"¿Gibraltar? Es una espina en la carne de España. ¿Le gustaría al pueblo británico ver una fortaleza rusa o china en el confín de sus tierras o en las islas del Canal?" (Arnold Toynbee, 1966)
"Gibraltar es una fuerza para Inglaterra en tanto España se halle postrada; pero, si España fuera fuerte, se convertiría en un punto vulnerable y habría perdido su razón de ser." (Angel Ganivet, s. XIX)
"Gibraltar será siempre una sombra entre nuestras dos naciones." (Francisco Franco, al corresponsal del Daily Telegraph, mister Bucley, en 1949)
Poseemos dos testimonios de las ambiciones británicas sobre Gibraltar en el siglo XVII, fechados en 1656. En aquella época el regicida Cromwell le dirigió al almirante Montague la siguiente carta, fechada el 28 de abril de 1656:
"[...] Acaso sea posible atacar y rendir la Plaza y castillo de Gibraltar, los cuales, en nuestro poder y bien defendidos, serian a un tiempo una ventaja para nuestro comercio y una molestia para España; haciendo posible, además, con sólo seis fragatas ligeras establecidas allí, hacer más daño a los españoles que con toda una gran flota enviada desde aquí, aligerando la tarea de la escuadra [...]"
El general Montague contestó a Cromwell en los siguientes términos:
"[...] Percibo gran deseo, entre mis colegas, de que se tome Gibraltar. Mi punto de vista es el siguiente: la forma más sencilla de ocupar Gibraltar es la de desembarcar en las arenas del itsmo, cortando toda comunicación de la plaza con tierra. Que las fragatas fondeen en las cercanías para proteger el desembarco y ataque. Por otra parte, es bien sabido que España no aprovisiona las plazas fuertes sino para un mes; la operación requiere unos cuatro o cinco mil hombres bien adiestrados y con buenos mandos [...]"
Este proyecto de invasión no se llevó a cabo por razones de política interior británica. Pero nunca abandonaron la idea, que llevaron a cabo definitivamente con ocasión de la Guerra de Sucesión española en 1704. Pero esta vez lo consiguieron de forma taimada, esa forma tan británica de hacer las cosas, pues invadieron Gibraltar en nombre y como aliados de Carlos III, rey de España, junto con un contingente de soldados holandeses y españoles.
Gritemos, pues, todos juntos: "¡Que Dios confunda a la pérfida Albión!"
En los últimos días de julio de 1704 la flota combinada anglo-holandesa de los almirantes sir George Rooke (británico) y Allemond (holandés), aliada de las potencias signatarias de la coalición de Lisboa que se inclinó a favor de los derechos del archiduque Carlos al trono de España, fondeaba en la bahía de Algeciras, fuera del alcance de los cañones españoles de la plaza de Gibraltar, de regreso de su intento de tomar Barcelona el mes anterior.
La fuerza atacante estaba compuesta por una escuadra de guerra de 61 navíos (51 británicos y 10 holandeses) con unos 4.200 cañones y una flota de transporte para la fuerza terrestres de 14.000 soldados (8.000 británicos y 6.000 holandeses, en cuyos contingentes iban numerosos españoles de Cataluña y Aragón) al mando del duque de Ormond. Como jefe de las fuerzas aliadas, comandante en jefe de las operaciones en tierra y máximo representante del archiduque Carlos en los territorios conquistados figuraba el príncipe austríaco Jorge, Landgrave de Hesse-Darmstadt, último virrey de Cataluña nombrado por el difunto rey Carlos II, que militaba en las filas austracistas desde que el nuevo rey Felipe V le destituyó de su cargo y le expulsó de España en abril de 1702.
