HISTORIA MILITAR DE ESPAÑA
Campañas




PRIMERA CAMPAÑA DE ITALIA (1494 - 1496)

El Gran Capitán derrota al ejército francés en Nápoles

Antecedentes

Campaña de 1495 Campaña de 1496 Consideraciones




Antecedentes

El establecimiento de los normandos en el sur de Italia durante el siglo XI permitió que se crease el reino de Nápoles, libre de árabes y de griegos. Tras ser regido por una dinastía normanda, el reino pasó a los Hohenstaufen por donativo papal. Posteriormente el duque de Anjou, hermano del rey San Luis de Francia tomó posesión del reino para la Casa de Anjou hasta que en 1422 fue conquistado por la Casa de Aragón. Fernando I quedó como rey de Nápoles. Era hijo natural de Alfonso V de Aragón, que era hermano de Juan II y antecesor de éste en el trono de Aragón. En 1460 Juan II reunió en su persona las coronas de Aragón, Navarra y Sicilia en las Cortes de Fraga; y nombró a su hijo Fernando rey de Sicilia en 1468. Por tanto, Fernando I, rey de Nápoles, era primo carnal de Fernando el Católico; además, estaba casado con una hermana suya llamada Juana.

El 25 de enero de 1494 falleció el rey Fernando I de Nápoles, viejo y sin simpatías por parte de sus súbditos. Le sucedió su hijo Alfonso II, que gozaba de menos simpatías que su padre. Estas circunstancias animaron a Carlos VIII de Francia a reclamar la corona de Nápoles invocando los derechos de la Casa de Anjou e ignorando que la Casa de Aragón llevaba reinando desde hacía bastantes años. Le apoyaron en sus pretensiones el duque de Milán, Luis Sforza "el Moro", las dos grandes familias italianas de los Orsini y los Colonna, los duques de Ferrara y la república de Génova. Florencia, después de la muerte de Lorenzo el Magnífico, era demasiado débil para oponerse, y Venecia permaneció a la expectativa.

Carlos VIII entró en Italia cruzando los Alpes en agosto de 1494. Si bien la empresa fue militarmente bastante descabellada, demostró ser un modelo de organización del ejército expedicionario, creado sobre la base de mercenarios suizos, alemanes y franceses contratados para que estuviesen a disposición del rey de forma que éste no estuviese a merced de las huestes medievales. Su ejército estaba formado por unos 12.000 soldados de infantería armados de picas, ballestas y arcabuces; unos 11.000 jinetes y 140 falconetes, cañones y culebrinas fundidas en bronces de una sola pieza. La artillería estaba servida por unos 1.000 artilleros e iba arrastrada en carros y preparada en afustes.

Al frente de tal imponente ejército, Carlos VIII recorrió Italia siendo aclamado por el pueblo como un libertador; pasó por Turín, Milán, Florencia y Roma, donde entró el 31 de diciembre. El Papa Alejandro VI, el valenciano Rodrigo Borja, se vió obligado a refugiarse en el castillo de Santángelo por falta de medios de defensa, y a ceder a Carlos VIII cuantas plazas necesitase para su invasión.

Los Reyes Católicos, temerosos de que la ambición de Carlos VIII le hiciese amenazar la isla aragonesa de Sicilia, habían enviado embajadores a Francia y a Roma antes de la invasión. Don Alonso de Silva, hermano del conde de Cifuentes y Clavero de Alcántara, no logró impedir que Carlos VIII desistiera de sus propósitos, si bien le hizo saber que el rey de Aragón se vería obligado a socorrer a sus parientes y aliados. Por su parte, el embajador Garcilaso de la Vega informó a Papa de esta postura. Inmediatamente, los reyes de España enviaron una escuadra al mando del almirante Galcerán de Requesens, conde de Palamós, para reforzar al virrey de Sicilia, Hernando de Acuña, e iniciaron los preparativos de una segunda escuadra en Galicia y Vizcaya para trasladar a Sicilia un cuerpo expedicionario al mando de Don Gonzalo Fernández de Córdoba.

Entretanto, Alfonso II de Nápoles había enviado una escuadra y parte de su ejército a Génova y la otra parte al curso inferior del rio Po, pero fueron derrotados por el ejército de Carlos VIII. Los nobles napolitanos obligaron al rey a abdicar en su hijo Fernando, duque de Calabria. El 28 de enero el ejército de Carlos VIII salió de Roma hacia Nápoles. El nuevo rey, Fernando II, se enfrentó de nuevo a Carlos VIII en San Germano, localidad situada junto al rio Garellano, que señalaba la frontera entre los Estados Vaticanos y el reino de Nápoles; pero las fuerzas napolitanas se desbandaron cuando los franceses fijaron su frente y amenazaron envolverle.

Fernando II abandonó la capital y huyó a Sicilia con algunos de sus fieles, donde imploró el auxilio de sus parientes los Reyes Católicos, a los que transfirió el 11 de febrero la jurisdicción de cinco fortalezas clave para el dominio de Calabria: Reggio, Crotona, Squilace, Tropea y la Amantia. Mientras tanto, Carlos VIII entró en la ciudad de Nápoles el 22 de febrero tras lograr la rendición de la fortaleza de Castelnuovo, defendida por Alfonso de Ávalos, I Marqués de Pescara, e inició la ocupación del reino. Tres meses después, el 12 de mayo, se hizo coronar Emperador y rey de Jesuralén.

Mientras tanto, la hábil diplomacia española había dado lugar a la creación de la Santa Liga contra el rey francés: los embajadores Antonio de Fonseca y Juan de Albión lograron concertar las bodas de los príncipes Juan y Juana de Castilla con la princesa Margarita y el Archiduque Don Felipe, lo que propició la entrada en la Liga del Emperador Maximiliano. Garcilaso de la Vega y su hermano lograron atraerse al papa ALejandro VI. Juan de Deza hizo lo propio ante Luis Sforza, duque de Milán, arrepentido de haber apoyado la invasión francesa de Nápoles. Por último, Lorenzo Suárez de Figueroa logró la adhesión de Venecia. El 31 de marzo de 1495 se firmó el tratado de formación de la Santa Liga. Su negociación se llegó con tanto secreto que cuando se hizo público el tratado, Carlos VIII sintió miedo de quedarse encerrado en Italia.

Tras la firma del tratado de creación de la Santa Liga, Carlos VIII emprendió una retirada que bien podría calificarse de huida. Dejó guarnecidas con sus tropas las plazas más importantes de Nápoles y un ejército de unos 6.000 soldados suizos, los mejores soldados de la época, y otros tantos gascones, apoyados con buena artillería y excelente caballería. Una poderosa escuadra les abastecería de refuerzos y víveres en caso necesario. Al mando del ejército francés dejó a Gilberto de Borbón, duque de Montpensier, en calidad de virrey de Nápoles. Con las tropas restantes, Carlos VIII salió de Nápoles el 20 de mayo para escapar de Italia, no sin antes enfrentarse a la Santa Liga y vencer a las fuerzas venecianas y milanesas coaligadas en la batalla de Fornovo el 6 de julio de 1495.






Campaña de 1495: Calabria y Seminara

Tras pasar varios en aguas de Mallorca en espera de vientos propicios, el 24 de mayo de 1495 don Gonzalo Fernández de Córdoba llegó a Mesina con 5.000 infantes y 600 jinetes. Allí conferenció con el rey de Nápoles para establecer el plan de reconquista del reino. Fernando II era partidario de atacar directamente la capital, pero el español le convenció del grave riesgo que corría de ser derrotado. Los franceses habían ocupado casi todo el sur de Italia excepto Ischia, Brindisi, Gallípoli y la fortaleza de Reggio. Por ello Fernández de Córdoba propuso operar en Calabria, donde los franceses tenían las plazas peor guarnecidas y municionadas, y donde la población sería adicta a las tropas españolas por proximidad a Sicilia, base natural de partida de toda la operación.

Aprobado el plan, el ejército español desembarcó en Calabria dos dias despues, el 26 de mayo. En sus filas formaban los capitanes castellanos Alvarado, Peñalosa, Benavides y Pedro de Paz. En la escuadra de apoyo figuraban los marinos vascos Lazcano y López de Arriarán y los aragoneses Galcerán de Requesens, Bernardo de Vilamarí y Espés. Allí se les unieron unos 3.000 voluntarios napolitanos y calabreses reclutados por Hugo de Cardona en nombre del rey Fernando II, y unas fuerzas mercenarias tudescas al mando del marqués de Pescara.

Fernández de Córdoba inició la campaña con una serie de marchas y contramarchas, rehuyendo los combates decisivos con el enemigo y tomando aquellas plazas y puestos que podían servirle como apoyo a las futuras operaciones. Con ello pretendía desconcertar al enemigo, acabar de instruir a sus bisoñas tropas y dar señales de su presencia para lograr adhesiones al rey de Nápoles. En un mes había tomado posesión de las cinco fortalezas concedidas por el rey Fernando II en nombre de la reina viuda Juana, hermana de Fernando el Católico. Pero los puntos clave seguían en manos francesas, que cuentan en la abrupta tierra de los Abruzzos con la ayuda de un guerrillero vasco-francés llamado Gracián de Aguirre, hermano de Menoldo de Aguirre, gobernador de Ostia.

Gobernaba la Calabria un tal Everardo Stuart, aventurero escocés nombrado caballero de Francia, excelente general y conocido como Señor de Aubigny. Actuaba en Nápoles en calidad de segundo del duque de Montpensier. En vista de los progresos que hacía el ejército hispano-napolitano, reunió sus fuerzas y se dispuso a combatir al enemigo cuanto antes, de tal suerte que les venció el 21 de junio en la primera batalla de Seminara. Pero la derrota fue engañosa, pues más se debió a la desbandada de los napolitanos y calabreses que al acierto de los franceses, y en la batalla los españoles mostraron su cohesión, disciplina y valor.

Tras la batalla, Fernández de Córdoba abandonó las plazas ocupadas hasta la fecha y se refugió con sus tropas en Reggio, mientras que el rey Fernando II se trasladó a Sicilia en busca de refuerzos. Al poco tiempo embarcó de nuevo a bordo de la escuadra del almirante Requesens para el continente con un reducido ejército rumbo a la capital. Logró atraer al campo al duque de Montpensier, que comenzó a buscar desorientado a su enemigo mientras éste entraba triunfante en la ciudad al frente de las tropas del marqués de Pescara que cedió don Gonzalo al rey de Nápoles.

El señor de Aubigny, creyendo tener arrinconado al español, envió a su subordinado Precy a Nápoles en auxilio del duque de Montpensier. El duque se percató del engaño y regresó a Nápoles, pero una vez allí se vió obligado a encerrarse en los fuertes de la ciudad por el acoso al que le sometió el pueblo sublevado, las tropas de Fernando II y la escuadra española de Requesens. Pactó entregarse si no recibía refuerzos en un plazo determinado, pero faltó a su palabra y logró escapar con 2.000 soldados a Salerno, donde se le unieron las fuerzas de Precy para pasar el invierno.

Por su parte, Gonzalo Fernández de Córdoba, sin abandonar su base de Reggio, se enfrentaba con éxito al señor de Aubigny nada más partir su subordinado Precy en socorro de Nápoles. El español se enteró de los planes del francés y en un momento dado atacó de noche con 200 jinetes y le hizo un gran número de prisioneros suizos. Tras este golpe de audacia siguieron otros por los que se hizo dueño de Muro, Calana, Bagneza, Esquilace y Sibaris. A finales de año se hallaba en posesión de todo el sur de Calabria.

Llegado a este punto, y porque estaba escaso de hombres y recursos, decidió pasar el invierno en la Baja Calabria al abrigo de la plaza de Nicastro, donde se dedicó a reorganizar sus fuerzas, reforzadas con 1000 gallegos venidos de España mal vestidos y desarmados, y con voluntarios partidarios del rey de Nápoles.






Campaña de 1496: Atella y Ostia

En febrero de 1496 Fernández de Córdoba recibió una remesa de dinero procedente de España, por lo que decidió comenzar sus operaciones. En poco tiempo recorrió la Alta Calabria y se dirigió a Cosenza, necesaria para sus futuras operaciones, y de la que se apoderó tras tres vigorosos asaltos. En ese momento fue llamado por el rey Fernando II para que le ayudase a acabar con las tropas de Montpensier y Precy, a las que había logrado encerrar en la plaza de Atella.

Fernández de Córdoba se puso en camino, pero tuvo noticias de que Américo de San Severino, conde de Mélito e hijo del conde de Capacho, se había reunido en Lanio con un grupo de nobles angevinos pro-franceses para salirle al encuentro. Fernández de Córboba quiso aprovechar esta oportunidad para acabar con los rebeldes, que le preocupaban más que las escasas fuerzas francesas del del Señor de Aubigny. Hizo una marcha nocturna por sendas ásperas y montuosas, arrolló a los montañeses que guardaban los pasos y gargantos, especialmente el valle de Mucano, y sorprendió a los nobles al amanecer con todas sus fuerzas. Entró de improviso en la plaza, cortó el paso y arrolló a los que acudían a la fortaleza. Mató al jefe de la rebelión, Américo de San Severino, hizo prisioneros a Honorato de San Severino, al conde de Nicastro, a doce barones y más de cien caballeros, que llevó presos al rey Fernando II.

Reforzado con 500 hombres recién llegados de España, Fernández de Córdoba se incorporó por fin al sitio de Atella el 24 de junio de 1496. En algo más de un mes logró su capitulación y la repatriación del ejército francés de Nápoles. Su victoria tuvo una gran repercusión internacional y por ella comenzó a ser conocido como El Gran Capitán. Tras la victoria de Atella, todas las plazas francesas excepto Venosa, Tarento y Gaeta y las que gobernada el Señor de Aubigni en Calabria se recuperaron para el rey Fernando II. A continuación Fernández de Córdoba, convertido ya en "Gran Capitán" regresó a Calabria para seguir batiendo al general francés Aubigny. Por fin consiguió encerrarlo en Galípoli y obligarlo a regresar a Francia a finales del verano, con lo que consiguió liberar por fin a toda la Calabria en nombre del rey Fernando II.

El rey Fernando II no pudo saborear el triunfo conseguido. El 7 de octubre de 1496 falleció en plena juventud, a los 28 años. Ese mismo día fue proclamado como sucesor su tío Don Fadrique. Éste se hallaba sitiado en Gaeta por los franceses, por lo que llamó al Gran Capitán en su auxilio una vez finalizadas las operaciones en Calabria. Los españoles se presentaron en la plaza y al día siguiente de su llegada se rindieron los franceses. Excepto en las plazas de Diano y Tarento, ya no quedaban tropas invasoras franceses en el reino de Nápoles.

Antes de abandonar suelo italiano, el Gran Capitán y su ejército fueron requeridos por el papa Alejandro VI, miembro de la Santa Liga, para recuperar el puerto de Ostia, en poder de un gobernador de Carlos VIII desde hacía dos años y que amenazaba destruir el comercio de Roma y hacerla padecer el hambre. Tras su toma, el Gran Capitán entró triunfante en Roma y fue galardonado por el propio Sumo Pontífice.

Desde Roma el Gran Capitán marchó a Nápoles, donde el rey Don Fadrique le dió el título de duque de Santángelo, el señorío de dos ciudades y diversos lugares del Abruzo, y tres mil vasallos, diciendo que "que era debido conceder siquiera una pequeña soberanía a quien era acreedor a una corona.".

De Nápoles se dirigió a Sicilia como gobernador de la isla. Allí el Gran Capitán administró justicia, corrigió abusos y fortificó las costas. Al poco tiempo acudió a la llamada del rey don Fadrique para expulsar a las franceses de Diano, única plaza que aún conservaban. En pocos días el Gran Capitán logró la rendición de la guarnición francesa, con lo que dieron fin las operaciones militares en Nápoles.

Pero el estado de guerra se había trasladado al Rosellón, donde el ejército francés se apoderó por sorpresa de la plaza de Salces. El general español Don Enrique de Guzmán concertó con el francés una tregua que duró desde octubre de 1496 hasta enero de 1497, y que fue prorrogándose sucesivamente mientras se encontraba un arreglo a la situación. Carlos VIII de Francia murió inesperadamente en Amboise el 7 de abril de 1498. Con ella se pararon las iniciativas hispano-francesas para negociar la paz. Al difunto rey le sucedió el duque de Orleans con el nombre de Luis XII, que prosiguió las negociaciones de manera que el 5 de agosto de 1498 se firmó un tratado de paz entre Francia y España que devolvía a ésta última la plaza de Salces pero que nada decía sobre Nápoles. Oficialmente, la guerra entre ambas naciones había acabado.

Acabada su misión en Italia, el Gran Capitán regresó por fin a España en 1498 con la mayor parte de su ejército. A su llegada la gente le aclamó como un auténtico héroe nacional. En la Corte, el rey Don Fernando el Católico decía que la guerra de Nápoles había procurado a España más crédito y gloria que la de Granada.






Consideraciones

La Primera Campaña de Italia supuso la confirmación de D. Gonzalo Fernández de Córdoba como gran general de las tropas españolas. Éstas demostraron su gran valía, gracias a la disciplina, cohesión y entrenamiento que les dió el Gran Capitán.

El Gran Capitán introdujo los rodeleros como soldados armados de espada y dardo con misión de combatir cuerpo a cuerpo a los piqueros enemigos introduciéndose debajo de sus picas. Además introdujo los arcabuceros en una relación de 1 a 5 con el resto de soldados.





FUENTES: