La jurisdicción de Bayamo.
Conspiraciones en Bayamo.
La tensa espera antes del sitio (10-17 de octubre).
El sitio de Bayamo (17-19 de octubre).
El consejo de guerra (18 de octubre).
La capitulación (20 de octubre).
Después de la capitulación.






En 1868 la jurisdicción de Bayamo[01] pertenecía al departamento Oriental de la isla y tenía unos 1.500 kilómetros cuadrados de superficie. Limitaba al noroeste con la jurisdicción de las Tunas, al noroeste con la jurisdicción de Holguín, al este con la de Jiguaní, al sur con la Santiago de Cuba y al oeste con la de Manzanillo y el mar.



Jurisdicciones de Manzanillo, Bayamo y Jiguaní; escala 1:200.000, alrededor de 1877 (Fuente: Biblioteca Virtual de Defensa, ref: Ar.j-t.10-c.2-286 bis).

El territorio tenía unos 31.000 habitantes, de los que el 51% eran blancos peninsulares e isleños, 41% libres de color y 8% esclavos. La población se asentaba en la ciudad de Bayamo, de unos 6.100 habitantes, y los pueblos de Cauto del Embarcadero, Batil, Horno, Guisa y Barrancas, de entre 100 y 600 habitantes cada uno. Repartidos en todo el territorio existían 189 haciendas y 84 potreros, donde se criaban unas 53.000 cabezas de ganado, 7.500 caballos y 750 mulos, incluyendo los animales de tiro, además de 13.500 cerdos y 1.100 de ganado ovino. El cuadro se completaba con unas 2.000 estancias de labor y 26 ingenios.

La orografía de esta jurisdicción es muy variada. En su parte sur el terreno es montañoso, correspondiente a la vertiente norte de la sierra Maestra, con quebradas, bosques y pedregales correspondientes a los cursos altos de los ríos Cautillo, Guamá, Bayamo y Jicotea; es una zona poco poblada y productiva. Los cursos medios de los mencionados ríos ofrecen una orografía algo más llana; es la zona más poblada, llena de preciosas vegas que ofrecen una variedad de cultivos. Por último, junto a la costa se extiende el curso bajo del rio Cauto y sus afluentes, antes de desembocar en el mar en el golfo de Manzanillo, actualmente denominado de Guacanayabo; se trata de una zona pantanosa y poco productiva, con manglares, ciénagas y espesos bosques.

La ciudad de Bayamo[02] fue fundada en 1513 con el nombre de villa de San Salvador de Bayamo en una llanura junto al río Bayamo; es la segunda de las ciudades fundadas por Diego Velázquez durante su conquista de la isla de Cuba. El río Bayamo era navegable, lo que permitió un rápido crecimiento de la ciudad, que prosperó a lo largo de los años.


En 1868 Bayamo era uno de los centros donde más se conspiraba contra España dentro de Cuba. Los conjurados lograron engañar a muchos españoles peninsulares de la zona ya que se escondían en supuestas logias masónicas. De este modo, se celebraron numerosas reuniones, todas ellas convocadas por el Comité revolucionario creado en Bayamo en agosto de 1867, en las fincas y posesiones de acaudalados insulares como Luis Figueredo, Rafael Milanés, Estrada, Francisco Vicente Aguilera, Francisco Maceo, Andrés Tamayo y muchos otros más, a las que también acudían conjurados de Manzanillo y el Camagüey, siendo éste último territorio del departamento Central. Para apoyar sus ideas separatistas, los conjurados propagaron el bulo de que con el nuevo impuesto que iba a introducir el gobierno en la isla, los cubanos pagarían cuatro o cinco veces más que con el anterior impuesto, y que el gobierno recibiría cada año una décima parte del capital del contribuyente; la alarma creada fue tal que lograron que los funcionarios del departamento no cobraran los impuestos durante año y medio por miedo a exponerse a una revolución.

El teniente gobernador de la ciudad era el teniente coronel Julián Udaeta, quien estaba enterado de la conspiración por pertenecer él mismo a una de las logias masónicas donde se reunían los conjurados. Pero el teniente coronel no les daba importancia por creer que las cosas se calmarían y que la intención de “sus hermanos” no era alzarse contra España sino reclamar reformas, las cuales de seguro llegarían a la isla tras el golpe de estado ocurrido en la península y que derrocó a la monarquía de Isabel II. Uno de los que más conspiraba contra España era el secretario del gobernador, señor Martínez, que acabó siendo secretario particular de Carlos Manuel de Céspedes cuando éste tomó Bayamo días más tarde. La mujer del teniente coronel Udaeta, una cubana de nacimiento llamada Dolores Cárdenas, también influía en el ánimo conciliador de su marido; ambos estaban alojados en la casa del señor Andrés Tamayo, conspirador que luego fue jefe militar de los insurrectos de Bayamo.

Que el ambiente estaba caldeado en Bayamo lo demuestra el hecho de que en las fiestas del día del patrón Santiago Apóstol de julio de 1867 se dieron vivas a la independencia de Cuba; ese día, además, algunos campesinos se atrevieron a atropellar a una patrulla formada por un cabo y cuatro soldados de Caballería, y un tal Céspedes hizo ademán de acuchillar al gobernador porque éste ordenó al cabo que se hiciera respetar; en el incidente aquellos campesinos insultaron a los soldados de la guarnición. Todos estos delitos quedaron impunes, para indignación de los españoles cubanos y peninsulares que deseaban seguir siendo leales a España. Al mes siguiente Francisco Aguilera creó la Junta Revolucionaria de Bayamo.

En las fiestas de Santiago de julio de 1868 un anónimo alertó al gobernador Udaeta de un posible ataque sobre el cuartel de Infantería realizado con una fuerza de unos 5.000 hombres, aprovechando la aglomeración y el gentío. Las fiestas dieron comienzo sin ningún incidente, salvo el último día, en el que Pedro Maceo, hermano de Francisco Maceo, miembro de la Junta revolucionaria de Bayamo que presidía Francisco Vicente Aguilera, tuvo un altercado con el centinela de la puerta del cuartel, quien reaccionó matándole el caballo e infligiendo una herida de bayoneta en su pierna derecha.

