Emboscada sobre una columna española formada por el primer batallón del regimiento Simancas número 64 que, tras ocho horas y media de combate, se saldó con doce muertos, entre ellos su teniente coronel jefe, y treinta y nueve heridos.
Sobre las 17:30 horas del 12 de mayo de 1895 una columna del primer batallón del regimiento Simancas número 64 salió de Guantánamo, donde se encontraba descansando, en dirección a Tiguabos. Estaba formada por 405 soldados e iba al mando del teniente coronel Joaquín Bosch y Abril, quien había ordenado la salida con objeto de atacar una partida enemiga que se le había informado que estaba en un punto a tres horas de camino. La columna salió con raciones para cuatro días. Sobre las 20:00 horas, tras recorrer legua y media, llegaron a un lugar denominado Camarones, donde hicieron alto y pernoctaron.
A las 04:30 horas de la madrugada del día siguiente, 13 de mayo, la columna reanudó la marcha por el camino de Chapala en dirección a Tiguabos. La vanguardia marchaba al mando del primer teniente del batallón Fernando Reyna y el teniente de milicias Cirilo Nápoles, agregado a la columna.
Sobre las 05:00 horas la vanguardia se hallaba como a una legua de Camarones, en un lugar llamado El Jovito, donde el camino hacía un declive, tomaba una curva muy abierta y se estrechaba para pasar entre dos enormes, altos y cortados a pico farallones consecutivos a la izquierda, y el rio Jaibo a la derecha, ancho y de rápida corriente. Al otro lado del río se hallaban unos platanales, entrte ellos una casa y, al fondo, la extensa sierra de La Canasta. La columna marchaba despreocupada, ajena a todo posible peligro.
Cuando la vanguardia rebasaba el segundo farallón, recibió una cerrada descarga de fuego de fusil que la hizo detenerse, desplegarse cuerpo a tierra y sostener el fuego con el enemigo. El resto de la columna ya había entrado en la zona estrecha del camino. A una orden del teniente coronel, la fuerza de guerrilla del batallón descabalgó, se dirigió al primer farallón y trató de avanzar por su costado; pero recibió fuego de una segunda fuerza enemiga allí apostada que la obligó a retirarse. Simultáneamente, otra tercera fuerza enemiga comenzó a disparar de flanco desde los platanales del otro lado del ríosobre la columna detenida.
Copado por tres frentes, el teniente coronel ordenó al comandante José María de Robles, su segundo oficial al mando, que con una compañía de unos 120 hombres desalojase al enemigo y tomase una de las alturas, y al teniente Nápoles que hiciera lo propio con otra compañía en la otra altura. Ambos ataques se realizaron de forma vigorosa y a la bayoneta, obligando a retirarse a los rebeldes: el comandante perdió tres soldados muertos y ocho más heridos, entre ellos el teniente Eduardo Aguado Aller; el teniente Nápoles sufrió un muerto y dos heridos. Mientras tanto, el teniente coronel dirigía la defensa de la columna; recogió un fusil caido en el suelo y en un momento dado se dirigió al lugar donde estaban el capitán Vivar Pérez y al teniente Reyna con sus hombres, para decirles que disparasen con calma, que no se precipitasen y que ahorrasen municiones; fue entonces cuando una bala alcanzó le alcanzó en el lado izquierdo del pecho. El teniente coronel Bosch cayó en brazos de ambos oficiales diciendo:
"- ¡Defended mi cuerpo como buenos! ¡Defenderse! ¡Defenderse! y... ¡Viva España!"
El comandante Robles bajó en ese momento de la altura asignada para informar al teniente coronel, y el capitán Vivar le salió al encuentro para informarle a su vez de la herida sufrida por el teniente coronel. Mientras tanto, éste murió junto al teniente Reyna quien, al acudir a decírselo al comandante, recibió un balazo en la pierna. El comandante tomó el mando de la columna, y como ésta seguía bloqueada pese haber tomado las alturas de los farallones y ya acumulaba veintiseis bajas entre muertos y heridos, ordenó al sargento Carlos Vilches que se apostara con diez o doce hombres en el llano de la retaguardia, y que el resto de la columna recogiese las bajas y las depositase en el centro de la misma.
