Municipales, que fue llamado por el general Calleja para encargarle la misión de ir al encuentro de los insurrectos con objeto de disuadirles de su idea y hacer que se presentaran al indulto decretado por él. El teniente Jerez Varona salió el 3 de marzo de la Habana y cumplió con éxito su misión, pues logró la presentación de las partidas ya mencionadas, más las de Pancho Gerardo y doce de sus hombres, la de Charles y Jorge Aguirre, y la del negro Sarduy y el mulato Quintero. El 4 de marzo se presentaron a las autoridades españolas en Yagüey Grande varios rebeldes, deponiendo con ello su actitud; entre ellos se encuentraban trece individuos de la partida del cabecilla Mazorró, que se presentaría al día siguiente con cinco rebeldes más.

El Comandante General de la provincia de Santiago de Cuba era el general de división José Lachambre, con un general de brigada en Holguín. Los planes de la insurrección contemplaban que un tal Eduardo Yero, director de El Triunfo, debía alzarse en Santiago de Cuba y matar al Gobernador Civil, señor Enrique Capriles; pero no viendose secundado por los comprometidos en el alzamiento, regresó en secreto a la capital de la provincia para embarcarse decepcionado hacia Santo Domingo. No obstante, los insurrectos comenzaron a aparecer al poco tiempo, formándose en la provincia pequeñas partidas bajo el mando de los cabecillas Enrique Brocks, Periquito Pérez, Quintín Banderas, Goulet, Hierrezuelo y otros.

Por su parte, fieles a su juramento dado el mes anterior, el 24 de febrero de 1895 decenas de hombres se reunieron armados en los sitios de la provincia que se les asignó para comenzar el alzamiento. Dos de los lugares donde se dieron los gritos de independencia, al mando de Rabís y Lora, fueron el poblado de Baire, en la provincia de Santiago de Cuba, un pequeño lugar rodeado de numerosas fincas de pequeño tamaño y cuyos propietarios siempre habían apoyado las ideas separatistas y donde se reunieron unos doscientos rebeldes, y el de Jiguani, situado a 13 kilómetros de distancia. Esta partida sumaría más de novecientos hombres en pocos días. Bartolomé Massó se pronunció en Calisito y de allí se fué a la sierra a propagar allí la insurrección, secundado por Amador Guerra, los hermanos Estrada, Réitor, Esteban Tamayo y muchos más. En Guantánamo, la segunda población de la provincia, hacían lo propio otros ciento cincuenta rebeldes al mando de un negro llamado Guillermo Moncada, alias Guillermón, muy popular entre los negros de Santiago de Cuba y muy conocedor del terreno por haber luchado ya en la anterior guerra; Guillermón murió a los pocos días de una enfermedad crónica que padecía. En Holguín los hermanos Sartorius se levantaron en armas, a los que se unieron varios notables de la comarca (Miró, Argenter, Feria, Guerra, Marrero y Rojas).


Guillermo Moncada, Guillermón, cabecilla por pocos días de la partida de Guantánamo. (Foto: Rafael Guerrero, op. cit., pág. 40).

Al saber de la aparición de partidas de rebeldes en el Oriente de la isla, algunas de las cuales recorría las inmediaciones de Santiago de Cuba cortando los hilos telegráficos y amenazando la ciudad, el general Calleja ordenó el envió desde la Habana un batallón del regimiento de Infantería Isabel la Católica núm. 75 y media batería de Artillería, al mando del coronel Fidel Alonso de Santocildes. La fuerza embarcó en Batabanó, al sur de la Habana, en un vapor correo rumbo a Manzanillo. Las fuerzas de los regimientos de Infantería Simancas núm. 64 y Habana núm. 66 se concentraban en Guantánamo y Holguín respectivamente, mientras que el batallón de Cazadores Cádiz núm. 22 hacía lo propio en Santa Cruz del Sur, provincia de Puerto Príncipe. Al llegar a Manzanillo, el batallón de Isabel la Católica dejó cuatrocientos hombres en la ciudad y el resto marchó por tierra hacia Santiago de Cuba, distante unos 190 kilómetros, sin ser molestados por los rebeldes.

A pesar de los rumores que hablaban de un alzamiento, el general Lachambre no tomó ninguna medida hasta que tuvo conocimiento de la matanza de varios soldados del regimiento Simancas, ocurrida el 25 de febrero. Entonces el general ordenó la formación de columnas y marchar contra los rebeldes.

Mientras tanto, los rebeldes campaban a sus anchas:

  • El cabecilla Tamayo atacó el poblado de Veguitas, situado entre Manzanillo y Bayamo. El capitán de Voluntarios del pueblo, Cayetano de la Maza, fue detendo y conminado a entregar las armas, a lo que accedió. Pero las armas habían sido inutilizadas días antes por orden del comandante militar de Bayamo. Los rebeldes se fueron con tan solo dos mil cartuchos que encontraron en la casa del capitán, al cual respetaron su vida por haber intercedido su hija por él.

  • El cabecilla Amador Guerra se presentó con trescientos jinetes ante Campechela, poblado de las cercanías de Manzanillo guarnecido por cuarenta hombres del regimiento de la Habana al mando del teniente Tarragó. Intimado a rendirse, el teniente se negó; acto seguido los rebeldes se parapetaron en un ingenio cercano y comenzaron a disparar sobre el cuartel español. El teniente comprendió que el cuartel no ofrecía condiciones para resistir, por lo que salió del mismo formando a sus hombres en guerrilla dispuesto para el combate. Los rebeldes no atacaron a los españoles sino que entraron en el pueblo y lo saquearon durante dos horas, tras las cuales abandonaron el pueblo llevandose las armas que encontraron el cuartel; todo esto a la vista del teniente Tarragó, que fue arrestado y sometido a juicio por las autoridades españolas.

  • El cabecilla Bartolomé Massó se dirigió al pueblo de Yara, donde derribó la iglesia parroquial para que pudiera servir de fuerte y refugio a las tropas españolas. Acto seguido intimó a las rebelió a los habitantes del pueblo.

Por parte española, las columnas lanzadas al campo por el general Lachambre comenzaron a tener encuentros con el enemigo durante todo el mes de marzo:

  • El 6 de marzo una columna del general Lachambre dispersó una partida en la localidad de El Cobre, situada a 26 kilómetros de la capital. Diás después, el 15 de marzo, la columna del comandante Segarra batió en El Cobre las partidas unidas de los cabecillas Guare y Barbis, de unos doscientos hombres, dispersándoles y causándoles numerosas bajas.

  • El 7 de marzo, la partida de Guantánamo huyó hacia Ramón Yeguas perseguida por los españoles y con dos jefes heridos.

  • La columna del capitán Soro, compuesta de unos ochenta soldados del regimiento de la Habana y los miembros de algunos puestos de la Guardia Civil de los pueblos de los alrededores, se dirigió hacia el poblado de Baire. En la jurisdicción de Bayamo existen dos poblados con el nombre de Baire: Baire Alto y Baire Bajo, distantes seis kilómetros uno de otro. La fuerza sublevada estaba en el Baire Bajo, situado en el camino de Santiago de Cuba a Bayamo; pertenecía al ayuntamiento de Jiguani, distante 13 kilómetros. Nada más llegar a la vista del poblado la columna oyó centenares de gritos en la distancia, causados por los rebeldes. El capitán inició con las debidas precauciones el cruce del río que da acceso al pueblo pero, nada más hacerlo, recibió un fuerte tiroteo que hizo retroceder a la columna. Los rebeldes, unos dos mil aproximadamente, avanzaron para rodear a la columna, que tuvo que retirarse en escalones para no caer en poder del enemigo.