En este ambiente enrarecido, el gobernador Udaeta había solicitado su renuncia al cargo, que le fue admitida, pero con la condición de esperar a que se presentase su relevo, el comandante Pedro Mediavilla, gobernador de la isla de los Pinos, con orden expresa entregarle el mando sólo a él y a ningún otro.



El primer batallón del regimiento de Infantería "de la Corona, desplegado en seis localidades del departamento Oriental, en una superficie similar a la de la provincia de Murcia. (Fuente: Elaboración propia, sobre un mapa de 1898, Biblioteca Virtual de Defensa, ref. Ar.j-t.5-c.2-36).

La unidad militar de guarnición en Bayamo era el primer batallón del regimiento de Infantería “de la Corona”, cuyo primer jefe era el teniente coronel Vicente Villares y su segundo jefe el teniente coronel Dionisio Novel e Ibañez. La fuerza en revista de todo el batallón en el mes de octubre de 1868 era de 2 jefes, 37 oficiales y 466 individuos de tropa. El 10 de octubre, la fuerza presente en Bayamo eran 2 jefes, 17 oficiales y 219 individuos de tropa. El resto del batallón se hallaba desplegado en cinco localidades más de departamento Oriental, cubriendo un área aproximada de 11.200 kilómetros cuadrados, el equivalente a la superficie de la provincia de Murcia:

  • La Habana: 4 oficiales y 4 de tropa.
  • Santiago de Cuba: 5 oficiales y 54 de tropa.
  • Holguín: 3 oficiales y 61 de tropa.
  • Gibara: 3 oficiales y 34 de tropa.
  • Mayarí: 1 oficiales y 15 de tropa.
  • Manzanillo: 5 oficiales y 70 de tropa (1 falleció).
  • Bayamo: 2 jefes, 17 oficiales y 219 de tropa.

También había de guarnición en Bayamo un escuadrón de lanceros del regimiento de Caballería “Del Rey”, formado por su jefe, el comandante Luis Guajardo, 5 oficiales y 34 de tropa.



A las 20:00 horas del 10 de octubre el gobernador recibió el mensaje de socorro que le enviaba el gobernador de Manzanillo. Acto seguido telegrafió la novedad al capitán general en la Habana, a los comandantes generales de los departamentos Oriental en Santiago de Cuba y del Occidental en Puerto Príncipe, y los jefes de jurisdicción de las Tunas y Jiguaní. Después, tras reunirse con varios oficiales de la guarnición, Udaeta ordenó al teniente coronel Vicente Villares que a las doce de la noche saliera hacia Manzanillo con una columna formada por 4 oficiales y 58 de tropa del batallón, y un oficial y doce jinetes del regimiento de Caballería “Del Rey”, con la prevención de que regresara de inmediato a Bayamo si se le llamaba.

Tras la partida de la columna, y como había doce soldados en el hospital y uno con licencia semestral, quedaban para la defensa de la ciudad el teniente coronel Dionisio Novel con 13 oficiales y 140 soldados de su batallón, y el comandante Fajardo con 3 oficiales y 22 lanceros de Caballería. La fuerza permaneció acuartelada porque la noticia de la partida de la columna se propagó por la población, las casas particulares cerraron sus puertas incluso antes de su partida, a las once de la noche, y llegaron al cuartel noticias de que había un complot para matar a los oficiales españoles cuando marcharan a sus casas.

En los siguientes días la tensión fue en aumento y parecía que la insurrección estallaría en Bayamo en cualquier instante. Era del dominio público que la casa de un tal José Fallas proveía de alimentos a los insurrectos en el campo y que en su establecimiento había 400 machetes. Pero el gobernador Udaeta persistía en su inactividad, creyendo aún en la palabra dada por “sus hermanos de logia”. El gobernador pasó las primeras horas de la noche de aquellos días en el cuartel en compañía de los oficiales de la guarnición antes de retirarse a su casa en la ciudad, acompañado de los oficiales de las reservas dominicanas del ejército llamados Modesto Díaz, Máximo Gómez y Francisco Heredia, que días más tarde se pasarían a las filas de la insurrección.

Modesto Díaz era un dominicano que había combatido en las filas del ejército español en la República Dominicana y había sido el jefe de la provincia de San Cristóbal; tras la derrota española se trasladó a Cuba con el grado de brigadier del ejército, integrado en las reservas dominicanas. En octubre de 1868 tenía 42 años y era el responsable de custodiar la cárcel de Bayamo. Cuando los insurgentes tomaron la ciudad, su pariente Luis Marcano, nombrado teniente general por Céspedes, le convenció para unirse a la causa independentista con el grado de teniente general, si bien después se le rectificó al de mayor general.

Máximo Gómez era un dominicano de ascendencia peninsular y canaria, descendiente de un sevillano que se embarcó para Santo Domingo en 1573. Combatió en suelo dominicano con el ejército español, donde alcanzó el grado de comandante. Trasladado a Cuba tras la derrota, se instaló en Bayamo como agricultor gracias a un préstamo personal que le hizo el entonces coronel Valeriano Weyler. En octubre de 1868 tenía 31 años. Descontento por el trato recibido por el ejército español, en Bayamo se pasó a las filas insurrectas con el grado de sargento. Se haría famoso por su carga al machete contra la columna del coronel Quirós en Baire. Fue nombrado mayor general por Céspedes gracias a sus valentía y conocimientos militares.

Francisco Heredia Solá fue comandante militar de la provincia de San José de Ocoa, en la República Dominicana, y combatió en las filas del ejército español. En octubre de 1868 tenía 37 años y era coronel de las reservas dominicanas del ejército español. Por mediación de Luis Marcano se pasó a las filas de los insurrectos cubanos en Bayamo. Céspedes le otorgó el grado de general de brigada; dos meses después regresó al ejército español, que le reconoció su grado de coronel. A partir de entonces se convirtió en un tenaz perseguidor de su compatriota Modesto Díaz. En abril de 1877 fue ascendido a general de brigada.

