Antecedentes.
La tensa espera antes del sitio (10-17 de octubre).
El sitio de Bayamo (17-19 de octubre).
El consejo de guerra (18 de octubre).
La capitulación (20 de octubre).
Después de la capitulación.






Bayamo es la segunda de las ciudades fundadas por Diego Velázquez durante su conquista de la isla de Cuba. Fue fundada en 1513 con el nombre de villa de San Salvador de Bayamo junto al río Bayamo, que era navegable, lo que permitió un rápido crecimiento de la ciudad, que prosperó a lo largo de los años.

En 1868 Bayamo era uno de los centros donde más se conspiraba contra España dentro de Cuba. Sus conjurados lograron engañar a muchos españoles peninsulares de la zona por esconderse tras supuestas logias masónicas. De este modo, se celebraron numerosas reuniones en las fincas y posesiones de Luis Figueredo, Rafael Milanés, Estrada, Francisco Vicente Aguilera, Francisco Maceo y muchos otros más, a las que también acudían conjurados de Manzanillo y el Camagüey, éste último territorio del departamento Central, todas ellas fruto de la creación de un Comité revolucionario creado en Bayamo en agosto de 1867. Para apoyar sus ideas separatistas, los conjurados propagaron el bulo de que con el nuevo impuesto que iba a introducir el gobierno en la isla, los cubanos pagarían cuatro o cinco veces más que con el anterior impuesto, y que el gobierno recibiría cada año una décima parte del capital del contribuyente; la alarma creada fue tal que lograron que el departamento no se cobraran los impuestos durante año y medio por miedo a exponerse a una revolución.

El teniente gobernador de la ciudad era el teniente coronel Julián Udaeta, quien estaba enterado de los hechos por pertenecer él mismo a una de las logias masónicas donde se reunían los conjurados. Pero el teniente coronel no les daba importancia por creer que las cosas se calmarían y que la intención de “sus hermanos” no era alzarse contra España sino pedir reformas, las cuales de seguro llegarían tras el golpe de estado ocurrido en la península. Uno de los que más conspiraba contra España era el secretario del gobernador, señor Martínez, que acabó siendo secretario particular de Carlos Manuel de Céspedes cuando éste tomó Bayamo días más tarde. Aunque parezca extraño, la mujer del teniente coronel también influía en el ánimo conciliador de su marido; ambos estaban alojados en la casa del señor Andrés Tamayo, conspirador que luego fue jefe militar de los insurrectos de Bayamo.

Que el ambiente estaba caldeado en Bayamo lo demuestra el hecho de que en las fiestas de Santiago de julio de 1867 se dieron vivas a la independencia de Cuba, que los campesinos se atrevieron a atropellar a una patrulla formada por un cabo y cuatro soldados de Caballería, que un tal Céspedes hizo ademán de acuchillar al gobernador porque ordenó al cabo que se hiciera respetar, y que los campesinos insultaron a los soldados de la guarnición. Todos estos delitos quedaron impunes, para indignación de los españoles cubanos y peninsulares que deseaban seguir siendo leales a España.

En las fiestas de Santiago de julio de 1868 un anónimo alertó de un posible ataque sobre el cuartel de Infantería aprovechando la aglomeración y el gentío, realizado con una fuerza de unos 5.000 hombres. Las fiestas dieron comienzo sin ningún incidente, salvo el último día, en el que Pedro Maceo, hermano de Francisco Maceo, miembro de la Junta revolucionaria de Bayamo que presidía Francisco Vicente Aguilera, tuvo un altercado con el centinela de la puerta del cuartel que le produjo la muerte de su caballo y una herida de bayoneta en su pierna derecha.

El gobernador Udaeta había solicitado su renuncia, que le fue admitida, pero con la condición de esperar a que se presentase su relevo, el comandante Pedro Mediavilla, gobernador de la isla de los Pinos, con orden expresa entregarle el mando sólo a él.



El primer batallón del regimiento de Infantería "de la Corona, desplegado en seis localidades del departamento Oriental, en una superficie similar a la de la provincia de Murcia. (Fuente: Elaboración propia, sobre un mapa de 1898, Biblioteca Virtual de Defensa, ref. Ar.j-t.5-c.2-36).