La plaza de Gibraltar tenía sus fortificaciones en mal estado, pues databan de época almohade y de los años del rey Carlos I, una escasa guarnición de 100 hombres y unas 100 piezas de artillería en su mayor parte desmontadas e inservibles, con apenas media docena de artilleros para servirlas. A pesar de ello, el gobernador de la plaza, sargento mayor de batalla don Diego Esteban Gómez de Salinas, junto con el corregidor de la plaza, Cayo Antonio Prieto y Lasso de la Vega, desplegó una notable actividad para la defensa de la plaza: armó y encuadró a unos 460 voluntarios civiles y algunas milicias de los pueblos de alrededor, y con esta fuerza organizó cuatro puntos de defensa:
El muelle viejo, situado al norte de la ciudad, a los pies de la alcazaba, al mando del maestre de campo don Juan de Medina, con la mitad de los voluntarios civiles (unos 200 hombres).
El camino de la Puerta de Tierra, al mando del maestre de campo don Diego de Ávila y Pacheco, con 170 hombres.
El muelle nuevo, al mando del capitán de caballos don Francisco Toribio de Fuentes, con el resto de voluntarios, 20 milicianos y ocho soldados.
El castillo, con los 72 soldados regulares de dotación, seis artilleros y dos ayudantes de la guarnición.
El gobernador Salinas no se hacía muchas ilusiones sobre el resultado del ataque y comprendía que la resistencia sería en vano. Los defensores estaban abandonados a sus propias fuerzas, puesto que el Capitán General de Andalucía, marqués de Villadarias, apenas contaba en su territorio con 150 soldados de Infantería y 30 caballos, pues el grueso de las fuerzas se encontraban bajo su mando empleadas en la campaña de Portugal.
El 1 de agosto un primer destacamento de infantería de marina británica desembarcó en la desembocadura del rio Guadarrán. Allí permanecía una compañía de 30 milicianos a caballo, que no pudo resistir a los invasores, que ocuparon las tierras del istmo de orilla a orilla, dejando aislado el peñón del resto de la península. A continuación, tras una breve descarga de artillería naval para intimidar a los defensores de la plaza, desembarcó el cuerpo principal de invasión, formado por entre 3.000 y 4.000 soldados, en la Punta Mala, en el centro de la bahía junto a puente Mayorga, donde establecieron el campamento al mando del príncipe de Hesse-Darmstadt.
Por la tarde, despues del desembarco de las tropas, un oficial británico se presentó en la Puerta de Tierra para entregar al corregidor de la plaza, don Cayo Antonio Prieto y Lasso de la Vega, una carta del archiduque Carlos conminando a su reconocimiento como rey de España:
El Rey,
A mi ciudad de Gibraltar:
Estando plenamente informado del celo con que siempre os habíes señalado, en servicio de mi augustísima casa y no dudando que lo habeis de continuar, he tenido por bien de deciros:
como el almirante Rooke, general de las armas marítimas de S.M. Británica, pasando al mar Mediterráneo a otras expediciones de mi real servicio, llegará a ese puesto y os hará dar esta mi real carta y os noticiará que yo quedo muy próximo a partir a las fronteras de este reyno, y entrar en los míos para tomar la posesión que por tan justos y debidos títulos me pertenece después de la muerte del Rey D. Carlos, mi señor y mi tio (que santa gloria haya);
esperando yo de lo mucho que siempre habéis acreditado vuestra fidelidad a mi augustísima casa, pasaréis luego que veais esta mi real carta a aclararme y hacer que todos los pueblos circunvecinos, que estén bajo vuestra jurisdicción, lo executen en la misma conformidad con el nombre que todas las potencias de Europa me reconocen por legítimo y verdadero Rey de España, y con que el Emperador, mi señor y mi padre, me proclamó en su imperial Corte, que es el de Carlos III;
asegurándoos y empeñando mi palabra real, si así lo executais, que os serán guardadas vuestras exenciones, inmunidades y privilegios en la misma forma que los conservó y guardó el difunto rey D. Carlos II, mi señor y mi tio; tratándoos a Vos y a todos mis amados Españoles con el amor y benevolencia que siempre habéis experimentado de la clemencia y benignidad de los señores Reyes mis predecesores. Si executáis lo contrario, que es lo que no puedo creer de tan fieles vasallos a su legítimo Rey y señor natural, será preciso a mis altos aliados usar de todas las hostilidades que trae la guerra consigo, aunque con el extraño dolor mío de los que amo como a mis hijos padezcan porque ellos quieren como si fuesen los mayores enemigos. El mismo almirante Rooke lleva orden para que cuando vuelva a pasar por este puerto, si se lo pidiérais, os asista con la gente que pudiere dar si la necesitareis.