El 12 de octubre, el capitán general Lersundi telegrafió al gobernador Udaeta para reconvenirle “porque se había dejado sorprender por los insurrectos y encargándole concluyese a todo trance con aquel escándalo”, a lo que extrañamente el teniente coronel contestó que “en todo el territorio de su mando no había un solo insurrecto”, rogándole que no le relevara de su cargo hasta haber acabado con la insurrección. Ese día el teniente coronel Udaeta declaró el estado de sitio en toda su jurisdicción, emitiendo un bando que envió a las poblaciones del territorio:

    “Debiendo constituirse un consejo de guerra ordinario, para conocer y fallar las causas que se pueden formar por consecuencia de la sublevación que ha estallada en la jurisdicción de Manzanillo, y por si se alterase el orden en la de mi mando, he acordado que lo compongan: el teniente coronel comandante militar que suscribe, presidente; vocales, tres capitanes y uno graduado del primer batallón de la Corona, uno idem efectivo de caballería, otro de milicias blancas, y un capitán graduado teniente del segundo escuadrón de lanceros del Rey como suplente; y para fiscal, al teniente de infantería don Ramón Medina y Cerezo, sin perjuicio de nombrar otros más si el caso lo exigiese.- El teniente coronel comandante militar, Julián de Udaeta.”

El 13 de octubre se enteraron del encuentro en Yara con los insurrectos de tres días antes y del ataque a Jiguaní aquel mismo día. Recibieron otro telegrama del capitán general informando de la salida desde la Habana de dos columnas que desembarcarían en Manzanillo y Gibara respectivamente, y ordenando a Udaeta que no entregara el mando aunque se encontrara presente su relevo, quien se presentó en Bayamo la tarde de ese día. Udaeta envió un mensaje al teniente coronel Miralles para que regresara cuanto antes con su columna a Bayamo. Para entonces Miralles ya se encontraba en Manzanillo con su columna.

Ese mismo día supieron que la ciudad de Bayamo estaba siendo rodeada por fuertes contingentes de insurrectos: Francisco Aguilera, nombrado general por Céspedes, se encontraba a 12 kilómetros de Bayamo, en el sitio conocido como Jucaibama, al sudoeste de la ciudad, al frente de unos 1500 hombres armados con fusiles comprados en los Estados Unidos; Pedro Figueredo se hallaba concentrado con sus hombres en Mangas, a otros tanto kilómetros al noroeste de Bayamo por el camino hacia Cauto el Embarcadero; y Francisco Maceo reunía a los suyos en diferentes lugares alrededor de la ciudad, incluido el ingenio de Almirante. Pero el gobernador Udaeta, puesto al corriente de estas novedades, seguía sin tomar medidas urgentes.

El 14 de octubre el gobernador convocó una reunión de vecinos para organizar una fuerza de voluntarios en defensa de la ciudad y elegir a los jefes que deberían mandarlos. Para indignación de los españoles, la elección recayó sobre el alcalde Jorge Milanés y los insulares Luis Castro, Manuel Grau, Ignacio Casas y Esteban Estrada, individuos conocidos como conspiradores; el disgusto de los españoles peninsulares fue tal que, desalentados por esta elección y la inacción del gobernador, y temerosos de las posibles represalias contra ellos si los insurrectos se hacían con el control de la ciudad, dejaron de apoyar a las fuerzas del ejército.

En la reunión se acordó que los voluntarios y las milicias de color de Pardos y Morenos deberían acudir a la plaza del Recreo al oír un toque de llamada con contraseña y tomar posiciones en ella al mando del coronel dominicano Francisco Heredia, apoyados en el edificio que servía de cárcel, en la que había una guardia formada por cuatro soldados y un cabo de la guarnición. Los accesos a la plaza fueron obstruidos con barricadas. Muchos de los voluntarios y milicianos acabaron finalmente pasándose al bando de los insurrectos con Modesto Díaz, Máximo Gómez y Francisco Heredia a la cabeza.

En previsión de un más que probable ataque de los insurgentes sobre Bayamo, el teniente coronel Novel ordenó al abanderado del batallón que reuniera 400 raciones de galleta en el cuartel, que los capitanes de las compañías se hiciesen con reservas de rancho para tres o cuatro días y que llenasen todas las vasijas de agua que encontraran. También ordenó que todo el personal del batallón pernoctara en el cuartel desde la noche del 14 de octubre. Confiando en la palabra dada por “sus hermanos de logia” de no alzarse contra España, el gobernador Udaeta siguió durmiendo en su casa, si bien con una guardia de seguridad formada por un sargento y ocho soldados armados.

El 14 o el 15 de octubre los insurrectos cortaron las líneas telegráficas de Bayamo, dejando la ciudad incomunicada con el exterior. Con la caída de Jiguaní, Baire y Cauto del Embarcadero en manos rebeldes, e interceptados los caminos hacia Manzanillo y Santiago de Cuba, todo indicaba que la guarnición de Bayamo estaba aislada.

Durante la tarde del 16 de octubre un grupo de insurrectos a cuyo frente iba Pedro Figueredo, nombrado general por Céspedes, entró en la ciudad arrojando proclamas por las calles. El gobernador ordenó al capitán Francisco Meoro que saliese en su persecución con 30 jinetes, protegidos a la salida de la población por un capitán y otros 30 soldados de Infantería. El capitán Meoro regresó al poco tiempo afirmando no haber encontrado ningún enemigo.

Poco después, Udaeta se reunió en el cuartel con el teniente coronel Novel y los comandantes Guajardo y Mediavilla para solicitarles su opinión sobre si debía o no armar a la compañía de milicias de color; los tres oficiales consultados coincidieron en que debían considerarlas enemigas y, por tanto, que las milicias no debían ser armadas. Inexplicablemente, el teniente coronel Udaeta ignoró este consejo y entregó armamento y munición a las milicias de color, armas que utilizarían poco tiempo después contra los propios españoles.

Al anochecer, el teniente coronel Udaeta dijo al teniente coronel Novel que había recibido una carta de Carlos Manuel de Céspedes fechada en Barrancas en la que le decía que al día siguiente llegarían a Bayamo con 3.500 hombres, 1.500 de ellos armados con rifles, y le ordenó que enviara 20 soldados a reforzar la guardia de la plaza, y seis más a reforzar el cuartel de Caballería. Novel objetó diciendo que lo más prudente sería no diseminar la fuerza de defensa disponible, sino mantenerla concentrada, y solicitó que se revocara la orden y que concentraran en el cuartel las guardias de los hospitales y la cárcel. Udaeta accedió, excepto en la retirada de la guardia de la cárcel. Al hacer ademán de partir hacia su casa para pernoctar, Novel le hizo ver que sería peligroso, por lo que Udaeta pasó la noche en el cuartel.