La unidad de guarnición que estaba en Bayamo era el primer batallón del regimiento de Infantería “de la Corona”, cuyo primer jefe era el teniente coronel Vicente Villares y su segundo jefe el teniente coronel Dionisio Novel e Ibañez. Su fuerza en revista para el mes de octubre de 1868 era de 2 jefes, 37 oficiales y 466 individuos de tropa. El 10 de octubre, su fuerza presente en Bayamo eran 2 jefes, 17 oficiales y 219 individuos de tropa. El resto del batallón se hallaba desplegado en cinco localidades más de departamento Oriental, cubriendo un área aproximada de 11.200 kilómetros cuadrados, el equivalente a la superficie de la provincia de Murcia:

  • La Habana: 4 oficiales y 4 de tropa.
  • Santiago de Cuba: 5 oficiales y 54 de tropa.
  • Holguín: 3 oficiales y 61 de tropa.
  • Gibara: 3 oficiales y 34 de tropa.
  • Mayarí: 1 oficiales y 15 de tropa.
  • Manzanillo: 5 oficiales y 70 de tropa (1 falleció).
  • Bayamo: 2 jefes, 17 oficiales y 219 de tropa.

También estaba de guarnición un escuadrón de lanceros del regimiento de Caballería “Del Rey”, formado por su jefe, el comandante Luis Guajardo, 5 oficiales y 34 de tropa.



A las 20:00 horas del 10 de octubre el gobernador recibió el mensaje de socorro que le enviaba el gobernador de Manzanillo. Tras una reunión con varios oficiales, Udaeta ordenó al teniente coronel Vicente Villares, primer jefe del batallón del regimiento “de la Corona”, que a las doce de la noche saliera hacia Manzanillo con una columna formada por 4 oficiales y 58 de tropa del batallón, y un oficial y doce jinetes del regimiento de Caballería “Del Rey”.

Tras la partida de la columna, y como había doce soldados en el hospital y uno con licencia semestral, quedaban para la defensa de la ciudad un jefe (el teniente coronel Dionisio Novel, segundo jefe del batallón), 13 oficiales y 140 de tropa de Infantería, y 4 oficiales y 22 jinetes de Caballería. La fuerza permaneció acuartelada, porque la noticia de la partida de la columna se propagó por la población y las casas particulares cerraron sus puertas incluso antes de su partida, a las once de la noche, y llegaron al cuartel noticias de que había un complot para matar a los oficiales cuando marcharan sus casas.

Los siguientes días la tensión iba en aumento, y parecía que la insurrección estallaría en Bayamo en cualquier momento. Era del dominio público que la casa de un tal José Fallas proveía de alimentos a los insurrectos en el campo, y que en su establecimiento había 400 machetes. Pero el gobernador persistía en su inactividad, creyendo aún en la palabra dada por “sus hermanos de logia”. El gobernador Udaeta pasaba las primeras horas de la noche en el cuartel en compañía de los oficiales antes de retirarse a su casa en la ciudad, acompañado de los oficiales de las reservas dominicanas del ejército llamados Modesto Díaz, Máximo Gómez y Francisco Heredia, que se pasarían días más tarde a las filas de la insurrección.

Modesto Díaz era un dominicano que había combatido en las filas del ejército español en la República Dominicana y había sido el jefe de la provincia de San Cristóbal; tras la derrota española se trasladó a Cuba con el grado de brigadier del ejército, integrado en las reservas dominicanas. En octubre de 1868 tenía 42 años y era el responsable de custodiar la cárcel de Bayamo. Cuando los insurgentes tomaron la ciudad, su pariente Luis Marcano, nombrado teniente general por Céspedes, le convenció para unirse a la causa independentista con el grado de teniente general, si bien después se le rectificó al de mayor general.

Máximo Gómez era un dominicano de ascendencia peninsular y canaria, descendiente de un sevillano que se embarcó para Santo Domingo en 1573. Combatió en suelo dominicano con el ejército español, donde alcanzó el grado de comandante. Trasladado a Cuba, se instaló en Bayamo como agricultor gracias a un préstamo personal del entonces coronel Valeriano Weyler. En octubre de 1868 tenía 31 años. Descontento por el trato recibido por el ejército, en Bayamo se pasó a las filas insurrectas con el grado de sargento. Se hizo famoso por su carga al machete contra la columna del coronel Quirós en Baire, y fue nombrado mayor general por Céspedes gracias a sus valentía y conocimientos militares.

Francisco Heredia Solá fue comandante militar de la provincia de San José de Ocoa, en la República Dominicana, y combatió en las filas del ejército español. En octubre de 1868 tenía 37 años y era coronel de las reservas dominicanas del ejército español. Por mediación de Luis Marcano se pasó a las filas de los insurrectos cubanos en Bayamo. Céspedes le otorgó el grado de general de brigada; dos meses después regresó al ejército español, que le reconoció su grado de coronel. Fue un tenaz perseguidor de su compatriota Modesto Díaz, y en abril de 1877 fue ascendido a general de brigada.

El 12 de octubre, el capitán general Lersundi telegrafió al gobernador Udaeta para reconvenirle “porque se había dejado sorprender por los insurrectos y encargándole concluyese a todo trance con aquel escándalo”, a lo que extrañamente el teniente coronel contestó que “en todo el territorio de su mando no había un solo insurrecto”, rogándole que no le relevara de su cargo hasta haber acabado con la insurrección.

El 13 de octubre se enteraron del encuentro en Yara con los insurrectos de tres días antes y del ataque a Jiguaní aquel mismo día. Recibieron otro telegrama del capitán general informando de la salida desde la Habana de dos columnas que desembarcarían en Manzanillo y Gibara, añadiendo que Udaeta no entregara el mando, aunque se encontrara presente su relevo, quien se presentó en Bayamo la tarde de ese día. Udaeta envió un mensaje al teniente coronel Miralles para que regresara cuanto antes con su columna a Bayamo.

Ese mismo día supieron que Francisco Aguilera, nombrado general por Céspedes, se encontraba a 12 kilómetros de Bayamo, en el sitio conocido como Jucaibama, al sudoeste de la ciudad, al frente de unos 1500 hombres armados con fusiles comprados en los Estados Unidos; que Pedro Figueredo se hallaba concentrado con sus hombres en Mangas, a otros tanto kilómetros al noroeste de Bayamo por el camino hacia Cauto el Embarcadero; y que Francisco Maceo reunía a los suyos en diferentes lugares alrededor de la ciudad, incluido el ingenio de Almirante. Pero el gobernador, puesto al corriente de estas novedades, seguía sin tomar medidas urgentes.

El 14 de octubre el gobernador convocó una reunión de vecinos para organizar una fuerza de voluntarios en defensa de la ciudad y elegir a los jefes que deberían mandarlos. Para indignación de los españoles, la elección recayó sobre el alcalde Jorge Milanés, Luis Castro, Manuel Grau, Ignacio Casas y Esteban Estrada, individuos conocidos como conspiradores; el disgusto de los españoles peninsulares fue tal que, desalentados por esta elección y la inacción del gobernador Udaeta, dejaron de apoyar a las fuerzas del ejército.

En la reunión se acordó que los voluntarios y las milicias de color deberían acudir a la plaza del Recreo al oír un toque de llamada con contraseña. La citada plaza fue fortificada y quedó guarnecida por un cabo y cuatro soldados al mando de Francisco Heredia. Muchos de los voluntarios y milicianos acabaron pasándose al bando de los insurrectos, con Modesto Díaz, Máximo Gómez y Francisco Heredia a la cabeza.

En previsión de un más que probable ataque de los insurgentes sobre Bayamo, el teniente coronel Novel ordenó al abanderado del batallón que reuniera 400 raciones de galleta en el cuartel, que los capitanes de las compañías se hiciesen con reservas de rancho para tres o cuatro días y que llenasen todas las vasijas de agua que encontraran. También ordenó que todo el personal del batallón pernoctara en el cuartel desde la noche del 14 de octubre. Confiando en la palabra dada por “sus hermanos” de no alzarse contra España, el gobernador Udaeta siguió durmiendo en casa, si bien con una guardia de un sargento y ocho soldados armados.

El 14 o el 15 de octubre los insurrectos cortaron las líneas telegráficas de Bayamo, dejando la ciudad incomunicada con el exterior.

La tarde del 16 de octubre, un grupo de insurrectos entró en la ciudad, a cuyo frente iba Pedro Figueredo, nombrado general por Céspedes, arrojando proclamas por las calles. El gobernador ordenó al capitán Francisco Meoro que saliese en su persecución con 30 jinetes, protegidos a la salida de la población por un capitán y otros 30 soldados de Infantería. El capitán Meoro regresó al poco tiempo sin haber encontrado ningún enemigo.

Poco después, Udaeta se reunió en el cuartel con el teniente coronel Novel y los comandantes Guajardo y Mediavilla para solicitarles su opinión sobre si debía o no armar a la compañía de milicias de color; los tres oficiales consultados coincidieron en que debían considerarlas enemigas y, por tanto, las milicias no debían ser armadas. Inexplicablemente, el teniente coronel Udaeta ignoró el consejo y entregó armamento y munición a las milicias, armas que utilizarían poco tiempo después contra los propios españoles.

Al anochecer, el teniente coronel Udaeta dijo al teniente coronel Novel que había recibido una carta de Carlos Manuel de Céspedes fechada en Barrancas en la que le decía que al día siguiente llegarían a Bayamo con 3.500 hombres, 1.500 de ellos armados con rifles. Seguidamente Udaeta ordenó al teniente coronel Novel que enviara 20 soldados a reforzar la guardia de la plaza, y seis más a reforzar el cuartel de Caballería. Novel objetó diciendo que lo más prudente sería no diseminar la fuerza de defensa disponible, sino mantenerla concentrada, y solicitó que se revocara la orden y que concentraran en el cuartel las guardias de los hospitales y la cárcel. Udaeta accedió, excepto en la retirada de la guardia de la cárcel. Al hacer ademán de partir hacia su casa para pernoctar, Novel le hizo ver que sería peligroso, por lo que Udaeta pasó la noche en el cuartel.



Al amanecer del 17 de octubre Udaeta marchó a su casa. Entre las 09:00 y las 10:00 envió una orden al teniente coronel Novel para reunir toda la guarnición en el cuartel, pues los insurrectos se habían presentado frente a la ciudad. El comandante Guajardo llegó a continuación al cuartel, confirmado que Céspedes se encontraba con 4000 hombres entre el ingenio de Santa Isabel y el río Bayamo.

A las 17:00 horas se presentó en el cuartel el teniente gobernador de Barrancas, Joaquín Tamayo, diciendo que era prisionero de los insurrectos y portando una carta de parte de Céspedes, que no fue aceptada. Poco después los señores Jorge Milanés y Luis Castro conferenciaron con Udaeta, sin que se sepa de lo que hablaron. Acto seguido se presentó el ordenanza de Udaeta con un mensaje de su mujer solicitando la rendición de la guarnición, pues los enemigos pasaban de 6000 hombres. A petición de Novel, Udaeta ordenó a su ordenanza que regresara a su casa por su armamento y material y que se instalara en el cuartel con el resto de la fuerza; el ordenanza cumplió lo que se ordenó, pero a su regreso trajo otro mensaje de la mujer de Udaeta dirigido a los jefes y oficiales solicitándoles la rendición.

El teniente coronel Novel y el comandante Mediavilla propusieron a Udaeta enviar una pequeña fuerza al otro lado del río para hacer una descarga sobre el enemigo, a lo que Udaeta se negó aduciendo lo peligroso de la acción por la crecida del río.

A las 19:00 horas el teniente coronel Udaeta continuaba sin tomar ninguna decisión, por lo que el teniente coronel Novel organizó el servicio de vigilancia y defensa del cuartel.



Situación de la ciudad de Bayamo el 19 de octubre de q868, rodeada de insurrectos y con la columna de socorro del teniente coronel López del Campillo retrocediendo a Manzanillo. (Fuente: Elaboración propia, sobre un mapa de 1897, Biblioteca Virtual de Defensa, ref. CUB 239-03).

El 18 de octubre el teniente coronel Novel envió dos patrullas a reconocer los alrededores del cuartel y al comprobar que no había novedad alguna, envió a los furrieles y rancheros a hacer la compra diaria fuertemente escoltados. Durante la mañana se presentó un parlamentario de los insurrectos que se decía teniente retirado, con la petición de rendición. Fue despedido sin contemplaciones.

Entre las 09:00 y 10:00 horas la guarnición de Caballería llegó a galope a las puertas del cuartel para acomodarse en él. El comandante Guajardo dijo a Udaeta que los insurrectos estaban cruzando el río y que tomó esa medida para evitar quedar aislado en el cuartel, ya que había tomado la precaución de trasladar toda la impedimenta y equipo de su fuerza al cuartel de Infantería un par de días antes.

En aquel momento se produjo un ataque al cuartel. Una numerosa columna enemiga a caballo (dicen las fuentes que eran unos mil jinetes) comenzó a aparecer en la calle frente al cuartel; los soldados apostados en las ventanas de la fachada sur comenzaron a disparar sobre ellos; los jinetes de la caballería solicitaron cargar sobre ellos, pero el teniente coronel Udaeta se negó diciéndoles que esperaran a que se acercaran más. Aparecieron más caballos enemigos por la parte opuesta de la misma calle; insistieron los jinetes en su petición, que fue aceptada, y se lanzaron de inmediato a la carga contra el enemigo lanza en ristre sin mediar palabra. Una veintena de soldados salieron del cuartel, pero fueron introducidos de nuevo en él y dirigidos a sus puestos en las ventanas por el teniente coronel Novel.

Pocos minutos después regresaron unos jinetes con el capitán y el ayudante del escuadrón llevando al comandante Guajardo gravemente herido. A los pocos instantes lo hicieron el teniente Francisco Mateos con el resto de los jinetes, perseguidos de cerca por un grupo de insurrectos que fue recibido a tiros por los soldados apostados en las ventanas del cuartel. Las bajas reconocidas por los insurrectos fueron 40 hombres, por un muerto y cinco heridos de los españoles.

Desde el cuartel seguían oyéndose disparos en la ciudad, señal de que había soldados aislados combatiendo en sus calles. El teniente coronel Udaeta ordenó tocar “llamada” para ordenarles que se replegaran, lo que hicieron protegidos por los fuegos del cuartel. Los insurrectos se apostaron en todas las esquinas que daban al cuartel y no cesaron en sus disparos sobre él hasta las 15:00 horas, momento en que entraron todos los soldados dispersos y se cerraron las puertas.

Al poco tiempo se presentó un parlamentario de los insurrectos con bandera blanca. El teniente coronel Udaeta salió para recibir la carta que portaba, otra petición de rendición, y lo despidió. En ese momento comenzó a caer sobre Bayamo un aguacero que motivó el cese del fuego, y que fue aprovechado por los soldados para llenar todas las vasijas posible con agua.

El 19 de octubre por la mañana el teniente coronel Novel envió al cantinero, un paisano licenciado del batallón, por la puerta falsa del cuartel a informarse sobre la fuerza del enemigo y si había noticias de alguna fuerza española en camino para socorrerles. Poco después se presentó en la calle un grupo de siete personas con una bandera blanca; eran el comerciante Vicente Mas, un tal Vallés, el padre Serrano, quien portaba la bandera, y cuatro más, todos españoles nacidos en la península. Traían un mensaje de la mujer de Udaeta, de la mujer del teniente coronel Villares, doña Teresa de la Gala, y de las mujeres de la mayor parte de los oficiales. En su carta agradecían el trato recibido por los insurrectos y solicitaban la rendición de sus maridos.

Ante la indignación mostrada por el teniente coronel Novel los parlamentarios dijeron que no tenía sentido resistir, pues la fuerza insurrecta era muy grande (decían que 8.000 hombres), que las columnas de socorro enviadas desde Santiago de Cuba se habían retirado o estaban sitiadas en Baire, que la columna procedente de Manzanillo se había retirado en Barrancas, que no había noticias de la columna de Gibara y que los milicianos de color se habían unido a los insurrectos.

Al ser interpelados por el teniente coronel Novel por no haberse sumado a la defensa de la ciudad, ellos respondieron que tenía razón al quejarse de la conducta de los peninsulares, pues alguno se había unido a los insurrectos, pero “ellos no podían hacer otra cosa que lo que todos aquellos entre quienes se había convenido guardar una actitud pasiva … y que … respetaban (a los insurrectos por) haberles puesto guardia en sus establecimientos para que no se les vejase”. El teniente coronel Novel les recordó lo ocurrido con los españoles en las guerras de emancipación de los virreinatos, especialmente en Méjico, y que las guardias que les pusieron los insurrectos no eran para protegerles, sino para evitar que los peninsulares se llevasen nada consigo. Proféticas palabras de lo que fue la conducta de los insurrectos para con los españoles de Bayamo días después.

Al salir del cuartel los parlamentarios, los insurrectos iniciaron un nuevo ataque, disparando incesantemente sobre el cuartel. Por el contrario, los soldados disparaban de forma disciplinada, sólo cuando veían un enemigo. Los insurrectos llenaron de gas y aguardiente las calles sur y oeste del cuartel y les prendieron fuego; incendiaron la casa que había a cuatro o cinco metros frente al cuartel, y el viento se encargó de prender la que estaba en el sur a dos metros de la pared del cuartel; simultáneamente, lanzaron botellas con líquido inflamable y maderos ardiendo a la puerta del cuartel, logrando prenderla en tres ocasiones, y en las tres los soldados consiguieron apagar el fuego usando para ello el preciado agua destinada al consumo humano, todo esto sin dejar de disparar los insurrectos sobre los muros del cuartel.

Los insurrectos emplazaron un cañón y sobre las 14:00 horas dispararon un cañonazo con bala rasa sobre la pared este, y al poco rato sobre la pared oeste. Afortunadamente para los defensores, los peninsulares que servían la pieza la emplazaron en una casa con la puerta cerrada, de modo que al disparar por segunda vez se les incendió un barril de pólvora que estalló, matando a cinco y dejando muy ml heridos a los otros dos.

Sobre las 15:00 horas los insurrectos comenzaron a arrojar grandes piedras sobre el tejado del cuartel para romper sus tejas y arrojar pedazos de lona empapadas en líquido inflamable y encendidas sobre las maderas descubiertas. El intento les costó sesenta bajas a los insurrectos; los españoles sufrieron dos soldados muertos, tres heridos y la destrucción completa de las maderas del tejado.

Al oscurecer comenzó a llover; la lluvia apagó todos los incendios y los insurrectos interrumpieron sus ataques. Entre las 19:00 y 20:00 horas cesó la lluvia, y comenzaron a oírse ruidos de descarga de carros en el exterior del cuartel: eran los insurrectos descargando piedras para levantar barricadas y emplazar unos cañones para el ataque del día siguiente.



Ante la evidente falta de fuerzas para defender el cuartel y el mal estado en que se encontraba el edificio, el teniente coronel Novel y el comandante Mediavilla propusieron al teniente coronel Udaeta abandonar el cuartel de forma sigilosa y por sorpresa a las 23:00 horas y dirigirse hacia Manzanillo, en cuyo camino seguramente encontrarían a la columna de socorro y podrían volver con ella para caer sobre el enemigo. Udaeta se negó y dijo que quería oír la opinión de todos los jefes y oficiales. Novel y Mediavilla respondieron que el cuartel no tenía consideración de plaza fuerte y que, por tanto, no era necesario convocar un consejo de guerra. A pesar de ello, el teniente coronel Udaeta insistió y convocó el consejo de guerra.

Preguntados los oficiales por el teniente coronel Novel, todos convinieron en que el cuartel no podía sostenerse por más tiempo; discutida la hora de partida, la mayoría optó por la una de la madrugada. Puesto a votación el punto de destino, se habló de Manzanillo y Jiguaní, pero la mayoría optó por seguir el camino hacia Holguín, por tener mejor firme y estar más despejado. A continuación, el teniente coronel Novel repartió entre los jefes y oficiales los 4.000 pesos que había en la caja de caudales del batallón, disponiendo que se entregase una cantidad a los sargentos y soldados, con objeto de ahorrar una acémila en transportar la caja de caudales y cargarla con munición.

Cuando se dio por finalizado el consejo de guerra y los asistentes comenzaban a abanonar la sala para ejecutar lo convenido, el teniente coronel Udaeta tomó la palabra y dijo que no veía razones para tener ningún temor, “que él tenía la seguridad de que nada le harían; que si salía del cuartel, todos los insurrectos le saludarían quitándose el sombrero...; que las vidas de los demás tampoco corrían peligro porque ningún odio les tenían los revolucionarios.” Finalizó sus palabras acusando al teniente coronel Novel de haber forzado las votaciones, con cuyo resultado él no se mostraba de acuerdo, y que quería que se repitiesen mediante voto escrito y secreto. Las protestas del teniente coronel Novel no valieron de nada. El escrutinio fue favorable a una capitulación antes que a una salida. Solo votaron a favor de la salida el teniente coronel Novel, el capitán Felipe Plaza, cajero y el segundo jefe del cuartel, el alférez Ángel Mediavilla, apoderado del habilitado, y el alférez Julián Delgado, abanderado del batallón. El resto de oficiales del batallón de Infantería y todos los de Caballería optaron por capitular.



A las 23:00 horas el teniente coronel Udaeta encargó al teniente coronel Novel la redacción de un oficio para el jefe enemigo. Novel solicitó esperar hasta el amanecer para no parecer desesperada la situación de los defensores, a lo que Udaeta accedió.

Al amanecer del 20 de octubre el teniente Francisco Mateos llevó el oficio de propuesta de comenzar una negociación para lograr una capitulación. La respuesta de Céspedes fue que “el día anterior estaba dispuesto a concederlo todo; pero que ya nada concedía y que si al cuarto de hora no nos rendíamos a discreción, se romperían de nuevo las hostilidades.” Novel le echó en cara a Udaeta haber perdido las preciosas horas de la noche para escapar, que él no estaba obligado a seguirle en la rendición, que estaba dispuesto a hacer una salida en fuerza con la tropa que tenía a sus órdenes, y le propuso una contestación, que Udaeta aceptó, y que decía lo siguiente:

    “Veo que sin duda la superioridad numérica a hecho a V. desechar mi proposición de arreglo y que en cambio exige la rendición a discreción, que jamás obtendrá V. Sin duda al expresarse así no tuvo presente que el soldado español nunca cuenta el número de los enemigos. Réstame significarle que ante Dios y los hombres V. será el responsable de las escenas que en breve van a tener lugar.”

El resto de los oficiales y el propio teniente coronel Udaeta eligieron al capitán Fortún para llevar la respuesta. Mientras éste salía, el teniente coronel Novel se preparó para salir del cuartel en fuerza; pero alertado por el ayudante del batallón, antes tuvo que hacer frente al comportamiento de la tropa. En efecto, los soldados de la sexta compañía habían quitado de las ventanas los baúles que hacían las veces de aspilleras y estaban liando las ropas en sus morrales. El teniente coronel les reprendió por contravenir las órdenes y logró enardecer su espíritu, de forma que dejaron sus ropas, tomaron el armamento y comenzaron a municionarse. La misma escena tuvo lugar en los locales de la quinta compañía y en los de las fracciones de la primera y segunda. Al poco se le presentó el jefe de la fuerza de Caballería, Eduardo Latorre, quien se mostró de acuerdo en forzar la salida. A continuación, el teniente coronel Novel dio instrucciones para cargar y repartir la munición, que se inutilizasen las armas sobrantes, y que se repartiese la galleta a partes iguales entre los soldados de Infantería y Caballería. La fuerza disponible para efectuar la salida ascendía 142 soldados. Por último, el teniente coronel Novel se acercó al cuarto de banderas y desenfundó la bandera del batallón para salir con ella al frente.

Mientras Novel esperaba el regreso de los parlamentarios para iniciar la salida, se le acercó Udaeta acompañado del resto de oficiales y le entregó una carta en la que los insurrectos hacían muchas concesiones a los defensores, diciendo que venía acompañado de Luis Marcano, el segundo jefe de los insurrectos, quien dijo tener plenos poderes para conceder cuanto se le pidiera menos la salida de la fuerza. Udaeta preguntó a Novel si tenía algún inconveniente para que los insurrectos tomaran posesión del cuartel, a lo que Novel contestó que “eso era prematuro; pues que nadie (podía) asegurar que algunos minutos después no anduviéramos a balazos aquellos señores y yo: que antes de todo era necesario formular la capitulación por escrito, convenir en ella, hacer dos ejemplares y que los firmasen uno y otro.”

Presionado por los oficiales y por el teniente coronel Udaeta, cuando el teniente coronel Novel entró en el cuarto de banderas para redactar un borrador de la capitulación con el señor Luis Marcano, comenzaron a aparecer jefes de los insurrectos armados en actitud amenazadora, dando abrazos a Udaeta mientras sus hombres iban adueñándose del cuartel.

Los motivos que se aducían para la capitulación eran el mal estado del cuartel, la escasez de víveres y municiones, lo improbable de recibir refuerzos, el mal olor que despedían en el interior del cuartel los dos hombres y el caballo muertos dentro del local y el embarazo que producían los veintitantos animales que en el mismo había y especialmente los heridos y enfermos que en él se hallaban. Las condiciones que se pactaron fueron las siguientes:

  • En el artículo 1º se decía que por la heroica resistencia hecha, se declaraba a los españoles prisioneros de guerra con honores de la misma.

  • En el artículo 2º se decía que se respetarían las vidas y haciendas de los españoles, no solo de los que se hallaban en el cuartel, sino también de los que se encontraban fuera, siendo dependientes o adictos al gobierno.

  • En el artículo 3º se declaraba que ningún soldado español podría ser vejado ni maltratado.

  • El artículo 4º estipulaba que la tropa sería conducida a los depósitos con todos su equipo y vestuario.

  • El artículo 5º estipulaba que los oficiales conservarían sus espadas y sus asistentes.

  • El artículo 6º decía que ninguno de los prisioneros podría servir de represalia, ni para embarazar las operaciones de sus compañeros de armas.

  • El artículo 7º declaraba que todos los efectos correspondientes a los cuerpos habían de ser entregados bajo duplicado inventario para que, terminada la guerra, fueran devueltos en la misma forma en que se encontraban.

  • El artículo 8º estipulaba que los jefes y oficiales se comprometían a no hacer uso de sus espadas ínterin no fueran canjeados o rescatados.

Tras acabar la minuta de la capitulación, cuyos dos ejemplares fueron firmados por Udaeta y Marcano, el teniente coronel Novel se las arregló para salvar la bandera del batallón escondiéndola en su equipaje.



Consumada la capitulación, comenzó el cautiverio de los oficiales, que se convirtió en un calvario, con vejación a sus personas, especialmente a la del teniente coronel Novel, robo de sus pertenencias, maltrato físico; en una palabra, los insurrectos no cumplieron lo estipulado en el documento de capitulación, mientras que al teniente coronel Udaeta se le vio salir de Bayamo vestido de paisano en uno de los mejores coches de caballos de la ciudad.

El teniente coronel Udaeta fue juzgado por un consejo de guerra de oficiales generales celebrado en la Habana. En septiembre de 1869 el tribunal dictó sentencia y condenó al teniente coronel a diez años de prisión.

El teniente coronel Novel, prisionero desde el 20 de octubre, logró escapar de su cautiverio a finales de enero de 1869 y reintegrado a su batallón el 26 de febrero de 1869. Tras el fallo contra Udaeta, se ordenó abrir expediente al resto de jefes y oficiales presentes en Bayamo durante la capitulación, que desestimó el Tribunal Supremo de Guerra y Marina. Decidido a probar su inocencia en los hechos, el teniente coronel Novel solicitó permiso a la superioridad el 20 de noviembre de 1870 para publicar su versión de los hechos y darla a conocer al público, “porque no podía conocer el fallo declaratorio de la inocencia …” al haber extinguido la causa procesal.