ANTECEDENTES (1844 - 1859)
Entre los años 1843 y 1844 las ciudades de Ceuta y Melilla sufrieron una serie de ataques por parte de fuerzas marroquíes. En 1844 un agente consular español fue asesinado en Marruecos. El general Narvaez, presidente del gobierno español, protestó ante el sultán Muley Soleiman de forma tan enérgica que casi se llegó al borde de la guerra. Inglaterra medió en la disputa y logró que el sultán firmara en Tanger un acuerdo con España el 25 de agosto de 1844, que fue posteriormente ratificado por el Convenio de Larache el 6 de mayo de 1845, en el que, entre otros acuerdos, se fijaron los límites de la ciudad de Ceuta.
A pesar de la firma del convenio, las ciudades de Ceuta y Melilla continuaron sufriendo constantes incursiones por parte de grupos marroquíes. A ello se unía el acoso a las tropas destacadas en distintos puntos, sobre todo en 1845, 1848 y 1854. Las acciones eran inmediatamente repelidas por el ejército, sin que éste pudiera internarse en territorio marroquí en persecución de los agresores, por lo que la situación se repetía de forma habitual. De esta forma, el gobierno español decidió dar un golpe de efecto para frenar los ataques marroquíes e invadió sin previo aviso las islas Chafarinas en 1848.
General don Leopoldo O´Donnell, presidente del Gobierno español en 1859. Había subido al poder el 30 de junio de 1858 como miembro del partido de la Unión Liberal. Permaneció al frente del gobierno hasta 1863, lo que le convirtió en el jefe del gobierno más largo del reinado de Isabel II..
Las islas Chafarinas se encuentran a 27 millas al esta de Melilla. Habían estado desabitadas desde siempre, siendo consideradas como "res nulius" o tierra de nadie. El general Narvaez ordenó su ocupación, por lo que el 6 de enero de 1848 tropas españolas procedentes de Melilla y Málaga desembarcaron en el archipiélago, adelantándose con ello en seis horas a los planes de ocupación que los franceses iban a poner en ejecución. A partir de entonces se iniciaron una serie de encuentros entre ESpaña y Marruecos que culminaron en 1859 con la firma del Convenio de Tetuán, donde se pretendía poner fin a los problemas fronterizos entre ambos países.
Simultáneamente, España decidió materializar la defensa de los límites de Ceuta pactados en el Convenio de Larache mediante la construcción de una serie de fuertes. El 11 de agosto de 1859, el destacamento español que custodiaba la construcción del cuerpo de guardia de Santa Clara en el campo exterior fue objeto de agresiones por parte de los rifeños de Anyera, que destruyeron parte de las fortificaciones y arrancaron y ultrajaron el escudo de España. El 24 de agosto los marroquíes repitieron la misma acción hostil. Cuando la noticia llegó a la Península, una ola de indignación recorrió el país [01].
El general don Leopoldo O'Donnell, presidente del Gobierno español en aquel momento, pensó llegado el momento de colocar a España de nuevo entre las potencias de primer orden, por lo que no quiso perder la oportunidad de obtener una victoria militar fulminante [02]. Para ello, exigió al sultán de Marruecos, Muley Mohamed, un castigo ejemplar para los agresores. El 5 de septiembre el cónsul español de Tánger presentó un ultimatun a Marruecos: exigió la reposición de los destruidos escudos fronterizos de España, que fueran saludados por las tropas del sultán, y que los autores del hecho fueran castigados en Ceuta ante la guarnición española. El documento finalizaba con estas palabras:
"Si S.M. el Sultán se considera empotente para ello decidlo prontamente y los ejércitos españoles, penetrando en vuestras tierras, harán sentir a esas tribus bárbaras, oprobio de los tiempos que alcanzamos, todo el peso de su indignación y arrojo."
Poco después el sultán falleció, y su hijo Mohamed Abdalrahman nunca cumplió el requerimiento del presidente del gobierno español. La respuesta dada por Marruecos fue difusa y ambigua. El general O'Donnell era un hombre de gran prestigio militar. La agresión marroquí sobrevino justo en el momento en el que estaba en plena expansión su política de ampliación de las bases de apoyo al gobierno de la Unión Liberal. Además, era plenamente consciente que desde la prensa se reclamaba con insistencia una acción decidida del Ejecutivo. Por ello su gobierno se movió con rapidez y consiguió apoyos diplomáticos en el resto de países europeos, utilizando argumentos de honor mancillado y falta de seguridad en sus fronteras.
