Alzamiento de las tropas acantonadas en Cabezas de San Juan, Cádiz, para dirigirse a los Virreinatos de América y combatir a los rebeldes independentistas. Liderados por el coronel Quiroga y el teniente coronel Riego, su alzamiento propició la pérdida de los Virreinatos y fue el origen de la primera guerra civil española.
Durante la primavera de 1815 el general Castaños reunió un ejército para unirse a la campaña europea contra Napoleón, escapado de la isla de Elba. Su derrota en Waterloo hizo innecesaria la presencia del ejército español, por lo que el gobierno decidió enviar las tropas a América. De este modo, desde 1817 se estaba formando en tierras de Cádiz un ejército expedicionario, denominado ejército de Ultramar, que llegó a tener 22.000 hombres, con objeto de partir hacia América, engrosar el ejército de Buenos Aires, socorrer al ejército que el general Morillo llevó a los Virreinatos en 1815 y sofocar los intentos independentistas de los rebeldes. Su general en jefe era el teniente general Enrique O'Donell, conde de La Bisbal, quien se apostó en Cádiz, mientras que su segundo y jefe de la Caballería, general Pedro Sarsfield, lo hacía en Jérez de la Frontera. El cuartel general de la Infantería estaba en Lebrija, y el de la Caballería en Utrera, al mando del general Ferraz. El resto de los cuerpos y unidades vivaqueaban por las inmediaciones, en Puerto Real, Puerto de Santa María, Sanlucar de Barrameda y San Fernando (antigua Isla de León).
Las tropas acantonadas desconocían la realidad de su destino; con ello se trataba de evitar las rebeliones que en ocasión similar se presentaron al Cuerpo Expedicionario del general Morillo. Entretanto, los oficiales que regresaban de América traían la opinión generalizada de que un regreso a la Constitución de 1812 suavizaría las relaciones con los criollos. Ello propició que los oficiales conjurados aprovechasen el temor de la tropa a embarcar para América para preparales para hacer un alzamiento y proclamar la Constitución de 1812. Por otra parte, el gobierno no conseguía enviar el ejército reunido por falta de barcos, y la escasez de recursos económicos y lo maltrecho del estado del Tesoro hacía que los soldados estuviesen deficientemente equipados y que los oficiales recibiesen sus pagas con retraso. Con todo ello la moral del ejército de Ultramar era bastante baja.
Formaban parte de este ejército los coroneles Felipe de Arco-Agüero, Antonio Quiroga, Demetrio O'Daly, y Miguel López Baños; los tenientes coroneles Rafael del Riego y Evaristo San Miguel, y otros oficiales como Labra, Fernando Miranda, Santos y el ayudante Valcárcel que, en su gran mayoría, pertenecían a las logias masónicas de la época. Antonio Alcalá Galiano, hijo del célebre marino muerto en la batalla de Trafalgar, también concurría a las reuniones con aquellos oficiales y, gracias a su fácil verbo, esbozaban las ideas y argumentos que posteriormente utilizarían para atraer a otros oficiales del ejército, y así posibilitar el pronunciamiento.
Los conspiradores se pusieron en contacto con el general O'Donnell, quien simuló estar de acuerdo con ellos; les pidió encabezar el alzamiento y demorar su fecha, a lo que los conspiradores accedieron. Mientras tanto, los generales O'Donnell y Sarsfiled prepararon la represión del movimiento; tras identificar los elementos leales al Rey, aprovecharon la celebración de una revista general del ejército de Ultramar en el Palmar (Puerto de Santa María) el 8 de julio de 1819 para desarmar a las unidades desafectas y arrestar a sus mandos. El general Sarsfield fue ascendido a teniente general, pero el comportamiento del conde de La Bisbal pareció sospechoso al gobierno y le relevó en el mando del ejército de Ultramar por el general Félix Calleja, conde de Calderón. Todo parecía perdido para los implicados inicialmente en aquel intento, que acabaron encarcelados en el Cuartel del Polvorista; la rebelión parecía descabezada y sin visos de proseguir en el intento.
