“Heroica defensa del fuerte de Guamo, realizada por 60 hombres del batallón de Baza, al mando del segundo teniente de Infantería, de la escala de Reserva, don Arcadio Muruzábal Résano, durante once días."

El fuerte de Guamo estaba situado en la aldea del mismo nombre, en la desembocadura del río Cauto, el más importante de Cuba. Se encontraba en el departamento Oriental, al norte de la línea Manzanillo y Bayamo. La guarnición estaba formada por 60 hombres del batallón de Baza, quienes defendían tanto el fuerte como un pequeño fortín a vanguardia, situados ambos en un calvero del bosque en la orilla derecha del río, construidos con madera y tierra apisonada. El aprovisionamiento del fuerte se hacía normalmente por el río.

El oficial al mando era el segundo teniente de Infantería de la escala de Reserva, don Arcadio Muruzábal Resano, un navarro "muy decidido" de 26 años, nacido en Villafranca en 1871. Había sentado plaza en el regimiento de "La Constitución" y tomó parte en la campaña de Melilla de 1893 formando en el primer batallón del regimiento. Siendo ya sargento, al estallar la guerra de Cuba marchó voluntario a Cuba, donde ascendió a segundo teniente en el verano de 1896. Tenía a sus órdenes al también segundo teniente Valentín Lasheras Aliaga, oriundo de Zaragoza, quien marchó a Cuba con Muruzábal, a los sargentos Faustino Sánchez y Marcelino Herrero, cuatro cabos y 52 de tropa.



Situación del fuerte de Guamo. (Foto: Instalación de comunicaciones ópticas en la isla de Cuba, Lámina 2.ª. Revista del Memorial de Ingenieros, abril de 1897).

Desde hacía meses el fuerte estaba rodeado de fuerzas rebeldes, cuyo objetivo era dominar el cauce del río Cauto. De hecho, a primeros de año habían logrado volar una de las cañoneras de la Armada española que patrullaban el río. Los defensores a duras penas podían salir del fuerte, pues el enemigo les hacía fuego constantemente; en cuatro meses habían muerto 23 soldados y les habían matados a tres centinelas. Entre el 8 y el 12 de noviembre los rebeldes lanzaron un primer ataque sobre Guamo, quizás de tanteo, que fue rechazado por los defensores. Poco después comenzó el gran ataque sobre Guamo.

El 28 de noviembre, el mismo día del ataque sobre Guisa, en lo que parecía una acción combinada para sorprender a los españoles, una fuerza atacante de unos 2.000 rebeldes se presentó ante el fuerte de Guamo. Habían llegado desde Las Tunas tras una penosa marcha, pues tuvieron que dar un gran rodeo por el curso bajo del río Cauto para evitar a las guerrillas españolas, y soportar una auténtica plaga de mosquitos, jejenes, lanceros, roedores y el sinfin de bichos que infestan esos parajes. Al mando de esta fuerza estaba un tal brigadier Carlos García Vélez, hijo natural de Calixto García y que, según parece, había sido dentista en Madrid durante varios años. Ese mismo día los rebeldes levantaron al otro lado del río dos trincheras a unos 250 metros de distancia del fuerte, donde emplazaron una pieza de Artillería en cada una de ellas, a cargo de filibusteros norteamericanos, con sirvientes cubanos, al mando de un tal Walter Jones.

El 29 de noviembre comenzó el ataque con un bombardeo que duró cinco días. El parte español del asedio dice que los rebeldes lanzaron 150 proyectiles sobre el fuerte durante todo el asedio. Sin embargo, Perinat, en sus "Guerras Mambises", afirma que los insurrectos tan solo llevaban 80 granadas, todas en mal estado, pues la munición no había sido protegida, los embalajes rezumaban agua, y que las granadas tenían unas espoletas que no llegaron a armarse por la diferencia de la velocidad inicial, por lo que solo estallaron una docena de proyectiles en total. Durante estos primeros días los españoles se refugiaron en unas trincheras y disparaban a todo aquel que se moviese, logrando que sus balas atravesaran el parapeto que protegía ambas piezas de artillería y matando a uno de los sirvientes cubanos.

El primer día del asedio una granada estalló en el depósito de víveres, destruyéndolo. Metiéndose entre los escombros los soldados lograron salvar un poco de tocino, que fue su único alimento durante once días. Otra granada cayó en el depósito de agua, del que solo se salvó una pequeña parte y que obligó a los defensores a racionar el agua: medio cuartillo por persona y día. Al cuarto día de asedio el agua se agotó y, privados de ella, los defensores salieron en varias ocasiones bajo el fuego enemigo para tomar agua de una charca cercana, agua mezclada con inmundicias y donde se corrompían algunos cadáveres.

El 2 de diciembre les llegó a los rebeldes una nueva munición en mejor estado y Walter Jones cañoneó el fuerte a placer. Los españoles abandonaron el fortín a vanguardia y García, que había cruzado el río, lo ocupó de inmediato. En un momento dado sonó un clarín y apareció un capitán rebelde llevando una bandera blanca pidiendo entregar al jefe español una propuesta de rendición. La carta decía lo siguiente:

    "Toda resistencia es inútil. Contamos con medios de vencer. No esperéis refuerzos: tenemos miles de hombres para cortarles el paso. Además, tres columnas nuestras atacan simultáneamente otros tantos pueblos. Como hombres de honor ofrecemos respetar vuestras vidas. Si no aceptáis, esperad el exterminio. Vuestra defensa heroica justifica ahora una capitulación honrosa. Brigadier, Carlos García Vélez".

El teniente Muruzábal no quería abandonar su puesto en el foso y envió a su cocinero al encuentro del parlamentario. Tras leer la carta que le llevaron, el teniente se negó a rendir el fuerte y envió la siguiente contestación:

    "No puedo entregar una posición cuya defensa me ha sido encomendada por mis superiores. No nos entregamos mientras quede uno en pie. Retírese pronto el parlamentario, porque va a seguir el fuego". Otras fuentes dicen que la respuesta fue: "Interin aliente un defensor del Guamo, seguirá el fuego, y si quereis las armas, venid a por ellas".

A partir de entonces el ataque se reanudó con mayor violencia. Los rebeldes gritaban a los soldados españoles:

    "- ¡No seáis tontos! ¡Amarrad a ese teniente, que está loco! ¡Os pagaremos con centenes! ¡No como España, que sólo ps paga con abonarés!"

Los soldados contestaban del siguiente modo a estas provocaciones:

    "- ¡Viva nuestro teniente Muruzábal! ¡Viva España! ¡Mueran los perros filibusteros!"

El 3 de diciembre el enemigo reanudó los cañonazos contra el fuerte al amanecer. Una vez destruido por efecto de los proyectiles, los españoles se refugiaron en el foso del fuerte, donde quedaron protegidos. Entonces el cabecilla de los rebeldes, brigadier García, ordenó un asalto frontal; una fuerte partida de rebeldes, algunas fuentes hablan de 700 hombres, se lanzó en masa contra el fuerte mientras los españoles esperaban que se acercaran. Los primeros metros del avance lo hicieron protegidos por el fuego de cañón y la neblina reinante aquella mañana. Al llegar a una distancia determinada los defensores comenzaron a disparar sobre las oleadas de rebeldes, que fueron barridos por el fuego de la defensa; algunos consiguieron llegar a las alambradas y atravesarlas, para morir allí mismo. Los rebeldes se dejaron en el campo veintinueve muertos, mayormente negros, entre ellos el capitán parlamentario, y un centenar de heridos. Cayeron cuatro de los cinco oficiales que encabezaban el asalto, mientras el resto de los rebeldes comtemplaba el desastre desde el otro lado del río. Los españoles sufrieron cinco muertos y once heridos.

Al anochecer de ese día el teniente Lasheras salió con ocho soldados a practicar un reconocimiento y regresó al foso con 26 fusiles enemigos y una caja de cartuchos Mauser, que utilizaron posteriormente en la defensa, así como multitud de efectos abandonados en el campo por el enemigo.

Los rebeldes no volvieron a lanzar ningún asalto frontal, y desde ese día se dedicaron a hostigar constantemente las ruinas del fuerte y el foso con fuego de cañón y fusilería, mientras los españoles se encontraban aislados, incomunicados, respirando la pestilente atmósfera de los cadáveres que les rodeaban, comiendo el poco tocino que les quedaba y bebiendo el agua sucia de la charca del foso.

Mientras tanto, el general Pando, al mando de las fuerzas de la provincia, había comenzado una serie de operaciones para repeler el ataque rebelde, tanto en Guamo como en Guisa. Una columna de unos 1500 hombras al mando del general Aldave, con fuerzas de los batallones Álava e Isabel la Católica, se dirigía hacia Guamo a través de la selva abriendo el camino golpe de machete. Por el río subía un convoy fluvial formado por las cañoneras Lince, Centinela, Dependiente y Guardián; los remolcadores Eladio, Peralejo Pedro Pablo y varias barcazas cargadas de víveres y agua potable. En ambas orillas operaban las columnas de los coroneles Tejeda y Bruna, tomando posiciones para impedir ataques al convoy y reconociendo tanto las orillas como los fondos del rio. En su avance encontraron una serie de embarcaciones que los rebeldes iban abandonando al paso de los españoles y que ni pudieron destruir, así como tres torpedos cargados con dinamita. También se apoderaron de numerosos pertrechos abandonados por el enemigo en Ciénagas del Buey y Cayanas, incluido un parque de dinamita y varias reses de ganado.

El 8 de diciembre el general Aldave salió del pueblo de Cauto el Embarcadero en dirección a Guamo y sostuvo un combate con los rebeldes en Laguna Itabo. Consiguió rechazar al enemigo, que se retiró con muchas bajas, obligándole a huir y a abandonar sus trincheras. El general sufrió veinte muertos y 92 heridos.

El 9 de diciembre el general Aldave llegó a Guamo, poniendo en fuga a los rebeldes y finalizando al asedio. El coronel Andino, de Caballería Aldino, se adelantó con un escuadrón para contactar con los supervivientes y saludar al teniente Muruzábal, pues se daba la circunstacia personal que el padre del teniente, Teodoro Muruzábal, era teniente retirado de la Guardia Civil y administrador de los bienes del coronel Andino en Villafranca. Reunidas las columnas y el convoy fluvial en Guamo, las fuerzas españolas reconstruyeron el fuerte, practicaron extensos reconocimientos y el general Pando dispuso cerrar el paso a los rebeldes a la zona de Ciénaga en varios puntos, consiguiendo con ello tener dominado el cauce del rio Cauto hasta aquel lugar.

El 26 de diciembre el general Pando concedió un honor especial a los defensores de Guamo: las fuerzas españolas desfilaron delante de los defensores en columna de honor: las tropas por tierra y los cañoneros por el río.

El capitán general de Cuba, general Blanco, concedió las siguientes condecoraciones:

  • Al segunto teniente Arcadio Muruzábal Résano, ascenso a primer teniente por la defensa durante el ataque del 8 al 12 de noviembre, ascenso a capitán por su heroico comportamiento durante el segundo ataque, y apertura de juicio contradictorio para la cruz de San Fernando.
  • Al segundo teniente Valentín Lasheras Aliaga, ascenso a primer teniente.
  • A los sargentos Faustino Sánchez y Marcelino Herrero, ascenso al empleo superior inmediato.
  • A los cabos, ascenso al empleo superior inmediato.
  • A los soldados, cruz vitalicia con la mayor pensión.
  • Apertura de juicio contradictorio para toda la guarnición.

Dos años más tarde, al ya capitán Muruzábal se le concedió la Cruz de San Fernando de 2ª Clase, Laureada, por Real Orden de 3 de febrero de 1899; tenía 28 años. Ascendido a general de Brigada en 1931 y pasado a la situación de segunda reserva, falleció en Pamplona en abril de 1948, a la edad de 77 años.