  • De regreso a Manzanillo después de haber ido a proteger el poblado de Campechuela al mando de una columna formada por soldados del regimiento Isabel la Católica y la guerrilla del batallón de Cazadores de Cádiz, el teniente coronel Araoz tuvo un encuentro con la partida de Amador Guerra, que logró dispersar, dejandose los rebeldes cinco muertos, varios heridos y resultando contuso el mismo cabecilla. Los españoles sufrieron la muerte de un teniente y dos soldados, y nueve soldados heridos. Tras este encuentro la columna continuó hacia Manzanillo y acampó en el ingenio de "San Ramón", lugar al que también se dirigían fatalmente los rebeldes. Sorprendidos ambos al encontrarse, se trabó un cruento combate cuerpo a cuerpo en el que lo españoles sufrieron un teniente y ocho soldados muertos, y los rebeldes, puestos en fuga, catorce muertos y muchos heridos.

  • El 8 de marzo, el teniente coronel Bosch, al mando de un batallón del regimiento Simancas, tuvo un encuentro con las partidas de los cabecillas Enrique Brooks y Periquito Pérez en Ulloa, Guantánamo, dispersándolas y haciéndoles un prisionero.

  • El general Garrich, jefe de la brigada de Holguín, partió de esta localidad con el coronel Zibikowski al frente de una columna de soldados de los regimientos Habana y Hernán Cortés en dirección a Baire; pero al llegar allí el 8 de marzo, comprobó que los rebeldes habían abandonado el poblado internándose en la sierra. Iniciada la persecución el 6 de marzo, los rebeldes fueron alcanzados en un lugar conocido como "Los Negros", donde se entabló un combate por el fuego que obligó a los rebeldes a internarse más en la sierra, dejándose un muerto, cinco heridos y una bandera; la bandera fue entregada posteriormente al general Lachambre. Al día siguiente fueron desalojados de una posiciones próximas que habían tomado en las cercanías de Los Negros, también con numerosas bajas.

  • Una columna del regimiento de Cuba atacó a los rebeldes en el poblado de Jarallanos, desalojándoles del mismo y haciéndoles un muerto y siete heridos.



    Ataque a los rebeles apostados en el pueblo de Jarallanos por fuerzas del regimiento de Infantería Cuba núm. 65 en marzo de 1895 (Foto: Reverter Delmás, Emilio. La guerra de Cuba, Tomo I. Sexta edición. Barcelona, 1899, pág. 125).

  • El comandante Ruiz Capilla se enfrentó y derrotó una partida de unos 300 hombres mal armados en Urquitas, en las cercanías de Veguitas, sufriendo tan solo una baja.

  • El 11 de marzo tuvo lugar el combate de Bayamo, protagonizado por el coronel Santocildes, que le valió su ascenso a general de brigada.



Las noticias de los últimos días del mes de febrero y primeros de marzo fueron muy confusas. El general Calleja comenzó telegrafiando al gobierno en la Península quitando importancia al hecho y llamando bandoleros a los rebeldes. Su actitud ocasionó desconcierto, citando el alzamiento en un momento como asunto “sin importancia”, como al momento siguiente de “motín que crece y amenaza con avasallarlo todo”; además, al suspender las garantías constitucionales en la isla y solicitar refuerzos, indicó a los españoles de ambas márgenes del Atlántico que el asunto era más grave de lo que se decía.

El alzamiento fracasó en las provincias occidentales y centrales. En la provincia de Pinar del Río no hubo alzamientos, y en La Habana los cabecillas fueron arrestados. En Matanzas, Las Villas y Puerto Príncipe (Camagüey) se alzaron unos quince cabecillas en varias partidas que fueron rápidamente combatidas, resultando sus jefes muertos, presos o presentados a indulto. Sin embargo, en las provincias orientales el movimiento triunfó en las zonas de Guantánamo, alrededores de Santiago de Cuba, Manzanillo, Holguín, Jiguaní, Bayamo y Baire, habiendo combates entre fuerzas españolas y rebeldes durante todo el mes de marzo.

A partir de aquí los acontecimientos se precipitaron hacia la guerra. Los españoles enviarían en dos años, hasta el 1 de mayo de 1895, un total de 188.724 generales, jefes, oficiales y soldados, de los cuales 128.846 eran de Infantería encuadrados en 84 batallones y 200 compañías de refuerzo; contarían con un total de 85.000 voluntarios cubanos opuestos a la independencia, y se enfrentarían a un ejército guerrillero de unos 40.000 cubanos favorables a la independencia.