En 1815, Rafael del Riego había pedido de forma voluntaria formar parte del ejército que el general Castaños estaba reuniendo en los Pirineos para incorporarse a la coalición europea contra Napoleón, desembarcado clandestinamente en Francia desde la isla de Elba. Su derrota en Waterloo hizo inútil los esfuerzos bélicos españoles. Dos años después, el 2 de febrero de 1817, Riego fue destinado al ejército expedicionario de Ultramar en calidad de Mayor de Brigada en la Plana Mayor del general O'Donnell. Posteriormente, en abril de 1819 pasó agregado al batallón de Infantería de la Princesa. Retirado en Bornos para reponerse de sus dolencias, fue visitado por Juan de Dios Alvarez Mendizabal, uno de los miembros de la Junta Rectora del alzamiento que pretendía proclamar la Constitución, y proveedor de suministros del ejército de Ultramar, lo que le daba una magnífica excusa para contactar con la trama militar del alzamiento. Tras el encuentro, Mendizábal reconoció en el teniente coronel Riego un posible caudillo para la trama militar del alzamiento.
Repuesto de sus dolencias, el general O'Donnell destinó al teniente coronel Del Riego como segundo jefe del batallón de Infantería Asturias, acantonado en Las Cabezas de San Juan (Sevilla). El batallón había estado mandado anteriormente mandado por los arrestados hermanos San Miguel, por lo que Riego asumió el mando del batallón cuando se incorporó al mismo el 8 de noviembre de 1819.
Alcalá Galiano, miembro de la trama civil de la conjura, había presentado al coronel Antonio Quiroga como iniciador del alzamiento en Cádiz, pero aceptó la propuesta presentada por Mendizábal de que fuese Riego quien lo iniciara desde Cabezas de San Juan. El 27 de diciembre de 1819 se reúnen en Cabezas de San Juan los conspiradores Alcalá Galiano, Mendizábal, Riego y alguno de los oficiales de las unidades implicadas en el golpe. En ella se acordó que Riego lideraría el alzamiento militar: mientras que el coronel Quiroga debía tomar primeramente San Fernando y posteriormente Cádiz al frente de los batallones "Corona" y "España", el teniente coronel Riego tomaría el cuartel general del ejército de Ultramar en Arcos de la Frontera con su batallón "Asturias" y el batallón "Sevilla", que se le uniría posteriormente.
El domingo, 1 de enero de 1820, sobre las nueve de la mañana de aquel día el teniente coronel Riego salió con su batallón y se pronunció en plena plaza de Las Cabezas de San Juan, en un acto solemne y brillante de parada militar. Precautoriamente había mandado acordonar el pueblo para que la noticia no se difundiese, pues esperaba sorprender por la noche a la guarnición de Arcos de la Frontera. Acto seguido emitió un bando proclamando la hasta entonces derogada Constitución de 1812, y confirió los cargos municipales del pueblo a las personas que habían sido nombradas antes de la llegada del absolutismo. En el bando se decía lo siguiente:
"Las órdenes de un rey ingrato que asfixiaba a su pueblo con onerosos impuestos, que intentaba además llevar los miles de jóvenes a una guerra estéril sumiendo en la miseria y el luto a sus familias. Ante esta situación, he resuelto negar obediencia a esa inicua orden, y declarar la Constitución de 1812 como válida para salvar la Patria y para apaciguar a nuestros hermanos de América, y hacer felices a nuestros compatriotas. ¡Viva la Constitución!".
Se da la curiosa circunstancia que en la reunión del 27 de diciembre el jefe de la trama civil, Alcalá Galiano, había compuesto un bando para ser leido el día del alzamiento; en él se decía que hay que dar a España una constitución, pero sin citar cual; fue Riego quien, por iniciativa propia, decidió proclamar la de 1812, leyendo en segundo lugar la proclama de Alcalá Galiano.
En su alocución a los soldados, que comenzaba con las palabras "¡Soldados! ¡Mi amor hacia vosotros es grande", Riego hizo referencias contra la guerra a la que estaba preparándose el ejército de Ultramar, calificándola como "guerra injusta", haciendo referencia a lo peligroso del viaje en barcos carcomidos, y que las familias de los soldados iban a quedar abandonadas. Evidentemente, las tropas vitorearon a su jefe y se le unieron enco¡antados. En su ingenuidad, Riego posteriormente diría que la proclamación de la Constitución de Cádiz bastaría para apaciguar a "nuestros hermanos de América".
Riego nombró a los ya citados Arco-Agüero y Evaristo San Miguel como jefe y segundo jefe respectivamente del Estado Mayor del ejército alzado contra el rey.