Al amanecer del 17 de octubre Udaeta marchó a su casa. Entre las 09:00 y las 10:00 envió una orden al teniente coronel Novel para reunir toda la guarnición en el cuartel, pues los insurrectos se habían presentado frente a la ciudad. El comandante Guajardo llegó a continuación al cuartel, confirmando que Céspedes se encontraba con 4.000 hombres entre el ingenio de Santa Isabel y el río Bayamo.



Plano de la ciudad de Bayamo en 1847, escala 1:5000. (Fuente: Biblioteca Virtual de Defensa, ref. CUB-149/13).

Las fuerzas rebeldes estaban en efecto acampados frente a la ciudad, al otro lado del río. Los españoles podían oír los vítores que los habitantes de Bayamo daban a los insurrectos desde las azoteas, tejados y calles de la ciudad, que eran contestado por estos saludando efusivamente agitando sus sombreros. Algunos jóvenes de la ciudad, solos o en grupo, cruzaron el río para unirse a los rebeldes.

Ante la amenazante visión del enemigo, el teniente coronel Udaeta dictó un bando prohibiendo, bajo penas severas, toda prestación de auxilio a los insurrectos. El bando se pregonó militarmente en las esquinas de la ciudad, a toque de corneta, mientras las campanas de las iglesias tocaban a rebato. El periódico local La Regeneración, diario de la mañana, publicó el bando en sus páginas. Por su parte, el órgano de la revolución El Cubana Libre publicó por la noche una llamada al pueblo bayamés a las armas para luchar por la libertad.

A las 17:00 horas se presentó en el cuartel el teniente gobernador de Barrancas, Joaquín Tamayo, conocido conspirador, diciendo que era prisionero de los insurrectos y portando una carta de parte de Céspedes, que no fue aceptada[03]. Poco después los señores Jorge Milanés y Luis Castro, que también formaban parte del grupo de conspiradores, conferenciaron con Udaeta sin que se sepa de lo que hablaron. Acto seguido se presentó el ordenanza de Udaeta con un mensaje de su mujer en el que doña Dolores solicitaba la rendición de la guarnición con el argumento de que los enemigos pasaban de 6.000 hombres. El mensaje fue ignorado y a continuación, a petición de Novel, Udaeta ordenó a su ordenanza que regresara a su casa por su armamento y material y que se instalara en el cuartel con el resto de la fuerza; el ordenanza cumplió lo que se ordenó, pero a su regreso trajo otro mensaje de la mujer de Udaeta dirigido esta vez a los jefes y oficiales solicitándoles igualmente la rendición por el bien de sus vidas y de las de la guarnición.

El teniente coronel Novel y el comandante Mediavilla propusieron a Udaeta enviar una pequeña fuerza al otro lado del río para hacer una descarga sobre el enemigo, a lo que Udaeta se negó aduciendo lo peligroso de la acción por la crecida del río. A las 19:00 horas el teniente coronel Udaeta continuaba sin tomar ninguna decisión, por lo que el teniente coronel Novel organizó el servicio de vigilancia y defensa del cuartel.



Situación de la ciudad de Bayamo el 19 de octubre de 1868, rodeada de insurrectos y con la columna de socorro del teniente coronel López del Campillo derrotada y retrocediendo a Manzanillo. (Fuente: Elaboración propia, sobre un mapa de 1897, Biblioteca Virtual de Defensa, ref. CUB 239-03).

El día siguiente, 18 de octubre, amaneció soleado y con el cielo azul salpicado de nubecillas. Temprano por la mañana se presentó un parlamentario de los insurrectos que se decía teniente retirado, con la petición de rendición. Fue despedido sin más contemplaciones. El teniente coronel Novel envió dos patrullas a reconocer los alrededores del cuartel y, al comprobar que no había novedad alguna, envió a los furrieles y rancheros a hacer la compra diaria fuertemente escoltados.

Entre las 09:00 y 10:00 los rebeldes comenzaron a cruzar el río. Las fuerzas de Céspedes avanzaron en tres columnas. La columna del centro lo hacía por la cuesta de Mendoza con el propio Céspedes al frente; su vanguardia estaba al mando de los cabecillas Juan Ruz y Angle Maestre. La de la derecha avanzaba por la cuesta de la Luz las órdenes del cabecilla Juan Hall, con su vanguardia al mando de los hermanos Emiliano y Miguel García. La columna de la izquierda marchaba por la cuesta de Lizana al mando de Titá Calvar. La población de Bayamo, entusiasmada con el espectáculo, salió al encuentro de las fuerzas insurrectas para vitorearles y darles la bienvenida.

Ante el avance enemigo, el comandante Guajardo ordenó evacuar el cuartel de Caballería para evitar quedar aislado; los jinetes se dirigieron al galope al cuartel de Infantería, donde ya habían tomado la precaución de trasladar toda la impedimenta y equipo de su fuerza un par de días antes.

El primer choque armado tuvo lugar con los milicianos de color que defendían la plaza de Armas. Los exploradores que guarnecían la cárcel se encontraron con la vanguardia de Ruz en una calle estrecha y dispararon sobre ellos. En el momento que Ruz encabezaba una carga sobre una de las barricadas que cerraban el paso a la plaza, apareció galopando entre ellos el abogado Esteban de Estrada quien, algo achacoso por la edad, pasó su caballo frente a la barricada, se encaró con los milicianos que la defendían y les exhortó a unirse a la insurrección, finalizando sus exaltadas palabras con los gritos de “¡Viva Cuba independiente!” y “¡Viva la revolución!”. La invocación surtió el efecto deseado y los milicianos se unieron a los gritos, descargaron sus armas al aire, saltaron la barricada y se unieron a los rebeldes rodeando jubilosos al anciano abogado[04].

Tras la defección de los exploradores, la guarnición de la cárcel cayó en poder de los rebeldes. El general insurrecto Luis Marcano se presentó ante los jefes dominicanos y los oficiales españoles; abrazó a Modesto Díaz y le dijo que era su prisionero; éste ordenó el alto el fuego y se rindió. Enseguida apareció Céspedes, que se instaló en una sala de los pisos superiores del edificio. Saludó a los oficiales españolas rendidos y se reunió en privado con los dominicanos, a quienes propuso pasarse a las filas de la revolución. Los tres aceptaron, y Céspedes ordenó a Modesto Díaz que se pusiera la frente de una columna, se uniera a la partida de Francisco Aguilera y marchasen juntos a enfrentarse a la columna española que había salido de Manzanillo cuatro días antes al mando del teniente coronel López del Campillo.