El 22 de octubre propuso al Congreso de los Diputados la declaración de guerra a Marruecos, tras recibir el beneplácito de los gobiernos francés e inglés, a pesar de las reticencias de este último por el control de la zona del estrecho de Gibraltar, y que al final debilitarían la posición española al terminar el conflicto. En efecto, Inglaterra exigió el compromiso de que España no permanecería en Tetuán ni Tánger, ya que temían un intento de ocupación permanente de esta última ciudad; además exigió a España su compromiso de no establecerse en ningún lugar del estrecho.
Toda la sociedad española acogió la guerra con entusiasmo. La reacción popular fue unánime. La Cámara aprobó por unanimidad la declaración de guerra y todos los grupos políticos, incluso la mayoría de los miembros del Partido Democrático, apoyaron sin fisuras la intervención militar.
DESARROLLO DE LA GUERRA (1859 - 1860)
En el Principado de Cataluña y en las Provincias Vascongadas se organizaron centros de reclutamiento de voluntarios para acudir al frente, donde se inscribieron muchos elementos carlistas, sobre todo procedentes de Navarra, en un proceso de efervescencia patriótica como no se había dado desde la Guerra de la Independencia. El presidente de la Diputación de Barcelona, Victor Balaguer, organizó un Tercio de Voluntarios que se pondría directamente al mando del general Prim.
En la zona de Málaga y Algeciras de congregó un Ejército Expedicionario de 36.000 soldados de Infantería y Caballería, 65 piezas de Artillería y 41 navíos de guerra y transporte entre 17 buques de vapor, 4 de vela y 20 lanchas cañoneras. Mandaba las fuerzas el propio presidente del Gobierno, general O´Donnell, quien dividió las fuerzas de Infantería en tres cuerpos de ejército en los que puso al frente a los generales Juan Zavala de la Puente, Antonio Ros de Olano y Ramón de Echagüe. La división de Caballería quedó al mando del general Alcalá Galiano, y el cuerpo de reserva estuvo bajo el mando del general Juan Prim. El almirante Segundo Díaz Herrero fue nombrado jefe de la flota. Los objetivos fijados por el gobierno eran la toma de Tetuán y la ocupación del puerto de Tánger.
Avance del ejército español en Marruecos desde Ceuta (1859-60). (Fuerzas Regulares Indígenas. De Melilla a Tetuán. 1911-14. Pág. 19).
El 11 de diciembre de 1859, tras 40 días del comienzo de las hostilidades, el Tercer Cuerpo de Ejército, al mando del Teniente General Ros de Olano, embarcó en el puerto de Málaga en 19 naves que le condujeron a Ceuta [03].
Previamente a la llegada del grueso del ejército a Ceuta, el mando español decidió mejorar las defensas de la plaza y expulsar a las tropas moras [04] de sus posiciones. Para ello el 12 de diciembre se desataron las hostilidades por la columna mandada por el general Echagüe, que tomó la fortificación de El Serrallo. Cinco días después, el 17 de diciembre, el general Zabala ocupó la Sierra de Bullones. El resto de las tropas fue desembarcando paulatinamente en Ceuta, donde acabaron de concentrarse el 21 de diciembre, momento en que el general O´Donnell se puso al frente del Ejército Expedicionario. El día de Navidad los tres cuerpos de ejército habían consolidado sus posiciones y esperaban la orden de avanzar hacia Tetuán.
El 1 de enero de 1860 se libró la batalla de Castillejos, que resultó la primera victoria española el campo abierto. El general Prim avanzó en tromba hasta la desembocadura de Uad el Jelú con el apoyo al flanco del general Zabala y el de la flota, que mantenía a las fuerzas enemigas alejadas de la costa. En el momento más crítico de la batalla el general Prim se lanzó hacia las filas enemigas enarbolando la bandera de España, arrastrando con su acción a los soldados del Regimiento de Córdoba.
