Artículo titulado LLEGA UN REGIMIENTO DE MADRID PARA ATACAR A LOS ARTILLEROS DE SEGOVIA..., escrito por don Joaquín Arrarás, publicado en la revista RED con ocasión del XXV Aniversario de la Fuga de las Transmisiones.

¿Qué escándalo es ése?

La señora, que se dispone a salir a la misa de la Colegiata, interroga a sus servidores. La señora es una duquesa viuda, tertuliana superviviente de aquellos corros de sillas que en los jardines del Real Sitio constituían en las tardes de estío la corte de la infanta Isabel. Su marido fue académico y senador vitalicio. La señora, fiel a este pasado, continúa veraneando en La Granja, cuya categoría de vergel borbónico no cambia por ninguno de los atrayentes modernismos de Biarritz o San Sebastián.

INQUIETUD EN LA GRANJA

Después de la zozobra de los días anteriores, y cuando el regreso de la Guardia Civil y la proclamación del estado de guerra la habían tranquilizado, le ha parecido oir como un rumor de motín bajo sus ventanas, el correr tumultuoso de unos hombres que parafrasean "La Internacional". La señora se restriega los ojos. ¿Dormirá todavía? ¿Serán lo que oye alucinaciones del sueño?

Su ama de llaves, treinta años de ininterrumpido servicio, que ha conocido las oscilaciones del hogar, sus opulencias y sus penurias, explica:

- Es que llega un Regimiento de Madrid para atacar a los artilleros de Segovia ...

La señora suspira y eleva sus ojos al Cristo de talla antigua que preside su alcoba y su lecho. ¿Podrá ser que España se pierda? ¿Será el de los sublevados otro esfuerzo estéril, como el del 10 de agosto? ¡Más valiera morir en ese caso! La señora piensa en los trágicos destinos de España, en donde desde más de un siglo todas las generaciones viven sometidas a violentos vaivenes. La Nación flota en el mar del tiempo como un buque desmantelado entre la borrasca. La señora recuerda ... En este mismo Real Sitio de San Ildefonso, en este mismo palacete de estilo neoclásico que alzó un consejero de Estado de Carlos IV, una bisabuela suya sufrió idénticas congojas en agosto de 1836, con ocasión de aquella peripecia que pasó a la Historia con el nombre del "Motín de La Granja o de los Sargentos". ¡Cien años casi de aquellos días agitados a los de ahora! Entonces se sublevaron los Regimientos de la Guardia Real y escarnecieron la Majestad de la Reina Gobernadora; hoy, los revolucionarios son esos hombres roncos que han pasado bajo sus ventanas tarareando "La Internacional", desenterrados de las yavijas en que se habían escondido cuando la Guardia Civil regresó de Segovia y restauró el orden. Ahora, a la noticia de que llega un Regimiento de Madrid a auxiliarles sienten renacido su instinto rencoroso y dan rienda suelta a sus deseos de venganza.

La señora entreabre una de las cerradas celosías para que se ventile la habitación, porque la ahogan la congoja y la pena. Un aire irreverente mueve en estos minutos la fronda isabelina; viento de tormenta que lleva en sus alas, no susurros de galanteos, según exige la etiqueta, sino plebeyas voces de estilo "Frente Popular". El escarnio alcanza a los monumentos inolvidables. En la taza de mármol de una fuente hay embadurnado el airnagre: "Pro libertad de Thaelmann". En en la paredilla de un quiosco que oyó bisbiseos de infantas reales, una hoz y un martillo descansan en un zócalo con esta leyenda: "¡Viva Estalin!".

La dama torna a preguntar a los sirvientes:

- Pero, ¿qué Regimiento es? ¿No se tratará de un nuevo infundio para asustarnos?

- No, señora, no. Se sabe que ha llegado a Balsaín muy de mañana y que viene en muchos coches. En Segovia también lo han sabido y desde la carretera pueden verse los cañones que de allí han traidos los artilleros. Están apuntando a las Siete Revueltas ...