Mientras tanto, la partida de Pedro Figueredo “Perucho”, llamada La Bayamesa, se aproximó a la ciudad por el norte, se unió a la columna de Titá Calvar y juntos marcharon hacia el cuartel. Una numerosa columna enemiga a caballo (dicen las fuentes que eran unos mil jinetes) comenzó a aparecer en la calle frente al edificio; los soldados apostados en las ventanas y aspilleras de la fachada sur comenzaron a disparar sobre ellos; el intercambio de disparos se generalizó mientras los rebeldes recorrían a placer las calles y plazas de la ciudad, que ocuparon sin resistencia bajo los aplausos de sus habitantes.

Poco después, los jinetes de la caballería solicitaron cargar sobre los rebeldes, pero el teniente coronel Udaeta se negó diciéndoles que esperaran a que se acercaran más. Aparecieron más caballos enemigos por la parte opuesta de la misma calle; insistieron los jinetes en su petición, que fue aceptada, y se lanzaron de inmediato a la carga contra el enemigo lanza en ristre sin mediar palabra. Una veintena de soldados salieron del cuartel para apoyarles, a las órdenes de los capitanes Fortún, de origen cubano, y Meoro, pero tras llegar a la vecina plaza del Cristo y hacer unos disparos fueron introducidos de nuevo en él y dirigidos a sus puestos en las ventanas por el teniente coronel Novel.

La carga de los lanceros españoles fue impetuosa. Hicieron huir a los rebeldes por las calles transversales e hirieron a algunos con sus lanzas. Pero su ímpetu se detuvo en la plaza de Santo Domingo, donde fueron detenidos por una masa de rebeldes que, a pie machete en mano y otros a caballo, se enfrentó a los españoles. Se formó una confusa mezcla de hombres luchando cuerpo a cuerpo, donde caían heridos caballos, españoles y rebeldes. Pocos minutos después regresaron al cuartel unos jinetes con el capitán y el ayudante del escuadrón llevando al comandante Guajardo gravemente herido: un tajo horizontal lanzado por encima de la nariz casi le partió la cara en dos y le obligaba a apoyar la mano en la mandíbula inferior para impedir que se le cayera[05]. A los pocos instantes lo hicieron el teniente Francisco Mateos con el resto de los jinetes, perseguidos de cerca por un grupo de insurrectos que fue recibido a tiros por los soldados apostados en las ventanas del cuartel. Las bajas reconocidas por los insurrectos fueron 40 hombres, por un muerto y cinco heridos de los españoles.

Desde el cuartel seguían oyéndose disparos en la ciudad, señal de que aún había soldados españoles aislados combatiendo en las calles. El teniente coronel Udaeta hizo tocar “llamada” para ordenarles que se replegaran, lo que hicieron protegidos por los fuegos del cuartel. Los insurrectos se apostaron en todas las esquinas que daban al cuartel y no cesaron en sus disparos sobre él hasta las 15:00 horas, momento en que entraron todos los soldados dispersos y se cerraron las puertas. A esa hora el general rebelde Luis Marcano había cercado el cuartel por completo, ocupando todos las ventanas y azoteas de los edificios aledaños, practicando aspilleras en ellos, formalizando un sitio que hasta aquel momento había sido bastante desorganizado.

Al poco tiempo se presentó un parlamentario de los insurrectos con bandera blanca. El teniente coronel Udaeta salió para recibir la carta que portaba, que era otra petición de rendición, y lo despidió. En ese momento comenzó a caer sobre Bayamo un aguacero que motivó el cese del fuego y que fue aprovechado por los soldados para llenar todas las vasijas y recipientes posibles con agua.

El 19 de octubre por la mañana el teniente coronel Novel envió al cantinero, un paisano licenciado del batallón, por la puerta falsa del cuartel a informarse sobre la fuerza del enemigo y si había noticias de alguna fuerza española en camino para socorrerles. Poco después se presentó en la calle un grupo de siete personas con una bandera blanca; eran el comerciante Vicente Mas, un tal Vallés, el padre Serrano, quien portaba la bandera, y cuatro más, todos españoles nacidos en la península. Traían un nuevo mensaje de la mujer de Udaeta, de la mujer del teniente coronel Villares, doña Teresa de la Gala, y de las mujeres de la mayor parte de los oficiales. Interesadas en la salvación de sus maridos, en su carta agradecían el trato recibido por los insurrectos y solicitaban su rendición.

Ante la indignación mostrada por el teniente coronel Novel los parlamentarios dijeron que no tenía sentido resistir, pues la fuerza insurrecta era muy grande (decían que 8.000 hombres), que las columnas de socorro enviadas desde Santiago de Cuba se habían retirado o estaban sitiadas en Baire, que la columna procedente de Manzanillo se había retirado en Barrancas, que no había noticias de la columna de Gibara y que los milicianos de color se habían unido a los insurrectos.

Al ser interpelados por el teniente coronel Novel por no haberse sumado a la defensa de la ciudad, ellos respondieron que tenía razón al quejarse de la conducta de los peninsulares, pues alguno se había unido a los insurrectos, pero “ellos no podían hacer otra cosa que lo que todos aquellos entre quienes se había convenido guardar una actitud pasiva … y que … respetaban (a los insurrectos por) haberles puesto guardia en sus establecimientos para que no se les vejase”. El teniente coronel Novel les recordó lo ocurrido con los españoles en las guerras de emancipación de los virreinatos, especialmente en Méjico, y que las guardias que les pusieron los insurrectos no eran para protegerles, sino para evitar que los peninsulares se llevasen nada consigo. Proféticas palabras de lo que fue la conducta de los insurrectos para con los españoles de Bayamo días después.

Cuando los parlamentarios salieron del cuartel, los insurrectos iniciaron un nuevo ataque, disparando incesantemente sobre el edificio. Por su parte, los soldados españoles disparaban de forma disciplinada, sólo cuando veían un enemigo. Los insurrectos llenaron de gas y aguardiente las calles sur y oeste del cuartel y les prendieron fuego; incendiaron la casa que había a cuatro o cinco metros frente al cuartel, y el viento se encargó de prender la que estaba en el sur a dos metros de la pared del cuartel; simultáneamente, lanzaron botellas con líquido inflamable y maderos ardiendo a la puerta del cuartel, logrando prenderla en tres ocasiones; en las tres los soldados consiguieron apagar el fuego usando para ello el preciado agua destinada al consumo humano, todo esto sin dejar de disparar los insurrectos sobre los muros del cuartel.