Las refriegas continuaron hasta el 31 de enero, dia en que fue contenida una acción ofensiva marroquí y se logró una nueva victoria en el Monte Negrón, abriéndose con ello el camino del Ejército Expedicionario hacia Tetuán. El avance español fue detenido por las tropas marroquíes el 4 de febrero, dando lugar con ello a la batalla de Tetuán. Los combates tuvieron lugar los días 4 y 5 de febrero. Los españoles recibían la cobertura de los generales Ros de Olano y Prim en los flancos. La presión de la artillería española desbarató las filas marroquíes hasta el punto de que los restos de éste ejército tomaron refugio en Tetuán, que cayó en manos españolas el día 6 de febrero. Ese días los voluntarios catalanes izaron la bandera de España en la alcazaba de la ciudad.
Batalla de Tetuán, pintado por Rosales en 1868.
Alcanzado el primer objetivo, comenzaron los preparativos para la consecución del segundo: la ciudad de Tánger. El ejército se vio reforzado por las unidades voluntarias vascas, con gran número de carlistas, que en un número aproximado de unos 10.000 hombres más, desembarcaron durante el mes de febrero hasta completar una fuerza suficiente para la ofensiva del 11 de marzo.
El 11 de marzo se libró el duro combate de Samsa. Los españoles se enfrentaron esta vez a muchedumbres de cabileños del Rif, llegados expresamente de sus montañas para demostrar a los flojos tetuaníes y a los miedosos "moros del Rey" cómo se combatía para echar a los cristianos al mar. Sin embargo, tampoco ellos lograr frenar el avance español.
Los españoles prosiguieron su marcha hacia Tánger, donde se encontraba el sultán en esos momentos. El día 23 de marzo las tropas españolas, dirigidas por los generales Rafael Echagüe, Antonio Ros de Olano y Joan Prim, vencieron contundentemente a las fuerzas marroquíes en la batalla de Wad-Ras. La victoria militar española aplastó a las tropas del Sultán. El generalísimo marroquí Muley el Abbas, hermano del Sultán, prefirió capitular ante los españoles antes que correr el riesgo de cerrarles el paso del Fondak de Ain Yedida y, con él, el paso hasta Tánger.
Tras un periodo de armisticio de 32 días, el 26 de abril se firmó en Tetuán el Tratado de Wad-Ras.
CONSIDERACIONES PARA DESPUÉS DE LA GUERRA
A mediados de los años cincuenta del siglo XIX, los países europeos más desarrollados habían iniciado ya la carrera por el reparto de África y Asia que daría lugar al fenómeno llamado imperialismo. El desarrollo industrial que sufrió Europa en el siglo XIX obligó a las grandes potencias europeas (sobre todo a Inglaterra y Francia) a la búsqueda de nuevos mercados donde puedan abastecerse de las materias primas tan necesarias para sus industrias, y por lo tanto y por un "efecto dominó", la necesidad imperiosa de que los países europeos controlasen los puertos y las vías de comunicación.
Durante las dos primeras décadas del siglo, Francia había iniciado su penetración en el norte de África con la "Campaña de Argelia", que culminó con la ocupación del Oranesado (región de Orán), cimentando de esta manera las bases de su expansión colonial por la zona, pues desde su base argelina los franceses prepararon su futura penetración en Marruecos.
El ejército francés, con el pretexto de perseguir a los "rebeldes" argelinos de Emir Abdelkader (líder de la resistencia contra Francia), llegó a penetrar en territorio marroquí. El apoyo del Sultán a los argelinos tuvo como consecuencia la Batalla de Isly, en el año 1844, donde la caballería marroquí fue derrotada por las tropas del Mariscal Bougeaud, derrota que tuvo como consecuencia que Marruecos tenga que aceptar una serie de condiciones comerciales favorables para el país galo, a la vez que se vió obligada a renunciar a un trozo de territorio fronterizo que el Sultán consideraba como parte marroquí y que, a decir verdad, nunca se había sabido muy bien quien era su propietario.
Por su parte, el Reino Unido era el país que tenía en esos momentos las mejores relaciones comerciales con Marruecos. Estas relaciones se remontaban al siglo anterior. Ahora, ante la amenaza francesa los británicos trataron de consolidar su posición privilegiada en el sultanado. Marruecos se convirtió así en una pieza muy codiciada por las grandes potencias europeas, potencias que la vieron como presa fácil para su expansionismo colonial.