Llegada la noche, los sublevados emprendieron el camino silenciosamente y se infiltraron en tierras donde había acantonadas otras unidades. Lograron alcanzar y tomar sin apenas disparar un tiro la plaza de Arcos de la Frontera, donde no llegó el batallón "Sevilla" por haberse perdido, cuando comenzaba a amanecer el 2 de enero, tomando prisioneros a los generales Calleja y Sarsfield, así como al jefe del Estado Mayor Blas Journás. A continuación los sublevados se dirigieron al arsenal de la Carraca (Cádiz) y se adueñaron de él.
El golpe de Riego no llegó a triunfar del todo. El coronel Antonio Quiroga, preso en Alcalá de los Gazules, escapó de su prisión cuando le llegaron las noticias del éxito de Riego, se puso al frente del batallón de Infantería "España", se dirigió a Medinasidonia, donde se le unieron otras unidades, y acto seguido marchó hacia San Fernando. A pesar de que era de día cuando llegaron a la batería del Portazgo, lograron sorprender a la guardia, apoderarse de la posición y proseguir con la toma del puente Suazo. La Isla de León estaba pues, inesperadamente, en manos de Quiroga el día 3 de enero; pero la ciudad de Cádiz se resistió, pues su gobernador fue avisado a tiempo gracias al telégrafo óptico militar instalado en la bahía de Cádiz en 1805.
A pesar de haber oficiales en la conspiración dentro de la plaza, ni éstos se manifestaron ni los rebeldes avanzaron hacia la plaza, de forma que cuando éstos lo hicieron, las defensas estaban ya ocupadas por una fuerza de artilleros y de la milicia urbana, al mando del oficial don Luis Fernández de Córdoba, que pasó las dos columnas rebeldes enviadas por el coronel Quiroga para tomar la Cortadura, que sufrieron los estragos de una bala de cañón disparada por los defensores. De esta manera los sublevados se retiraron y la ciudad de Cádiz quedó en manos de los realistas desde la Cortadura, quedando el resto hasta San Fernando en manos de los rebeldes.
Visto el fracaso del intento de tomar la ciudad de Cádiz, Riego marchó con su columna en dirección a San Fernando, engrosada su columna con el batallón de Infantería "Aragón" y con los oficiales que el general O'Donnell había encerrado presos en el castillo de San Sebastián de Cádiz. Riego llegó a San Fernando el 6 de enro, y hasta el 24 de enero el ejército sublevado, unos 5.000 soldados, no hizo nada por atacar Cádiz. Se limitaron a asaltar el Arsenal, sacar el material y venderlo.
El 24 de enero el coronel don Nicolás de Santiago y Rotalde, compinchado con el alzamiento, hizo una intentona de salir de la plaza de Cádiz con algunas tropas hacia las posiciones de los rebeldes, pero Fernández de Córdoba lo impidió atrayéndose a la tropa y arrestando a algunos oficiales. Entre los pocos que escaparon se encontrbaba el propio coronel Rotalde. Mientras tanto, el Gobierno había encargado al general don Manuel Freire enfrentarse y derrotar a los rebeldes. Impaciente por la inactividad de Quiroga frente a Cádiz, Riego hizo una expedición a Algeciras el 29 de enero al frente de una columna de 1.500 soldados para obtener algunos fondos con los que sufragar los gastos del ejército rebelde. Al no poder regresar a San Fernando, que estaba bloqueada por los trops del general Freire, el teniente coronel Riego se dirigió a Málaga el 7 de febrero. Allí se vió obligado a combatir con una columna del general O'Donnel, quien fue encargado por el propio rey de perseguir a Riego.
Tras el combate, Riego se internó en la Serranía de Ronda para escapar de la persecución de O'Donnell haci Sevilla y Códoba. En los pueblos en los que entraba se dedicada a proclamar la Consitución, ante la indifefencia de muchos de los campesinos. Por fin llegó el 7 de marzo a Córdoba con los restos columna revolucionaria, pues muchos soldados de la misma habían desertado. Tras alojarse en el convento de San Pablo y recoger algunso víveres, partió con sus escasas fuerzas, tan solo cuarenta y cinco hombres, hacia el norte de Sierra Morena. Pasado Belmez y llegado a Bienvenida, Riego disolvió su pequeño ejército y resolvió huir a Portugal.
Cuando el levantamiento había fracasado en Andalucía, con el coronel Quiroga bloqueado en Cádiz por el general Freire y el teniente coronel Riego perseguido por O'Donnell y a punto de disolverse en Córdoba, un hecho inesperado salvó la revuelta militar: el 21 de febrero se constituyó una Junta Militar en La Coruña al mando del coronel don Félix Acevedo, quien sublevó la guarnición a favor de la Constitución y arrestó al capitán general, general Venegas, y al resto de autoridades. Su ejemplo fue seguido por las guarniciones de Ferrol y Vigo. El gobernador militar de Santiago de Compostela, San Román, se replegó hasta Orense y, amenazado por las columnas rebeldes de La Coruña, se internó en Castilla la Vieja. En el combate entre ambas fuerzas perdió la vida el coronel Acevedo.
El gobierno veía con temor los acontecimientos de Andalucía y Galicia sin saber qué partido tomar. El 3 de marzo se creó en Madrid una Junta bajo la presidencia del infante don Carlos María Isidro, quien emitió un decreto que fue calificado de "anodino", pues confesaba y diagnosticaba los males del gobierno, pero sin proponer ningún remedio.
Mientras tanto, la revolución proseguía en España y se corría por sus poblaciones como un reguero de pólvora. El 5 de marzo las autoridades de la ciudad proclamaron la Constitución en Zaragoza. Ese mismo día, o al día siguiente, el general O´Donnell, a quien se acababa de dar el mando del ejército de la Mancha, al llegar a Ocaña se puso al frente del regimiento de Infantería Imperial "Alejandro", que mandaba su hermano, y proclamó la Constitución, que hizo jurar a sus oficiales y soldados.
El 6 de marzo la Gazeta de Madrid publicó el siguiente decreto del rey quien, obligado a contemporizar con las graves circunstancias que ocurrían a su alrededor, convocó las Cortes del reino:
"Habiendome consultado mi Consejo Real y de Estado lo conveniente que sería para el bien de la Monarquía la celebración de Cortes, conformándome con su dictamen, por ser con arreglo a la observancia de las leyes fundamentales que tengo juradas, quiero que inmediatamente se celebren Cortes, a cuyo fin el Consejo dictará las providencias que estime oportunas para que se realice mi deseo, y sean oidos los representantes legítimos de los pueblos, asistidos, con arreglo a aquellas, de las facultades necesarias, de cuyo modo se acordará todo lo que exige el bien bien general, seguro de que me hallarán pronto a cuanto pida el interés del Estado y la felicidad de unos pueblos que tantas pruebas me han dado de su lealtad, para cuyo logro me consultará el Consejo cuantas dudas le ocurran, a fin de que no haya la menor dificultad ni entorpecimiento en su ejecución. Tendréislo entendido, y dispondréis lo conveniente a su puntual cumplimiento."
Lejos de apaciguar los ánimos, este nuevo decreto del rey envalentonó los ánimos de los constitucionalistas de Madrid; una gran multitud se reunió en la Puerta del Sol, cuyo gentío era tan enorme que momentos después llegaba hasta el Palacio Real. El rey, algo atemorizado, se reunió con el general Ballesteros para que le propusiera lo que mejor conviniera en esos momentos. Tras hablar con el general, que se negó a utilizar las armas para dispersar a la multitud, el rey firmó un nuevo decreto declarando que estaba dispuesto a jurar la Constitución:
"Para evitar las dilaciones que pudiera tener lugar por las dudas que al Consejo ocurriesen en la ejecución de mi decreto de ayer para la inmediata convocación de Cortes, y viendo la voluntad general del pueblo, me he decidido a jurar la Constitución promulgada por las Cortes generales y extraordinarias en el año de 1812. Tendréislo entendido, etc. Palacio, 7 de marzo de 1820."
El día 8 de marzo se conoció en Madrid la noticia de las intenciones de la jura del rey; la alegría se desbordó en las ciudad, donde se colocó una lápida provisional en la Plaza Mayor y se paseó un libro de la Constitución por las calles para que fuera besado, rodilla en tierra, por los transeuntes.
El día 9 de marzo la multitud entró a saco en el Palacio Real, y no llegó a las habitaciones del rey porque se lo impidieron algunos leales de la Corte que bajaron las escaleras y se enfrentaron pacíficamente con ellos. Aún así, la muchedumbre logró que quedara establecida en Madrid una Junta Provisional, ante la cual el rey Fernando juró la Constitución, según un decreto de ese mismo día:
"Habiendo decidido por decreto del 7 del corriente jurar la Constitución publicada en Cádiz por las Cortes generales y extraordinarias en el año 1812, he venido en hacer el juramento interino en una Junta provincial, compuesta por personas de la confianza del pueblo, hasta que reunidas las Cortes, que he dispuesto convocar con arreglo a la misma Constitución, se pueda realizar solemnemente el mismo juramentoque en ella se previene. Los individuos designados para esta Junta, son: el reverendo en Cristo, Padre cardenal de Borbón, arzobispo de Toledo, presidente; el teniente general don Francisco Ballesteros, vicepresidente; el reverendo obispo de Valladolid de Mechoacán; don Manuel Abad y Queipo; don Manuel Lardizábal; don Mateo Valdemoros; don Vicente Sancho, coronel de Ingenieros; Conde de Taboada; don Francisco Crespo de Tejada; don Bernardo Tarrius y don Ignacio Pezuela. Todas las providencias que emanen del Gobierno, hasta la instalación constitucional de las Cortes, serçan consultadas con esta Junta y se publicarán con su acuerdo. Tendráse entendido en todo el Reino, a donde se comunicará para su pronta e inmediata publicación y cumplimiento.- Está rubricado.- Señor don José García de la Torres.- En Palacio, a 9 de marzo de 1820."
Ajeno a los acontecimientos que ocurrían en Madrid, el 9 de marzo el general Freire, que se encontraba en San Fernando bloqueando las tropas sublevadas del coronel Quiroga, había entrado en la plaza de Cádiz con el rumor de que iba a proclamar la Constitución. Reunido con el capitán general de Marina, el almirante don Juan de Villavicencio, a quien se suponía constitucional, una multitud se agolpó frente a la casa donde se celebraba la reunión dando vivas a la Constitución. Ambos generales acordaron la proclama y acto seguido se restauró la lápida conmemorativa en la plaza principal de la ciudad. El pueblo desborbada las calles de alegría. Por la noche tres oficiales salieron de la ciudad para reunirse con el ejército rebelde estacionado en San Fernando, con el encargo de dar la noticia al coronel Quiroga, quien dispuso que marchasen a la plaza el coronel Arco Argüero, don Miguel López de Baños, jefe de Artillería, y Antonio Alcalá Galiano, sobrino carnal del almirante Villavicencio.
Por la mañana del día siguiente, 10 de marzo, cuando las autoridades y el pueblo se reunieron en la plaza de Cádiz para jurar la Constitución, aparecieron por las bocacalles columnas de soldados de los batallones de "Guías" y de la "Lealtad" armados con fusiles quienes, sin previo aviso, dispararon a bocajarro contra la multitud reunida ocasionando numerosas víctimas, originándose a continuación una serie de desmanes protagonizados por la tropa que duraron 24 horas. Los comisionados del ejército de San Fernado quedaron prisioneros en el castillo de San Sebastián. Dos días más tarde, el 12 de marzo, llegaron a Cádiz las noticias de la jura de la Constitución por el rey, con lo que el general Freire comprobó lo inutil de su acción. Pocos días después el general Freire fue reemplazado por el general don Juan O´Donoju y se sacó de la plaza a los batallones de "Guías" y de la "Lealtad".
El 10 de marzo los oficiales de la guarnición de Barcelona, respaldados por la tropa y el pueblo, obligaron al general Castaños, capitán general de Cataluña, a proclamar la Constitución, si bien fue inmediatamente depuesto por don Pedro Villacampa y tuvo que abandonar el Principado. En Tarragona, Gerona y Mataró también se proclamó la Constitución, así como en Pamplona, donde se proclamó el 11 de marzo; allí llegó enseguida desde Francia el desterrado general Mina, que depuso al virrey Ezpeleta.
La revolución triunfó el 10 de marzo, cuando el rey Fernando VII se vio obligado a publicar el famoso "Manifiesto del Rey a la Nación Española", que concluía diciendo textualmente:
A partir de este momento se puso en marcha el Trienio Liberal, hasta que la propia revolución devorara a sus hijos y propiciara la contrarevolución absolutista y la entrada de los "Cien Mil Hijos de San Luis" el 7 de abril de 1823. Los franceses barrieron España por segunda vez y se quedaron hasta 1828.
Uno de los primeros actos del nuevo gobierno progresista recientemente constituido premiar a los sublevados. El 11 de abril de 1820 la Gazeta publicó el ascenso a mariscal de campo de los coroneles sublevados Arco-Agüero, López Baños, O'Daly, Quiroga y Riego, y se nombró a este último ayudante del rey Fernando VII. Con ello se propició un peligroso precedente para la entrada de los militares españoles en política a lo largo de todo el siglo XIX.