Expedición que realizó el comodoro británico George Ansón con ocasión de la guerra del Asiento entre 1740 y 1744 para atacar las costas y el comercio español en el océano Pacífico, que hasta la fecha había sido un tranquilo lago español por un periodo de 200 años.
Al comenzar la Guerra del Asiento en 1739, los británicos diseñaron una estrategia cuyo objetivo era atacar los dominios españoles en el Caribe mediante dos esfuerzos en tenaza. El primero sería el ataque del almirante Vernon sobre Portobelo, Cartagena de Indias y La Habana. La segunda tenaza del plan británico la ejecutaría la escuadra ligera del Comodoro Anson sobre las costas del Pacífico.
A pesar de que los británicos fueron quienes iniciaron la guerra y que habían enviado al almirante Vernon hacia el Caribe tres meses antes de la declaración de la guerra, los preparativos para la escuadra ligera del comodoro Anson sufrieron dificultades para reclutar las tripulaciones, obtener alimentos en buen estado y reparar los mástiles y cascos de los buques. En vista de ello, el Almirantazgo británico ordenó completar las tripulaciones con el alistamiento forzoso de 500 internados del hospital de Chelsea, la mayor parte de ellos mutilados, algunos locos y con numerosos ancianos de entre 60 y 70 años; muchos huyeron antes de embarcar. Mas tarde llegaron jóvenes reclutas que jamás habían disparado un mosquete ni navegado en la mar.
Por fin la escuadra ligera estuvo lista, y el comodoro Anson zarpó del puerto de Saint Helens, cerca de Portsmouth, el 18 de septiembre de 1740, casi un año despues de la declaración de la guerra. La escuadra estaba constituida por seis navíos de guerra y dos embarcaciones auxiliares, totalizando una fuerza de 234 cañones y 1683 hombres:
Cuando llegó el momento de la partida del comodoro Anson ya se había desvelado el secreto de su expedición, de manera que el gobierno español ya conocía el objetivo y misión del comodoro, por lo que España preparó una escuadra de cinco navíos de guerra y un buque auxiliar, con un total de 285 cañones y 2.700 hombres, al mando del teniente general de Marina don José Alfonso Pizarro, constituida por:
Las intenciones del general Pizarro eran mantener el contacto con el comodoro Anson sin combatir en aguas europeas; doblar el cabo de Hornos antes que Anson para atacarle en aguas del Pacífico Sur, donde los ingleses no tendrían oportunidad de recibir refuerzos ni de escapar. Por ello, la escuadra española zarpó una semana antes que la británica, con provisiones para cuatro meses.
Acogido por los portugueses, que siempre se habían mostrado hostiles a los españoles, la escuadra británica se dirigió hacia las islas de Madeira, donde se le informó de la existencia de la poderosa escuadra española. En el archipiélago portugués el comodoro Anson consiguió vino y provisiones frescas y sometió a los jóvenes reclutas a un entrenamiento intensivo, mientras los ancianos e inválidos morían en las hamacas de los sollados de sus buques. Por último, despachó al buque auxiliar Industry de regreso a Inglaterra.
Nuevamente en marcha hacia América del Sur, los grandes calores de la zona ecuatorial, con su correspondiente epidemia de fiebres altas, produjeron munerosas bajas en las tripulaciones británicas, de manera que al fondear en el puerto portugués de Santa Catalina, en la costa del Brasil, la escuadra hubo de permanecer un mes aprovechando el excelente clima para mejorar a los enfermos.
Mientras tanto, la escuadra española había arribado al puerto de Buenos Aires, donde el general Pizarro requirió un suministro adicional de víveres. Mientras esperaba su llegada le informaron de la arribada de la escuadra enemiga al puerto de Santa Catalina y que se disponía a zarpar de nuevo rumbo al Sur, por lo que el general Pizarro ordenó salir rumbo al cabo de Hornos sin cargar los víveres pedidos, dejando la balandra en el puerto de Buenos Aires por considerarla incapaz de cruzar el cabo.
La escuadra británica zarpó de Santa Catalina el 18 de enero de 1741 rumbo a San Julián, en la patagonia atlántica; desde allí llegó al estrecho de Le Maire el 6 de marzo.
