En la pugna entre Artillería y Fortificación iniciada en el siglo XV, el periodo de transición para la modificación de los castillos medievales, representado en el castillo de Salces, finalizó en el primer cuarto del siglo XVI, a partir del cual se impuso el sistema de fortificación "abaluartado", que se mantuvo vigente hasta el siglo XIX con variaciones más o menos sustanciales.










El baluarte es una construcción geométrica, generalmente pentagonal, unida a la línea de las murallas, pero saliente con respecto a ella, provisto de una plataforma sobre la que se instalaba la artillería y los defensores provistos de armas de fuego. Su forma geomética ofrecía al menos dos caras proyectadas hacia el enemigo y otras dos situadas en ángulos estudiados con el muro de la muralla de manera que los fuegos de la defensa se cruzasen entre el baluarte y la muralla para detener al enemigo en caso de asalto.


Para el coronel Lonjo y Lomba, la palabra "baluarte" procede el término alemán bollwerk, que significa "construcción de tierra y madera de rápida ejecución", y cuya finalidad era casi siempre la de defender las puertas de los castillos medievales, que era el punto más débil de los mismos.

En Francia estos elementos se denominaron boulevert, término derivado del alemán.

En España se denominaron "baluarte", pero procedentes del término árabe balwward, como veremos a continuación.


El origen del baluarte en España se remonta a las torres pentagonales edificadas en los castillos medievales con un ángulo saliente a la campaña, proviniendo el nombre del término árabe balwward, que significa "prueba o experimento de acceso, aproximación o llegada". Esta es la opinión de Valera y Limia, autor de la primera historia del Cuerpo de Ingenieros, escrita en 1846, apoyada por el conde de Clonard en la historia de Infantería y Caballería que escribió en 1847.

Lo cierto es que las crónicas españolas del siglo XV se habla con frecuencia de los "baluartes", refiriéndose a aquellas obras rápidas de madera y tierra o permanentes de mampostería destinadas a defender una parte débil del castillo medieval, como una puerta o una torre.

En un documento sin fecha copiado por Aparici, posiblemente de 1500, se dice con respecto a las defensas de Vélez-Málaga lo siguiente:

    "... y porque bien no se podrá defender aquella puerta aviendo algún daño en la alcazaba, es menester que se haga allí un buen baluarte para que se defienda la puerta principal ..."

En el castillo de Salces, los baluartes construidos por Ramiro López son de forma rectangular y con las esquinas redondeadas, y colocados no solo ante la puerta, sino en el centro de sus muros para facilitar el flanqueo, aplicando conceptos propios de la época de transición hacia el sistema de fortificación abaluartado.


Tras el periodo de transición originado al final de la Edad Media por las mejoras en los fuegos de la Artillería, entre 1520 y 1530 se consolidó definitivamente en Italia un nuevo sistema de fortificación que se denominaría "abaluartado", o de "traza italiana", por ser el baluarte su pieza fundamental, y por ser los ingenieros y arquitectos italianos quienes lo desarrollaron a lo largo de las guerras que venían sufriendo en su territorio desde finales del siglo XV, motivadas por las pugnas entre Francia y España primero, y entre Francia y el Imperio después, con la intervención de los diferentes estados italianos en uno y otro bando.

Italia fue el primer territorio cuyos ingenieros y arquitectos publicaron tratados sobre la ciencia militar en general y la fortificación en particular, en fechas muy tempranas de finales del siglo XV y principios del XVI. Destacan los siguientes autores:

  • Francesco di Giorgio Martín (1470-1506), al que se le atribuyen tres manuscritos sobre arquitectura civil y militar.

  • Guiliano de San Gallo (1443-1517), del que se conservan numerosos cartas sobre la fortificación de Pisa y dibujos en los que aparecen los primeros conceptos de la fortificación abaluartada.

  • Gian Battista della Valle, que publicó en 1520 un tratado de arquitectura militar titulado "Il Vallo", que tuvo enorme trascendencia por la gran difusión que obtuvo.

  • Niccolo Machiavelo (1509-1526), autor de "El Arte de la Guerra" y de "Relazione d´una visita falta per fortificare Firenze", en la que menciona la opinión del capitán español Pedro Navarro sobre estas fortificaciones.

  • Niccolo Tartaglia (1500-1554), uno de los primeros matemáticos de su época. En 1537 publicó en Venecia su "Nuova Scienza", y en 1546 sus "Quesito ed invenzioni diverse", en las que señalaba los defectos de la ciudadela de Turín, estudiados en un plano.

  • Francesco de Marchi (1490-1574), que comenzó a imprimir sus diseños de fortificación en 1544. En 1549 se publicó en Brescia una edición titulada "Dell´architterura militares" con sus dibujos y su tratado manuscrito.

  • Giambattista Zanchi, autor del libro "Del modo di fortificar le cittá", primer tratado en el que se trataba esta materia de modo exclusivo.

  • Ladino de Martinengo, principal interlocutor de Tartaglia con sus "Quesito", por las que le dirigía a éste último treinta y siete preguntas sobre artillería y arquitectura militar.

Tambien fueron italianos los primeros ingenieros en construir nuevos diseños de fortificación. Entre ellos se encuentran:

  • Julián de Sangallo, a quien algunos autores atribuyen el primer trazado del baluarte.
  • Michelle Sanmichele, que construyó en 1527 las fortificaciones de Verona y ya las dotó de baluartes.
  • Giorgio Martín.
  • Basilio della Scolla.

Por su parte, también prestigiosos arquitectos italianos del Renacimiento hicieron diseños de fortificación, como Miguel Angel Buonarroti, Bramante, Brunelleschi, Benvenuto Cellini y Leonardo da Vinci.

La presencia de ingenieros italianos en los nacientes ejércitos permanentes europeos, principalmente en el español, y la difusión de sus tratados por todo el continente gracias a la imprenta, hizo que el nuevo sistema de fortificación abaluartado o de traza italiana se difundiera por el Occidente.


Las principales características del sistema de fortificación abaluartado o de traza italiana son las siguientes:

  • Emplazamiento de las "plazas fuertes" en sitios llanos, para facilitar el abastecimiento de agua, alimentos y forrajes, y evitar ofrecer al enemigo la posibilidad de batir la plaza desde puntos altos. Las plazas de construirían en formas geométricas, prefiriendose la pentagonal sobre otras, si bien el terreno sería quien finalmente dictase sus criterios.

  • Disminución de la altura de las murallas, para ofrecer menos perfil al fuego de la artillería.

  • Empleo de argamasa de arena y cal reforzada con hiladas de ladrillos, por ser materiales más baratos y más resistentes que la piedra a los impactos de las balas de cañón.





Ataque a la plaza abaluartada de Gravelines en 1558.

  • Aumento del grosor de los muros para, combinado con el empleo de los nuevos materiales, absorver la energía de los impactos de la Artillería.

  • Aumento de la profundidad y anchura del foso, para dificultar el asalto de las tropas enemigas.

  • Disminución de la longitud de las cortinas de la muralla, para facilitar el cruce de los fuegos de la defensa.

  • Colocación de un baluarte o revellín (dos caras en ángulo hacia la campaña) en el centro de las cortinas, para facilitar la defensa.

  • Colocación de baluartes en los vértices del recinto de la plaza fuerte, para cruzar los fuegos de la defensa entre sí y con las cortinas, y evitar de este modo todo tipo de ángulos muertos.

  • Construcción de unos espaldones en el exterior de los muros y fuera del foso denominado "glasis", mucho más bajos que las cortinas pero que permitìan el paso tras ellos a salvo de la mosquetería enemiga. El espacio entre el "glasis" y el foso se denomina "camino cubierto", y facilitaba la protección de las tropas propias después de una "salida" contra el enemigo. Por último, el glasis obligaba al enemigo a emplazar su artillería a mayor distancia, entorpeciendo sus efectos.





