Artículo titulado EL REGIMIENTO DE TRANSMISIONES, escrito por el teniente coronel de Ingenieros don Antonio Gordejuela Núñez; destinado como teniente en el regimiento, fue testigo y protagonista de la Fuga de las Transmisiones el 21 de julio de 1936 y herido posteriormente en los combates por la defensa del Alto de los Leones el 24 de julio. Con ocasión del XXV Aniversario de la fuga el artículo fue publicado en la revista RED en 1961.
En 1936 el Regimiento de Transmisiones de guarnición en El Pardo era la única Unidad de esta especialidad con que contaba el Ejército de la Península. Había sido organizado al advenimiento de la República sobre la base del antiguo Regimiento de Telégrafos, con el que se habían fundido las Unidades de Radiotelegrafía procedentes del disuelto Regimiento de Radioletegrafía y Automovilismo. Ocupaba el cuartel del Zarvo del Valle, amplio y moderno, construido en terrenos del Patrimonio, no lejos del Palacio y del pueblo. Su situación, en medio del Real Sitio, y rodeado de su hermoso monte que le servía de campo de maniobras era - y sigue siendo - privilegiada, una de las guarniciones más bellas del mundo, muy apetecida y solicitada por los oficiales de Ingenieros.
En aquellos días aciagos en que el ambiente de la calle se iba enrareciendo más y más hasta hacerse casi irrespirable, los cuarteles eran más que nunca los hogares del Ejército, y en ellos se refugiaba la llama del patriotismo y del espíritu militar jamas apagada. Todo el esfuerzo de los oficiales se dirigía a que esta llama prendiese en los corazones jóvenes y generosos de los reclutas, y a mantener a las Unidades armadas incontaminadas del ambiente nocivo de la calle.
La situación del Regimiento de Transmisiones, alejado de Madrid, rodeado de monte y aislado de otras fuerzas militares, obligaba a una íntima convivencia de los oficiales y suboficiales con la tropa, y creaba un clima muy favorable para aquellos nobles propósitos. Largos días de acuartelamiento, que imponía la turbia situación política y social de España, eran aprovechados para estrechar lazos, para tensar el espíritu, para ponerse en forma. Así, cuando el Movimiento se hizo inevitable, encontró al Regimiento bien preparado. No sólo la adhesión entusiasta de los oficiales - los muy pocos que no sentían tal adhesión habían "desfilado" prudentemente ante el cariz que tomaban las cosas -, sino la colaboración incondicional de los suboficiales y la lealtad disciplinada de la tropa.
El dia 17 de julio el Regimiento recibió orden de permanecer acuartelado, como todas las demás Unidades armadas de Madrid y sus cantones. Por su parte, por los enlaces del Movimiento se recibió la consigna de "quedar a la expectativa". Comienzan unos días tremendos de tensión y vigilia, capaces de destrozar los nervios más templados. Nada quebranta tanto al militar como la inacción. Pero el Regimiento de Transmisiones, a pesar de su aislamiento geográfico, posee un elemento esencial para las operaciones militares: la información. Los receptores, en escucha permanente, nos van dando una visión exacta de la situación en cada momento. Al grito salvador de Franco en Tetuan van respondiendo una a una las Divisiones de la Península: Sevilla, Burgos, Zaragoza, La Coruña, Valladolid ...
Se interceptan telegramas dando cuenta de la formación de columnas que emprenden la marcha; de nuevas provincias que declaran el estado de guerra y se suman al Movimiento. Telegramas gubernamentales que ordenan a las unidades navales "leales" bombardear Ceuta hasta consumir la mitad de sus municiones. Se capta un ladino telegrama "de servicio" dirigido al Regimiento desde el Ministerio de la Guerra invitándole a expresar su adhesión al Gobierno del Frente Popular. El telegrama queda incontestado. Más noticias llegan sobre la situación en toda España. El Movimiento se extiende. Ahora es Segovia la que se suma. Es ocupada La Granja. Columnas de Valladolid, de Burgos y de Pamplona se dirigen hacia Madrid.
