Conquista de la capital catalana por las tropas del pretendiente archiduque Carlos de Austria.
El 22 de agosto de 1705 una flota aliada fondeó en aguas de Barcelona, desembarcando tropas en tierra y poniendo cerco a la ciudad. El 13 de septiembre por la noche una fuerza de 1.000 hombres escaló por sorpresa los muros del castillo de Montjuich. En el combate murió el príncipe Jorge de Darmstadt, pero la guarnición española se rindió. Los aliados fortificaron la ciudadela y la utilizaron para bombardear la ciudad, que el 9 de octubre capituló ante el archiduque Carlos.
La enérgica resistencia de Barcelona a los ataques aliados demuestra que los catalanes no estaban bajo ningún concepto a favor de la rebelión. Aún así, existía una semilla de descontento, como lo demuestra el motín antiborbónico que se produjo en las calles de Barcelona a resultas de cual el impopular virrey de Cataluña, Don Francisco de Velasco, se vió obligado a embarcar apresuradamente en un navío inglés para escapar con vida.
Debido a los buenos recuerdos de la visita real de 1701 y 1702, la explicación a este descontento debe encontrarse en la dureza de ciertos gobernantes y en el arraigado sentimiento antifrancés existente en el Principado, originado por las seculares guerras hispano-francesas libradas en territorio catalan, especialmente duras en el reciente reinado de Carlos II y aún en la memoria de los catalanes.
En Barcelona aún se recordaba con amargura el sangriento y salvaje bombardeo marítimo que los franceses lanzaron contra la ciudad en 1697, cuando el duque de Vendome dirigió el asedio: 2.500 casas fueron destruidas y para Barcelona fue el peor desastre del siglo. Muchos barceloneses prefirieron dejar la ciudad a vivir bajo el dominio francés. Por ello, en 1705, muchos catalanes rehusaron aceptar una nueva dinastía francesa y se unieron al partido del archiduque Carlos. Esta etapa tomó un cariz de guerra civil catalana, más que un rechazo expreso del régimen borbónico.
Este rechazo a lo francés también se puso de manifiesto a finales de diciembre de 1705 en Zaragoza y Valencia, donde la simple presencia de tropas regimentales francesas provocaron altercados populares, al margen del apoyo que dichas tropas daban al rey que meses antes el mismo pueblo había vitoreado. Con todo y con eso, cuando el archiduque Carlos entró en la vencida ciudad de Barcelona en octubre de 1705, muchos catalanes huyeron del territorio, manifestándose algo que se oculta: que el pretendiente en ningún momento tuvo un apoyo unánime o ni siquiera mayoritario en Cataluña. Sin embargo, la existencia de una fuerte presión por parte de un grupo rebelde, la superioridad militar aliada y su presencia naval en Barcelona indujo a muchas ciudades catalanas a inclinarse por la causa del archiduque "por la amenaza de las armas". Tal fue el caso de Tarragona, bombardeada desde el mar por buques aliados y atacada por tierra por las tropas del coronel Nebot.
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