Los preparativos de la junta revolucionaria de Bayamo.
El levantamiento de Céspedes.
El grito de Yara.
La toma de Jiguaní y Baire.
La insurrección se extiende.






En el año 1868 ya había grupos de exaltados independentistas dispuestos a alzarse en armas contra España. Se conspiraba en las logias del Camagüey, pero el departamento Oriental era la zona de la isla donde más activamente se gestaba la insurrección.

El fracaso en abril de 1867 de la Junta de Información convocada dos años antes por el gobierno español, hizo que el 14 de agosto de 1867 se reuniesen en casa de un tal Pedro Figueredo, alias “Perucho”, un numeroso grupo de habitantes de Bayamo y sus alrededores (las fuentes dicen que unos sesenta), que acordaron constituir un Comité revolucionario para preparar un alzamiento armado contra España con el objeto alcanzar la independencia de la isla. En Bayamo se constituyó la Junta Directiva del comité, que recibía constantes muestras de apoyo y simpatía, al amparo de una logia masónica recién creada[01]. Su presidente y director del alzamiento era Francisco Vicente Aguilera y Tamayo, de 47 años, nacido en esta ciudad, un hombre de alta alcurnia y que era el más rico del departamento Oriental, pues poseía más de 500 esclavos, numerosos fincas e ingenios en Bayamo, Jiguaní, Manzanillo y Las Tunas, y numerosos inmuebles en Bayamo. Los otros dos miembros de la dirección eran Francisco Maceo Osorio, de 40 años, también bayamés, de familia acomodada, prestigioso abogado que había estudiado en Madrid y Barcelona; y Pedro Figueredo y Cisneros, de 50 años, alias Perucho, bayamés como los dos anteriores, también de familia acomodada y también alumno de la universidad de Barcelona.

Para organizar la insurrección la Junta celebró una primera reunión en julio, donde nombró a los jefes y lugares que debían alzarse:

  • Carlos Manuel de Céspedes y López del Castillo, en Manzanillo, a unos 68 km. de Bayamo.
  • Belisario Álvarez, en Holguín, a 72 km. de Bayamo.
  • Vicente García, en Las Tunas, a 84 km. de Bayamo.
  • Donato del Mármol, en Jiguaní, a 25 km. de Bayamo.
  • Manuel Fernández, en Santiago de Cuba, a 128 km. de Bayamo.

Además, ya había en el campo grupos armados dispuestos a alzarse de inmediato. Luis Figueredo Cisneros, al frente de 300 hombres, merodeaba en el Mijial y pedía insistentemente permiso para atacar la ciudad de Holguin, situada a 38 kilómetros. Un tal Ruvalcaba rondaba con sus hombres alrededor de Las Tunas. Angel Maestre y Juan Ruiz se escondían en los bosques de la Esperanza, a unos 5 kilómetros de Manzanillo, inquietos y deseosos de atacar esta ciudad con sus doscientos hombres[02].

El 4 de agosto la Junta celebró una reunión en San Miguel de Rompe, jurisdicción de Las Tunas, a unos 105 km de Bayamo; a ella asistió Carlos Manuel de Céspedes quien, tras un encendido discurso para justificar el alzamiento contra España, finalizó diciendo:

    “Señores, la hora es solemne y decisiva. El poder de España está caduco y carcomido. Si aún nos parece fuerte y grande, es porque hace más de tres siglos que lo contemplamos de rodillas. ¡Levantémonos!”[03]

En las diferentes reuniones que se celebraron días después, los conspiradores de Las Tunas y Bayamo se mostraban impacientes y no querían atender a las razones de aquellos que pedían más tiempo para organizarse. Donato del Mármol se organizaba en su finca de Jiguaní junto con un tal Luis Tamayo. En una finca situada junto al río Cautillo, que discurre a lo largo de unos 30 km en un curso de sur a norte al oeste de Bayamo para desembocar en el rio Cauto, se reunió la Junta para decidir el día del levantamiento. Camagüey envió como representantes a Carlos Mola y a Salvador Cisneros Betancourt.

Salvador Cisneros Betancourt, II marqués de Santa Lucía, había nacido en Puerto Príncipe en el seno de una de las familias más ricas de la isla, dueña de muchas tierras, ingenios azucareros y una gran cantidad de esclavos. Afiliado a la logia masónica “Timana”, tenía 40 años y era uno de los principales cabecillas de la insurrección en el departamento Central.

En las discusiones celebradas, los de Camagüey pidieron seis meses de tiempo para prepararse, los de Holguín pidieron un año, los de Bayamo también solicitaron más tiempo; tan solo los de Manzanillo, encabezados por Céspedes, se mostraron dispuestos a levantarse de inmediato. Finalmente se fijó el alzamiento para el siguiente año, con el pacto de que si alguno se alzaba antes de esa fecha los demás les seguirían.



El 3 de octubre se reunió de nuevo la Junta sin que estuvieran presentes los representantes de Camagüey. El presidente Aguilera consiguió a duras penas aplacar los ánimos de sus compañeros de conspiración con el argumento de la falta de armas y pertrechos suficientes para garantizar el éxito, y asegurando que con la venta de ganado y tierras podrían en quince días conseguir entre todos unos 200.000 ó 300.000 pesos, suma de dinero con la que podría él viajar a los Estados Unidos a comprar armas. Tras las discusiones fijaron el alzamiento para el 24 de diciembre.

Dos días más tarde, el 5 de octubre, volvió a reunirse la Junta, esta vez sin Aguilera, y los conjurados decidieron no esperar más alzarse el 14 de octubre, en contra de los deseos de Aguilera que, contrariado al saberlo, trató por todos los medios a su alcance de reunir hombres y armas para el día del alzamiento, sin obstaculizar la decisión tomada. Los reunidos firmaron un documento con el que manifestaban ante el mundo sus razones para lanzarse a la lucha contra el totalitarismo que, según ellos, España sometía al pueblo cubano. Firmaron dieciseis conjurados y lo fecharon en el ingenio "El Rosario" el 6 de octubre de 1868.

Al día siguiente, 6 de octubre, los señores Pedro Céspedes, hermano de Carlos Manuel de Céspedes, Ricardo Céspedes y Rafael Caimar se dirigieron, en unión con de otros varios correligionarios de conspiración, a una tienda de Manzanillo para comprar armas y municiones, saliendo luego con ellas a la calle. En Manzanillo se hablaba abiertamente de la inminente insurrección, y los simpatizantes con ella amenazaban a los dependientes de las tiendas diciéndoles: “Ya seremos libres, y entonces no habrá catalanes en Cuba”[04] .

Conforme se acercaba la fecha de la revuelta aumentaba el movimiento de los insurrectos. El 8 de octubre se notaba una excitación notable en el campo alrededor de Manzanillo. Muchos hombres llevaban machete al cinto, y los cabecillas del levantamiento, con Aguilera a la cabeza, exploraban las opiniones de los habitantes de la ciudad. El ingenio de Carlos Manuel de Céspedes, la Demajagua, estaba situado en la costa, a unos diez kilómetros al sudoeste de Manzanillo. Hasta allí procesionaban bastantes de los conjurados, pareciendo una romería el camino que conducía hasta allí.



Carlos Manuel de Céspedes y López del Castillo. (Fuente: Wikipedia).

Carlos Manuel de Céspedes y López del Castillo tenía 52 años en aquellos momentos. Había nacido en Bayamo en el seno de una familia española que llevaba doscientos años asentada en la isla. Estudió derecho en la universidad de Barcelona y se doctoró en la Universidad Central de Madrid. Asentado en Barcelona, fue nombrado capitán de milicias. En 1843 conspiró junto con el general Prim en contra del gobierno del general Espartero para instaurar una república en España, lo que le valió salir de la península y viajar por Europa. De regreso en Cuba, en los años 50 se unió a una de las logias masónicas de Bayamo. Su amistad con el general Prim le llevó a ofrecer parte de sus honorarios para ayudar a los soldados españoles heridos en la guerra de África. En 1867 adquirió el ingenio la Demajagua, convirtiéndolo en una de las principales sedes de la conspiración para preparar el levantamiento tras enviudar en 1868. Curiosamente, Céspedes demostró tener siempre aspiraciones aristocráticas y estar orgulloso de sus raíces españolas: el 23 de marzo de 1868 escribió al autor de “Linajes nobles” estas palabras[05]:

    “Yo quiero tener mi escudo de armas conforme a la cuarta advertencia por el mismo precio allí señalado, pero desearía que comprendiera mis cuatro apellidos, que son Céspedes (Osuna), López del Castillo (Islas Canarias), Luque (Córdoba) y Ramírez de Aguilar (Castilla)...”

Aquel 8 de octubre Céspedes se encontraba en su ingenio de la Demajagua reunido con los otros 36 conjurados, y redactaron un manifiesto que Céspedes fechó en la ciudad de Manzanillo a 10 de octubre, pues el plan de los insurrectos consistía en tomar esta ciudad y proclamar allí el manifiesto.

Ese día 9 de octubre se celebraban en Manzanillo las fiestas por el 49º aniversario de la victoria de la ciudad sobre los invasores ingleses, y para ello la ciudad se preparaba para el baile festivo[06]. En efecto, el 7 de octubre de 1819 se habían presentado frente a la ciudad dos buques de guerra ingleses llevando preso un bergantín español. A los doce del mediodía un oficial inglés portando una bandera blanca llegó hasta el comandante militar español, capitán Miguel Fernández, solicitando 80.000 pesos a cambio de no saquear la ciudad. La respuesta fue que les darían 80.000 balazos a los ingleses. Al día siguiente los ingleses desembarcaron y las 09:00 horas comenzaron a disparar contra la ciudad. En aquellos años Manzanillo era tan solo un poblado de unas setenta casas, la mayoría de paja, cuyos vecinos eran mayormente catalanes e indígenas. Los españoles respondieron al fuego enemigo con las escasas municiones con las que contaban, de forma que a las 10:00 horas una fuerza de unos cien soldados ingleses entraron en la ciudad con su bandera y a tambor batiente. En ese momento se les echaron encima el capitán Fernández al mando de treinta y cinco hombres, ocho de ellos armados con escopetas y el resto con palos y machetes. La fiereza del ataque fue tal que hicieron huir a los ingleses y les causaron seis muertos y quince heridos, entre ellos su jefe. Esta era la causa de la fiesta que se celebrada el 9 de octubre de 1868 en Manzanillo.

A las 19:00 horas del 9 de octubre los vecinos de Manzanillo notaron un extraordinario movimiento de personas en la Demajagua y en la propia ciudad que les hizo sospechar. Muchos de ellos se dirigieron al cuartel y juraron defender la ciudad con las armas hasta la muerte. El teniente gobernador, señor Francisco Fernández de la Reguera, se dirigió al cuartel, armó a los 38 soldados del regimiento de Infantería “de la Corona” que estaban de guarnición en la ciudad y, a continuación, avisó a cuantos vecinos podían colaborar en la defensa. Se presentaron el alcalde, señor Victoriano García Paredes; los señores Jesús Mariño, Velázquez y Canga-Argüelles; los comerciantes Roca, Ramón, Sánchez, Riera, Casals, Muñiz, Rovira, Planas y Pulido; y los sacerdotes Rivera, Tomás Eupe y Valentín Domínguez. Nótense los apellidos de origen catalán. A todos ellos se dotó de armas, y el señor Pulido marchó a tomar posiciones en la salida a Bayamo al frente de un grupo de vecinos. Durante toda la noche esta pequeña fuerza se mantuvo en alerta, con patrullas a caballo recorriendo las silenciosas calles de Manzanillo.



El 10 de octubre por la mañana los insurrectos trataron de apoderarse del correo que se dirigía de Manzanillo a Bayamo[07]. Al tener noticia de ello, el gobernador de Manzanillo tocó “llamada y tropa” y un gran número de vecinos acudió al toque de corneta. Con estos nuevos refuerzos, el gobernador desplegó una fuerza de defensa en las azoteas que dominaban la plaza mayor de la ciudad y las avenidas más importantes, y estableció unas patrullas de caballería para recorrer las calles. Por último, el gobernador Fernández de la Reguera envió un hombre a caballo hacia Bayamo para comunicar a su gobernador militar, teniente coronel Udaeta, los sucesos de Manzanillo y el levantamiento de unos cuatrocientos rebeldes en la Demajagua al mando de Céspedes, Aguilera y otros, solicitando que comunicase la novedad a la Habana y que mandasen refuerzos tanto de la capital como de Bayamo para hacer frente a un posible ataque[08].

Al ver los preparativos de defensa, varios simpatizantes de la causa separatista fueron a la Demajagua a avisar a Carlos Manuel de Céspedes de que la ciudad estaba en estado de defensa. Céspedes comprendió que no podría tomarla, por lo que decidió dirigirse a Bayamo al frente de una fuerza de unos setecientos insurrectos parcialmente armados y sin encuadrar que le seguían, aunque otras fuentes hablan de sólo ciento cincuenta.

En la ciudad de Bayamo también se notaba en el ambiente la excitación de la cercana insurrección. Además, el elemento insurreccional y contrario a España era el predominante entre sus habitantes. Varios de ellos alertaron al gobernador de la ciudad, teniente coronel Julián Udaeta, de los propósitos de los conspiradores. Pero el teniente coronel no dio crédito a los denunciantes porque les conocía, ya que pertenecían a la misma logia masónica a la que él mismo pertenecía, y cometió el error de creer en la honestidad de sus compañeros de logia. Visto el poco caso que les hacía el gobernador, los denunciantes telegrafiaron directamente a la Habana para alertar de la conspiración.

A las 20:00 horas de ese día, el teniente coronel Udaeta recibió en Bayamo el mensaje que le enviaba el gobernador de Manzanillo. Tras leerlo, decidió organizar una columna de 4 oficiales y 58 soldados del primer batallón de regimiento de Infantería “De la Corona”, al mando de su primer jefe, el teniente coronel Villares, a los que se unirían un oficial y 12 jinetes de los escuadrones de Caballería “Del Rey”, que saldría a las doce de la noche para dirigirse rápidamente a Manzanillo, distante unos 65 kilómetros. Posteriormente, notificó la novedad del alzamiento insurreccional a la Habana y alertó a los gobernadores de Santiago de Cuba, Puerto Príncipe, Las Tunas y Jiguaní. En la mañana del 11 de octubre la columna del teniente coronel Villares llegó a Barrancas, distante 26 kilómetros de Bayamo, para seguir su camino y dirigirse a Yara, distante otros 17 kilómetros.

Mientras tanto, en su marcha en dirección contraria hacia Bayamo, Céspedes envió dos oficiales suyos a intimar la rendición de Yara, a lo que el gobernador accedió por no tener nada más que cuatro soldados a sus órdenes. Mientras los dos oficiales rebeldes abandonaban Yara, la columna del coronel Villares entraba en el pueblo por el otro extremo al oscurecer de ese día. Informado por el juez de paz y los habitantes de la presencia de los insurrectos, el coronel atrincheró su gente y se preparó para el inminente ataque.

A las 20:00 horas los rebeldes entraron en Yara en cuatro columnas; al llegar a la plaza mayor dieron un sonoro y estridente “¡Viva Cuba libre!” que fue respondido por una lluvia de balas disparadas por los soldados españoles que les obligó a retirarse en completo desorden. Sólo Céspedes y un puñado de sus seguidores, apenas una docena, resistieron y contestaron el fuego, retirándose también seguidamente[09]. Desgraciadamente, el coronel Villalba decidió no perseguir a los insurrectos en desbandada, sino que permaneció con su tropa esa noche en Yara y abandonó la localidad al día siguiente, 12 de octubre, en dirección a Manzanillo, su lugar de destino.



El "grito de Yara", no no fue grito, ni ocurrió en Yara ni fue el 10 de octubre. (Fuente: Elaboración propia sobre el mapa del departamento Oriental de Cuba de 1897, Biblioteca Virtual de Defensa, ref. CUB-239/03).

Como puede comprobar el lector, el grito de Yara del 10 de octubre, ni fue grito ni ocurrió en Yara ni se dio el 10 de octubre.

Tras el encuentro con los soldados españoles el desorden de los insurrectos era muy grande. Aquello no acabó en desastre porque un vecino de Manzanillo, natural de Santo Domingo, un antiguo capitán de las reservas dominicanas del ejército español llamado Luis Marcano, encontró a los insurrectos en su huida desde Yara durante la madrugada y la mañana del 12 de octubre, logró detenerles y organizarles.

Con la gente que traía Marcano y con los reunidos tras la huida, Céspedes ocupó Yara, desalojada por los españoles, y se dirigió a La Veguita, a mitad de camino entre Yara y Barrancas, donde permaneció dos o tres días organizando su gente. Reforzado con los hombres que trajo consigo Francisco Aguilera y con otros que se unieron, Céspedes contó con una fuerza irregular de unos 3.500 hombres con los que el 16 de octubre partió hacia Barrancas, para presentarse en la mañana del 17 de octubre delante de Bayamo, entre el ingenio de Santa Isabel y el rio que discurre junto a esta ciudad.



El levantamiento de Céspedes cogió desprevenidos al resto de conjurados del departamento Oriental, incluso hubo alguno que se mostró disconforme; pero a pesar de haberse adelantado a todas las fechas discutidas previamente, decidieron secundarle, tal y como habían pactado.

Donato Mármol, de 25 años y natural de Santiago de Cuba, era hijo de un oficial venezolano que le inculcó ideas liberales; su familia era muy rica, con propiedades en Jiguaní y Santiago de Cuba. Calixto García Íñiguez era un joven de 29 años partidario de la independencia cubana, nacido en Holguín dentro de una familia de ascendencia soriana dedicada al comercio. Entre ambos reunieron unos cien hombres y se juntaron en el potrero de Santa Teresa, situado junto al rio Cautillo, a doce kilómetros al noreste de Bayamo. Iban armados todos con machetes y tan solo un tercio con carabinas o escopetas. Mientras Céspedes luchaba por organizar a su desbandada tropa tras el encuentro de Yara, al amanecer del 13 de octubre, Donato Mármol y Calixto García avanzaron campo a través hasta el camino real de Bayamo a Jiguaní. Asaltaron el caserío de Santa Rita, situado a 18 kilómetros de Bayamo por el citado camino, y continuaron hasta la ciudad de Jiguaní, distante 7 kilómetros. Allí llegaron a mediodía por sorpresa e hicieron prisionero al capitán Federico Muguruza de Lerchundi, gobernador de la ciudad y primo del capitán general; tras herir a uno de los soldados de la guarnición y matar a un sastre que se opuso a los continuos vivas a “¡Cuba libre!” que lanzaban los rebeldes, éstos dejaron la ciudad en manos de Calixto García y continuaron hasta Baire, distante 12 kilómetros.



Donato Mármol y Calixto García atacaron Jiguaní y Baire el 13 de octubre de 1868 desde el potrero de Santa Teresa. (Fuente: Elaboración propia sobre el mapa del departamento Oriental de Cuba de 1897, Biblioteca Virtual de Defensa, ref. CUB-239/03).

En Baire los insurrectos prendieron al juez de paz y dejaron la ciudad al mando de un propietario llamado Joaquín Cabrera. El capitán Federico Campos, gobernador del poblado, se salvó porque se hallaba ausente de la ciudad en aquel momento. Los insurrectos, cuyo número aumentó hasta los 300 hombres, regresaron a Santa Teresa por el mismo camino, habiendo logrado hacerse con el control de toda aquella zona, y se unieron a las fuerzas que estaba organizando Céspedes para atacar Bayamo[10], que capituló a los pocos días, como se verá más adelante.



En Las Tunas, situada a 83 kilómetros al noroeste de Bayamo, Vicente García y Ruvalcaba se levantaron con los hombres que habían conseguido reunir. El 13 de octubre se presentaron varios insurrectos con intención de atacar el pueblo, pero fueron rechazados por los pocos soldados de la guarnición y los vecinos armados que se unieron a la defensa. Los defensores hicieron varios prisioneros, que dijeron que les capitaneaba Francisco Aguilera. Cerca de las Tunas, en las Arenas, los insurrectos fusilaron al capitán pedaneo; y Rosendo Arteaga, médico, redujo a cenizas la finca de los señores Guardiola[11]. Días más tarde, los insurrectos volvieron a atacar la ciudad de las Tunas, pero esta vez se encontraba reforzada por los 40 jinetes de la columna del capitán Machín, enviada por el gobernador de Puerto Príncipe, brigadier Mena, que volvió a rechazarles[12].

En Cauto del Embarcadero, a 35 kilómetros de Bayamo en el camino hacia Las Tunas, se levantaron Pedro y Luis Figueredo Cisneros, consiguiendo este último apresar a las autoridades españolas. Esteban Estrada lo hizo en Dátil, localidad situada a una docena de kilómetros al sur de Bayamo..



Extensión de la insurrección en los departamentos Oriental y Central en noviembre de 1868. (Fuente: Elaboración propia sobre un mapa de Cuba de 1898, Biblioteca Virtual de Defensa, ref. Ar.j-t.5-c.2-36).

En Manatí, a 45 kilómetros al norte de Las Tunas, los habitantes de la ciudad tuvieron que sufrir el incendio de los edificios de la ciudad, que los rebeldes de partidas sin disciplina alguna dejaron arruinada.

Holguín se hallaba a 72 kilómetros al noroeste de Bayamo. Allí los habitantes de la ciudad contemplaban con horror el abandono de las fincas cercanas por sus propietarios al saber de la llegada de los rebeldes. El 30 de octubre se presentaron ante la ciudad los insurrectos, que iniciaron un asedio que duró 35 días, porque los defensores decidieron no rendirse, como se verá más adelante.

Los insurrectos eligieron una zona de Cuba muy apta para la guerra que iban a llevar a cabo. La parte oriental de la isla se presta a las emboscadas y a evitar el combate con las fuerzas del gobierno. Los picos de Gran Piedra y Pico Turquino, que se elevan a más de mil metros de altura sobre el nivel del mar, con las quebradas, valles, ríos, espeso bosque y terreno ondulado que los rodean dificultan la marcha de las columnas militares. El rio Cauto, el más caudaloso de la isla, sus numerosos afluentes y tributarios y la espesa manigua por la que fluyen son un importante obstáculo para las tropas. Además, el departamento es el más ancho de la isla, permitiendo con ello movimientos más amplios a los rebeldes y dificultando al ejército español los intentos de cercar al enemigo.

En el departamento Central su comandante general, brigadier Mena, no se hacía ilusiones sobre la gravedad de la insurrección y, salvo el envío del capitán Machín con 40 jinetes a las Tunas y luego dos escuadrones más, se encerró en el convento de la Merced de Puerto Príncipe, donde se atrincheró. Los rebeldes se crecieron ante la inactividad del brigadier, cortaron el ferrocarril de Nuevitas y comenzaron a bloquear la capital Puerto Príncipe. Por último, el 5 de noviembre los insurrectos se apoderaron del pueblo de Guaimaro, a 45 kilómetros de las Tunas en dirección a Puerto Príncipe, que se acabó convertido en cuartel general y principal centro de operaciones de la insurrección cuando los españoles recuperaron Bayamo.



  • Barrios Carrión, Leopoldo, comandante. Sobre la historia de la guerra de Cuba. Redacción y Administración de la Revista Científico-Militar y Biblioteca Militar. Barcelona, 1888-89-90. 235 páginas. 11,7 MB.

  • Camps y Feliú, Francisco de, coronel retirado. Españoles e insurrectos. Recuerdos de la guerra de Cuba. Segunda edición. Imprenta de A. Álvarez y Comp. Habana, 1890. 433 páginas. 16 MB.

  • Llofriu y Sagrera, Eleuterio. Historia de la insurrección y guerra de la isla de Cuba. Escrita en presencia de datos auténticos, descripciones de batallas, proporcionadas por testigos oculares, documentos oficiales, y cuantas noticias pueden facilitar el exacto conocimiento de los hechos. Edición ilustrada. Imprenta de la galería literaria. Tres tomos, seis volúmenes. Madrid, 1870 y 1871. 2.729 páginas. Tomo I. 799 páginas. 30 MB.

  • Pirala, Antonio. Anales de la Guerra de Cuba. Tomo 1. Imprenta y Casa editorial de Felipe González Rojas. Madrid, 1895. 886 páginas. 63,1 MB.




[01] Para la constitución de la Junta Directiva, ver Pirala, op. cit, pág. 248.
[02] Pirala, op. cit. Pág. 247.
[03] Para la reunión del 4 de agosto, ver Pirala, op. cit, pág. 248. Para las reuniones de octubre, ver Pirala, op. cit, pág. 249.
[04] La frase está sacada de Llofriu y Sagrera, op. cit, pág. 5.
[05] Pirala, op. cit, pág. 254.
[06] Los acontecimientos ocurridos en Manzanillo se relatan en Llofriu y Sagrera, op. cit, pág. 7 y ss.
[07] Llofriu y Sagrera, op. cit, pág. 9 y ss.
[08] Los acontecimientos de Bayamo se relatan en Novel, op. cit, pág, 14 y 15.
[09] Llofriu y Sagrera, op. cit., pag. 10. También Novel, op. cit., pág. 15; y Pirala, op. cit., 255 y 256.
[10] Pirala, op. cit., pág. 257.
[11] Ataque a las Tunas, en Llofriu y Segarra, op. cit, pág. 11; 19 y 21; y en Barrios Carrión, op. cit, pág. 27.
[12] Barrios Carrión, op. cit., pág. 29.