España también puso sus ojos en Marruecos, donde se veía una posibilidad de expansión comercial y aun más (y quizá más importante para la clase política), de ganar prestigio frente al resto de las naciones europeas (España ya había perdido lo más importante de su Imperio de ultramar y su fuerza en las decisiones europeas había menguado de una manera considerable), y muy especialmente frente al eterno enemigo, el Reino Unido, que no consideraba en aquellos momentos a España más que una potencia de segundo orden. Los gobiernos unionistas intentaron que España participara en la empresa imperialista para estabilizar la política interior, ya que el clima de la época ligaba la prosperidad nacional a la capacidad de proyección imperial. En este contexto deben analizarse la intervención española en Indochina (1858) apoyando al colonialismo francés, la aceptación de la reincorporación de Santo Domingo (1861-64) y, sobre todo, la primera guerra de África, iniciada en octubre de 1859.
La situación de España a mediados del siglo XIX no era nada halagüeña. Desde el año 1833, fecha de la muerte de Fernando VII, el país había vivido en un constante estado de tensión; su empobrecimiento era evidente y su perdida de importancia entre las potencias europeas muy significativa. A esto había que ir añadiendo una serie de hechos que que dejaron al país convulso e inmerso en una desatada crisis interior.:
- La Guerra Carlista de 1833, conflicto interno que duraría hasta 1839 -y en Cataluña hasta 1840-.
- La revolución de 1840, que propiciaría la caída de la regente María Cristina.
- El pronunciamiento contra Espartero de 1841 por parte de O`Donnell y el levantamiento posterior contra el mismo que hubo en Barcelona un año después.
- Los brotes republicanos de la Ciudad Condal de 1843.
- La llamada "rebelión de los esclavos" de 1844 en la isla de Cuba.
- El comienzo en 1846 de la guerra de los "matiners" en Cataluña (segunda Guerra Carlista), -conflicto que duró tres años-.
- Los pronunciamientos esparteristas 1844-46.
- El atentado contra Isabel II de 1852.
- El pronunciamiento militar de 1854 de Vicálvaro.
Así, en esta situación, la perspectiva de buscar un enemigo exterior, un enemigo que pudiera compilar todos los sentimientos dispares del país centrándolos únicamente en su amenaza, podía ser la solución idónea para mitigar y envolver la oscura situación de España en ese preciso momento.
El fervor que despertó la guerra de Marruecos reportó escasos beneficios territoriales y económicos, y costó muchas vidas. Aunque O`Donnell dijo de la guerra, una vez concluida, que "consiguió levantar a España de su postración", tuvo un costo demasiado elevado; más de 7.000 muertos por el bando español (2/3 partes de los mismos a consecuencias de una epidemia de cólera y la temible disentería). Aunque se trata de un ejemplo clásico de "guerra de honor", palabras que definían en la época un conflicto sin demasiado interés económico, hay que apuntar que, desde la perspectiva histórica del siglo XXI, no sirvió para gran cosa, pues ni se resolvieron los problemas internos del país ni España aumentó su prestigio internacional.
La victoria encubrió la mala planificación de la campaña y el pésimo pertrechamiento del ejército español; así, por ejemplo, en Ceuta faltaban aprovisionamientos y el nombre con que bautizaron los soldados a uno de los campamentos, "el del Hambre", dice a las claras que lo de los suministros fue un problema que nunca se resolvió de modo satisfactorio. La lucha fue corta, seis meses, pero sangrienta. De todas las unidades combatientes, la que sufrió proporcionalmente una sangría mayor fue el Batallón de Voluntarios Catalanes que perdió, solo en la Batalla de Tetuán, un cuarto de sus efectivos y otro tanto en Wad-Ras.
La decepción ocasionada tras la victoria en Marruecos fue grande en muchos sectores de la población, de manera que la euforia imperial ya había decaído cuando se produjo la intervención española en México en 1861, junto con Inglaterra y Francia, que acabó con el establecimiento del trágico reinado del archiduque Maximiliano de Austria.