El enemigo estaba formado por unos 2400 rebeldes al mando de los cabecillas hermanos Maceo, Perico Pérez, Cartagena y López. Enardecidos por lo que a todas luces parecía un éxito, los rebeldes atacaron simultáneamente por vanguardia, retaguardia y flanco derecho, llegando en la primera a escasos metros de los soldados españoles. Pero la columna mantuvo la serenidad en todo momento y repelió estos ataques con disciplinadas descargas de fusilería realizadas a la voz de mando del comandante y a toque de corneta.
Eran las 06:00 horas y llevaban una hora de combate. El comandante Robles ordenó hacer dos descargas cerradas sobre el enemigo situado a la izquierda, cubrió de inmediato aquella zona con una fuerza para evitar que los rebeldes se corrieran a retaguardia y les rodeasen del todo, y mantuvo sobre ellos un constante y continuo fuego lento y disciplinado, procurando disparar siempre sobre blanco seguro y ahorrar con ello tiempo y munición. El perímetro español era de unos 600 metros de largo por 200 de ancho, y estaba defendido por una sola línea de soldados.
Sobre las 10:30 horas el enemigo, si bien continuaba el fuego de fusilería, dejó de atacar por la izquierda del camino, por lo que el comandante Robles replegó toda la impedimenta y los heridos hacia retaguardia, único sitio por el que podía salir de la emboscada.
Sobre las 11:00 horas los españoles del Simancas escucharon que una corneta en la distancia tocaba la contraseña de los escuadrones de Caballería de Santa Catalina del Guaso, que se acercaban al lugar del combate al mando del comandante Pedro Garrido. Al oirlo, el comandante Robles ordenó al corneta contestar y, al escuchar de nuevo la corneta del escuadrón, ordenó tocar "Marcha"; los 105 jinetes de Santa Catalina atacaron por el flanco derecho de los rebeldes y entró en la posición de la columna; inmediatamente el comandante Robles les ordenó marchar a retaguardia, sostenida por una cincuentena de soldados del Simancas al mando del teniente Benigno Gallego, a los que se le venía encima una considerable fuerza rebelde; la lucha allí duró media hora y a ella se incorporaron el teniente Segundo Garrido y el teniente Robles, de Voluntarios, al frente de veinticinco soldados más de Simancas. Tras el combate en la retaguardia los rebeldes se retiraron del campo hacia Chapala y la sierra de La Canasta.
Es de mencionar el comportamiento de los cuatro prácticos de la 2ª guerrilla montada del batallón del Simancas, señores Cecilio Urgellés, Amador Cuenca, Ramón Torres y Nicolás Gómez, por su valor y serenidad en la lucha. En los momentos en que el fuego era más intenso, se ofrecieron voluntarios para llevar un parte al jefe de la columna y atravesaron a pie las fuerzas del Simancas y de las escuadras de Santa Catalina entre los fuegos del enemigo en el momento en que el combate era más reñido. Al llegar junto al comandante Robles y entregarle el parte, prorrumpieron en vivas a España, al Simancas y al teniente coronel Bosch.
Cesada ya la lucha, sobre las 14:30 horas los supervivientes procedieron a enterrar a los muertos, recoger a los heridos y preparar la retirada hacia Guantánamo. Una fuerza de 85 hombres del 4º Batallón Provisional y el resto del Simancas, al mando del teniente coronel don Luis Bourgon, ayudante del general Bazán, se apostó en el camino de Montesano para proteger la retirada, y envió una serie de vehículos procedentes de Guantánamo para trasladar a los heridos.
Sobre las 17:00 horas se inició la marcha hacia Guantánamo; en vanguardia iban los heridos y muertos, escoltados por unos 200 hombres; el resto de la columna marchaba por escalones, flanqueda su izquierda por los escuadrones de Santa Catalina. Después de cinco horas de marcha, el último soldado de la columna entró en Guantánamo sobre las 22:00 horas.