Dada en Lisboa a cinco de Mayo de mil setecientos quatro.
Yo el Rey
Por mandato del Rey mi señor, Enrique de Bongei.
El oficial inglés también entregó una segunda carta, escrita por el príncipe de Hesse-Darmstadt a los habitantes de Gibraltar y que era una proclama manifestando que la fuerza atacante actuaba en nombre del rey de España:
A la ciudad de Gibraltar,
Señor mío, habiendo llegado aquí por orden de S.M. Católica con la armada de sus altos aliados no escuso, antes de pasar a la guerra ulterior, demostrar confiado que V. Exc. conocerá su verdad, interés y la justicia. La causa manifestará a V. Exc. el grande efecto que le profeso y el deseo que me asiste de emplearme en quanto fuere de sus servicio, esperando que V. Exc., en vista de la real carta de S.M., executará todo quanto se sirve mandar en ella; de lo qual deberá S.M. con el debido reconocimiento a lo que debe a tan noble e ilustre ciudad, y tan obligado como es razón para que V. Exc. en todo experimente el alivio y felicidad que merece. Aguardo sin dilación la resolución de V. Exc., cuya vida guarde Dios muchos años, como deseo.
Delante de Gibraltar y Agosto primero de mil setecientos quatro.
B.L.M. de V. Exc. su mayor servidor,
Jorge Landgrave de Asia.
Muy noble e ilustre ciudad de Gibraltar.
Quedaba claro entonces, y sigue quedando claro ahora, que los ingleses se presentaban ante Gibraltar en nombre y como representantes de Su Majestad Católica El Rey Carlos III de España. A pesar de ello, el corregidor Prieto y el gobernador Salinas, con el apoyo y unanimidad de todo el cabildo, contestaron al príncipe afirmando su juramento al rey Felipe V y la disposición suya y de los habitantes de Gibraltar a sacrificar sus vidas en su defensa:
Excmo. Señor:
Habiendo recibido esta ciudad la carta de V. Exc., su fecha de hoy, dice en respuesta: Tiene jurado por Rey y señor natural al Señor D. Felipe V; y que como sus fieles y leales vasallos, sacrificarán las vidas en su defensa, así esta ciudad como sus habitantes; mediante lo qual no le queda que decir sobre lo que contiene la inclusa; que es quanto se ofrece y deseo que nuestro Señor guarde a V. Exc. los muchos años que puede.
Gibraltar y Agosto de mil setecientos quatro.
Al día siguiente, viernes 2 de agosto, el gobernador Salinas envió un mensajero al marqués de Villadarias dando cuenta del ataque, el número de las fuerzas enemigas y solicitando su ayuda. Decía la carta que
"... habiendo dado fondo los enemigos, pusieron en tierra tres a cuatro mil hombres; que se acamparon a tiro de escopeta de la plaza, arrojaron algunas bombas las que continuaban con frecuencia; que en la misma tarde envió el príncipe de Armstad con un tambor una carta con la del archiduque, las que remite originales la ciudad a su E. para que una i otra pasen por su mano a las de S.M. asi como la respuesta de la ciudad; aádiendo certificase al rei de que todos los vecinos quedaban dispuestos a sacrificarse en su servicio i en la defensa de la patria".
Ante la negativa a rendirse del gobernador, el príncipe de Hesse envió una segunda carta dando un plazo de media hora para efectuar la rendición, pasado el cual comenzaría el bombardeo y posterior asalto de la ciudad. A media tarde, el príncipe de Hesse se situó al frente de unos 1.800 soldados en el itsmo, a escasos metros de la muralla de la plaza, mientras que el almirante Rooke ordenaba a los vicealmirantes Byng y Van de Dussen que formasen sus navíos en línea frente a la ciudad; pero el intenso viento dificultó la maniobra, la línea no pudo formarse y el ataque fue cancelado.
DOCUMENTOS: Cartas del archiduque Carlos y del príncipe de Hesse. Respuesta de la ciudad. Informe al marqués de Villadarias. (López de Ayala, Ignacio. Historia de Gibraltar. 1782).
Cuando cayó la noche, el almirante Rooke envió varias cañoneras al mando del capitán Whitaker contra la ciudad, consiguiendo sorprender a un barco corsario francés anclado en Gibraltar. Por la noche unos treinta navíos y algunas bombardas se pusieron en línea, y a las 05:00 horas del 3 de agosto unos 1.500 cañones abrieron fuego sobre la ciudad, arrojando unas 15.000 balas de cañón en seis horas, además de los proyectiles huecos de las bombardas. Su efecto fue devastador: todas las piezas de artillería de la plaza fueron desmontadas y los impactos de cañón abrieron una enorme brecha en el muro. Cundió el pánico en la ciudad. Las religiosas, las mujeres, los niños y los vecinos inútiles para la defensa salieron a refugiarse en el santuario de Nuestra Señora de Europa, situado al sur del peñón, en Punta Europa. La acumulación de defensores en la costa occidental del peñón, la que da a la bahía, dejó desguarnecida la costa oriental, hecho que fue aprovechado para enviar en lanchones de 100 hombres los batallones catalanes partidarios del archiduque Carlos, quienes escalaron los riscos y tomaron tierra en lo que ahora se conoce como la bahía Catalana.
El objetivo de los cañones embarcados eran los dos muelles de la plaza, por ser los que estaban defendidos y porque era más fácil desembarcar en ellos. Pasadas varias horas de bombardeo incesante, el almirante Rooke ordenó al capitán Whitaker que asaltara el Muelle Nuevo, defendido por Francisco Toribio.
El objetivo de los cañones embarcados eran los dos muelles de la plaza, por ser los que estaban defendidos y porque era más fácil desembarcar en ellos. Pasadas varias horas de bombardeo incesante, el almirante Rooke ordenó al capitán Whitaker asaltar el Muelle Nuevo, defendido por el capitán Francisco Toribio. Pero los navíos de los capitanes Hicks y Jumper estaban mejor situados junto al muelle y fueron 100 de sus marineros quienes dieron el asalto. Los marineros se acercaron en unas chalupas, se lanzaron al ataque y se apoderan del muelle, que fue abandonado por sus defensores. Los asaltantes, reforzados con las nuevas tropas que iban desembarcando en el muelle nuevo, se lanzaron sobre el muelle viejo.
El capitán Bartolomé Castaño vio que la resistencia era inútil y ordenó abandonar el muelle; pero previamente había colocado unas cargas en la torre Leandro, que dominaba el muelle, de forma que las hizo estallar cuando se acercaban las lanchas enemigas. La explosión de la torre fue tan grande que hundió siete lanchas, matando a unos 50 hombres y resultando heridos otros 60 entre oficiales y soldados (otras fuentes dicen que las bajas fueron 300 hombres). Los supervivientes de la explosión se rehicieron y, reforzados con unos 600 hombres al mando del capitán Whitaker, tomaron el muelle y se lanzaron sobre la ciudad hasta alcanzar una batería de cañones de a ocho que estaba emplazada a mitad del camino, que rodearon y tomaron disparando contra sus sirvientes y defensores. Tras ello, los asaltantes enviaron dos columnas de soldados para rodear la ciudad, mientras que marineros de la flota, seleccionados por su agilidad en moverse entre los mástiles, aseguraban las alturas que dominaban la ciudad.
