Tercer día de combates con los rifeños tras el ataque del 9 de julio que inició la campaña de Melilla de 1909.
Tras el desembarco en Melilla de las 1ª y 3ª Brigada Mixtas de Cazadores de Madrid y Barcelona respectivamente, el general Marina creyó tener fuerzas suficientes para atacar a los rifeños, cuyos ataques de los días 18 y 20 demostraban su interés por apoderarse de las posiciones españolas que defendían la plaza de Melilla.
La operación se planeó para ser ejecutada de inmediato, ya que se habían visto el dia 22 varios contingentes de rifeños en los barrancos de Sidi Musa y Alfer. Para ello el general Marina constituyó dos columnas para tomar la loma de Ait Aixa, desde donde se tiroteaba diariamente el convoy de aprovisionamiento de la posición Segunda Caseta. La primera, organizada en el campamento del Hipódromo al mando del coronel don Venancio Álvarez Cabrera, debía atacar de flanco, mientras la segunda, organizada en el campamento de Los Lavaderos al mando del teniente coronel Aizpuru, debía fijar al enemigo por el frente. La operación se fijó para el día 23 de julio.
La columna del coronel Álvarez Cabrera estaba formada por:
No se sabe porqué extraña razón, el coronel Álvarez Cabrera salió con su columna del Hipódromo sobre las 21:00 horas del 22 de julio hacia la loma Ait Aixa. Parece ser que lo hizo por iniciativa propia, pues al enterarse, el general Marina envió al capitán don Miguel Cabanellas Ferrer en su busca para hacerle retroceder. El capitán no encontró la columna, y la muerte en combate del coronel nos dejó sin saber la verdad sobre su salida[01]. Su marcha nocturna se hizo con bastante lentitud, pues no se tenía un conocimiento exacto del terreno, y al amanecer la columna estaba aislada del resto de las fuerzas españolas. Los rifeños se dieron cuenta del excelente blanco que ofrecían los españoles y comenzaron a disparar sobre ellos.
Ante el ataque de los rifeños, el coronel Álvarez Cabrera dejó parte de las tropas de su columna protegidas tras la gola de la cercana posición de Sidi Musa y avanzó con el resto tratando de alcanzar las lomas próximas para refugiarse en ellas. Pero tan solo pudo avanzar unos 500 metros, siendo detenido por el nutrido fuego de fusilería de los rifeños. Al verse detenido sin poder reaccionar, el coronel apeló al heroismo: al grito de "el que sea un hombre que me siga", se lanzó hacia adelante, muriendo a los pocos pasos en unión de los oficiales y soldados que se unieron en su carga.
Al amanecer del 23 de julio, y ante la ausencia de noticias del coronel Álvarez Cabrera, el general Marina organizó una columna de rescate. Esta al mando del teniente coronel Aizpuru y formada por dos compañías del Batallón Disciplinarios, dos compañías del regimiento África, una sección de Caballería y otra de Artillería de Montaña. Apenas salió del Hipódromo comenzó a recibir un fuego de fusilería tan nutrido desde las alturas cercanas al poblado de Mezquita que la artillería agotó sus municiones en una hora y ésta se vió obligada a regresar al campamento.
Se formó una tercera columna en el Hipódromo formada por dos compañías de Infantería, el resto del escuadrón de Caballería y la batería de Artillería de la plaza, con misión de apoyar la columna de Aizpuru situándose en las lomas del Lavadero.
Como una compañía del Batallón Disciplinario se había quedado sin municiones, se envió a relevarla una compañía del regimiento Melilla. Su entrada en la línea coincidió con una vigorosa acometida de los rifeños, que hizo ceder la derecha de la línea española y volcó una de las piezas de Artillería, que estuvo a punto de caer en manos de los moros. Ante lo delicado de la situación el general Del Real, segundo jefe de la Comandancia General, envió dos compañías de Cazadores de Estella para restablecer la situación. Este refuerzo permitió la entrada en posición de la compañía del Batallón Disciplinaria, debidamente municionada, y recobrar la pieza de Artillería volcada.
La recuperación del cañón se debió a la acción del abanderado del Batallón Disciplinario, señor Carrasco; al oficial señor Artal; y a cuatro soldados, entre los que se encontraba el soldado de Artillería Privato Maciá, quien fue el primero en aproximarse al cañón para apoderarse de él con grave riesgo de su vida. El soldado Maciá se abalanzó como un loco sobre el enemigo gritando furiosamente: "Esta pieza es mía y nunca me separaré de ella".