EL REGIMIENTO DE TRANSMISIONES DE EL PARDO

No mentían los servidores. En los pinares de Balsaín se hallaba en aquellos momentos un Regimiento que, al decir de sus Jefes venía "a aplastar a los fascistas de Segovia". Un Regimiento de Ingenieros que viajaba en unos veinte coches y camiones que no tardarían en llegar a La Granja.

Era el Regimiento de Transmisiones, acuartelado en El Pardo, donde siempre hubo guarnición de Ingenieros. Durante muchos años fue el Regimiento de Telégrafos, el que se alojaba en el viejo cuartel de Boyerizas. Cuando se alzó otro cuartel, que recibió el nombre de "Zarco del Valle", lo ocupó otra Unidad también de creación moderna: el Regimiento de Transmisiones, que se había formado con las plantillas del antiguo de Telégrafos y parte de los de Radiotelegrafía y Automovilismo. Lo mandaba, en el momento de producirse el Alzamiento Nacional, el coronel don Juan Carrascosa Revellat, que había nacido en 1880 e ingresado en el servicio en 1895. Los demás jefes y oficiales eran los siguientes:

Teniente coronel: Don Eduardo Hernández Vidal.

Comandantes: Don Rafael Martínez Maldonado, don Rafael Sánchez Benito, don Leandro García y don Enrique Gazapo.

Capitanes: Don Antonio Olivé, don Ricardo Salas, don Enrique Guiloche, don Ramón Rivas, don Francisco de Alba, don Manuel Frías, don Francisco Domínguez, don Luis Anel, don Eugenio Bravo y don Leonardo González.

Tenientes: Don Constancio Jiménez, don Hilario Navas, don José Vegas Latapié, don Angel López, don Luis Diéz Alegría, don Alfredo Bárcena, don Angel Sánchez Aguiló, don Juan Gutierrez, don Luis Arbex, don Luis Barbeito, don Emilio la Cierva, don Jesús Guzmán, don Enrique Molina y don Pablo Scandella.

Alféreces: Don Tomás de la Cruz, don Gerardo Linacero, don Santiago Pérez, don Francisco San Millám, don Pascual Anguás, don José Herrero, don Adolfo Alonso, don Simón Blaya y don Angel Arcega, Alféreces de complemento: Abelló, Carranceja y Fontana. Capitán médico: Aranda. Veterinarios: Pérez Urtubia y Sancho.

En filas había unos 450 hombres - la mitad, aproximadamente, de los efectivos normales, por estar los ausentes en uso de licencia. Entre los soldados figuraban unos 80 cuotas, entre ellos Francisco Largo Calvo, hijo del ex ministro y secretario de la Unión General de Trabajadores, Largo Caballero. La mayoría de las clases y soldados y la totalidad de los jefes simpatizaban o estaban afiliados a los partidos contrarevolucionarios. Incluso funcionaba una célula de Falange, que representaban los soldados López de Morla y Alonso Cardona, militantes madrileños, que mantenían el contacto entre su organización y algunos de los oficiales. Su principal cuidado era vigilar a los elementos comunistas, que también tenían sus células en el Regimiento y mantenían contacto con el exterior. Entre estos extremistas había algún sargento y algún brigada. El hijo de Largo Caballero, que era el más destacado, no parecía, sin embargo, muy peligroso, pues su carácter tímido y huraño le aislaba de la mayoría de sus compañeros.

Desde que emplezó a planearse el Alzamiento militar, los jefes y oficiales de Transmisiones ofrecieron el concurso de este Regimiento. No se les había designado misión determinada, pero estaban dispuestos a echarse a la calle cuando lo hiciera la guarnición madrileña, cuya buena o mala fortuna se disponían a seguir.