El grupo civiles refugiado en la iglesia de Punta Europa regresó a la ciudad al terminar el bombardeo, creyendo estar ya fuera de peligro. Parece ser que un barco inglés disparó un tiro de advertencia a los civiles, pero otros barcos en línea lo tomaron como una señal para reanudar el fuego, y el bombardeo comenzó de nuevo, esta vez sobre ellos. El capitán Whitaker desembarcó con sus tropas en el Puerto Nuevo y capturaron a las mujeres y los niños que regresaban de Punta Europa.
La presión de los vecinos sobre el gobernador Salinas al ver a sus mujeres e hijos prisioneros de los mismos que habían cometido todo tipo de tropelías en el ataque a Cádiz de dos años antes, la poca esperanza que tenían de salir victoriosos de la defensa, y el temor a perder la vida, haciendas y total ruina de la ciudad si esta se tomaba al asalto, hicieron que el gobernador y el resto de sus oficiales levantaran una bandera para parlamentar. El bombardeo sobre la ciudad cesó de inmediato y varios oficiales ingleses y holandeses acudieron al cabildo de la ciudad a exponer los términos de la capitulación.
El domingo 4 de agosto se juntaron en el cabildo el gobernador Salinas, el alcalde mayor Cayo Antonio Prieto, y los regidores, quienes expusieron su disposición a rendir la ciudad al considerarla indefendible y solicitar las condiciones más beneficiosas para ellos previa liberación de los rehenes de Punta de Europa. La plaza y ciudad de Gibraltar se entregó a las tropas aliadas anglo-hispano-holandesas del archiduque Carlos.
NOTA: Según el sitio web de las campañas de 1704 de la guerra de Sucesión española, de Arre caballo!, esta tradicional versión de la capitulación ha sido contradicha por la crítica reciente (estas fuentes se mencionan en Wikipedia: notas 22 y 26). Según ésta, al rendirse, la plaza disponía de prácticamente toda su artillería, abundante munición, pólvora, agua y suministros. No había padecido apenas bajas y sus defensas se encontraban casi intactas. Así la toma de rehenes por los marinos ingleses aparece como causa fundamental de la capitulación de una plaza que, según las propias fuentes inglesas, podría haber resistido largo tiempo.
Como representante del archiduque Carlos, el príncipe Jorge de Hesse gestionó y firmó la rendición del gobernador Salinas. Las condiciones de rendición fueron ventajosas:
Los anglo-holandeses facilitaron barcos para aquellos que no poseían caballos. Respetaron a todos aquellos de desearon quedarse en Gibraltar, prometiendo libertad de culto, siempre y cuando jurasen fidelidad al archiduque como Carlos III, rey de España; solo se quedaron y juraron al nuevo rey 41 españoles.
Tras firmar la capitulación, el cabildo de Gibraltar redactó y mandó una carta al rey de España en la que se exponían las condiciones en las que se había desarrollado el sitio, las escasas defensas con las que contaban para defender la ciudad, y el sacrificio de los gibraltareños al exponerse a una fuerza militar muy superior.
DOCUMENTOS: Acta de la reunión de cabildo de Gibraltar para capitular. Términos de la capitulación de Gibraltar. Carta del cabildo de Gibraltar al rey Felipe V. (López de Ayala, Ignacio. Historia de Gibraltar. 1782).
Una vez firmadas las capitulaciones, el príncipe de Hesse, como general en Jefe de la expedición, mandó izar el estandarte imperial sobre la muralla de la Puerta de Tierra y proclamar al archiduque como Carlos III, rey de España. De esta manera, un heraldo entró en la medio destruida plaza a tambor batiente gritando por tres veces: "¡Gibraltar por el rey Carlos III de España!".
Poco le duró la posesión al nuevo rey de España. Junto al príncipe de Hesse se encontraba el almirante Rooke, presenciando la ceremonia con sus oficiales. Una vez finalizada, el almirante llamó al capitán Hicks y le entregó la bandera británica que tenía su alférez. A continuación el capitán se dirigió a la muralla con un piquete de marineros ingleses, seguido del almirante Rooke y su Estado Mayor; una vez allí arrancó de un tirón el estandarte imperial y el almirante Rooke izó la bandera británica, proclamó la posesión de Gibraltar en nombre de la reina Ana de Inglaterra y abandonó el lugar dejando el piquete de marineros como guardia de la bandera. El duque de Ormond, jefe de la fuerza terrestre de invasión, redactó una proclama en la que decía lo siguiente:
[...] No venimos a invadir o conquistar ninguna parte de España o para hacer cualesquiera adquisiciones para su magestad la Reina Ana ... sino para proteger y liberar a los españoles de lo que significa la sejección a que una pequeña y corrompida partida de hombres les había sometido al entregar aquella gloriosa monarquía al dominio de sus perpetuos enemigos, los franceses [...]"
El 5 de agosto los gibraltareños comenzaron a abandonar la ciudad por la Puerta de Tierra hacia las poblaciones cercanas. Iban andando, detrás de sus banderas, el pendón de la ciudad y entre redobles de tambores. El espectáculo más sensible fue el ofrecido por las 65 monjas del convento de Santa Clara, que abandonaron su clausura sin saber muy bien donde dirigirse. De los aproximadamente 5.000 habitantes de Gibraltar permanecieron en ella no más de 70 personas, muchas de ellas enfermas, y algunos religiosos como el párroco Juan Romero de Figueroa.
El príncipe de Hesse quedó como gobernador de la plaza conquistada, al mando de una guarnición de 1.800 soldados ingleses, que hicieron todo tipo de excesos en la ciudd abandonada. Profanaron todas las iglesias, menos la iglesia de Santa María, que fue defendida por su cura, el padre Juan Romero de Figueroa, que decidió quedarse en la ciudad. En la iglesia de Nuestra Señora de Europa los ingleses cortaron la cabeza ala imagen del niño que llevaba la virgen. Parece ser, según testmonio del padre Romero, que "cometieron también otros desórdenes con personas del débil sexo, dando motivos a ocultas y sangrientas venganzas que tomaron algunos de los vencidos, quitando la vida muchos y arrojando los cadáveres en pozos y lugares inmundos".
A la semana de la rendición de la plaza, las fuerzas de caballería borbónica iniciaron las operaciones de hostigamiento desde el otro lado del istmo, de forma que el almirante Rooke se vió obligado a aprovisionarse de agua en la costa norteafricana por imposibilidad de hacerlo en la bahía de Algeciras. A los pocos días la escuadra anglo-holandesa zarpó de Gibraltar hacia el Levante, enfrentándose a una flota franco-española en aguas de Málaga, con resultado incierto.
Un año después del Tratado de Utrech, Luis XV y Carlos VI ratificaban la paz entre Francia y el Imperio mediante la firma del tratado de Rastadt. Según sus clausulas, Francia, cuyas tropas ocupaban numerosas plazas que habían sido ocupadas durante la guerra en nombre del rey Felipe V de España, entregaba la emperador todas las posesiones españolas en Italia, incluyendo Nápoles, Cerdeña, Milán y los presidios de Toscana.
Con Menorca y Gibraltar en manos británicas e Italia en manos austriacas, España se quedó de la noche a la mañana desprovista de la menor influencia en el Mediterráneo, lo que propició la agresiva política exterior de Felipe V durante el resto de su reinado, en el que trató de recuperar las antiguas posesiones españolas de Italia y Gibraltar.
FUENTES: