HISTORIA MILITAR DE ESPAÑA
Campañas




COMBATE DE EL CANEY (1 de julio de 1898)
Informe del agregado militar de Suecia y Noruega en Washington

Informe del combate de El Caney realizado por el capitán Werster, agregado militar en la legación de Suecia y Noruega en Washington, testigo presencial del combate.

El 30 de junio por la tarde, el ejército americano se concentró al E. de Santiago para prepararse al ataque.

La brigada Duffield se dirigió por la costa hacia Aguadores.

El núcleo principal de las fuerzas formaba dos agrupaciones: en El Pozo se situaron las divisiones Kent y Wheeler con tres baterías, mientras la división Lawton, con una batería, marchaba hacia él para ocupar posición al E. del Caney.

La brigada Bater constituyó la reserva, situándose al E. de El Pozo.

Frente a ellos, el general Vara del Rey ocupaba El Caney con 500 hombres de Infantería; en Aguadores había 1000; en el centro el general Linares emplazó sus avanzadas, formadas por 1200 hombres, que se situaron en las alturas de San Juan, mientras que los fuertes de la entrada del puerto y los atrincheramientos que defendían Santiago quedaban guarnecidos con 5500 hombres.

El 1 de julio, al punto del día, la división Lawton comienza su movimiento de avance hacia El Caney; la confianza reina en el campo americano, donde el único temor consiste en que el enemigo se escape sin combatir; pero en El Caney, como se verá, están muy lejos de pensar así.

Las casas del pueblo han sido aspilleradas, se han abierto trincheras en un terreno pedregoso, y el juego de unas y otras es rasante sobre un espacio de 600 a 1200 metros; en la punta Nordeste de la posición, el fuerte de El Viso, guarnecido con una compañía, ocupa una colina desde la cual se domina todos los aproches.

Los americanos se proponían envolver la posición española, para lo cual la brigada Chaffee se dirigió desde el Nordeste hacia El Viso; la de Ludlow, desde el Sudoeste hacia la desembocadura del camino que une El Caney con Santiago, mientras que una batería se colocó en posición al E. del pueblo, y la brigada Miles ocupa el S. Ducoureau (?), formando el ala izquierda.

Hacia las seis de la mañana comenzó el fuego de las trincheras españolas; de improviso se descubre sobre ellas una línea de sombreros de paja; inmediatamente el ruido de una descarga, seguido de la desaparición de los sombreros; esta operación se repite cada minuto, observándose una gran regularidad y acción de voluntad firme, lo que no deja de producir una profunda impresión en la línea de exploradores americanos; las balas cruzan el aire, rasando el suelo, hiriendo y matando.

Poco tiempo después, toda la brigada Chaffee se encontró desplegada, pero sin poder avanzar un paso, y la de Ludlow se vió también detendida.

Mientras el fuego de la Infantería aumenta progresivamente, la batería americana comienza a disparar. Como los españoles no cuentan en El Caney con un solo cañón, el fuego puede hacerse con la misma tranquilidad que en un campo de maniobras: las piezas pueden hacer daño, sin peligro alguno de recibirlo.

A los pocos momentos loas granadas estallaban por encima de las trincheras, alcanzaban las casas del pueblo y perforaban los muros de El Viso, proyectando los shrapnels su lluvia de plomo sobre la posición; mas, a pesar de todo, en el fuego español se observa igual continuidad e igual violencia.

Delante de El Viso se descubría un oficial paseándose tranquilamente a lo largo de las trincheras: fácil es comprender que el objeto de este peligroso viaje en medio de los proyectiles de que el aire está cruzado no es otro sino animar con el ejemplo a los bravos defensores; se le vió, de cuando en cuando, agitar con la mano su sombrero y se escuchaban sus aclamaciones: "¡Ah, si! ¡Viva España! ¡Viva el pueblo que cuenta con tales hombres!".

Las masas de Infantería americana se echaban y apretaban contra el suelo hasta el punto de parecer clavadas a él, no pudiendo pensar en moverse a causa de las descargas que la pequeña fuerza española les enviaba a cada instante. Se hizo preciso pedir socorros, y hacia la una avanzó Miles desde Ducoureau, entrando en línea a la derecha de Ludlow, y hacia las tres la cabeza de la brigada de reserva se desplegaba a la derecha de Chaffee; pero en lo alto de las trincheras el chisporroteo de los mauser se escuchaba siempre.

Por fin, a las tres y treinta y seis minutos la brigada Chaffee se lanza al ataque contra El Viso; pero queda al principio detenida al pie de la colina, y no invade el fuerte sino después de un segundo y violento empuje.

Los españoles ceden lentamente el terreno, demostrando con su tenacidad en defenderse lo que muchos militares de autoridad no ahn querido nunca admitir: que una buena Infantería puede sostenerse largo tiempo bajo el fuego rápido de las armas de repetición. ¡El último soldado americano que cayó fue herido a veintidos pasos de las trincheras!

Aunque la clave de la posición estaba conquitada, la faena continuaba. Yo seguí, con el corazón oprimido por la emoción, todas las peripecias de esta furiosa defensa y de este brusco ataque.

Desde El Viso, una vez ocupado, las tropas americanas comienzan a tirar sobre el pueblo, que es también en este momento el objetivo de la brigada Ludlow; pero la ocupación no se efectuó hasta las cuatro y media, hora en que los últimos españoles abandonaron las casas para recomenzar el fuego desde una colina situada 600 metros al oeste.

¡Admirable obstinación de resistencia, a la que todos contribuyen hasta el último instante!

Detrás de la línea de batalla americana se arrastraban los cobardes chacales de esta guerra: los cubanos.

Desde los bosques de palmeras, situados al E. de El Viso, habían tomado alguna parte en la acción. ¡Allí fuí y presencié una escena repugnante: dos hermosos muchachos catalanes estaban tendidos y medio desnudos entre las altas yerbas; sus negros cabellos manchados de sangre; sus ojos abiertos y vidriosos, y debajo de estos pálidos y desfigurados rostros sus gargantas estaban abiertas por esas heridas delgadas y profundas que el machete produce.

Mi misión inactiva y neutral no me permitía sino huir de allí para substraerme a este horrible espectáculo, y así lo hice, dirigiéndome hacia las tropas americanas que en aquel momento daban el asalto a El Viso, y a sus jefes me acerqué rogándoles el envío de centinelas que cuidaran de los heridos españoles que quedaban detrás de las trincheras conquistadas.

Generosos como siempre para los desgraciados, los americanos escucharon mi súplica y ¡curiosa circunstancia! mientras me ocupaba de salvar a mis camaradas españoles, una bala de sus compatriotas en retirada me alcanzó. Pero felizmente sólo llegó a atravesar mi capote.

El ruido del combate no cesó sino cuando el sol estaba a punto de ponerse. Durante cerca de diez horas, 500 bravos españoles resistieron unidos y como encadenados sin ceder un palmo de terreno a otros 6.500 provistos de una batería, y les impidieron tomar parte en el principal combate contra las alturas del monte San Juan.

¡Despuès de esto, ni una palabra más se escucha en el campo americano sobre la cuestión de la inferioridad de la raza española!.

Y esta lucha de El Caney ¿no aparecerá siempre ante todo el mundo como uno de los ejemplos más hermosos de valor humano y de abnegación militar? Quien haya tomado parte en ella ¿no es bien digno de una honorífica recompensa?

¡Contemplad ese pueblo! Las casas están arruinadas por las granadas, las caller cubiertas de muertos y heridos. El General Vara de Rey está allá, muerto; sus oficiales al lado suyo, muertos; en derredor multitud de oficiales y soldados. Todos han llenado su deber, desde el primero hasta el último.

¡Dichoso el país que es tan querido de sus hijos!

¡Dichosos los héroes que han sucumbido en un combate tan glorioso!

¡Con su sangre han escrito en la historia el nombre de El Caney, como uno de los más brillantes episodios guerreros, y con letras de oro deben inscribirse también en las banderas de las tropas que allí combatieron!"





FUENTES:

  • Francisco Pi y Margall. Historia de España del siglo XX, Barcelona, 1901, tomo 7º-2, págs. 1133-1137.