EL PARDO

El Pardo constituye un Ayuntamiento de 2.100 vecinos a siete kilómetros de la Puerta de Hierro, límite por esa parte de Madrid, y a 15 de la Puerta del Sol. Casi todos sus habitantes nacioern y vivieron en el servicio del Real Patrimonio, como empleados de sus oficinas, jornaleros o guardias jurados. Buena parte de ellos seguían en sus empleos al servicio de la República, y al cambiar el régimen habían cambiado, a la vez, de opinión, con raras excepciones. Florecía, estimulada por el favor oficial, una Casa del Pueblo que acaparaba casi todo el censo obrero. Había también un destacamento de carabineros: siete parejas, encargadas de la vigilancia del monte, y diez, de los palacios. En total, 34 números, más los jefes. Esas eran las fuerzas populares y armadas que en El Pardo sostenían al Régimen. Los Carabineros, Cuerpo que siempre tuvo en España una tradición liberal, se sentían ahora, más que republicanos, frentepopulistas. No olvidaban que Indalecio Prieto, cuando fue Ministro de Hacienda, y en ocasión que visitaba este monte, al que era muy aficionado, sentó a los números del puesto a su mesa y comió con ellos campechanamente, en mangas de camisa. Por tan poca cosa se afirman o se rectifican unas ideas.

Estos encinares de El Pardo, que copiaron para fondo de sus retratos don Diego Velázquez y don Francisco de Goya, tienen una arraigada tradición de intriga política. En su espesura se han desenlazado interesantes episodios de la Historia de España. Antiguo Real Retiro desde los tiempos de Enrique III de Tratámara, atendido y cuidado por Carlos V y los Felipes de la Casa de Austria, el monte se fue poblando de palacetes en el transcurso de los siglos. Uno de los más notables es el de la Zarzuela, en el que Felipe IV dio fiestas brillantísimas, de las que nació un popular género de teatro. La intriga cortesana no dejó de tejer su tela de araña durante las cacerías. En su urdimbre quedó preso el Conde-Duque de Olivares y vió desmoronarse su poder ...

A partir del siglo XIX, los acontecimientos adquieren en este fondo rústico una importancia excepcional. De sus cuarteles salieron sublevados, en el mes de julio de 1822, los Regimientos de la Guardia Real, que trataron de restablecer a Fernando VII el Deseado en la plenitud de sus derechos, de que le había desposeido la Constitución del año 20.

Una leyenda sentimental ennoblece la tradición de estos parajes. Fue aquí donde esperaron el día de sus nupcias Doña María Cristina de Habsburgo Lorena y Doña Victoria de Battenberg cuando vinieron de reinos distantes a compartir el solio de España. También vio El Pardo la españolísima Majestad de Don Alfonso XII en la fuerza de su juventud, ejercitarse en las bravas fiestas de la raza. "Majada de las vacas" se llama el extenso llano en que, con jóvenes aristócratas, bajo la dirección de Lagartijo y Frascuelo, el Rey chispero y enamoradizo, de patillas de boca ancha, lidiaba toros con singular destreza. En El Pardo murió este Rey malogrado, y por sus verdes veredas paseó, melancólica, Doña María Cristina las tocas de su prematura viudez. Finalmente, junto al lecho en que agonizaba Don Alfonso, suscribieron Cánovas y Sagasta el famoso pacto de El Pardo, que había de asegurar la corona, en peligro, en las sienes de un príncipe todavía en el claustro materno y hacer posibles los únicos cincuenta años de vida constitucional "a la inglesa" que se han conocido en nuestra Patria.

AZAÑA SE TRASLADA A MADRID

Ahora, al promediar el mes de julio de 1936, está de temporada en el palacete llamado "La Quinta del Duque de Arcos" el segundo Presidente de la II República, Manuel Azaña. En El Pardo espera que se acabe la decoración de otro suntuoso alojamiento que se le prepara en Santander para terminar allí el veraneo. Alcalá Zamora, andaluz y sensual, no amaba El Pardo, desdeñándole por La Granja, de reminiscencias versallescas; Azaña, en cambio, castellano de alma seca y ágria, gusta de estos encinares y esta soledad, que le han servido muchas veces para sus meditaciones literarias. Pero, de pronto, en la noche del 17, se ve al Presidente de la República salir precipitadamente en un coche, que escoltan otros con Policía y fuerzas de Asalto. La Guardia Civil recibe al mismo tiempo la orden de concentrarse en Madrid, y el Regimiento de Transmisiones, la de quedar acuartelado. Es que acaba de saberse el Alzamiento de Africa.

