A principios de la década de los años 20 del siglo XIX ocurrieron una serie de desgracias concatenadas para las armas españolas que fomentaron las ideas separatistas en Cuba.
En agosto de 1819 los españoles fueron derrotados en la batalla de Boyaca, a resultas de la cual Colombia obtuvo su independencia.
En enero de 1820, la sublevación del teniente coronel Rafael Riego en Cabezas de San Juan impidió la partida de un ejército expedicionario que el rey Fernando VII pretendía enviar a las provincias americanas para combatir a los ejércitos insurrectos de los virreinatos. Políticamente supuso la proclamación de la Constitución de 1812 y el fin del reinado absolutista del rey.
En junio de 1821 los españoles sufrieron otra nueva derrota, esta vez en la batalla de Carabobo, que supuso el principio del fin de su presencia en el virreinato de Nueva Granada.
Por ello, comenzaron a aparecer en la isla opiniones abiertamente favorables a la separación de España que se reflejaban en los diferentes periódicos de Cuba. Como resultado de todo este ambiente, en 1822 comenzaron a escucharse los primeros apelativos de “peninsular” y de “cubano” para separar a los que desde siempre no habían sido otra cosa que “españoles” en Cuba.
En noviembre de 1823, el castillo de Puerto Cabello se rindió ante el general venezolano Jose Antonio Páez, tras la cual los españoles abandonaron Venezuela definitivamente. El castillo era el último reducto español del virreinato de Nueva Granada, donde se habían refugiado los supervivientes de la batalla de Carabobo.
Ese año de 1823 tomó cuerpo en Cuba una rebelión propiciada por la logia cubana de los “Soles y Rayos de Bolívar”. Esta logia estaba asentada en La Habana, tenía ramificaciones en la provincia de Pinar del Río y estaba en contacto con otras logias, como la de la “Cadena Triangular” en Puerto Príncipe y la de los “Caballeros Racionales” en Matanzas, donde militaba el poeta José María Heredia, nacido en 1803, a quien Menéndez y Pelayo calificó como “compendio y cifra de todos los rencores contra España”. Posteriormente, tres años antes de su muerte, en una carta fechada el 1 de abril de 1836 y dirigida al general Tacón, nuevo capitán general de la isla, Heredia se arrepintió de sus ideas separatistas:
“Es verdad que ha doce años la independencia de Cuba era el más ferviente de mis votos, y que por conseguirla habría sacrificado gustoso toda mi sangre; pero las calamidades y miserias que estoy presenciando hace ocho años, han modificado mucho mis opiniones, y vería como un crimen cualquier tentativa de trasplantar a la feliz y opulenta Cuba los males que afligen al continente americano.”
La conspiración cubana recibía apoyos de individuos procedentes de las nuevas repúblicas que estaban naciendo sobre los restos de los virreinatos españoles, especialmente de Méjico y Colombia, si bien no está claro que si lo que éstos deseaban eran la independencia de Cuba o su anexión al proyecto bolivariano de la Gran Colombia. La intención del movimiento era lograr la independencia y proclamar una república con el nombre de Cubanacan.
A principios de mayo de 1823 el general Francisco Dionisio Vives asumió el cargo de Capitán General de la isla. Llegaba a la isla en un momento convulso en la península: el gobierno constitucional, temeroso de una inminente invasión del país, se había trasladado a Sevilla en el mes de marzo; el ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis al mando del duque de Angulema cruzó la frontera el 7 de abril y entró en Madrid el 13 de mayo. El general Vives fue conferido por el rey con plenos poderes para poner orden y aplastar la rebelión; en concreto recibió del rey
... “las facultades que por Reales Ordenanzas se concedían a los gobernadores de plazas situadas, y la más amplia e ilimitada autorización, no solo para separar de la Isla a las personas empleadas o no empleadas, cualesquiera que fuese su destino, rango o condición, cuya permanencia en ella se creyera perjudicial o infundiese recelo su conducta pública o privada; reemplazándolas interinamente con servidores fieles al rey y de la confianza del gobernador general, sino también para suspender las ejecuciones de órdenes o providencias expedidas sobre los ramos administrativos, que fueran inconvenientes al real servicio”.
En honor a la verdad hemos de decir, con Pirala y Guiteras, que el general Vives no abusó de su poder y demostró ser un buen gobernador de Cuba.
Cuando se conoció en la isla de Cuba el derrumbe del gobierno español, los conspiradores cobraron nuevos ánimos y fijaron el 17 de agosto como fecha para el levantamiento. Se les unieron algunos oficiales del ejército que, llevados por su patriotismo, creían apoyar una causa que pretendía proclamar la recién abolida Constitución de 1812 en la isla.
Llegados a este momento, el general Vives decidió actuar y ordenó el apresamiento de los principales cabecillas de la rebelión. Detuvo a más de seiscientos individuos implicados en ella, consiguió que la Milicia Nacional entregase las armas, hizo callar a más de treinta periódicos y logró que las corporaciones locales cesasen en sus tareas de agitación. La represión se realizó sin derramamiento de sangre. Muchos de los conspiradores lograron huir a Méjico y Venezuela; otros se ocultaron en la isla confiados en la benevolencia del general, quien no pudo actuar con más contundencia por carecer de fuerzas militares suficientes. Hizo prisionero al coronel José Francisco Lemus, un natural de la Habana al servicio de Colombia, se fue llevado a la península y confinado en Sevilla hasta que logró huir a Gibraltar.
A pesar de la actuación del general Vives, el movimiento insurreccional no cesó y las sociedades secretas continuaron sus actividades clandestinas, por lo que el general mandó armar unos batallones de pardos y morenos para reforzar sus exiguas fuerzas, mantener el orden e imponerse a los conspiradores, a quien logró prender.
Como reacción, en agosto de 1824, el alférez de Lanceros del regimiento de "Dragones de América" don Gaspar Antonio Rodríguez se alzó en armas en Matanzas al frente de unos pocos soldados de su escuadrón; perseguido por las fuerzas del capitán general, el alférez y los suyos embarcaron en Sagua junto con el capitán don Francisco Senmanat, del regimiento de Infantería de "La Habana", rumbo a Campeche, Méjico. El alferez se exilió y regresó a España con ocasión de la amnistía de 1833, llegando al empleo de mariscal de campo. El capitán Senmanat ingresó en el ejército colombiano; estuvo implicado en el proyecto de invasión de 1826 y llegó al empleo de general; murió fusilado por haberse rebelado contra el presidente Santa Ana.
A partir de ese fatídico año de 1823, la división entre españoles e independentistas en la isla de Cuba fue aumentando. Transcribimos un interesante informe del general Vives sobre la situación en la isla:
“Formaron de esta manera, se ha dicho, un núcleo que dio nacimiento a una verdadera clase social, a la que fueron adhiriéndose, y sin repugnancia admitidos, no sólo los blancos pobres algo ilustrados, sino muchas derivaciones más o menos remotas del cruzamiento, algunos peninsulares e hijos suyos, y, aunque muy contados, ciertos individuos de las clases privilegiadas, que, atraídos por la bandera política que les era simpática, pretendieron que aquel nuevo grupo fuera a la vez símbolo político de los independientes y de los anexionistas a las repúblicas creadas en los reinos que acababan de ser españoles. El grupo tomó proporciones con la adhesión de gran número de partidarios de la idea que existían ya en los departamentos del Camagüey y de la parte oriental de la Isla, inspirados principalmente por los centros de propaganda establecidos en Puerto-Príncipe y el Bayamo, y formó una respetable clase, que a los pocos años hasta pretendía ya, no sólo tener vida propia, sino poseer una literatura exclusiva.
”En el partido español se reunieron naturalmente, los hijos de América que tenían grandes riquezas que conservar, algunos de la mediana clase, pero descendientes de familias opulentas y de blancura incuestionable, conexionados con aquellos opulentos, y los que con la integridad nacional defendían sus vidas, amenazadas por los disidentes, sean las clases privilegiadas, muchos hijos de los que lo habían sido, y los peninsulares.
“La clase privilegiada de los cubanos, aquella nobleza de nacimiento o de propiedad territorial depositaria en gran parte de la tradición y de la altivez de los conquistadores, obligada fatalmente, aunque no fuera más que por egoísmo, a permanecer española, no pudo, sin embargo, mostrarse extraña ni librarse de la influencia que en todos ejercieron las revoluciones políticas; y la juventud, con particularidad, aficionada a mudanzas, quiso verlas realizadas en cuanto a su clase favoreciera. Pero como su mayor interés estaba en fortalecer el principio del orden, que era la defensa de sus propiedades y privilegios, permanecían siempre al lado del gobierno, acatando cuantas resoluciones dictaba, aunque fuesen contrarias a la conocida aspiración de sus propios paisanos, con cuyas ideas, si no tenían conexiones directas, no por eso faltaban simpatías, que andando el tiempo formularon con la palabra “reforma”. Los criollos, blancos sin sospecha, descendientes de potentados y colonos, en todas las manifestaciones solían estar acordes con esta clase, en la que veían mayores afinidades.
“No hacemos mención de la clase ínfima del pueblo, porque compuesta de negros y mulatos libertos o emancipados, y de algún medio blanco muy desgraciado, ni tenía representación alguna, ni las otras clases le concedían ninguna consideración, ni la ocupaban más que en determinados casos, y no siempre en asuntos muy dignos.