El 7 de marzo de 1741 se desató una gran tormenta en las inmediaciones del cabo de Hornos. La escuadra española ya había cruzado el cabo de Hornos y se encontraba en el océano Pacífico, pero unos fuertes vientos del Noroeste la arrastraron de nuevo hacia el Atlántico. Durante varios días las tripulaciones sufrieron fríos extremos, agravado por la falta de víveres frescos. El contínuo mal tiempo, los fortísimos vientos y las corrientes contrarias castigaron los cascos y las arboladuras de los buques, y ocasionaron numerosas pérdidas de vidas humanas. El navío Hermiona naufragó en el cabo de Hornos, perdiendo a todos sus tripulantes; los otros cuatro navíos se vieron forzados a regresar a Buenos Aires:
El navío Guipúzcoa perdió el rumbo a la altura del Río de la Plata; su exhausta tripulación navegó a lo largo de la costa del Brasil hasta que, sin poder gobernarlo, encallaron y naufragaron.
El navío San Esteban varó en el Río de la Plata; fue reflotado, pero acabó siendo declarado inútil.
El navío Asia llegó a Buenos Aires, donde quedó reacondicionándose.
El navío Esperanza también hubo de ser reacondicionado. Finalizados los trabajos, navegó medio año alrededor del cabo de Hornos al mando del general Pizarro, hasta que logró cruzarlo y llegar a Valparaiso. Allí se reunió con un grupo de marinos procedente de Buenos Aires que había cruzado la Pampa y la cordillera de los Andes. Pizarro organizó una escuadrilla con el Esperanza y dos mercantes armados por el virrey del Perú; trató de interceptar la escuadra del comodoro Anson, pero no lo consiguió. Tras permanecer año y medio en Lima, regresó a Buenos Aires. Allí reacondicionó el navío Asia y regresó a España en 1745, cinco años después de su partida.
La misma tormenta que destrozó la escuadra española desvió hacia el Este a la escuadra británica devolviéndola al Atlántico, pero ésta sobrevivió al frío, al mal tiempo y a los fuertes vientos, y los británicos lograron cruzar el cabo de Hornos.
A partir del 19 de marzo se sucedieron siete semanas de tormentas y temporales que dispersaron a los británicos en el Pacífico Sur. El 10 de abril los navíos Severn y Pearl se separaron de la escuadra, fueron arrastrados hasta el Atlántico y se vieron obligados a buscar refugio en Brasil. El 14 de mayo el navío Wager encalló en la isla Guayaneco, en la costa chilena; de los 145 hombres que llegaron a tierra tan solo cuatro sobrevivieron y consiguieron llegar a Chiloé.
El 21 de julio el navío Centurión logró fondear en la isla Juan Fernández, con menos de 200 hombres a bordo. Poco después llegaron el Gloucester, el Tryal y el Anna, todos ellos en pésimas condiciones y con sus tripulaciones diezmadas, debilitadas y enfermas. Los británicos pasaron dos meses recuperando sus hombres y reparando los buques. El Anna fue desguazado para aprovechar su madera. Por fin, a mediados de septiembre la escuadra de Anson se hizo a la mar de nuevo con tres navíos.
Las órdenes del comodoro Anson eran las de atacar la ciudad fortificada de Valdivia. Sin embargo, desconociendo la suerte de la escuadra del general Pizarro, y habida cuenta de su debilidad actual, Anson decidió no atacar Valdivia. El 12 de septiembre capturó el mercante Nuestra Señora del Monte Carmelo, en ruta desde el Callao a Valparaíso. Aparte de apodearse de una carga de azúcar, telas, algodón, tabaco y una cantidad de cofres de plata labrada valorados en 18.000 libras, el comodoro Anson se enteró del desastre del almirante Vernon frente a Cartagena de Indias y de la suerte de la escuadra del general Pizarro. Libre de la escuadra enemiga, y liberado asímismo de sus órdenes de atacar el itsmo de Panamá para unir sus fuerzar con las del almirante Vernon, el comodoro Anson se dedicó a atacar el tráfico marítimo español para apoderarse de botín y reforzar su flota:
El mercante Nuestra Señora del Monte Carmelo fue incorporado a la flota como buque auxiliar almacén para reemplazar el Anna.
El 22 de septiembre el navío Tryal capturó el mercante Aránzazu, de 600 toneladas. Visto el mal estado del Tryal, se pasó todo su equipo y artillería al Aránzazu, se abandonó aquel y se rebautizó a éste con el nombre de Tryal´s Prize.
El 5 de noviembre el Centurion capturó al mercante Santa Teresa de Jesús, de 300 toneladas, en la latitud de El Callao.
Ese mismo mes, el Gloucester capturó un pequeño mercante cerca de Paita, en la costa del Perú. Tras la captura se dirigió a las islas de Juan Fernández para terminar sus reparaciones.
El 12 de noviembre, el Centurion capturó un segundo navío: el Nuestra Señora del Carmen, mercante de 270 toneladas.