La oficialidad se había recluido desde días antes voluntariamente, en espera de los acontecimientos. Fue el suyo "un acuartelamiento fuera del cuartel", ya que éste no podía permanecer constantemente sin suscitar sospechas. Pero encontró en sus cercanías una casa en la que estuvieron los jefes y oficiales francos de servicio hasta que llegó la orden del acuartelamiento oficial.

EL REGIMIENTO DE TRANSMISIONES SE SUMA AL ALZAMIENTO

El día 18, el ir y venir de coches entre el Real Sitio y la capital fue continuo. Agentes de los Sindicatos madrileños frecuentaban el Ayuntamiento y la Casa del Pueblo y dan órdenes misteriosas. Se forman grupos que vigilan los alrededores del cuartel, en cuyo patio se ha instalado una estación emisora de radio, y por ella se captó el mensaje del General Franco. Al hacerse de noche se redoblaron las precauciones, reforzándose las guardias habituales y estableciéndose otras suplementarias. Los soldados duermen vestidos, con el correaje y el fusil a la cabecera de la cama. Se hace una exploración por el exterior hasta doscientos metros del cuartel.

El domingo 19 amanece en una atmósfera cargada de electricidad, que preludia el estallido del rayo. Largo Caballero se presenta inopinadamente en la mañana de este día y conversa misteriosamente con su hijo. Sin duda le prepara para los momentos críticos que se esperan.

Poco después, un grupo de soldados patriotas se congrega en torno a la estación de radio, cuyo operador, el brigada Molina, les comunica noticias satisfactorias: "Muchachos, todo va bien. El Movimiento triunfa en toda España ..." Los soldados prorrumpen en atronadores vivas a la Patria y al Ejército, y, atraidos por ellos, el comandante Maldonado se presenta e improvisa una arenga patriótica, en la que da cuenta de la proclama de Franco captada durante la noche y que ya ha empezado el desembarco de las tropas de Africa. Con este motivo se reproducen los gritos de entusiasmo. Sólo un pequeño grupo, en el que figura el hijo de Largo Caballero, permanece silencioso y malhumorado o comenta destempladamente la arenga. No pasa más en el cuartel; pero en el pueblo parece que se precipitan los acontecimientos. El comandante Gazapo, ante el crecimiento de los grupos sospechosos en los alrededores, ordena una salida, que se verifica en dirección al Ayuntamiento y Casa del Pueblo, cuyos locales son minuciosamente registrados. Todas las personas que se encuentran en su interior o en sus inmediaciones sufren un cacheo, y se recogen muchas armas. Uno de los cacheados es el propio alcalde, que corre colérico a Madrid a denunciar el atropello en el Ministerio de la Guerra. Pero es tal la confusión que reina en aquel centro, que apenas se le escucha.

- Pero ¿es que no me creen? ¡Están sublevados! Se han apoderado ya del pueblo. A mí mismo me quisieron detener ... - dice una y otra vez.

En aquellos momentos puede decirse que no existe Gobierno. Ha dimitido Casares Quiroga, y Azaña, acobardado, quiere capitular y ensaya una solución Sánchez Román-Martínez Barrio. Todos los altos cargos están también en crisis. Por la Jefatura de la 1ª División, que ha abandonado don Virgilio Cabanellas, pasan, en el transcurso de unas horas, los generales Miaja y Cardenal. Un diputado de la mayoría que se encuentra al lado del Alcalde, se entera, al fin, de lo que éste dice y se dirige a un general menudo, vivaracho, que gesticula en otro grupo:

- ¿Oye usted, Riquelme? ¡También los de El Pardo! ...