Las nuevas formas de defensa abaluartada fueron revolucionarias, porque hicieron ineficaces los métodos de guerra que se venían empleando hasta la fecha. Si bien el empleo de las armas de fuego por los Tercios españoles habían dado a las batallas un carácter ofensivo importante, el empleo de ciudades fortificadas daba a las campañas una carácter defensivo que se imponía sobre las operaciones ofensivas móviles del atacante. Las nuevas defensas invalidaron totalmente el método convencional de sitio de una ciudad, basado en asaltar la plaza por la brecha u orificio producida en la muralla por el fuego de los cañones o mediante una mina subterránea. El nuevo sistema abaluartado mantenía alejada a la artillería sitiadora, y sus disparos no reducían a cascotes los ladrillos de las defensas, sino que eran capaces de absorver su energía; ello obligaba al atacante a realizar un costoso esfuerzo para conquistar la plaza.



Ejemplo de una plaza abaluartada en los Paises Bajos españoles.

Las ciudades defendidas según el modelo abaluartado únicamente podían ser conquistadas mediante un bloqueo total. Los sitiadores tenían que construir y guarnecer una cadena de fortificaciones en todo el perímetro de la ciudad sitiada. Este círculo de contención solía ser doble, como en el sitio de Alesia por César. El interior era llamada de "circunvalación", tenía por objeto cercar la ciudad; el exterior, llamada de "contravalación", tenía por objeto rechazar los ataques de los posibles ejércitos de auxilio a la ciudad.

Dependiendo del terreno, los sitiadores se veían obligados a construir numerosas obras de fortificación entre los pueblos, caseríos y edificios del exterior de la ciudad, y mantener una numerosa guarnición en si interior, a fin de impedir de forma eficar cualquier contacto entre los sitiados y el mundo exterior.

Las defensas edificadas por Sanmichelle en Verona en 1527 fueron el primer indicio de una nueva forma de hacer la guerra. Poco tiempo después Francisco I invitó a constructores y arquitectos italianos a trabajar en las fortificaciones de la frontera norte del país. En 1542 había construído numerosos baluartes en la frontera con los Paises Bajos españoles y pudo iniciar su invasión tras haber asegurado la defensa de Francia ante un posible contraataque español. Pero como ocurriría 400 años después con la linea Maginot, en 1544 Carlos V atacó Francia de través desde el ducado de Lorena e invadió Francia desde su frontera oriental, obligando a Francisco I a firmar una paz precipitada.

Carlos V aprendió la lección y ordenó que sus arquitectos e ingenieros levantaran defensas al estilo italiano en todos los puntos y plazas estratégicos: a lo largo de la costa, en torno a determinadas ciudades en el interior, y a lo largo de la frontera con Francia. De este modo, frente a los baluartes construidos por Francisco I en Doullens, La Capelle y Thérouanne, Carlos V construyó otros en Charlemont, Philippeville y Mariembourg.

A partir de este momento, el sistema de fortificación abaluartado se implantó allí donde estallaba una guerra: desde Lombardía hasta Inglaterra y Países Bajos en la década de 1550; en el interior de Francia en la década de 1560 con ocasión del estallido de su guerra civil. En todas partes todas las ciudades, por pequeñas que fueran, construían baluartes y ciudadelas para resistir un asedio de varios meses. Las guerras se convirtieron en guerras de sitios, donde la trascendencia de las batallas era mucho menor. Willian Davison, un observador inglés, escribió lo siguiente en enero de 1578, tras la conquista de Gembloux por las tropas de Don Juan de Austria:

    "... tomar ciudad por ciudad, la menor de las cuales le llevaría no menos de medio año de sitio, con enormes gastos, pérdida de hombres y riesgo para su fortuna y reputación, porque (como dice la gente de guerra), una ciudad bien defendida basta para arruinar un poderoso ejército."

Basta como ejemplo de lo dicho que el ejército español de los Países Bajos empleaba 33.000 hombres en 1639 para guarnecer 208 plazas.


  • Juan Carrillo de Albornoz. Historia del Arma de Ingenieros, siglos XVI al XIX. Memorial del Arma de Ingenieros, núm. 54. Madrid, junio 1996. Páginas 19-21.

  • Geoffrey Parker. El ejército de Flandes y el Camino Español. 1567-1659. Alianza Editorial. Madrid, 1985. Páginas 40-56.