Por un marinero irlandés que estaba a bordo del Nuestra Señora del Carmen, Anson supo que en la pequena ciudad de Paita, situada en la costa en el actual departamento peruano de Piura, había un tesoro que iba a ser embarcado rumbo a Acapulco. El comodoro formó un destacamento de 55 hombres, desembarcó con él por la noche y capturó la pequeña ciudad de Paita, su fuerte y el tesoro. Varios navíos que estaban en la bahía fueron echados a pique, excepto el Soledad, que era el más rápido y el encargado de transportar el tesoro a Acapulco; los hombres de Anson lo persiguieron, lo abordaron y lo incorporaron a la escuadra del comodoro, tripulado por un teniente y 10 hombres. Tras el ataque a Paita, el comodoro Anson tenía una escuadra formada por seis barcos y un importante tesoro capturado a los españoles.
Tras el ataque y saqueo de Paita, el comodoro Anson dirigió su escuadra al Norte rumbo a Acapulco, que estaba a 1.000 millas de distancia, con la intención de capturar el galeón de Manila. El 5 de diciembre la escuadra fondeó en la isla de Quiba, en el golfo de Panamá, para abastecerse de agua potable y carne de tortuga durante cuatro días. Allí el comodoro Anson se deshizo de dos buques lentos que retrasaban su marcha: el Soledad y el Santa Teresa de Jesús, a cuyas tripulaciones dejó en una lancha cerca del puerto de Manta.
El galeón de Manila zarpaba cada año de las Filipinas en el mes de julio, cargado de piedras preciosas, marfil, seda, especias, te y porcelana de China. Tardaba entre 6 y 7 meses en cruzar el océano Pacífico, llegando a Acapulco entre enero y febrero. Tras descargar sus bodegas, parte de sus mercancías se despachaban hacia España y otras partes del imperio español en América. En el mes de marzo zarpaba otro barco de regreso a Manila cargado con la plata necesaria para pagar los cargamentos de los siguientes años, bienes de España y América, y soldados para la guarnición de Manila. Con vientos favorables, hacía el viaje en tres meses, llegando a puerto antes de que partiese el siguiente buque anual hacia Acapulco. Los galeones eran buques grandes, fuertemente armados y tripulados y mandados por excelentes oficiales.
Anson decidió capturar el galeón que venía de Manila, porque su tripulación se encontraría cansada de la larga travesía, mientras que el que zarparía hacia Manila se encontraría descansado y con refuerzo de soldados entre su pasaje. El 10 de diciembre los británicos capturaron el Jesús Nazareno, un pequeño carguero que transportaba sal y estopa y que fue hundido tras saquear la carga. Tras un periodo de calmas climatológicas, el 9 de enero la escuadra de Anson había recorrido la mitad del camino hacia Acapulco. El 26 de enero se encontraban a 60 millas de su destino. El 6 de febrero envió una lancha de reconocimiento a la bahía de Acapulco, que regresó cinco días despues sin noticias del galeón de Manila. El 12 de febrero envió otra canoa, que regresó una semana después con tres negros prisioneros, los cuales le informaron que el galeón había entrado en Acapulco el 3 de enero, y que el 3 de marzo zarparía el galeón de regreso a Manila.
El comodoro Anson desistió de atacar la plaza de Acapulco, defendida con varias baterías, 200 soldados regulares y 1.000 milicianos, y se decidió por dar caza al galeón en alta mar. Para ello el 1 de marzo desplegó su flota frente a Acapulco, pero fuera de la vista de los españoles. Allí esperó tres semanas, en la cuales no hubo ninguna señal del galeón de regreso a Manila. Lo que había pasado es que los españoles habían detectado el apresamiento de los tres negros por la canoa de reconocimiento, dedujeron que la escuadra británica estaba al acecho y el gobernador de la plaza solicitó al virrey autorización para cancelar el viaje de regreso a Manila aquel año, a lo cual el virrey accedió. Tras la larga espera frente a Acapulco, la escasez de agua potable obligó al comodoro Anson abandonar la vigilancia y dirigirse a la vecina bahía de Chaquetón, donde fondeó el 1 de abril mientras el Tryal´s Prize quedaba efectuando la vigilancia.
En la bahía de Chaquetón los buques ingleses se prepararon para la muy larga travesía del Océano Pacífico; cazaron tortugas, pescaron, llenaron los barriles con agua potable, repararon cascos, arboladuras y velas y hasta secaron la pólvora al sol. Por otra parte, considerando Anson que sólo le quedaban 280 hombres, más algunos negros, y que esto no era suficiente para tripular todos los buques durante una tan larga navegación, decidió que todos los buques-presas deberían ser "aprovechados" al máximo (desguazados) y luego destruidos y hundidos. Así, sólo quedaron dos buques: el Centurion y el Gloucester; el 28 de abril estos dos buques estaban listos para zarpar.
El 6 de mayo de 1742, zarpaban definitivamente de las costas de México el Centurion y el Gloucester. Esperaban cruzar el Pacífico en dos o tres meses. Anson estaba equivocado en sus conocimientos respecto al sistema de vientos reinantes en el Pacífico Norte. Así, deliberadamente, llevó a sus buques bajo los 14E de latitud sur antes de comenzar el cruce del Océano Pacífico, cayendo así directamente en la zona de vientos contrarios (los doldrums), de inestable dirección. Así, los buques gobernaban erradamente, sin saber aprovechar los vientos apropiados; además, poco o nada sabían de las islas del Océano Pacífico; no conocían, por ejemplo, las islas Hawai (Cook las descubrió 35 años después). Por este motivo, para su travesía del Océano Pacífico, Anson sólo trató de llegar a las islas Ladrones (descubiertas por Magallanes) que estaban a 5000 millas de ellos. Otros problemas aparecieron ya iniciada la navegación: profundas rajaduras en el palo trinquete del Centurion; luego se descubrió que el palo mayor del Gloucester estaba podrido y no había más que hacer que cortarlo; después apareció el escorbuto, aparentemente sin razón, ya que todavía había víveres frescos y agua abundante.
El viaje se arrastraba, con un viento suave; el Centurion debía reducir velas para que el Gloucester, con sólo dos palos, no quedara demasiado a popa; así, el escorbuto hacía cada vez más estragos. Veían pájaros en todas las direcciones, pero no veían islas; para los marinos de Anson, el océano Pacífico era un océano vacío, nada sabían de sus miles de islas. Estuvieron al borde del desastre.
A fines de julio, debido al pronunciado balanceo producido por una fuerte marejada, el mastelero del trinquete del Gloucester se quebró y cayó; ahora no podía hacerse a la vela en absoluto. Cuando sopló el viento nuevamente, el Centurion tomó a remolque al Gloucester. Las reparaciones les tomaron diez días. Pocos días después, una fuerte tormenta golpeó tan duramente a los dos buques, que hasta los oficiales tuvieron que trabajar en las bombas; pasada la tormenta se vio que los daños en el Gloucester eran tan graves que sólo quedaba abandonar el buque, salvando todo lo salvable, lo que se hizo en dos días, con ayuda de todas las lanchas y en medio de un grueso oleaje que dificultó la labor. De los 97 hombres del Gloucester que aún estaban vivos, sólo 27 podían trabajar; además, todos sus víveres y agua potable se perdieron en la tormenta. Lo más difícil fue el transbordo de los 70 hombres enfermos; varios murieron en los botes.
El 15 de agosto se prendió fuego al abandonado Gloucester, que ardió toda la noche; a las 06:00 horas de la mañana siguiente estalló su santabárbara y se hundió. Toda su vida fue un barco con mala suerte. El Centurion estaba en total desorden y con las bombas funcionando sólo regularmente.
El 23 de agosto fueron avistadas dos pequeñas islas y luego una tercera, las que resultaron ser simples rocas sin fondeadero ni agua, la que, a bordo del Centurion ya escaseaba.
El 27 de agosto avistaron tres islas más; hicieron rumbo a la isla del centro, a la que llegaron al alba del día siguiente; aquello fue la salvación del Centurion y de su escasa y enferma tripulación: se trataba de la isla Tinian, del grupo de las islas Ladrones, una isla paradisíaca con agua potable, frutos y leña; y por si fuera poco, también había varias cabezas de ganado vacuno y cerdos que los españoles llevaban a la isla para que se abastecieran en ella los galeones de Manila a Acapulco y viceversa. Con gran dificultad, debido a su debilitada tripulación, el Centurion fondeó en las cercanías lo mejor que pudo. Anson aprovechó intensamente el tiempo; la mayor parte de la tripulación bajó a tierra para que los enfermos se mejoraran y se fortalecieran, sobrealimentándose; por otra parte, se trabajó duramente en reparar y reacondicionar el buque.