Los rebeldes emplazaron un cañón en una casa cercana, servido por españoles peninsulares que se prestaron a ello, y sobre las 14:00 horas dispararon un primer cañonazo con bala rasa sobre la pared este, y al poco rato un segundo cañonazo sobre la pared oeste. Afortunadamente para los defensores, los peninsulares emplazaron la pieza con la puerta cerrada, de modo que al disparar por segunda vez se les incendió un barril de pólvora que estalló, matando a cinco y dejando muy mal heridos a los otros dos.

Sobre las 15:00 horas los insurrectos comenzaron a arrojar grandes piedras sobre el tejado del cuartel para romper sus tejas y arrojar por los huecos pedazos de lona empapadas en líquido inflamable y encendidas sobre las maderas descubiertas. El intento les costó sesenta bajas a los insurrectos; los españoles sufrieron dos soldados muertos, tres heridos y la destrucción completa de las maderas del tejado.

Al oscurecer comenzó a llover; la lluvia apagó todos los incendios y los insurrectos interrumpieron sus ataques. Entre las 19:00 y 20:00 horas cesó la lluvia, y comenzaron a oírse ruidos de descarga de carros en el exterior del cuartel: los insurrectos estaban acumulando piedras para levantar barricadas y emplazar nuevos cañones para el ataque del día siguiente.



Ante la evidente falta de fuerzas para defender el cuartel y el mal estado en que se encontraba el edificio, el teniente coronel Novel y el comandante Mediavilla propusieron al teniente coronel Udaeta abandonar el cuartel de forma sigilosa y por sorpresa a las 23:00 horas y dirigirse hacia Manzanillo, en cuyo camino seguramente encontrarían a la columna de socorro del teniente coronel Campilla, a la que podrían unirse volver con ella para caer sobre el enemigo en la ciudad. Udaeta se negó y dijo que quería oír la opinión de todos los demás jefes y oficiales. Novel y Mediavilla respondieron que el cuartel no tenía consideración de plaza fuerte y que, por tanto, no era necesario convocar un consejo de guerra. A pesar de ello, el teniente coronel Udaeta insistió y convocó el consejo de guerra.

Preguntados los oficiales por el teniente coronel Novel, todos convinieron en que el cuartel no podía sostenerse por más tiempo y aceptaron hacer la salida; discutida la hora de partida, la mayoría optó por la una de la madrugada. Puesto a votación el punto de destino, se habló de Manzanillo y Jiguaní, pero la mayoría optó por seguir el camino hacia Holguín, por tener mejor firme y estar más despejado de enemigos. A continuación, el teniente coronel Novel repartió entre los jefes y oficiales los 4.000 pesos que había en la caja de caudales del batallón, disponiendo que se entregase una cantidad a los sargentos y soldados, con objeto de ahorrar una acémila en transportar la caja de caudales y poder cargarla con munición.

Cuando se dio por finalizado el consejo de guerra y los asistentes comenzaban a abandonar la sala para ejecutar lo convenido, el teniente coronel Udaeta tomó la palabra y dijo que no veía razones para tener ningún temor, “que él tenía la seguridad de que nada le harían; que si salía del cuartel, todos los insurrectos le saludarían quitándose el sombrero...; que las vidas de los demás tampoco corrían peligro porque ningún odio les tenían los revolucionarios.” Finalizó sus palabras acusando al teniente coronel Novel de haber forzado las votaciones, con cuyo resultado él no se mostraba de acuerdo, y que quería que se repitiesen mediante voto escrito y secreto. Las protestas del teniente coronel Novel no valieron de nada. El escrutinio fue favorable a una capitulación antes que hacer una salida. Solo votaron a favor de la salida el teniente coronel Novel, el capitán Felipe Plaza, cajero y el segundo jefe del cuartel, el alférez Ángel Mediavilla, apoderado del habilitado, y el alférez Julián Delgado, abanderado del batallón. El resto de oficiales del batallón de Infantería y todos los de Caballería optaron por capitular.



A las 23:00 horas el teniente coronel Udaeta encargó al teniente coronel Novel la redacción de un oficio para el jefe enemigo. Novel solicitó esperar hasta el amanecer para no parecer desesperada la situación de los defensores, a lo que Udaeta accedió.

Al amanecer del 20 de octubre el teniente Francisco Mateos llevó el oficio de propuesta de comenzar una negociación para lograr una capitulación. La respuesta de Céspedes fue que “el día anterior estaba dispuesto a concederlo todo; pero que ya nada concedía y que si al cuarto de hora no nos rendíamos a discreción, se romperían de nuevo las hostilidades.” Novel le echó en cara a Udaeta haber perdido las preciosas horas de la noche para escapar, que él no estaba obligado a seguirle en la rendición, que estaba dispuesto a hacer una salida en fuerza con la tropa que tenía a sus órdenes, y le propuso una contestación, que Udaeta aceptó, y que decía lo siguiente:

    “Veo que sin duda la superioridad numérica a hecho a V. desechar mi proposición de arreglo y que en cambio exige la rendición a discreción, que jamás obtendrá V. Sin duda al expresarse así no tuvo presente que el soldado español nunca cuenta el número de los enemigos. Réstame significarle que ante Dios y los hombres V. será el responsable de las escenas que en breve van a tener lugar.”

Gallarda y bizarra respuesta que no tuvo cumplimiento. El resto de los oficiales y el propio teniente coronel Udaeta eligieron al capitán Fortún para llevar la respuesta. Mientras éste salía, el teniente coronel Novel se preparó para salir del cuartel en fuerza; pero alertado por el ayudante del batallón, antes tuvo que hacer frente al comportamiento de la tropa. En efecto, los soldados de la 6ª Compañía habían quitado de las ventanas los baúles que hacían las veces de aspilleras y estaban liando las ropas en sus morrales. El teniente coronel les reprendió por contravenir las órdenes y logró enardecer su espíritu, de forma que dejaron sus ropas, tomaron el armamento y comenzaron a municionarse. La misma escena tuvo lugar en los locales de la 5º Compañía y en los de las fracciones de la 1ª y 2ª. Al poco se le presentó el jefe de la fuerza de Caballería, Eduardo Latorre, quien se mostró de acuerdo en forzar la salida. A continuación, el teniente coronel Novel dio instrucciones para cargar y repartir la munición, que se inutilizasen las armas sobrantes, y que se repartiese la galleta a partes iguales entre los soldados de Infantería y Caballería. La fuerza disponible para efectuar la salida ascendía 142 soldados. Por último, el teniente coronel Novel se acercó al cuarto de banderas y desenfundó la bandera del batallón para salir con ella al frente.