Los españoles sufrieron doce muertos y treinta y nueve heridos. Los muertos fueron los siguientes:
Los heridos españoles fueron los siguientes:
Nos pudieron fijarse con precisión las bajas enemigas. Unos las cifraron en 49 muertos vistos y numerosos heridos; otros dicen que fueron 89 bajas. Lo cierto es que los rebeldes abandonaron en el campo algunos cadáveres, que fueron enterrados por los lugareños.
El entierro del teniente coronel Bosch se convirtió en una verdadera y expontánea manifestación de duelo. A las nueve de la mañana del día siguiente, 14 de mayo, previa citación en la orden general de la plaza, el cortejo fúnebre desfiló desde el cuartel presidido por el general jefe de la segunda brigada, general Bazán. El féretro fue conducido a hombros de oficiales de distintos cuerpos y fue seguido por una numerosa y lucida comitiva de jefes y oficiales del ejército, autoridades civil, municipal y judicial de la provincia y distrito, e infinidad de comisiones de hacendados, comerciantes y pueblo llano. Cerraban el cortejo tres compañías del regimiento Simancas al mando del comandante que había sido su jefe. Veamos cómo lo describe Rafael Guerrero en las páginas 129-131 de su crónica:
"Los Capellanes Castrenses de Simancas y el 4.° Peninsular con cruz alta en solemne entierro; encerrado en lujoso y sencillo féretro negro con galonadura y clavos de plata, y sobre la tapa y en forma de cruz la teresiana, el sable y el bastón de mando del que en vida fué acabado y perfecto modelo de todas las virtudes, valiente, pundonoroso é ilustrado teniente coronel don Joaquin Boseh y Abril, que, cargado en hombros de los oficiales de los distintos institutos militares que adoraban á su jefe; llevaban las cintas cuatro señores jefes y capitanes; carroza de lujo tirada por cuatro caballos; el Excmo. señor General Bazán con su ayudante de campo, teniente coronel Brugón; teniente don Enrique Salcedo, en representación del Excmo. señor General Salcedo; Comandante Militar y Coronel del regimiento de Simancas, don Juan Copello; limo, señor Alcalde Municipal, don José Grave de Peralta, en representación de la Corporación que preside; Juez de Instrucción, don Armando de Zayas; Administrador Subalterno de la Hacienda, don Castor Acevedo; Licenciado don José María Espino; Notario Público señor Careases,' é infinidad de comisiones de hacendados, propietai'ios, comerciantes, pueblo y todos los señores jefes y oficiales francos de servicios del Ejército, Escuadras, Voluntarios, Veteranos del general don Santos Pérez y Bomberos; seguía á continuación la banda de cornetas y la música de Simancas que iba tocando marchas, y por último, cerraban el cortejo tres compañías de Simancas al mando del Comandante Robles que fué el que hizo la descarga de ordenanza.
"Enumerar las coronas que en manos de la escuadra de gastadores y después fueron colocándose en la Bóveda del ilustre Ayuntamiento donde fué sepultado el heroico jefe, labor sería interminable. Entre las que recordamos, mencionaremos la de su esposa é hijos, la del Coronel Copello y señora, la de don Juan Castillo y Colas, los jefes y oficiales de Simancas, el 4.° Batallón Peninsular, el Batallón de Voluntarios, el Alcalde Municipal, el ilustre Ayuntamiento, el partido Unión Constitucional, los hijos del capitán Plácido, el Batallón de Honrados Bomberos, la compañía de Guías Veteranos, el maestro armero de Simancas, Enrique Lescaille y familia, los Voluntarios de Yateras, el capitán ayudante y sargento de Simancas, Luis Rubiales, capitán cajero de Simancas, el comandante Guido de Simancas y amigos."
Tras el combate, el comandante Robles fue ascendido a teniente coronel por méritos de guerra. Había participado en la Guerra Grande hasta la paz de Zanjón. Regresó a la península, donde sirvió en el regimiento de San Fernando. En 1893 era capitán y le tocó acudir a la guerra de Melilla. Tenemos como testimonio la carta que dirigió a su hermano tres días más tarde, y que reproducimos a continuación:
"Señor don Miguel de Robles."