El 22 de septiembre en la noche, una fuerte tormenta azotó la isla; el Centurion cortó sus espías y con un mínimo de tripulación fue arrastrado a alta mar, hasta perderse de vista. Anson se quedó en tierra con la mayor parte de la tripulación, imaginándose lo peor. Como los días pasaban y el buque no volvía Anson decidió que la única solución para abandonar la isla era aprovechar un pequeño velero allí existente, cortarlo por la mitad y luego alargarlo todo lo que prudentemente se pudiera. Estaban en estos trabajos cuando, el 11 de octubre, se producía el gran milagro, el Centurion aparecía a la vista, de regreso.
Anson en persona, el primero de todos, subió a bordo a felicitar al puñado de hombres que habían logrado gobernar al gran navío y traerlo de vuelta, a salvo. Anson comprendió que era hora de irse, y lo más pronto posible, pues los españoles podían llegar en cualquier momento; además, aparecieron cuatro embarcaciones indígenas de gran tamaño y muy veloces. Rápidamente se reiniciaron los trabajos de reparación y reacondicionamiento del Centurion y cargar agua potable y alimentos.
Tres días después de la vuelta del Centurion se volvió a repetir la historia de la tormenta, pero esta vez, como estaban a bordo Anson y la mayor parte de la tripulación, salieron a alta mar y pudieron enfrentar con mucha mayor seguridad las grandes olas y el fuerte viento; cinco días después la gran nave estaba de vuelta en la isla. Se trabajó intensamente en los últimos detalles de apertrechamiento del buque y así, el 20 de octubre de 1742, el Centurion zarpaba definitivamente de la isla de Tinian.
El capitán Anson decidió hacer rumbo hacia el Oeste, hacia China donde esperaba encontrar buques ingleses y puertos amigos; la navegación de 2.000 millas iba a ser muy peligrosa porque no tenían cartas ni conocimientos de los vientos (tifones) y corrientes de esos mares. Por otra parte, aunque estaban bien de víveres y agua, había grandes problemas en el buque mismo: vías de aguas en las amuras obligaban hacer trabajar las bombas día y noche, mástiles y vergas estaban muy debilitados y reparados, y así todo el aparejo. Todas las noches arriaban vela y quedaban al pairo.
El 4 de noviembre estimaban estar en medio de las islas que hay entre Formosa (Taiwan) y las Filipinas. Con su olfato marinero hallaron luego la ruta correcta hacia su meta.
Los ingleses avistaron la costa de China de noche; al amanecer se encontraron en medio de una muy grande flotilla de cientos de pesqueros chinos de todos tamaños. Anson pensó inmediatamente en la posibilidad de que algunos de estos pescadores los pudieran conducir hasta la colonia portuguesa de Macao, pero todos los intentos de comunicación y entendimiento fracasaron; por la tarde sonó un cuerno desde uno de los botes pesqueros, se izó una bandera roja y todos los pescadores desaparecieron rumbo a la costa; al día siguiente nuevamente aparecieron en la mañana, repitiéndose la misma historia, hasta el 8 de noviembre en que llegaron al estuario del río Cantón, a 24 millas de Macao; al día siguiente un chino subió a bordo y en un mal portugués se ofreció pilotar el buque hasta Macao por 30 dólares; Anson aceptó la oferta.
El 12 de noviembre fondearon en el ansiado puerto de Macao, que era el primer puerto amigo en que fondeaban después de 2 años (el último había sido Santa Catalina, en Brasil). En aquella época (siglo XVIII) Macao era el único asentamiento europeo en la costa china; además de este enclave portugués, los buques extranjeros sólo podían recalar y comerciar en el puerto chino de Cantón; casi ningún extranjero podía entrar y visitar China. En ambos puertos el gobierno chino había impuesto drásticas limitaciones a las actividades de los occidentales. El capitán del buque mercante inglés Augusta, que se encontraba allí fondeado, dio a conocer al capitán Anson las costumbres, usos y creencias chinas y del Emperador de la China, considerado como un hijo de los dioses.
Después de vencer muchas y grandes dificultades con las autoridades chinas, Anson consiguió, a fines de diciembre, que el Centurion fuera reparado y reacondicionado en Cantón; allí durante cuatro meses se hicieron las reparaciones muy lentamente, debiendo resolver absurdas complicaciones y problemas de todo tipo. En medio de estas circunstancias Anson recibió cartas de Inglaterra en que se le informaba que sus buques Severn y Pearl, que él consideraba perdidos, habían llegado sanos y salvos a Inglaterra. Por fin, el 19 de abril de 1743, el Centurion salió de aguas chinas rumbo al sur.
Durante su permanencia en Cantón, Anson hizo correr el rumor de que, una vez reparado el Centurion, se dirigiría directamente a Inglaterra, con el fin de despistar a los espías españoles. Una vez en alta mar Anson informó a su tripulación que iban rumbo a las Filipinas para capturar el galeón de Manila; la tripulación respondió vitoreándolo con salvaje alegría. En verdad, desde que Anson tomó el mando de la expedición, en Inglaterra, su único y gran sueño en todo momento fue capturar al galeón de Manila, sin abandonarlo por ninguna circunstancia. Había fallado en aguas americanas, y ahora lo intentaría de nuevo en aguas asiáticas.
Su tripulación era de tan solo 227 hombres, de los cuales unos 50 eran negros americanos e indios y unos 30 sólo muchachos. En total eran menos de la mitad de la dotación normal del buque. Anson advirtió a la tripulación que el asunto podría no ser fácil. Les dijo que el año anterior no había habido navegado ningún galeón de Manila debido a su presencia en aguas de Acapulco, por lo que entendá que en ese presente año deberían navegar dos. Cada uno sería un gran buque de 40 ó 60 cañones con 500 hombres o más, pero aún así, Anson pensaba que si la tripulación del Centurion se comportaba como lo había hecho en el pasado, no había razón por la que ellos no capturaran al menos uno de los dos galeones; el premio en dinero para cada uno de los hombres los haría rico para toda la vida.
Estaban en abril de 1743; por la información reunida, Anson estimaba que el galeón o los galeones debían haber zarpado de Acapulco al menos un mes atrás, por lo que bien podrían llegar pronto; rutinariamente recalaban primero en las islas Ladrones y luego hacían rumbo al cabo Espíritu Santo en las islas Filipinas; en este cabo los españoles había instalado un puesto de vigía especial para ellos; así, presumió que el galeón se encaminaría hacia el cabo, por lo que Ansón resolvió esperar su llegada en sus inmediaciones.
El viejo Centurion hizo rumbo al Este, iniciando la lucha con los vientos del monzón del noreste. El 20 de mayo era avistado el cabo Espíritu Santo, poniéndose a continuación el Centurion al pairo, a 30 millas de distancia para no ser descubierto por los españoles. Mientras estaban a la espera, Anson ordenó a sus oficiales dar a los marineros instrucción de soldado de Infantería, es decir, enseñarles a manejar y disparar mosquetes y pistolas y a luchar cuerpo a cuerpo con picas y hachas de abordaje; todo ello en prevención de lo que estaba por venir. Además, Anson dio órdenes de que momentos antes de entrar en combate todos los botes fueran arriados al agua y puestos en la banda contraria de la que estaba haciendo fuego de cañón, para protegerlos de los disparos del enemigo.
Pasó mayo y llegó junio...y seguían esperando, con vigías en las cofas, día y noche. Al amanecer del 20 de junio de 1743, el guardiamarina Proby avistó un buque al sureste; era razonable suponer que era la presa esperada. Los dos buques derivaron juntos, durante dos horas, porque casi no había viento, apenas visibles uno del otro. Anson hizo los preparativos finales; cuatro de los mejores tiradores de mosquete fueron ubicados en las cofas; a los artilleros se les dio instrucciones especiales; había sólo la mitad de artilleros necesarios para disparar todos los cañones, pero suficientes hombres para enfriar (con esponjas con agua) los cañones y luego cargarlos, dejándolos listos para volverlos a disparar. Así, había un equipos de artilleros para cada dos bocas de fuego, corriendo de cañón en cañón, disparándolos cuando estaban listos; es decir, no era posible disparar por andanadas.
El Nuestra Señora de Covadonga se construyó en los astilleros de Cavite junto a su gemelo, el Nuestra Señora del Pilar, siendo botado en 1730. Desplazaba 1000 toneladas y medía 36 metros de eslora, nueve de manga y cinco de puntal. Llevada 50 cañones y su tripulación oficial estaba compuesta por 450 hombres. Desde entonces había realizado nueve travesías entre Filipinas y Acapulco. En su último viaje había zarpado de Acapulco el 15 de abril de 1743, cargado con 1.313.843 pesos y 35.682 onzas de plata. Iba al mando del general don Gerónimo Montero. En ese viaje tan solo iba armado con trece cañones: cinco de 12 libras y ocho de 6 libras.