El general, tras informarse, llama por teléfono al cuartel de Transmisiones.

- ¿Es usted el coronel? Al aparato Riquelme, general de la 1ª División. Me dicen que ha salido su tropa y que ha allanado la Casa del Pueblo. Eso no puede ser. Los obreros son en estos momentos nuestros mejores auxiliares. Hay que tratarlos como amigos. ¿Me oye bien? La situación es demasiado crítica para que se la agrave con imprudencias.

Con un acusado matiz de ironía, Carrascosa responde:

- Perdone usted, mi general, pero no sabía que fuese el jefe de la División. ¡Ha habido tantos en tan pocas horas! Téngame a sus órdenes y sepa que me atendré en todo momento al cumplimiento de mi deber. Y ya que ested se encuentra en ese puesto, ¿no podría hacer que nos trajesen pan? Porque no lo hemos tenido en todo el día. Aquí nadie trabaja y todo anda manga por hombro ...

Riquelme promete que se enviará pan. El que no se conforma es el alcalde, que protesta a gritos:

- Le engañan, general, le engañan. ¡Están tan sublevados como los de Africa!

Toda aquella noche del 19 se pasó en el cuartel de El Pardo en una expectante vigilia. De madrugada se habló telefónicamente con el cuartel de la Montaña. "Todo va bien - les dijeron de allí -. Reina un entusiasmo delirante. Está con nosotros Fanjul. El momento se acerca. ¡Arriba España!" A partir de entonces ya no volvieron a funcionar los teléfonos. Los había intervenido el Gobierno. Solo quedaban expeditas las comunicaciones con el Ministerio de la Guerra, desde el que llamaron diferentes veces hablando distintos personajes: uno de ellos, el diputado socialista Fernández Bolaños, que había servido como capitán en el Regimiento, y otro, el comandante Pena, que exhortaba:

- No hagan locuras ni imiten a los que se han sublevado en algunos cuarteles y que no tardarán en ser sometidos. Digan claramente que están dispuestos a apoyar al Gobierno.

Se le respondió con evasivas habilidosas:

- Estamos como estábamos. Acuartelados y preparados.

- Pero ¿qué se proponen?

- Cumplir con nuestro deber.

A las seis de la mañana del 20 se tocó diana y poco después empezaron a oirse, en dirección a Madrid, continuos cañonazos ... Los impacientes prorrumpieron en voces de alegría. ¡Era el Ejército, que se hacía dueño de las calles! Como corroborando esa impresión, se recibió un radio que firmaba, desde Carabanchel, el coronel del Regimiento de Artillería a Caballo. Decía que había empezado el Movimiento y que les bombardeaba la aviación, pero que resistían con entusiasmo; terminaba con un "¡Viva España!". Carrascosa le contesta con otro radio, felicitándole en nombre del Regimiento de Transmisiones y le anuncia que está dispuesto a secundarle. Pero a los pocos momentos penetran en el cuartel unos milicianos que viajan de escolta en un camión de Intendencia que transporta el pan prometido por Riquelme. Cuentan aquéllos, con expresión de gozo, que el cuartel de la Montaña está siendo asaltado por el pueblo y que el Movimiento Militar ha fracasado en Madrid. No se concede crédito a esta noticia ni a las que después y en el mismo sentido difunde Radio Nacional. Se juzga que el Gobierno pretende desorientar a la opinión con la emisión de victorias falsas. Pero ya no caben dudas cuando se presenta en el cuartel, sofocado y emocionado, un falangista madrileño llamado Luis Sobreros, amigo del teniente Barbeito, que confirma la catástrofe y añade detalles terribles de los asesinatos de jefes y oficiales.

LOS JEFES ACUERDAN SALIR AL ENCUENTRO DE MOLA

Al saber esto el coronel, reúne a los distintos mandos y trata con ellos sobre lo que debe ahcerse. Se expresan varias opiniones, coincidentes todas en que es indignidad someterse al Gobierno y muy peligroso quedar en el cuartel. Proponen unos que se tomen posiciones en el monte para esperar el desarrollo de los acontecimientos; otros, la salida hacia Torrelodones, cuyo paisaje áspero permitirá una larga y eficaz resistencia, y, finalmente, un tercer grupo, cuyo criterio prevalece, que se traspase la Sierra para unirse a las columnas que el general Mola envía contra Madrid, según acaba de anunciar Radio Segovia.

A las seis de la tarde, todas las guardias y destacamentos exteriores reciben órdenes de replegarse hacia el cuartel, donde se realizaban preparativos para la evacuación. En el puesto de Boyerizas quedan abandonados muchos caballos. El teniente Gordejuela, con su Sección, procede a cortar las comunicaciones telegráficas y telefónicas con Madrid.

SALIDA DEL CONVOY

Para la salida de la tropa se ha dispuesto un convoy de dieciocho camiones "Morris" y algunos cohes ligeros. Se concede una gran libertad a los soldados; los que lo deseen quedarán en sus pabellones sin ser molestados. Este procedimiento da un resultado excelente, porque permite distinguir a los soldados leales de los que no lo son. Los que salgan serán voluntarios y no cabrá temer deserciones posteriores. Sin embargo, a un reducido número, en el que figura el hijo de Largo Caballero, por el peligro que significa dejarlos en libertad, se les obliga a ir con el convoy y se les advierte del riesgo que corren a cualquier intento de evasión. A las cuatro y media de la mañana, ultimados los preparativos, el rosario de coches empieza a moverse y sale por una puerta secundaria que da a la carretera de Fuencarral, evitándose, de este modo, el tránsito por el pueblo, en el que ya se oía el vocerío de la muchedumbre amotinada.

Algunos jefes dejan en el cuartel, a merced de las turbas, a sus familias. El coronel Carrascosa, a su esposa y ocho hijos.

    "Cuando llegó la hora de partir - cuenta un cronista -, el coronel subió a casa, reunió a la familia, rezaron todos un padrenuestro ante la imagen de Cristo Crucificado y, sereno, firme, salió para ponerse al frente de sus hombres, cara a lo desconocido."

Se preparaba en aquellos momentos el asalto al cuartel, dispuesto en los centros sindicales madrileños, como lo prueba un diario de operaciones de las milicias de la C.N.T. Su autor, Eduardo Guzmán, anota esta impresión recogida en la noche del 20:

    "Una sola noticia. Alcalá y El Pardo son fascistas. Se refuerza la guardia de las entradas de las carreteras. Se montan ametralladoras sobre los camiones. Se ultiman los preparativos. Nadie piensa en dormir, aunque por la fatiga los ojos se cierren. Val -dirigente cenetista - concreta y resume el pensamiento de todos: "Mañana mismo tenemos que tomar Alcalá y El Pardo"."

Mañana será el dia 21. Pero en su madrugada, el Regimiento se pone en salvo, frustrándose en parte los designios de quienes pretendían repetir el sangriento episodio del cuartel de la Montaña. La expedición sigue el camino del Portillo de El Goloso que dista siete kilómetros del cuartel, para salir por allí a la carretera que va por Colmenar y se une con la de La Coruña en Torrelodones. Pero el Portillo está cerrado y hay que forzar la cerradura con un machete. Recelosos, asisten a la escena cinco carabineros que, sin duda por no considerarse con fuerzas para impedir el paso, encubren su enojo con miradas hostiles. Franqueado el Portillo, se avanza hacia Colmenar, cuando se observa la falta de uno de los camiones: el antepenúltimo de la formación, en el que iban el capitán Salas, los tenientes Arbex y Bárcena, el sargento Cipriano Fernández y unos veinte cabos y soldados. En total, veinticuatro hombres. Los ocupantes de los dos coches que cerraban la marcha manifestaron que se habían adelantado a dicho camión, que vieron detenido a unso dos kilómetros del cuartel a causa de una avería, al parecer poco importante, que su conductor reparaba. No se volvió a pensar en el accidente y se siguió hacia Colmenar. Pero el teniente Sánchez Aguiló, de la Compañía de Automóviles, que iba en una motocicleta como agente de enlace, quiso enterarse de lo que sucedía a sus compañeros y volvió sobre sus pasos a buscarlos.