Estas acciones coincidieron un movimiento envolvente de los rifeños sobre la izquierda de la línea española, que hubo de ser reforzada primero con una compañía de Cazadores de Estella y después con dos compañías de Cazadores de Alfonso XII.
A las 09:00 horas la línea española se extendía desde el barranco del río Lobo a la izquierda hasta el poblado de Mezquita a la derecha. Sobre esa hora el centro de la línea, reforzado con otra compañía del regimiento Melilla, cargó a la bayoneta para retirar los muertos y heridos. Mientras, a la izquierda de la línea los jinetes de la sección de Caballería echaron pie a tierra para proteger las piezas de Artillería y dar tiempo a que acudiese a la línea la compañía de Infantería destacada en la posada del Cabo Moreno, que hubo de dejarse desguarnecida. Las bajas que ocasionaban las balas españolas sobre los rifeños eran enormes, sin embargo los moros, movidos de un fanatismo delirante, proseguían su avance dando tremendos alaridos sin que nada les hiciera retroceder.
A mediodía el combate continuaba. Los moros avanzaban con fiereza, viendo caer estoicamente a sus compañeros, con fuerzas renovadas, centuplicando sus gritos, sus saltos, sus acometidas. Desde la plaza de Melilla se les veía avanzar por las lomas, ajenos al diluvio de balas que caía sobre ellos. Los paisanos de Melilla salieron hacia las posiciones para auxiliar a los heridos, llevando toda clase de vehículos para transportarlos al interior de la ciudad. Muchos de ellos se incorporaron para ayudar a llevar municiones.
Mientras el general Del Real dirigía el combate, el general Marina estaba en el muelle de Melilla organizando el desembarco de las primeras unidades de la 1ª Brigada Mixta de Cazadores de Madrid, recién llegadas a Melilla. En cuanto pudo, envió dos compañías de Cazadores de Barbastro al coronel Axó, jefe del convoy de aprovisionamiento de la posición Segunda Caseta, mientras él se dirigió personalmente al combate al frente de dos compañías de Cazadores de Figueras, con las que reforzó el extremo izquierdo de la línea. Con estas fuerzas y dispositivo adoptado hasta el momento, el general Marina decidió mantener el combate hasta que el coronel Axó regresara de realizar el convoy de aprovisionamiento sobre Segunda Caseta.
Sobre las 17:00 horas el convoy del coronel Axó había regresado. Acto seguido el general Marina ordenó el repliegue escalonado de la línea española sobre los campamentos de El Lavadero e Hipódromo, estableciendo la Artillería en el flanco izquierdo, que era el más amenazado. El repliegue se hacía ordenadamente, cuando la tragedia se cernió sobre las tropas españolas. Las dos compañías de Cazadores de Figueras, creyendo finalizado el combate, se dispusieron a almorzar un rancho en frío a la altura de una casa rifeña en ruinas. Un grupo de rifeños se apercibió de este hecho y, moviendose por un barranco existente a la derecha de las posiciones españolas, abrió fuego a discreción y casi a quemarropa sobre los soldados de Figueras. Éstos habían dejado el armamento en pabellones y, tratando de salvarse, se produjo el pánico entre ellos, que fueron literalmente fusilados por los moros. Entre los muertos se encontró el teniente coronel jefe del batallón, don José Ibañez Marín, a la sazón ilustre escritor e historiador militar, y bastantes de sus oficiales. El resto de la línea española no se apercibió a tiempo del desastre y continuó su retirada tras considerar que no era prudente retirar a los muertos, por estar anocheciendo.
Cabe mencionar la gesta del cabo de gastadores Ricardo Almeida, que peleó como un león para defender el cadáver del teniente coronel Ibañez Marín, que los moros pretendian llevarse. A tiro limpio, a bayonetazos, manejando el fusil como una maza y derribando a diestro y siniestro a sus encarnizados enemigos, peleó durante unos minutos contra seis u ocho rifeños, sin ceder un palmo de terreno, sin abandonar el cadáver de su jefe. Su obstinación heroica y su valor impávido atrajeron las miradas de otros compañeros, que corrieron en su ayuda y ahuyentaron a los enemigos, salvandole con ello la vida.
A las 21:00 horas el combate había finalizado. Los españoles sufrieron un total de 282 bajas: 2 jefes, 8 oficiales y 46 clases de tropa muertos; 1 jefe, 10 oficiales y 215 clases de tropa heridos.