A mediodía los dos buques todavía estaban separados unas tres millas, pero Anson había maniobrado de manera tal que había ganado la posición de barlovento. Poco después el galeón se puso al pairo arrumbando al norte en espera del combate; Anson gobernó para pasar por la popa del galeón y aparecer por su banda de sotavento, cortándole así su aproximación a tierra, donde había un pequeño puerto, a 30 millas de distancia, en el cual podía refugiarse. Una fuerte lluvia cayó. Cuando aclaró, se vio a los españoles despejando las cubiertas para la lucha, arrojando por las bordas, trastos inútiles y el ganado que habían embarcado en la isla de Guam. Estando a una media milla uno de otro, Anson decidió que había llegado el momento de abrir fuego y tomar a los españoles por sorpresa. A la una del mediodía, el Centurion se situó en el costado de babor del Nuestra Señora de Covadonga a una distancia de tiro de pistola y abrió fuego con sus cañones de la batería baja, mientras treinta tiradores apostados en las cofas barrían con su fuego la cubierta del buque español. El galeón respondió con sus cañones de popa.
El Centurion hizo girar las vergas de las cebaderas de proa y popa como si intentara espolonear y abordar al galeón desde las amuras; el español hizo exactamente lo mismo, incitando al inglés a intentar el abordaje, ya que entonces los españoles estarían en ventaja numérica, pues veían los pocos hombres que había en la cubierta del buque inglés. Anson, por supuesto, no tenía ninguna intención de abordar el galeón, por los pocos hombres de que disponía; contaba para triunfar sólo con el fuego de sus cañones. Lentamente el Centurion pasó a popa del galeón, bajó por su lado de sotavento, hasta que se puso justo delante, atravesado en la proa del galeón. En esa posición todos los cañones de una banda del Centurion podían disparar al otro buque, y sólo algunos de los cañones del galeón podían responder eficientemente.
Los dos buques estaban ahora muy cerca; primeramente se lanzaron tacos de estopas encendidas que cayeron a bordo del galeón, incendiando un grupo de hamacas y éstas a su vez al palo de mesana. Las llamas y el humo pusieron en confusión a los españoles. Luego, los cañones del Centurion entraron en acción machacando terriblemente los costados del galeón. Los hombres armados de mosquetes, ubicados en las cofas, hicieron un debastador fuego sobre la cubierta del galeón. Muchos oficiales españoles murieron en su alcázar; el capitán del buque español fue herido.
La posición de ventaja del Centurion no pudo ser mantenida y finalmente ambas artillerías estaban en igualdad de condiciones; así, durante una terrible hora resistieron andanada tras andanada, mientras que sus propios artilleros corrían de uno a otro cañón. Entonces el fuego español comenzó a debilitarse; se veía a los oficiales españoles tratando de alentar a sus artilleros; finalmente, tras hora y media de combate, los ingleses vieron cómo del palo mayor del galeón se arriaba el estandarte real. El galeón de Manila, denominado Nuestra Señora de la Covadonga se rendía al buque de guerra inglés HMS Centurion. El capitán Anson daba sus órdenes con total calma. El teniente Saumarez fue enviado a tomar posesión de la presa, siendo nombrado capitán de la misma. El espectáculo que había a bordo del galeón era terrible: 64 muertos y 75 heridos; en contraste, en el Centurion hubo 3 muertos y 15 heridos. La tripulación total del buque español antes del combate era de 644 hombres. Otras fuentes españolas hablan de 530 hombres, de los que tan solo 266 eran tripulantes, que incluían a 43 soldados y un número excesivo de criados: 117.
Anson hizo tripular la presa con apenas un puñado de hombres, dada la reducida dotación de que disponía; para ello tuvo que otorgar numerosos ascensos, especialmente de guardiamarinas. Su gran problema fue distribuir los varios cientos de prisioneros entre los dos buques y vigilarlos. De ellos Anson tomó 55, principalmente indios y negros esclavos, a los que les dio libertad y los enroló bajo la bandera inglesa. El resto fue hacinado en la bodega, con cuatro cañones apostados en las esquinas apuntándoles en todo momento. Con muy poca imaginación al Nuestra Señora de la Covadonga le cambió su nombre por el de Centurion's Prize. Un problema tanto o más grave que la custodia y alimentación de los prisioneros fue la reparación de los daños sufridos por ambos buques; el estado del Nuestra Señora de la Covadonga era mucho más grave que el del Centurion. Para mayor seguridad, Anson dio orden de trasladar al Centurion la mayor parte del tesoro del galeón, transbordándose 112 sacos y 6 cofres llenos de monedas de plata; en total, 130.000 piezas. Además, Ansón descubrió en el buque español importantes documentos cartográficos que el gobierno español mantenía en secreto, y que ayudaron a Inglaterra abrirse a la exploración del Pacífico.