Mientras tanto, ¿qué está ocurriendo en la capital de España? Al quedar acuarteladas las tropas se dió orden al Regimiento de Transmisiones de que destacase equipos de Radio y de Telegrafía óptica para el enlace entre el Cuartel General de la División y los cantones de Madrid. Los escasos efectivos en filas se veían así considerablemente mermados, y cinco oficiales fueron destinados a dichos cometidos. Estos destacamentos corrieron, indefectiblemente, la suerte de las Unidades a que estaban afectos. Dos de los oficiales murieron en sus puestos. Mientras pudimos mantener el enlace con estos elementos destacados supimos de la decisión y coraje con que se disponían a la lucha todas las guarniciones. Pero luego toda comunicación cesó. El Campamento de Carabanchel, el más importante de todos los cantones de Madrid, había sido duramente bombardeado por la aviación roja durante la mañana del día 20.
¿Qué había pasado después? Los servicios en Madrid debían estar desquiciados cuando desde el día anterior no habíamos recibido el diario envío de pan. Pero al anochecer de aquel día el pan llegó escoltado por unos ... milicianos armados, que se hacían lenguas del asalto y desastre del cuartel de la Montaña. Ya no cabían dudas. Al día siguiente seríamos nosotros los que habríamos de sufrir los embates de las hordas armadas hasta un sacrificio heroico, pero seguro. El armamento del Regimiento era sólo mosquetones y pistolas. ¿Qué posibilidades de éxito podiamos tener en un combate defensivo, encerrados entre las tapias del cuartel? Nuestra salvación estaba en abandonar el cuartel y establecernos en el monte, que tan bien conociamos, en una posición fuerte, donde pudiéramos defendernos hasta la llegada de las columnas que se dirigían a Madrid y que esperábamos próxima. O bien, ir en busca de esas columnas con los medios más rápidos y por el camino más corto y seguro, en un golpe de audacia y de velocidad.
El coronel, don Juan Carrascosa Revellat, modelo de jefe y de caballero, se decidió por esto último. La circunstancia de contar con gran número de camiones recientemente entregados, dentro del plan de motorización del Regimiento, favorecía este propósito. Marcharía todo el Regimiento motorizado, llevando sólo el armamento y las municiones. El ganado y el material serían abandonados. El punto de destino era La Granja, ya en manos del Ejército, y desde donde pensábamos unirnos a las columnas que avanzaban sobre Madrid. El itinerario era: El Goloso, Colmenar Viejo, Hoyo de Manzanares, Torrelodones, Villalba, Puerto de Navacerrada. Era preciso marchar cuanto antes, durante la noche o en las primeras horas del día. La empresa exigía valor, sangre fría, astucia, disciplina. ¿Estaba el Regimiento a punto para llevarla a cabo?
Durante los días que habían transcurrido desde la iniciación del Movimiento y desencadenamiento de la revolución marxista habíamos procedido a continuas salidas, con detenciones y desarmes de elementos frentepopulistas de El Pardo que, al parecer, tenían la misión de vigilarnos. El comportamienbto de las partidas encargadas de estos golpes había sido excelente y todos habían demostrado su buen espíritu y lealtad.
En las primeras horas de la tarde del día 19 se produjo un acontecimiento sensacional. A la puerta del cuartel se presentó nada menos que Largo Caballero, acompañado de algunos de sus secuaces. El "Lenin español" venía con el fin de visitar a un hijo suyo, soldado de "cuota" del Regimiento. Nada más oir su nombre, la guardia de prevención, sin esperar órdenes del oficial, acude a las armas y forma en disposición de hacer fuego. El momento es de gran dramatismo. Los oficiales más impulsivos montan sus pistolas y acuden a la puerta del cuartel. ¿Qué va a suceder aquí? La idea de cometer un acto de fuerza que nos comprometa definitivamente y contribuya a prestar un servicio al Movimiento pasa por todas las mentes. Al fin, el buen sentido de los jefes más responsables se impone. Largo Caballero podrá entrevistarse algunos minutos con su hijo. Le da algún dinero, le abraza y vuelve raudo hacia Madrid. Pero se ha puesto de manifiesto el espíritu que anima a todos. Sí, el Regimiento está en forma. Triunfaremos en nuestra empresa.
