LA GUERRA DEL SEGUNDO PACTO DE FAMILIA

(1741 - 1748)

Tercera campaña italiana de Felipe V, efectuada con ocasión de la Guerra de Sucesión al Imperio austriaco, y en la que el rey español trató de recuperar los ducados de Parma y Plasencia y las posesiones italianas del Milanesado perdidas en el Tratado de Utrech.




(Grabado de Georg Friedrich Schmidt, c.1737. Biblioteca Nacional de España)






La Guerra de la Cuádruple Alianza (1717-20) fue el primer embite de Felipe V para recuperar los estados italianos que España perdió en el Tratado de Utrech. Aquella ocasión se saldó con la derrota española, si bien el rey logro que las potencias europeas reconocieran a su hijo el Infante don Carlos heredero al ducado de Parma, cuya ocupación logró hacer efectiva en 1731.

La Guerra del Primer Pacto de Familia (1733-35), declarada con ocasión de la disputa entre Francia y Austria por la sucesión al trono de Polonia, fue el segundo embite italiano de Felipe V. En esta ocasión las victoriosas armas españolas lograron conquistar Nápoles y Sicilia, de forma que las potencias europeas reconocieron la creación de un nuevo reino, el de las Dos Sicilias, que Felipe V cedió a su hijo el Infante don Carlos, si bien antes tuvo que ceder y abandonar los ducados de Parma y Toscana.

El tercer embite de Felipe V se realizó con ocasión de la muerte del emperador Carlos VI, su rival durante la Guerra de Sucesión española (1702-13), fallecido el 20 de octubre de 1740 sin dejar ningún heredero masculino. Según la Pragmática Sanción del fallecido emperador, la corona pasaba a su hija mayor, María Teresa, casada con el duque de Toscana, anteriormente duque de Lorena. Esta candidatura era apoyada por Austria y Gran Bretaña. Por su parte, España quería hacer valer los derechos de la "rama española de la Casa de Austria", si bien Felipe V lo hacía para obtener compensaciones en Italia.

Federico de Prusia y los electores de Baviera y Sajonia apoyaban la elección de Carlos de Baviera, quien fue finalmente elegido Emperador en 1742 como Carlos VII, también con el apoyo de España; despues de tres siglos, el Emperador dejaba de ser un Habsburgo. Pero el rey Felipe V, a instancias de su mujer Isabel de Farnesio, deseaba recuperar los ducados de Parma y Toscana para su hijo el Infante don Felipe. Por todo ello, Europa volvía a ser escenario de un nueva guerra.

En 1743 los franceses intentaban hacer un acuerdo de paz con Austria, y esperaban que Inglaterra y España hicieran la paz, pues estaban enfrentados desde 1739 por la Guerra del Asiento. Pero en febrero de 1743 el rey Felipe V dejó muy claro al embajador francés que no pensaba hacer la paz, y menos aún si no lograba recuperar Gibraltar. La postura de Felipe V quedó justificada en septiembre de 1743, fecha en la que emperatriz Ana María de Austria, Jorge II de Inglaterra y el rey de Cerdeña, Carlos Manuel III de Saboya, firmaron en Worms un tratado de alianza.

La reacción de los borbones fue la redacción del llamado Segundo Pacto de Familia, firmado en Fontainebleau el 25 de octubre de 1743. Las pretensiones españolas, apoyadas por Francia, eran las siguientes:

  • El Estado de Milán y los ducados de Parma y Piacenza se adjudicaban al Infante don Felipe, y Francia se comprometía a sostenerlo militarmente, así como a declarar la guerra a Inglaterra.

  • El rey de Francia se obligaba a que la recuperación de Gibraltar fuese "uno de los principales objetos en que se empleen sus fuerzas" y "a no concluir ninguna reconciliación con la Inglaterra que no sea restituyéndose a Su Majestad católica la referida plaza de Gibraltar". (art 80).

  • El rey de Francia contraía igual obligación respecto a Menorca y el puerto de Mahón: "y emplear también todos los medios posibles para que la España pueda recuperar dicha isla y puerto".

  • En el aspecto colonial, ambas potencias se comprometían a destruir la colonia inglesa de Georgia, que amenazaba la de la Florida (art. 10), y Felipe V se comprometía a no volver a conceder a los ingleses el navío de permiso y el asiento de negros (art. 11).

De esta manera, España se vió una vez más envuelta en una guerra en dos frentes: una guerra defensiva contra Inglaterra en el Atlántico para proteger el comercio con las colonias americanas, y una guerra ofensiva contra Austria y Cerdeña en Italia para recuperar lo perdido en Utrech. Siguiendo a Henry Kamen, fue un impresionante despliegue militar para un país que apenas una generación antes no disponía ni de ejército ni de marina.


Campaña de 1742

En 1741 los prusianos ocuparon Silesia, por lo que la emperatriz de Austria tuvo que retirar fuerzas del Milanesado para hacer frente a la agresión. Viendo el vacío de fuerzas ocurrido, Felipe V creyó llegado el momento de entrar de nuevo en Italia. En julio de 1741 comenzaron los preparativos para trasladar un ejército desde la Península hasta Italia y enfrentarse a los sardos y los austriacos. El ejército expedicionario español se dividió en dos fuerzas:

  • Uno al mando del Infante don Felipe, enviado al norte de Italia pasando por Provenza para operar en la frontera franco-piamontesa y tratar de penetrar en Saboya. Las tropas estaban dirigidas realmente por don Francisco de Glimes de Bravante y Campegne, conde de Glimes, que fue sustituido por don Jaime Miguel de Guzmán Dávalos y Spínola, el célebre marqués de La Mina en 1743. Operaría conjuntamente con un ejército francés mandado por el marical Maillebois.

  • Otro para operar en la Toscana, al mando de don Jose Ignacio Carrillo de Albornoz y Montiel, conde de Montemar, y apoyar al primero mediante la atracción de fuerzas enemigas sardas y austríacas.

El conde de Montemar, que contaba con 71 años de edad, llegó a Barcelona el 27 de octubre de 1741. Allí encontró que las fuerzas asignadas a su mando no estaban organizadas y preparadas; además se le dió un plan de campaña diferente al que traía aprobado de Madrid. Solo pudo reunir unos pocos batallones, escasa Caballería y faltaba dinero para comprar víveres y transportes.

El ejército de Montemar se organizó en dos expediciones que partieron de Barcelona el 4 de noviembre de 1741 y el 13 de enero de 1742. El conde partió con la primera expedición y desembarcó en Orbitello el 3 de diciembre de 1741, donde estableció su cuartel general. Allí se quedó a esperar la reunión de sus fuerzas y la llegada a las pocas semanas de un refuerzo de tropas napolitanas enviadas por el rey Carlos de Nápoles, el Infante de España.

A principios de 1742 todo parecía ir bien a los españoles: se esperaba que un ejército francés pasase a Italia; las tropas napolitanas tenían paso libre por los estados pontificios y las españolas por las tierras genovesas; Toscana era neutral y Cerdeña no era contraria, y, por último, los austríacos apenas tenían fuerzas en el Milanesado.

A pesar de las presiones que recibía desde Madrid, el conde de Montemar se mostraba inactivo en Italia. A partir del 14 de enero movió algunos batallones a Pesaro, donde llegó el 20 de febrero. Allí permaneció a la espera de las tropas de la segunda expedición, con las que logró reunirse el 16 de mayo cerca de Bolonia.

Sin el apoyo del ejército de Montemar, que se mostraba inactivo en el centro de Italia, el Infante don Felipe fue atacado por el rey de Cerdeña, tuvo que abandonar Saboya y refugiarse en Francia.

La pasividad del ejército español fue aprovechada por la archiduquesa de Austria, quien envió tropas a Módena y se alió con Carlos Alberto de Saboya, también aspirante al Milanesado. Montemar celebró un Consejo de Generales el 9 de junio y decidió retirarse a Bondeno a esperar allí al ejército francés, desobedeciendo con ello las ordenes recibidas de Madrid de mostrar un actitud más ofensiva. El rey de Cerdeña aprovechó la retirada española para ocupar Módena y Mirándola. Al analizar la situación, Montemar se dió cuenta del peligro que amenazaba al reino de Nápoles, por lo que creyó su deber primordial pro­teger a este reinoy retiró su ejército por Ferrara a Rímini y Foligno, adonde llegó el 22 de agosto con un ejército deshecho y él mismo enfermo.

Los ingleses, en guerra con España desde 1739, habían estado observando los movimientos de los españoles y en agosto enviaron su flota hasta Nápoles, presentando un ultimatum al rey Carlos por el cual le conminaban a declararse neutral y retirar sus tropas del ejército del conde de Montemar, o bombardeaban la ciudad; le dieron dos horas para contestar. Carlos se sometió a la humillación, que no olvidó en toda su vida, como demostró durante su periodo como rey de España.

La campaña de ese año supuso un revés para los objetivos españoles. La Corte de Madrid se mostraba bastante impaciente por la inactividad del ejército de Montemar y el 21 de agosto decidió su sustitución por el oficial más antiguo de su ejército, que era el teniente general Juan Dumont y de Buisson, conde de Gages, quien tomó el mando el 11 de septiembre con 60 años.

Campaña de 1743

El conde de Gages, nuevo comandante en jefe del ejército expedicionario español, fue obligado a combatir de inmediato. Sus fuerzas totalizaban 14.000 hombres encuadrados en 14 Regimientos de Infantería, 2 de Caballería, 2 Dragones, 1 compañía de Húsares y 1 batallón de Artillería (un tren de campaña de 12 cañones y 400 artilleros encuadrados en 10 compañías). El conde de Mariani era el Jefe de Artillería.

El ejército español se encontraba operando en el norte de Italia, en la Lombardía. Al conocer la llegada de un ejército hispanofrancés a Provenza y Niza, trató de operar en unión de él. Estando separado del enemigo por el rio Pánaro, y siguiendo las instrucciones emanadas de Madrid, tomó la iniciativa para ir al encuentro del enemigo. El 2 de febrero inició la marcha, llegando al día siguiente a la orilla de este rio, en un lugar situado frente a Camposanto. Tras varios movimientos que buscaban desplegar ambos ejércitos en un lugar adecuado, el 8 de febrero se dió la batalla de Camposanto, en la que el conde de Gages venció al ejército austriaco, 18.000 hombres mandados por Traun. La victoria le valió el ascenso al grado de capitán general, que le concedió el rey el 26 de febrero.

Tras la batalla se celebró un Consejo de Guerra en el que el conde de Gages decidió no ir en persecucion del enemigo ni aquella noche ni al día siguiente. Por el contrario, los españoles atravesaron el rio Tánaro y regresaron a sus cuarteles de Bolonia.

Mientras tanto, el conde Glimes, comandante en jefe del ejército español derrotado por el rey de Cerdeña, fue sustituido por el marqués de La Mina quien en poco tiempo recuperó las posiciones españolas perdidas en Saboya anteriormente.

En la primavera de 1743 el ejército español de Lombardía se vio reforzado con la llegada de dos compañías más de Artillería, precedentes del 2º Batallón del Regimiento y de la Compañía de Orán. Simultáneamente llegaron al puerto de Génova 30 cañones de a 24, 8 morteros de a 12, 4 morteros de a 9 y 16 pedreros de a 16, procedentes de Palma de Mallorca. Creemos que en 1743 se tuvo lugar la acción de Cipriano, en la provincia de Campaña, motivada por el intento de los imperiales de apoderarse de la munición allí almacenada.

En septiembre de 1743 Gran Bretaña, Austria y Cerdeña firmaron el Tratado de Worms, y en octubre España y Francia hicieron lo propio con el Segundo Pacto de Familia, por lo que a partir de entonces el ejército y marina de guerra francesa se implicaron en la guerra en Italia.

Campaña de 1744

El año comenzó con la derrota de las escuadras españolas y francesa el 22 de febrero en la batalla naval del Cabo Sicie frente a la escuadra británica del Mediterráneo, especialmente sobre la española, que llevó todo el peso del combate. La derrota puso de manifiesto la superioridad naval británica en el Mediterráneo y en las costas italianas, donde operaba el ejército hispanofrancés, y el fin del proyecto, apoyado por España y Francia, de desembarcar en Inglaterra a Carlos Estuardo, hijo del pretendiente Estuardo al trono de Inglaterra.

En el verano de 1744 las tropas españolas combatieron en dos escenarios diferentes. En el norte, comenzaron el sitio de Coni, única plaza que les quedaba dominar para bajar a las llanuras del Piamonte. Los sitiados se defendieron hasta septiembre en espera de socorros procedentes del rey de Cerdeña, que fueron batidos el 29 de septiembre por los borbónicos en la batalla de Madonna del Olmo, donde la caballería española logró la victoria para el Infante don Felipe. A pesar de todo, los borbónicos se vieron obligados a levantar el sitio de Coni, con lo que el proyecto de invasión de Piamonte fracasó nuevamente.

En el sur, el ejército del conde de Gages no pudo forzar el paso sobre los austriacos, por lo que emprendió una muy delicada marcha para retroceder con su ejército a través del macizo del Abruzzo hacia Sora y la frontera napolitana. Esta retirada fue calificada por Jean Jacques Rousseau como “la más hermosa maniobra en todo el siglo”, mereció la admiración de toda Europa, y el mismo Federico el Grande confesó que sentía no haber hecho una campaña a las órdenes de tal general. El conde de Gages quedó en Nápoles, esperando la incorporación del ejército del rey Carlos. Al frente de las tropas austriacas el general Traun fue relevado por el general Lobkowitz, quien en el mes de agosto sorprendió a los hispanonapolitanos en la batalla de Velletri, aunque afortunadamente para éstos pudieron evitar la derrota y la invasión austríaca del reino de Nápoles.

La campaña de este año finalizó con la muerte del Jefe de Artillería, conde de Mariani, quien había sido hecho prisionero en Velletri y después canjeado.

Campaña de 1745

Para el historiador inglés Coxe, la campaña italiana de los españoles de 1745 no encuentra otra comparable, "ya sea en cuanto al atrevimiento de los planes militares, ya en cuanto a la rapidez con que se ejecutaron".

A principios de julio de 1745 los ejércitos españoles del norte, al mando del infante Felipe y del mariscal de Maillebois, y del sur, al mando del conde de Gages, habían establecido contacto en el estado de Génova. Desde entonces, ambos ejércitos operaron de forma combinada, unas veces conjuntamente, otras veces separados, con buena sintonía entre ambos generales, que hicieron una pareja comparable por sus contemporaneos a la formada por el príncipe Eugenio y Marlborough.

El ejército combinado inició el descenso por Piamonte y Lombardía, apoderándose de las plazas de Vogliero, Serravalle, Castillo de Tortona, Plasencia y Parma. El 28 de septiembre derrotó a los austriacos en la batalla de Bassignana, distinguiendose en la batalla el Regimienro de Caballería De la Reina. El avance fue tan victorioso e imparable que el Infante don Felipe por fin entró triunfante en Milán el 20 de diciembre de ese año (había sido tomada cuatro días antes), lo que marcó el cenit de las avances españoles. Tan solo quedaban por reducir unas pocas ciudadelas y la plaza de Mantua, aún en manos austriacas.



A mediados de 1745 Francia se negó a continuar con la guerra, dejando a España en la estacada. Las acciones militares no solucionaban nada a Francia y los únicos que iban logrando sus objetivos eran Federico II de Prusia y Felipe V de España. El nuevo ministro de Asuntos Exteriores francés, d´Argenson, declaró con firmeza que "la paz era necesaria y que el tratado de Fontainebleau con España debía ser descartado". En los contactos con Austria para arreglar la paz, Francia traicionó a España prometiendo ceder el ducado de Parma al Imperio y la Lombardía al rey de Cerdeña, Carlos Manuel III de Saboya.

Los acontecimientos se precipitaron contra los intereses de España. La emperatriz de Austria y el rey de Prusia firmaron la Paz de Dresde el 25 de diciembre de 1744. Esto permitió la llegada a Italia de cuantiosos refuerzos austríacos. Por su parte, Francia se encontraba negociando un armisticio con los piamonteses cuando el rey de Cerdeña, Carlos Manuel de Saboya, con los refuerzos austriacos, lanzó una inesperada ofensiva que derrotó al ejército francés del mariscal Maillebois, que obligó al Infante don Felipe a evacuar Milán en marzo de 1745, tres meses después de su entrada triunfante, y recuperar plaza tras plaza de las ganadas por los hispanofranceses. Para presionar a Felipe V en la búsqueda de la paz, el rey Luis XV envió como embajador especial al mariscal duque de Noailles, que había servido con Felipe V en Cataluña durante la Guerra de Sucesión, si bien puso las tropas del mariscal Maillebois a las órdenes del Infante don Felipe para paliar el desastre militar sufrido ante el rey de Cerdeña.

El duque de Noailles llegó a Madrid en abril de 1746, y encontró a un Felipe V dispuesto a seguir defendiendo sus derechos sobre Italia. Como para respaldar las pretensiones del rey Felipe V, el ejército borbónico consiguió el 5 de mayo de 1746 una nueva victoria sobre los austriacos en la batalla de Codogno. Sin embargo, mes y medio más tarde, el ejército francoespañol fue derrotado el 16 de junio en la desastrosa batalla de Piacenza. Pocos días después, el rey Felipe V murió el 9 de julio, con algo más de 62 años. Ambos hechos supusieron el fin de las pretensiones españoles en Italia.

Tras la derrota de Piacenza, los borbónicos lograron despegarse de los imperiales con gran habilidad en dirección a Génova y Provenza, pero en cuanto éstos se percataron, iniciaron la persecución, que culminó en la batalla del Tídone, en la que los borbónicos fueron gravemente acosados el 11 de agosto en su cruce del río Po.

Por su parte, Carlos Estuardo, que había desembarcado en Escocia en julio de 1745, fue derrotado en la batalla de Culloden en abril de 1746 y acabó huyendo a Francia en septiembre de ese año.

El ejército español siguió aliado del francés y operando e Italia en 1747. El conde de Gages, tenido en la corte de Madrid como "extranjero" y demasiado adicto a Francia, fue relevado por el marqués de La Mina, quien recibió instrucciones secretas para no implicarse más de lo necesario y retirarse lenta y cautelosamente. De esta forma, España continuó la guerra hasta 1748, fecha de la firma del Tratado de Aquisgrán. Para entonces, el ejército hispano-francés había evacuado el territorio italiano, no sin antes haber rechazado un intento de invasión de Provenza y penetrado de nuevo en el Piamonte. Tras la paz, la reina viuda Isabel de Farnesio vió logrado el objetivo del difunto Felipe V: la soberanía de su hijo el Infante don Felipe sobre los ducados de Parma, Plasencia y Guastalla, reconocida por las potencias europeas en el Tratado.


Pinchar aquí: Tratado de Aquisgrán.


Con esta guerra finalizó la docena de guerras que España libró por el control de territorios en Italia, que se remontan hasta 1422, cuando la Casa de Aragón conquistó Nápoles y expulsó a la Casa de Anjou, y a las guerras de Carlos I para el control del Milanesado.

Los territorios italianos perdidos en Utrech fueron recuperados 30 años más tarde, excepto el Milanesado, en una reacción militar española no esperada por nadie y que Francia nunca vió con buenos ojos pues, si bien deseaba debilitar al Imperio austriaco, no deseaba una España poderosa. Sin embargo, Felipe V no los recuperó para España, sino para sus hijos, por lo que España no solo no ganó nada en estas guerras, sino que despilfarró de nuevo unas energías humanas, militares y económicas que podrían haberse aprovechado de otro modo para engrandecer el pais.

Militarmente, esta guerras pusieron de manifiesto la superioridad de la Caballería española, plasmaba en los numerosos privilegios ganados por sus regimientos, que conquistaron sin perder ninguno a cambio, y batiendo sistemáticamente a los jinetes austriacos, considerados de los mejores de Europa en su época.

Por otra parte, también se puso de manifiesto la incapacidad española de mantener guerras en dos frentes, y la insuficiencia de recursos para defender sus dominios mundiales, a pesar de la espectacular recuperación de su ejército y marina en apenas 30 años.


FUENTES:

  • Ferrán Soldevilla. Historia de España. Editorial Crítica. Barcelona, 1995. Volumen II, pág,s. 460-465.
  • Henry Kamen. Felipe V, el rey que reinó dos veces. Ediciones Temas de Hoy. Colección: Historia. Madrid, 2000. Pág. 253-262
  • Julio Albi y dos más. La caballería española, un eco de clarines. Tabapress, S.A. Madrid, 1992. Pág,s. 64-73.
  • Mª Dolores Herrero y tres más. La Artillería española, al pie de los cañones. Tabapress, S.A. Madrid, 1994. Pág. 98-109