"Guantánamo, 16 de mayo de 1895."
"Mi querido hermano: ¿Quién me había de decir al escribirte la anterior carta que lo hacía en vísperas de uno de los días de mi vida en que más expuesto estuve a perderla, y con la mía la de cuatrocientos hombres que vinieron a depender de mí por muerte del dignísimo jefe y excelente compañero que nos mandaba?"
"Mucha halaga el encumbramiento, los ascensos, el mando: ¡pero qué cara cuesta esta satisfacción!..."
"Lo que yo sufrí en ese día, no lo sabe nadie, más que Dios y yo."
"El espectáculo que se presentó a mi vista al ser avisado de que el teniente coronel señor Bosch estaba herido, y un segundo después, que había muerto, créeme, era para desear estar en su lugar."
"Sobre el camino que habíamos seguido yacían hacinados 27 muertos y heridos, entre ellos el jefe citado: cubriéndose casi con éstos, hasta sesenta o setenta hombres que contestaban como podían a las descargas que del enemigo recibía, sin poder siquiera atacarlo en sus posiciones que tenía al lado izquierdo del camino, flanqueado por el río Jaico y vallado en el márgen opuesta a la en que estaban batiéndose los míos."
"Más adelante, también en el camino, un grupo de diez o doce hombres, mandados por un sargento, que hacía desesperados esfuerzos por contener la fuerza enemiga, que por él trataba de acometerlos, a la vez que desde una alturita a su derecha los hostilizaba también un grupo de insurrectos; el resto de la fuerza batiéndose desesperadamente para sostener una posición a que yo les había conducido antes de la muerte del teniente coronel y de la que había tenido que desalojar al enemigo."
"Las descargas se sucedían unas a otras por los cuatro costados; estábamos envueltos completamente."
"Los avances a la posición que llegué a ocupar eran frecuentes y furiosos. Subí a ella, hecho ya cargo de la situación y comprendí enseguida que de conservarle dependía la salvación de los que quedáramos."
"Eran las seis de la mañana y ya llevábamos una hora de fuego. Modifiqué mi línea coronando el borde izquierdo de la posición, y ordené el fuego lento después de dos descargas sobre el enemigo que tenía por aquel costado, para impedirle que se corriera a retaguardia y siguiera molestando a los heridos del camino: recomendé a todos mucha tranquilidad y que no contestaran el fuego enemigo más que cuando éste se aproximara lo suficiente para no desperdiciar municiones; manteniéndome por lo tanto a la defensiva interín llegaban auxilios, o veía el modo de retirarme, llevándose siquiera los heridos, que ya pasaban de treinta."
"La posición que yo ocupaba, tenía la forma de una especie de ocho tendido, y es de unos 600 metros de largo por 200 de ancho. El perímetro lo defendía una sola fila de soldados, por estar imposibilitado de reducir aquel, sopena de, o abandonar los heridos si lo reducía a mi retaguardia, o que me invadiera ésta y pudieran cortarme en absoluto el camino que tenía para retirarme."
"Seis horas y media mortales, pasé en esta situación, y ya me disponía a forzar la retirada con los heridos, cuando llegó en mi auxilio el comandante don Pedro Garrido con unos 100 hombres de las escuadras de que es jefe."
"Con este refuerzo, tomé ya la ofensiva a retaguardia, ordenándole atacara al enemigo que en ella me hostilizaba, sostenido por cincuenta hombres de mi batallón, y con siguiendo después de un rudo combate de media hora, desalojarlo de las posiciones que ocupaba, ocupándolas nuestras fuerzas."
"Desde este momento ya varió todo de aspecto y pudimos enterrar los muertos y preparar los heridos para conducirlos en carruajes que de la población mandaban custodiados convenientemente."
"Dos mil cuatrocientos hombres atacaron la columna y la tuvieron en jaque durante ocho horas y media, pero no pudieron romper la línea ni hacer decarer el mánimo del soldado que le defendía, a pesar de los rudos ataques de que frecuentemente era objeto, con tal ímpetu que en algunos de ellos quedaron los muertos del enemigo a los pies de aquellos."
"La jornada fue fura, pero gloriosa para sus héroes anónimos que vienen de sus casas sin más ambición que defender la causa de la patria."
"A ellos se debe, y si alguna parte me cabe, no es más que por el favor que me deparó la Providencia, dándome la serenidad necesaria para arrostrar el peligro, y disponer lo único que podía hacerse."
"Muchos elogios se han hecho de mí, inmerecidos. No soy valiente ni presumo serlo; no es modestia que contigo no había de tener, hice allí lo que he hecho siempre en toda ocasión; seguir mi conciencia, cumplir mi deber."
"Que te conste pues, que cuesta muchos disgustos el ser héroe... auqnue sea por la fuerza."
"Con mis afectos a Pepe Alabern, a María y Ricardo Oyarzábal, a todos mis amigos, en especial a los que todavía están de mis compañeros en el regimiento de San Fernando, te abraza con toda la efusión de su corazón, sano y salvo a Dios gracias, tu hermano Pepe."
Conservamos la carta que el soldado Marcelo Viso, de la cuarta compañía del segundo batallón del regimiento Simancas, escribió el 20 de junio de 1895 a un amigo desde Guantánamo sobre los pormenores del combate:
"[...] el día 13 de mayo, mes precioso en España, vino un aviso de que el enemigo estaba a tres horas de la población."
"Eran las siete de la noche cuando nos racionaron para cuatro días, que aquí te tienes que llevar la comida a cuestas, como el caracol la casa, que es lo más pesado."
"Como que estás días enteros sin ver una casa ni un pueblo, es la causa de que lleves la comida a cuestas."
"Pero, vamos al grano."
"Eramos unos cuatrocientos hombres los que salimos del cuartel en busca del enemigo, cuando a las nueve de la noche hicimos alto y descanso en una casa que llaman los Camarones."
"Salimos de allí antes de hacerse de día, que faltaba una hra para llegar a donde tenían la posición ellos tomada."
"Así que hacía un cuarto de hora o media hora que an´dabamos, los que íbamos de avanzada ya sentimos los disparos con que los insurrectos nos saludaban y el silbar de las balas que los indinos nos enviaban desde sus gazaperas."
"Puedes pensar cómo estaría mi cuerpo. Me revestí de valor y ánimos, cargué mi Maüsser y arriba, llegamos donde estaba la avanzada."
"Quien no ha visto aquello no ha visto nada; caían balas como goterones de agua en un día de tormenta de verano."
"Ellos tenían una posición muy buena, arriba de un montecillo, y nosotros estábamos abajo en un río; pero, ¡valor! - decía nuestro malogrado teniente coronel..."
"¡Bien se portó! Desplegamos en guerrilla y, arriba, arriba, pudimos ganar una parte de la posición que tenían."
"Una vez allí, venga descarga cerrada, duro... Sin decirte ninguna mentira, cuatro horas y media de descargas cerradas."
"Ellos, según se dijo, eran unos dos mil quinientos mandados por Maceo y Periquito Pérez."
"Nosotros no vimos nada, no más sentíamos los tiros y la gritería que arman ellos, que dicen patones, hijos de la p... blanca, ¡al machete! ¡al machete!, que es el arma que usan."
"Son muy prácticos: si todos hubieran tenido armamento, nos copan y nos achicharran, porque tenían la ventaja de ser triple gente y tener buena posición."
"Así que harían unas siete horas de combate, vino refuerzo de caballería y escuadras, que son hombres prácticos del paías, y se retiraron."
"Aquel día nací: tuvimos la mala suerte de perder al teniente coronel, al médico, doce individuos y unos diez y seis heridos."
"Ellos tuvieron, según se dice, entre muertos y heridos, más de doscientos en lista. Visto por mis propios ojos unos doce, sin los que ellos enterraban [...]"