Anson tomó rumbo a Cantón, pero debido a las numerosas averías sufridas por el galeón, éste debió ser remolcado por el Centurion. El 11 de julio de 1743 ambos buques fondeaban en el puerto portugués de Macao. En su anterior recalada y contacto con las autoridades chinas en Cantón y Macao, Ansón sufrió humillaciones e increíbles demoras y tramitaciones para conseguir fondeadero, víveres, agua y servicio de reparaciones, todo ello debido a su total inexperiencia para entender y tratar a los gobernantes de ese extraño imperio chino; pero, finalmente, con decisión, valentía y astucia, logró obtener respeto para él y su bandera. Con la experiencia adquirida, la segunda estadía de Anson en Macao y Cantón, si bien fue igual de difícil y complicada como la anterior, logró nuevamente conseguir todo lo que necesitaba para el Centurion, llegando esta vez a ser reconocido y respetado como lo que era, un gran marino.
El 28 de julio los prisioneros españoles fueron dejados libres en Macao. Dado el pésimo estado del Nuestra Señora de la Covadonga, en diciembre de 1743, Anson lo vendió en Macao a los portugueses, a precio de liquidación, por 1000 libras, unos 6000 pesos.
El 15 de diciembre de 1743 Anson zarpó con el Centurion definitivamente de Macao de regreso a Inglaterra, pasando primero por Java y luego por Ciudad del Cabo, donde reclutó 40 marineros ingleses y holandeses.
El 3 de abril de 1744 el Centurion zarpó de Ciudad del Cabo y tras una larga navegación por el océano Atlántico, el 10 de junio embocó el canal de la Mancha; allí, un mercante le informó que Inglaterra estaba en guerra con Francia desde el 20 de marzo. La diosa fortuna había permitido al capitán Anson y a su buque terminar exitosamente su viaje de circunnavegación del mundo, fondeando en la gran isla de Wight, en la bahía de Portsmouth, el 15 de junio de 1744, tres años y nueve meses después de haber partido de ese mismo lugar. Francia tuvo conocimiento de la próxima llegada del Centurion y había reunido una poderosa escuadra para interceptarlo en el canal de la Mancha, pero una espesa neblina permitió que los buques franceses y el buque de Anson se cruzaran sin verse.
El Centurion llegó de vuelta a Inglaterra tripulado con 145 de los 521 hombres con que había partido; en sus bodegas traía un tesoro de 500.000 libras, el cual hoy en día, valdría 10 veces más. El tesoro capturado por Anson sólo sería comparable al que trajo el pirata Drake 163 años antes.
Apenas llegado a Inglaterra, Anson entró en agrias discusiones con el Almirantazgo al exigir que se respetaran y aprobaran los ascensos que él había otorgado a algunos de sus oficiales. El Rey, al conocer el regreso del capitán Anson, lo llamó a su presencia. El Almirantazgo le ofreció su promoción a Contraalmirante de la Escuadra Azul, ofrecimiento que él rechazó indignado, a menos que se ascendieran a los oficiales que había promovido durante el viaje.
Se retiró de la Armada y se fue a vivir al campo, donde permaneció diez meses; luego vinieron cambios políticos que, a su vez, produjeron importantes cambios; las nuevas autoridades navales reconocieron los ascensos otorgados por Anson y a él lo ascendieron a Contraalmirante de la Escuadra Blanca, con un asiento en la Mesa Directiva del Almirantazgo.
De allí en adelante el almirante Anson desarrolló una muy brillante carrera naval, luchando tanto por su patria en el mar como en la reorganización de la Royal Navy; se preocupó de muchos aspectos, que su experiencia le señaló como importantes: el diseño de nuevos y mejores buques de guerra, imponer orden y moral en los Arsenales, uso obligatorio de un uniforme naval (tanto para los oficiales como para clases y marineros); combatir enérgicamente el abuso de los proveedores de la Armada y la creación del Real Cuerpo de Infantería de Marina.
El Almirante Anson es considerado como uno de los padres de la Royal Navy y un Héroe Nacional.
A principios de 1748 Anson publicó un libro titulado "Voyage round the word". En él presenta las islas Malvinas y las define como un perfecto fondeadero para proseguir por las islas y estrechos del sur y desembocar fácilmente sobre las riquezas españolas del Pacífico. Ni corto ni perezoso, el almirantazgo británico, aceptó la idea y preparó una expedición para adueñarse de las islas consistente en dos fragatas; una de ellas, en reconocimiento, se llamaba HMS Anson. Sin embargo, España tenía en Londres un buen embajador: Ricardo Wall quien, al enterarse de los preparativos protestó ante el rey Jorge, quien inmediatamente aceptó los argumentos españoles y desactivó la expedición en la primavera de 1748.
FUENTES: