LA BATALLA DE RÁVENA

(11 de abril de 1512)


Derrota del virrey de Nápoles, don Ramón de Cardona, ante Gastón de Foix, duque de Nemours, a pesar del éxito demostrado por la infantería española, que derrotó a la alemana y a la francesa y supo resistir la caballería pesada francesa.

Tras liberar Bolonia del fracasado sitio al que la puso don Ramón de Cardona, virrey de Nápoles, en enero de 1512 y la recuperación de la ciudad de Brescia, Gastón de Foix, duque de Nemours, se dirigió al sur para poner sitio a la ciudad de Rávena. Rávena se encuentra en la orilla izquierda del rio Ronco. Los franceses habían establecido su campo en la llanura que existe entre este río y el Montone, para sitiar la ciudad, tomarla e impedir que fuese de puerto de entrada de refuerzos y aprovisionamientos para el ejército aliado.



Situación de Rávena, en el norte de Italia y a orillas del mar Adriático.

La noche del 8 de abril, Jueves Santo, los franceses bombardearon las murallas de Rávena. Al día siguiente, 9 de abril, Viernes Santo, parte del ejército francés atacó la ciudad, mientras el resto formó en batalla para hacer frente al ejército del virrey de Nápoles, que se acercaba a la ciudad. El ataque fue rechazado por los defensores; hubo grandes pérdidas por ambas partes, siendo heridos los franceses Jacques Coligny, señor de Châtillón, y monsieur de Cépy, comandante de la artillería.

El virrey de Nápoles se aproximó a la ciudad por la orilla derecha para levantar el sitio al frente del ejército aliado hispano-papal, acampando la noche del 9 de abril a unas cuatro millas de los franceses y avisando de ello a los defensores de Rávena con el disparo de varios cañones.

La situación de los franceses era preocupante. A la falta de provisiones suficientes se sumó la orden dada por el emperador Maximiliano a los landsquenetes del ejército francés para que abandonaran la lucha y regresasen a casa. El joven duque de Nemours tenía dos opciones: realizar una rápida retirada sobre Bolonia, o probar fortuna en una batalla de resultado incierto. Convocó a sus capitanes y les dijo lo siguiente:

    "Caballeros, todos ustedes saben que a partir de esta noche habrá escasez de suministros y que ya no tenemos ninguna esperanza de entrar en Rávena. Por lo tanto, debemos decidir si nos retiramos o afrontamos los riesgos de una batalla en un terreno favorable al enemigo. Ahora, si nos jubilamos, perderemos toda la reputación que hemos adquirido en los últimos meses y nuestros propios amigos nos darán la espalda. Si, por el contrario, decidimos luchar, gracias a nuestro valor tendremos muchas posibilidades de ganar. Como veis, aquí ya no se trata de elegir entre dos soluciones, sino entre una ruina segura y una victoria incierta".

El Sábado Santo 10 de abril el ejército aliado acampó a dos millas de Rávena, tan cerca del ejército francés que una repentina salida de éste capturó 200 caballos y numerosos carros a los aliados. En ese momento Gastón de Foix desafió al virrey de Nápoles pidiendole que le dejara cruzar el río sin ser molestado para así poder librar una batalla entre ambos. Ramón de Cardona, inducido por Pedro Navarro, de quien se decía que era quien realmente mandaba el ejército aliado, pretendía presentar batalla a los franceses, así que permitió el paso del río a los franceses. Sin embargo, Fabricio Colonna, que mandaba la caballería, era partidario de acampar frente a la ciudad sin combatir, para obligar a los franceses a abandonar el sitio y retirarse. Pero la decisión del virrey era presentar batalla; para ello ordenó a Colonna ocupar con su caballería un lugar destacado, situado a una milla de distancia. Colonna objetó diciendo que para ello tendrían que combatir, pero el virrey insistió. Aún intentó Fabricio Colonna cambiar la opinión del virrey con la mediación del marqués de La Marisma, pero el intento tampoco tuvo éxito. En ese momento dos escuadrones de caballería francesa atacaron un grupo de caballería aliada que había atravesado el río, que fue desordenada obligando a Colonna a salir para hacerlos retroceder. Esta escaramuza nocturna impidió a Colonna cumplir la orden del virrey.

El ejército francés estaba formado por 24.000 infantes, 4.000 jinetes y 50 piezas de artillería. Al amanecer del Domingo de Resurrección, 11 de abril, cruzó el río Ronco sin oposición y desplegó en una línea en forma de media luna. El señor d´Alegre permaneció con una fuerza de unos 3.000 hombres y dos cañones al otro lado del río para enfrentarse a una posible salida de la guarnición de Rávena que tratase de atacar la retaguardia francesa. La disposición del ejército desplegado en batalla fue la siguiente:

  • Derecha: una fuerza de caballería de una 900 lanzas, al mando de Alfonso de Este, duque de Ferrara, y del señor de La Palisse, desplegados cerca del río. Detrás de ellos, un segundo cuerpo de caballería de unas 600 lanzas del Gran Senescal de Normandía, donde se situó el cardenal Sanseverino. Junto a ellos desplegaron 200 caballeros del rey de Francia.

  • Izquierda: Infantería, alineada en forma de media luna: primera línea 6.000 landsquenetes; detrás 8.000 gascones y franceses al mando del capitán Molard; detrás 5.000 infantes franceses e italianos al mando de Federico Gonzaga; finalmente, 3.000 arqueros.

  • La artillería se colocó en el centro.

  • El joven duque Gastón de Foix, con una fuerza de 50 lanzas, decidió no colocarse en ningún sitio, sino que acudiría al lugar donde se le necesitase.

El ejército aliado estaba formado por 18.000 infantes, 2.000 jinetes y 24 cañones. Al amanecer de ese día, el ejército aliado avanzó en orden en dirección al río Ronco, llevando la artillería en medio excepto dos pequeñas piezas que fueron colocadas en la retaguardia, con los carros. Al llegar al río, Pedro Navarro dispuso el despliegue de las fuerzas con la infantería a la derecha y la caballería a la izquierda. Quedaban, pues, enfrentadas ambas infanterías y ambas caballerías.

  • Caballería: La caballería pesada de 500 hombres de armas, al mando de Fabricio Colonna, con el prior de Mesina, formó a la izquierda de la línea. La caballería ligera, compuesta por 2.500 jinetes al mando de Fernando de Ávalos, V marqués de Pescara, y de Pedro de Paz, se colocaron a derecha e izquierda de la infantería. Alineada con la retaguardia se encontraban desplegados los 700 hombres de armas de la compañía del Gran Capitán y de Carvajal.

  • Infantería: En el centro, formada por 8.200 soldados desplegados en cuatro escuadrones situados uno detrás de otro: el primero, a modo de vanguaerdia, los 2.000 soldados mandados por Chávez, Díaz, Luján y Velázquez; el segundo y el tercero, a modo de cuerpo de batalla, 2.000 soldados de Pacheco, Samaniego, Salgado y Paredes y detrás 1.500 italianos al mando del capitán Ramazzotto. Por último, actuando como retaguardia, los 2.700 soldados de Zamudio, Artieda, Arriaga y Coruejo.

  • Artillería: Delante de la infantería colocó la artillería de poco calibre y unos 30 carros armados con largos cuchillos que tenían objeto destrozar al enemigo en el momento del choque, similares a los carros persas del rey Darío. La artillería de grueso calibre quedó desplegada delante de los hombres de armas.

  • En el cuerpo de batalla de la infantería se situó el virrey, acompañado del duque de Traietto, el marqués de Bitonto, el conde de Popoli, e conde de Monteleone, el marqués de Palude y el marqués de Alella, con muchos caballeros y 1.000 hombres de armas.

Tras del despliegue de las fuerzas, ambos ejércitos quedaron separados unos 150 pasos. Entre las 08:00 y 09:00 horas comenzó el cañoneo de ambas artillerías, que duró unas dos horas y en el que la infantería francesa se llevó la peor parte y sufrió numerosas bajas. En vista de ello el duque de Ferrara, Alfonso de Este, sacó la artillería del centro del despliegue y la llevó al extremo derecho, junto a la caballería, al tiempo que comenzó a extender este ala en un movimiento de arco hasta rebasar el ala izquierda de los aliados y amenazar su flanco y retaguardia.

Una vez finalizado el movimiento envolvente, la artillería francesa rompió el fuego en diagonal contra la izquierda aliada, desordenando las filas de la caballería pesada y provocando numerosas bajas. Fabricio Colonna no pudo resistir el ataque de la artillería francesa sobre ellos sin hacer nada, así que ordenó la carga sobre la caballería francesa que tenía frente él, sin que lo autorizara el virrey. Este era el resultado que esperaba el duque de Nemours: provocar a la caballería enemiga y atraerla hacia un terreno más llano y apto para el combate de su caballería, los famosos hombres de armas franceses, la caballería por excelencia. Fabricio Colonna recibió el refuerzo de la caballería ligera del marqués de Pescara, pero a pesar de todo fueron arrollados por los franceses, que cogieron prisioneros a ambos comandantes. Al presenciar el descalabro de su caballería, las tropas desplegadas en tercera línea y el virrey huyeron abandonando el campo.

Otra versión de los hechos dice que el escuadrón de caballería de Carvajal, situado en retaguardia, recibía contínuos impactos de la artillería enemiga, y que recibió la orden del virrey de pasar al ataque para enfrentarse a los caballeros franceses. Los españoles atacaron con tal ímpetu que rompieron todas sus lanzas y el virrey envió otros 500 hombres de armas italianos para reforzarlos. Los franceses se volvieron contra los italianos, los derrotaron y los pusieron en fuga. Fue entonces cuando el virrey huyó del campo de batalla, si bien un testigo italiano afirmó que el virrey se alejó para hacer volver al campo al conde de Popoli, uno de los "primeros capitanes españoles".

Solo quedaron en su puesto los escuadrones de las infanterías española e italiana. La española estaba en primera fila y se había librado de los efectos de la artillería echandose a tierra protegiéndose tras unas sinuosidades del terreno. Desde allí observaron la derrota de su caballería y la huida de su general en jefe. Una vez finalizada la munición de la artillería enemiga, vieron que todo el ejército francés se les echaba encima. Pero la infantería española reaccionó a la orden de su jefe, Pedro Navarro, y se avalanzó sobre los primeros enemigos, que resultaron ser los arqueros gascones, que fueron completamente derrotados junto a unos mil piqueros franceses enviados para apoyar a los arqueros. Tras esta momentánea victoria, los españoles lanzaron un grito y siguieron avanzando.

En su huida, los arqueros gascones tropezaron con los landsquenetes alemanes y trataron de protegerse entre ellos. Cuando los alemanes avanzaron fueron recibidos por el fuego de los arcabuces colocados en los carros de Pedro Navarro, que les provocaron muchas bajas. Finalmente, llegaron al choque con los piqueros españoles; el choque fué muy violento y los españoles estuvieron a punto de de desorganizarse, pues las picas de unos y otros se enredaron tanto que no podían ser manejadas. Entonces los coroneles Artieda y Arriaga tomaron una pica larga de uno y otro lado, la pasaron por debajo de las picas enredadas y las levantaron, permitiendo con ello que los soldados españoles pasaran por debajo espada en mano para apuñalar a los alemanes, quienes deshicieron la formación.

Una vez derrotada la infantería alemana, se enfrentaron a la francesa y a la del duque de Ferrara, que venían detrás y quienes recharazon su primer ataque gracias al fuego de los arcabuces. Los españoles formaron un espeso muro de picas que impidió un segundo atawue francés. Entonces, según un testigo francés, un capitán llamado Fabián agarró su larga pica y logró bajar las picas españolas, organizándose tras esto un duro enfrentamiento cuerpo a cuerpo en el que se llegó a luchar con "manos desnudas y mordidas", impidiendo la victoria francesa, que se consguió gracias al ataque de flanco de la caballería francesa.

Mientras tanto, la infantería italiana de segunda línea fue acosada por un cuerpo de infantería francesa y una compañía de hombres de armas. Esto, unido a las bajas que la artillería les causó, hizo que comenzasen a flaquear. Pedro Navarro se dió cuenta de ello, y en lugar de lanzarse a atacar la artillería enemiga que tenía a su alcance, envió parte de sus tropas a socorrer a los italianos. Con el resto se dispuso a resistir el nuevo ataque de la infantería alemana y francesa, rehechos ya sus cuadros tras el fracasado ataque anterior.

El joven duque de Nemours se mostró impaciente al ver la resistencia de los cuadros de infantería española, y cargó contra ellos con todo lo que tenía a mano y con la caballería pesada de los célebres hombres de armas franceses. A pesar de ello, los españoles resistieron la tremenda carga de caballería, en la que el propio duque de Nemours resultó muerto.

Muertos casi todos sus coroneles y capitanes, Pedro Navarro aprovechó la confusión de los franceses para emprender ordenadamente la retirada de la infantería española, tocando los tambores y con las banderas desplegadas. Pero en el intento el célebre capitán español resultó herido y hecho prisionero por los franceses. Su captura fue funesta para las armas españolas, pues Pedro Navarro se sintió abandonado por el rey Fernando el Católico y puso su talento al servicio del rey Francisco I.

Las bajas fueron muy altas en ambos ejércitos y pasaron de 12.000 los muertos y heridos, resultando más del doble las bajas aliadas respecto a las francesas. Otras versiones hablan de 13.500 muertos franceses frente a 7.400 muertos aliados. Entre ellos se contaron Ivo de Alegre, lugarteniente del ejército francés en las dos campañas contra el Gran Capitán en Nápoles, y Pedro de Paz, que se había distinguido a las órdenes de éste también en las campañas de Nápoles. Pedro Navarro, Fabricio Colonna y el marqués de Pescara resultaron prisioneros de los franceses.

El señor de La Palisse tomó el mando del ejército francés; tuvo que imponer su autoridad sobre la oficialidad francesa que sobrevivió a la tremenda carnicería que fue la batalla. Tras ella, Rávena se entregó a los franceses, quienes saquearon la ciudad y pasaron a cuchillo a ancianos, mujeres y niños, sin perdonar a nadie, sembrando con ello el terror en la comarca.

Consideraciones sobre la batalla

En esta batalla, una de las más sangrientas de la época, es de destacar el papel protagonizado por la artillería francesa a la hora de quebrantar las fuerzas aliadas, que puso de manifiesto el poder de esta arma en las batallas.

Pero la batalla de Rávena puso de manifiesto otro hecho incuestionable: la impertubabilidad de la infantería española, que mereció los elogios y admiración de sus mismos enemigos, pues supo aguantar todos los envites y ataques que se cebaron sobre ellos en cumplimiento de su deber.

Por otro lado, si el virrey Cardona hubiese permanecido en el campo con las fuerzas de la tercera fila en lugar de huir, tras la muerte del duque de Nemours la batalla hubiera resultado sin ninguna duda una victoria española.


  • Historia Militar. Academia de Infantería. Segundo Curso, Guadalajara, 1945, página 226-228.

  • Notario López, Ignacio José. El laberinto de Flandes, volumen I. HRM Ediciones, Madrid 2022. Nota 3 de la página 21.

  • Traxino, Mario. La battaglia de Ravenna. Documento PDF extraido de internet.