Toda la noche se emplea en los preparativos. Con las primeras luces del dia 21 se pone en marcha la columna. La forman una veintena de camiones y algunos coches ligeros que transportan a todo el personal presente en el cuartel. Se ha replegado la guardia y el personal de servicio en las cuadras de Boyerizas, inmediato al Manzanares, y se han cortado las líneas telefónicas con Madrid para evitar que puedan dar noticias de nuestra partida. En el pueblo quedan las familias de muchos oficiales y suboficiales, con una pequeña escolta para protegerlas de posibles desmanes. El coronel ha dejado la suya - mujer y ocho hijos - en el pabellón. Comienzan tiempos de sacrificio y nos ha dado desde el principio un alto ejemplo.
La marcha se realiza fácilmente por el monte de El Pardo, camino de la Portillera del Goloso. Allí, cinco carabineros que la guardan se abstienen prudentemente de toda intervención y nos dejan pasar sin promover incidentes. Ya estamos en la carretera de Colmenar, cruzada constantemente en ambas direcciones por coches de la F.A.I. y de la C.N.T. que pasan a nuestro lado erizados de armas. Pronto nos damos cuenta de que a tiro limpio no podremos alcanzar nuestro objetivo. Hay que fingir y simular. La consigna corre de camión en camión. Seremos tropas enviadas enviadas por el Gobierno para conquistar La Granja, las cuales tienen que llegar cuanto antes a su destino.
Se echa de menos un camión que ha quedado atrás, seguramente con avería. En su auxilio van un oficial y un soldado de enlace que marchan en una moto. Los demás continúan y llegan a Colmenar, después de cortar las líneas telefónicas que comunican con Madrid. El aspecto que ofrece este pueblo es poco tranquilizador. Los vecinos ocupan tumultuosamente la plaza armados de escopetas, pistolas y otras armas improvisadas, dispuestos a cerranos el paso. El alcalde nos interroga. Vamos a conquistar La Granja enviados por el Gobierno. Duda, y trata de comunicar con Madrid; pero la línea está interrumpida. En vista de ello tiene que resignarse a nuestro paso.
El camión que quedó rezagado no nos ha alcanzado a pesar de nuestra detención. Será preciso esperar por él, pero el lugar no es el más apropiado. Nos alejaremos del pueblo y esperaremos en un descampado. Nueva parada a algunos kilómetros de Colmenar, en un alto que domina el pueblo y la carretera de acceso. Nuevo corte de líneas telefónicas. No se divisa el camión rezagado. Comenzamos a inquietarnos por su suerte. ¿Qué hacer? Volver toda la columna a su encuentro significa una pérdida de tiempo que puede hacer fracasar la operación montada en la velocidad y la sorpresa. Destacar algunos elementos es disgregar nuestras fuerzas y dar ocasión de ser batidos por separado. No se puede perder más tiempo en pensar. Hay que actuar. ¡Adelante! Seguimos nuestra marcha apesadumbrados. ¿Qué será de nuestros compañeros?
Pasamos por Hoyo de Manzanares sin incidentes mayores. Llegamos a la carretera de La Coruña en Torrelodones. La circulación de coches armados es más intensa en esta carretera principal. Sin embargo, nadie nos interroga ni intenta detenernos. Se limitan a observarnos y dejarnos marchar. Al llegar a Collado Villalba, una especie de guardia armada que está apostada en el cruce de carreteras abandona sus puestos precipitadamente en cuanto avista la columna. Comienza la ascensión al puerto de Navacerrada. Otro corte de líneas telefónicas próximas a la carretera. Ahora sin recatarnos de la presencia de los coches armados que suben y bajan. Nos da la impresión de que la partida está vencida.
Llegamos al Puerto. Un conjunto abigarrado de veraneantes y milicianos se alinea a los lados de la carretera en actitud expectantes y curiosa. Dan la impresión de que no saben a qué atenerse sobre nuestra presencia allí, ni quieren averiguarlo. En la subida al Puerto se han calentado excesivamente los motores y es necesario dar un descanso. Algunos coches tan quedado también peligrosamente escasos de combustible. Se trasvasa gasolina de unos a otros. Nos preparamos para el "sprint" final.
Este descanso es aprovechado por un sargento para escabullirse y encaramarse en uno de los coches armados que van hacia Madrid. Este sargento, fichado por su actuación en la revolución de 1934, por la que había sido condenado y después amnistiado, estaba bajo vigilancia desde que comenzó el acuartelamiento. Pero tan ardientes protestas hizo de lealtad y de deseo de rehabilitarse en esta ocasión que había sido reintegrado a su puesto, con todas sus prerrogativas. En su fuga le secunda un brigada de su misma catadura. Son los dos garbanzos negros de la expedición.
De nuevo se reanuda la marcha. Ahora descendemos hacia la Siete Revueltas. Todo nos parece ya más fácil. Pero aún tenemos que salvar una grave situación. Un pontón de esta accidentada carretera está siendo preparado para ser voldado por un numeroso grupo de milicianos dirigidos por un conocido oficial de Ingenieros afecto al Gobierno. Han abierto una zanja en la calzada para colocar las cargas. Nueva apelación a la misión que nos ha dado el Gobierno de ocupar La Granja. Recelos, forcejeos y por fin reparan la interrupción y nos franquean el paso. Pero ahora los que parecen simular y fingir son ellos. No nos han creido en absoluto, pero no se han atrevido a oponerse.
Bajada de las Siete Revueltas. En algunos coches el marcador de gasolina marca cero. Solo les queda la reserva y para preservarla bajan con el motor parado. Llegamos a Balsaín, a unos pocos kilómetros de La Granja. El vecindario de este pequeño pueblo está en la misma actitud levantisca que el de Colmenar. En la carretera hay hombres armados y mujeres chillonas. Tienen hasta una ametralladora. Al saber nuestro propósito de conquistar La Granja, nos quieren acompañar y proveernos de víveres. Lo más importante es que allí hay una estación de gasolina y algunos vehículos refuerzas sus existencias. Conseguimos prescindir de la colaboración de los voluntarios y del apoyo de la ametralladora.
Partimos. Nos acercamos a La Granja. ¿Cómo nos recibirán? Jugamos la última baza de la partida. Un coche ligero se destaca de la columna a toda velocidad y enarbola bandera blanca. Al llegar a los primeros guardias civiles que montan guardia les ponen al corriente rápidamente. Se telefonea urgentemente a las baterías de Segovia, que al ver descender desde Navacerrada la columna de camiones han apuntado las piezas a la entrada de La Granja y están dispuestos a romper el fuego. Ya estamos todos en La Granja. Todo es emoción y alegría. El recibimiento es entusiasta. Pero todo lo empaña el recuerdo del camión que quedó atrás. ¿Qué habrá sido de él? ¿Llegará todavía?
Su historia no la conocimos del todo hasta después de acabada la guerra, cuando pudimos recorrer el teatro de su aventura. Iba al mando del capitán Salas y conducía a los tenientes Bárcena y Arbex y más de veinte soldados. Fue víctima de una serie de circunstancias desgraciadas. El teniente Sánchez Agulló, que actuaba de enlace de la columna en una moto, estableció contacto con él a mitad del camino entre el cuartel y El Goloso. Había sufrido una pequeña avería nada más salir del cuartel, y poco después el conductor, poco experto, había quemado el embrague al efectuar una maniobra. En estas condiciones era imposible continuar. El teniente Sánchez Agulló, con un soldado, buen conductor, se presta a volver al cuartel y traer otro camión de los que allí quedaron.
Cuando llegaron al cuartel, las turbas de El Pardo estaban penetrando en él y reinaba una gran confusión. La presencia del teniente y del soldado contribuyó a aumentar esta confusión, y a su favor consiguieron regresar con la moto y con un camión nuevo. Con estos elementos emprenden la marcha hacia el Goloso. Pero allí, los carabineros, que ya habían tiroteado al teniente Sánchez Agulló cuando regresó, están ahora reforzados con numerosos milicianos. No hay más remedio que abrirse paso. A los primeros tiros, caen los carabineros y los milicianos huyen. Ya están en la carretera de Colmenar. Cruzan coches armados, con banderas rojas, alertados tal vez por el tiroteo. Los desarman y los inutilizan. De uno de ellos se incauta el capitán Salas y lo une a su pequeña columna. Poco después es un coche ligero el que aparece seguido de lejos por un camión de milicianos. Hay que disparar sobre el coche. Sus ocupantes caen, y los del camión lo abandonan y huyen. Pero estas operaciones hacen perder tiempo y alertan a los pueblos de paso.
Cuando llegan a Colmenar, los vecinos, que ya desconfían del grueso de la columna, han hecho barricadas con postes y con carros y se aprestan a cerrarles el paso. Estos no se les escaparán. Se entabla un nutrido tiroteo por una y otra parte. El coche ligero y la moto se abren paso por calles laterales y caen a espaldas de los defensores de las barricadas, que las abandonan. Les parece que podrán pasar sin obstáculo, pero siguen hostilizándoles desde las ventanas y tejados, y tienen que cruzar el pueblo a toda velocidad. A la salida del pueblo, un error fatal. En vez de seguir por la carretera de Hoyo de Manzanares y Torrelodones, toman la que se dirige hacia el Norte y más tarde se bifurca a la izquierda y va a morir a la presa de Santillana. En esa zona les parece que podrán pasar inadvertidos y esperar la llegada de la noche para, a su amparo, cruzar la sierra por caminos de herradura, evitando las carreteras que por experiencias pasadas estiman más peligrosas.
Adquieren un jumento para cargar las municiones y emprenden la ascensión a Cabeza Illescas, excelente posición que domina el embalse y el pueblo de Manzanares el Real. Allí ocupan la casa abandonada de un guarda, montan un servicio de centinelas y se disponen a descansar en espera de la noche. Pero es sólo la 01:30 de la tarde, cuando los centinelas advierten una gran concentración de coches en el pueblo y una multitud de milicianos que suben en todas direcciones por las laderas de Cabeza Illescas. Estaban cercados por una masa de dos o tres mil hombres integrada por todas las organizaciones de milicianos que habían salido de diversos puntos en persecución del Regimiento pero que prefirieron perseguir al camión extraviado. La situación es realmente desesperada, pero van a hacer pagar caras sus vidas.
Comienza el desigual combate. Causan muchas bajas al enemigo, pero ellos tienen también muertos y heridos. Cae muerto el teniente Sánchez Agulló. Entre los primeros heridos está el teniente Arbex. El enemigo aumenta por momentos. La resistencia se debilita. Los puestos más lejanos son envueltos y sucumben. El último reducto de la resistencia es la casa del guarda. Desde sus ventanas dirigen la defensa el capitán Salas y el teniente Bárcena. La lucha se endurece cada vez más, pero no puede prolongarse por mucho tiempo. Los milicianos han alcanzado la puerta y penetran en la casa. Rematan allí a los oficiales que aún quedan con vida. Parece que van a correr la misma suerte los soldados supervivientes, pero en el último momento son considerados "irresponsables". Se les lleva prisioneros a la Cárcel Modelo.
Así sucumbió la partida del capitán Salas, que contribuyó, atrayendo hacia sí al enemigo, a que el resto del Regimiento pudiera llegar sano y salvo a La Granja. Víctima de un error desgraciado, su heroico comportamiento le había hecho acreedora de mejor suerte.
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La llegada a La Granja de un Regimiento escapado de Madrid exaltó los ánimos de Segovia. Inmediatamente nos trasladamos allí y desfilamos por las calles, entre aclamaciones de la multitud. La escasa fuerza del Regimiento era un apreciable refuerzo para la guarnición segoviana. Enseguida fuimos destinados a los puestos más necesitados. Unos, a la defensa de La Granja y a las escaramuzas de Navacerrada. Otros, a los duros combates del Alto del León. Allí recibió el Regimiento de Transmisiones su bautismo de sangre, con numerosas bajas que ya no cesarían en toda la campaña.
Cuando la guerra cambió su fisonomía y de encuentro de partidas pasó a ser combate de Divisiones, el Regimiento fue la base donde se organizaron y se movilizaron las Compañías de Transmisiones destinadas a todas las grandes Unidades del Ejército Nacional.
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Han pasado veinticinco años. En este 21 de julio de 1961 los supervivientes de aquella efemérides nos vamos a reunir en el mismo solar del que partimos para inaugurar un sencillo monumento que perpetúe aquella gesta y recuerde a los que cayeron. Muchos huecos hay ya entre nosotros. Los que quedamos hemos perdido ya el gesto petulante de la juventud, que se ha tornado grave y reflexivo. Pero en nuestros pechos laten fuertemente los corazones, como en las primeras luces de aquella madrugada ...
Gordejuela Núñez, Antonio. El Regimiento de Transmisiones. Revista Red. 1961, páginas 88-92.