Mientras Novel esperaba el regreso de los parlamentarios para iniciar la salida, se le acercó Udaeta acompañado del resto de oficiales y le entregó una carta en la que los insurrectos hacían muchas concesiones a los defensores, diciendo que venía acompañado de Luis Marcano, el general segundo jefe de los insurrectos, quien dijo tener plenos poderes de parte de Céspedes para conceder cuanto se le pidiera menos la salida de la fuerza. Udaeta preguntó a Novel si tenía algún inconveniente para que los insurrectos tomaran posesión del cuartel, a lo que Novel contestó que “eso era prematuro; pues que nadie (podía) asegurar que algunos minutos después no anduviéramos a balazos aquellos señores y yo: que antes de todo era necesario formular la capitulación por escrito, convenir en ella, hacer dos ejemplares y que los firmasen uno y otro.”

Presionado por los oficiales y por el teniente coronel Udaeta, cuando el teniente coronel Novel entró en el cuarto de banderas para redactar un borrador de la capitulación con el señor Luis Marcano, comenzaron a aparecer varios jefes de los insurrectos armados y en actitud amenazadora, dando abrazos a Udaeta mientras sus hombres iban adueñándose del cuartel.

Finalmente, totalmente debilitado el espíritu de lucha de los jefes y oficiales, los españoles capitularon. Los motivos que aducían para la capitulación eran el mal estado del cuartel, la escasez de víveres y municiones, lo improbable de recibir refuerzos, el mal olor que despedían en el interior del cuartel los dos hombres y el caballo muertos dentro del local y el embarazo que producían los veintitantos animales que en el mismo había y especialmente los heridos y enfermos que en él se hallaban. Las condiciones que se pactaron fueron las siguientes:

  • En el artículo 1º se decía que por la heroica resistencia hecha, se declaraba a los españoles prisioneros de guerra con honores de la misma.

  • En el artículo 2º se decía que se respetarían las vidas y haciendas de los españoles, no solo de los que se hallaban en el cuartel, sino también de los que se encontraban fuera, siendo dependientes o adictos al gobierno.

  • En el artículo 3º se declaraba que ningún soldado español podría ser vejado ni maltratado.

  • El artículo 4º estipulaba que la tropa sería conducida a los depósitos con todos su equipo y vestuario.

  • El artículo 5º estipulaba que los oficiales conservarían sus espadas y sus asistentes.

  • El artículo 6º decía que ninguno de los prisioneros podría servir de represalia, ni para embarazar las operaciones de sus compañeros de armas.

  • El artículo 7º declaraba que todos los efectos correspondientes a los cuerpos habían de ser entregados bajo duplicado inventario para que, terminada la guerra, fueran devueltos en la misma forma en que se encontraban.

  • El artículo 8º estipulaba que los jefes y oficiales se comprometían a no hacer uso de sus espadas ínterin no fueran canjeados o rescatados.

Tras acabar la minuta de la capitulación, cuyos dos ejemplares fueron firmados por Udaeta y Marcano, el teniente coronel Novel se las arregló para salvar la bandera del batallón escondiéndola en su equipaje.



Consumada la capitulación, comenzó el cautiverio de los oficiales, que se convirtió en un calvario, con vejación a sus personas, especialmente a la del teniente coronel Novel, robo de sus pertenencias y maltrato físico, con creibles amenazas de fusilamiento; en una palabra, los insurrectos no cumplieron nada lo estipulado en el documento de capitulación, mientras que al teniente coronel Udaeta se le vio salir de Bayamo vestido de paisano en uno de los mejores coches de caballos de la ciudad; no obstante, acabó prisionero como el resto de oficiales españoles.

Tras la reconquista de Bayamo por los españoles, el teniente coronel Udaeta fue capturado en enero de 1869 por el conde de Balmaseda y se le abrió un sumario en averiguación de su conducta. El Consejo de Guerra de Oficiales Generales celebrado en la Habana, fundándose en ocho cargos hechos contra el teniente coronel, dictó la siguiente sentencia el 10 de septiembre de 1869, concretándola en que el acusado no hizo en la resistencia toda la defensa que fue posible para dejar bien puesto el honor de las armas:

    “Le ha condenado y condena el Consejo de guerra, por unanimidad, a la pena de privación de empleo y condecoraciones y diez años de presidio con retención, fundándose en lo que dispone el artículo 2º título 7º tratado 8º de las Reales Ordenanzas; y que con respecto a los jefes y oficiales que componían la guarnición de Bayamo, se llame la atención del Excmo. Sr. Capitán General acerca de la conducta poco digna que observaron al tratarse de la capitulación que suscribieron, según el artículo 3º de dicho título y tratado”[06].

La causa se remitió al Consejo Supremo de la Guerra del Ministerio de la Guerra en Madrid. Los jueces militar y togado evacuaron sus informes el 22 de abril de 1870. Ambos calificaron cuatro veces de “inepta”, tres veces de “estúpida” y una vez de “imprudente” la conducta del teniente coronel Udaeta, a quien llamaron además “temeroso militar”; también calificaron de “estúpida” la confianza que Udaeta tuvo en aquellos conspiradores a quienes creía sus amigos; ambos fiscales dijeron que Udaeta carecía de dotes de mando y que “su falta de aptitud para el cargo que ejercía le condujo precisamente a adoptar las resoluciones más perjudiciales para la defensa”.