ALARMA EN MADRID

Cortados el teléfono y el telégrafo entre El Pardo y Madrid, la noticia de lo sucedido la llevaron a la capital vecinos del pueblo, que partieron en automóviles a los pocos minutos de la salida del Regimiento. Produjo un gran escándalo y alarma al difundirse, y las organizaciones revolucionarias tocaron a rebato, pues suponían, no sin fundamento, que aquellas tropas avanzarían contra Madrid. Inmediatamente se apercibieron para la defensa muchedumbres armadas.

    "Una de las concentraciones mayores, alrededor de 4.000 a 5.000 personas, con automóviles de todas clases, armas y municiones, fue la que se organizó en los terrenos de la Ciudad Universitaria - dice "Claridad" -. Grupos de milicianos se parapetaron en uno de los pabellones allí construidos, desde el cual se domina perfectamente la carretera de El Pardo. Se decía que había algunos movimientos sediciosos en el cuartel de Transmisiones situado en dicho pueblo. Para aquel punto salieron fuerzas de Seguridad, de Asalto y de las milicias, y parece que comprobaron que las fuerzas habían abandonado el cuartel y se dirigían, según se cree, a Segovia, acaso para unirse a los que ellos creían sublevados."

LOS MILICIANOS INVADEN EL CONVENTO DE CAPUCHINOS

Las fuerzas que se personaron en el Real Sitio eran unos cientos de milicianos, en su mayoría de Tetuán de las Victorias y Chamartín, y destacamentos de guardias de Asalto y civiles mandados por un oficial de este último Instituto. Encontraron sin soldados el cuartel de Transmisiones y procedieron a ocuparlo. Después tomaron consejo de sus correligionarios del pueblo y subieron al histórico convento de Capuchinos, que se encuentra en la margen izquierda del Manzanares, separado del pueblo por un puente de piedra, y en la cima de una empinada loma que constituye una atalaya con vistas sobre todos los alrededores. El Monasterio es también Seminario Menor de la Orden Franciscana, por lo que, además de cuarenta religiosos, albergaba ciento veinte educandos, cuya edad oscilaba entre los once y los diecisiete años.

Toda esta pacífica comunidad se encontraba en el refectorio disponiéndose a la comida y ajena a lo que sucedía en el contorno, cuando un tiroteo que procedía del pie de la loma dirigido contra las cuatro fachadas hizo que todos se levantaran inquietos. El superior, padre Alejandro de Sobradillo, impuso calma, ordenó que se guareciesen de las balas en los lugares menos expuestos y salió con el director del colegio, padre Emilio, a enterarse de lo que pasaba. Al abrir la puerta se halló ante los fusiles de una muchedumbre furiosa. Por fortuna, se adelantó el oficial de la Guardia Civil y logró aplacar el ansia homicida de aquellos bárbaros. Los milicianos alegaban que se les había disparado desde el convento, porque tomaban, sin duda, por disparos hechos desde éste los que partían de otros grupos que subían por la vertiente opuesta. Pudo convencérseles de su equivocación mostrándoles todas las estancias, en las que no se encontró señal ni indicio de una sola arma. Pero a falta de éstas cayeron sobre la despensa, que desvalijaron con gran algaraza.

No se cometieron, sin embargo, profanaciones, y el templo, que, además de un Cristo, maravillosa escultura yacente de Gregorio Hernández, conserva cuadros de Jordán, Richi y uno atribuido a Ribera, fue respetado. Debióse a la intervención de los izquierdistas locales, la mayoría educados en el monasterio y que habían recibido de los religiosos beneficios de todas clases. Hubo un momento de peligro cuando un grupo de energúmenos formó a los frailes en el patio con intención de fusilarlos; pero de nuevo intervinieron los vecinos y se pudo evitar el crimen.