Sobre la capitulación, los fiscales son muy duros con la conducta de éste y del resto de jefes y oficiales, ya que ningún oficial se opuso a la rendición y tan solo dos jefes reservaron su voto. Dicen los fiscales (el resaltado en negrita es nuestro):

    “Por el sistema de Udaeta, debió rendirse solo a la vista de los enemigos, eran cuatro mil y ciento veinte hombres no podían batirles, diría tan temeroso militar ¿para qué la resistencia? Esa fue su falta grave, ese su delito, no comprender que el valor, la tradición, la disciplina y el honor vencen siempre por más que en pérdida material sacrifiquen lo que solo puede salvarse con la humillación. De los ciento veinte hombres estamos seguros que hubieran salido de Bayamo ochenta por lo menos. Eran los mismos soldados, los mismos españoles que en las Tunas abatieron luego la bandera de los incendiarios a quienes Udaeta se rindió ¿Por qué no impedirían a este jefe sus oficiales tan lamentable capitulación? Los españoles que allí donde han peleado han aumentado siempre una página a la historia del valor de nuestros soldados, aceptaron en Bayamo la vida y la cadena de un enemigo que solo venció entonces; más valieran muertos que rendidos.“

No obstante, a pesar de consider al teniente coronel Udaeta indigno de pertenecer al Ejército, los fiscales desestimaron la sentencia del Consejo de Guerra dictada como reo de "connivencia con los insurrectos" por falta de pruebas convincentes. El Consejo Supremo de la Guerra falló ese mismo día desaprobando la sentencia del Consejo de Guerra de la Habana y propuso que la prisión que Udaeta estaba cumpliendo en la prisión militar de San Francisco, Madrid, le sirviera de pena cumplida, y que se le apercibiera “de que en casos como el presente apure todos los esfuerzos de valor militar que exige el honor de las armas”. El Regente del Reino, general Serrano, aceptó la propuesta fundándose en que en casos de “sediciones populares no es practicable todo lo que dispone la Ordenanza para campaña y batallas con tropas disciplinadas”, y el 30 de abril de 1870 se decretó la puesta en libertad del teniente coronel Udaeta. Curiosamente, y aparentemente contrarios al dictamen del Regente del Reino, los fiscales se congratularon poco después de que esta conducta no fuera imitada por los defensores de las Tunas y de la Torre de Colón, a la que nosotros añadimos la gesta de la defensa de Holguín.

Tras el fallo contra el teniente coronel Udaeta del Consejo de Guerra celebrado en la Habana se ordenó abrir otro sumario para examinar la conducta de todos los jefes y oficiales que habían firmado la capitulación. Su causa se remitió a Madrid el 4 de noviembre de 1869. Los fiscales emitieron sus informes en junio de 1870. En él vieron fundado el sobreseimiento de la causa basándose en que la jurisprudencia contra Udaeta debía seguirse con el resto de los firmantes de la capitulación, dictamen que fue aceptado por el Consejo Supremo de la Guerra el 24 de junio de 1871. Por lo tanto, se sobreseyó la causa seguida contra los siguientes oficiales:

  • Comandante don Dionisio Novell e Ibañez, don Pedro Mediavilla y don Luis Guajardo.

  • Capitanes don Felipe Plaza, don Luis Cidranes, don Eduardo Gómez de la Torres y don Florentino Izquierdo; y tenientes don José Brotons, don Julián Delgado, don José Ruiz, don Francisco Mateos, don Juan Jiménez, don Miguel Mediavilla, don Camilo Fernández y don Manuel García Campos.

El Consejo propuso abrir una pieza separada contra los capitanes don Francisco Fortún y Gobín y don Francisco Meoro y Gómez y el alférez don Ladislao Herrero y Eguiaz, porque después de la capitulación se pasaron a las filas enemigas, para ser juzgados en Consejo de Guerra cuando fuesen capturados.

Los alféreces don Ramón Rodríguez Colado y don Antonio Santa Rufina se encontraban en el mismo caso, pero por constar que habían sido capturados con las armas en la mano y “muertos por nuestras tropas y no ha lugar el juicio”.

El teniente coronel Novel, que estaba prisionero de los rebeldes desde el día de la capitulación, logró escapar de su cautiverio a finales de enero de 1869. Reintegrado a su batallón el 26 de febrero de 1869, continuó en él con sus labores de guerra propias de su empleo y condición mientras se formaba la causa contra él y resto de firmantes de la capitulación. Tras la desestimación de la causa por parte del Consejo Supremo de la Guerra, y en vista de que no habría ningún fallo que fuera a probar su inocencia en los hechos de Bayamo, decidió eliminar cualquier sospecha sobre su conducta. Por ello, el teniente coronel Novel solicitó permiso a la superioridad el 20 de noviembre de 1870 para publicar su versión de los hechos y darla a conocer al público, “porque no podía conocer el fallo declaratorio de la inocencia …” al haber extinguido la causa procesal. Su versión se publicó en 1872, y es una de las fuentes que hemos seguido para confeccionar este relato.






[01] Pezuela, op. cit., pág. 208.

[02] En la capitulación y toma de Bayamo seguiremos el relato de Novel en op.cit.; Pirala , op. cit., tomo I, pág. 259 y ss.; Figueredo y Socarras, op. cit., y Llofriu y Sagrera, op. cit, pág. 29-45.

[03] Figueredo y Socarras afirma en op. cit., pág. 8 que el mensaje fue leído por el teniente coronel Udaeta; en él Céspedes anunciaba que entraría en la ciudad a las 07:00 horas del día siguiente y que, dadas las ventajas que tenían los sitiadores, pedía la rendición para evitar un inútil derramamiento de sangre.

[04] Esteban de Estrada fue hecho más prisionero por los españoles. No se le fusiló por ser tío político del coronel Mendigusen, amigo del conde de Valmaseda. Se le desterró a Sevilla. Al acabar la guerra se le permitió regresar a su ciudad de Bayamo, donde falleció muy querido por todos.

[05] Parece ser que el machetazo que sufrió el comandante Guajardo fue dado por el rebelde Luis Bello. Figueredo y Socarras, op. cit, pág. 16.

[06] “Informe del fiscal militar del Consejo Supremo de Guerra sobre la causa y sentencia fijada por el Consejo de Guerra de Oficiales Generales celebrado en la Habana el 10 de septiembre de 1869 contra el teniente coronel don Julián de Udaeta; conclusión del fiscal togado y resolución del Consejo Superior de la Guerra”, con fecha de 22 de abril de 1870. Archivo General Militar de Madrid, Ultramar, Caja 2544, Carpeta 20.1.