Los educandos, que en su mayoría eran niños, fueron bajados al Orfanato Nacional de El Pardo, donde quedaron recogidos. A los religiosos, que se habían despojado de sus hábitos, se les llevó al cuartel de Transmisiones, y por la noche, en camionetas de los guardias de Asalto, a la Dirección General de Seguridad, donde comenzó su calvario, que para muchos había de terminar coronado con el martirio.

LAS FUERZAS DE TRANSMISIONES CRUZAN NAVACERRADA

En todo esto se invirtió un tiempo precioso, que permitió al Regimiento de Transmisiones atravesar sin contratiempo la zona de peligro. Cuando se organizó su persecución ya era demasiado tarde. Después de salir de El Goloso, el convoy de coches llegó al amanecer a Colmenar. En este recorrido se iban cortando los hilos telefónicos y telegráficos para que no hubiera comunicación con Madrid.

La plaza Mayor de Colmenar ofrecía un impresionante aspecto. Ocupábala una vocinglera muchedumbre, enloquecida por las noticias y proclamas que durante la noche había vertido la radio. El alcalde frentepopulista circulaba entre los grupos ostentando su simbólica vara. Muchos de los vecinos portaban escopetas y otros blandían hoces, horquillas y otros instrumentos contundentes hechos de aperos de labranza. Los coches del convoy se vieron sumergidos por aquella marea aullante.

- ¿Adonde van ustedes? - preguntó el alcalde al comandante Maldonado.

- A defender la República, en cumplimiento de órdenes del Gobierno.

El Monterilla, que era un lugareño taimado y socarrón, no dio fé a las palabras del comandante. Para cerciorarse, quiso telefonear a la Dirección General de Seguridad. Pero el teléfono esaba cortado y tuvo que quedarse con sus dudas y recelos. Por otra parte, era ya tarde para emplear la violencia. El convoy salía por la carretera de Hoyo de Manzanares y se encaminaba a Torrelodones.

Quienes hicieron este recorrido en tal ocasión no lo olvidarán fácilmente. A cada momento un riesgo mortal podía malograr la empresa. Encontraban muchos coches que, con guardias de Asalto y milicianos, iban y venían a velocidades vertiginosas. Uno de ellos les detuvo, y a sus ocupantes preguntaron que a donde iba aquella tropa. Prudentemente, el comandante Maldonado, sobre quien recaía la responsabilidad de la marcha, había recomendado a los oficiales y soldados que fingiesen entusiasmo republicano, que cerrasen el puño y que contestasen a todos los vivas que se dieran. A los que les interrogaban replicó lo mismo que al alcalde de Colmenar.

- Bien, camaradas. A ver si pegais duro. No hay que dejar un traidor con vida - recomendaron los del coche.

- No tengais cuidado.

- ¡Viva la República sovietica!

- ¡Viva! ...

En Villalba se dejó el camino de La Coruña y se tomó el que a su derecha sube al puerto de Navacerrada. Por allí era mayor la afluencia de coches y de patrulas, sin duda por ser el paso de Segovia. Se repitieron las escenas de Torrelodones. En el chalet alpino que hay antes de llegar al puerto se acercó un paisano, en quien Maldonado reconoció pronto a un antiguo compañero, el comandante retirado de Ingenieros López Valencia, hombre afecto al Frente Popular, y de quien pronto comprobó que estaba al servicio del Gobierno. Había sido encargado de cortar la carretera de La Granja y se disponía a volar un puente que hay en el desfiladero de las Siete Revueltas. Unos cientos de milicianos y guardias se empleaban en esta faena.

- Pero es el caso - le dijo Maldonado - que nosotros tenemos que pasar, porque vamos a apoderarnos de La Granja y Segovia ...

López Valencia comentó, medio en serio, medio en broma:

- ¡Quién iba a decirnos que acabaríamos por estar juntos! ...

Y se ofreció a acompañar a los expedicionarios hasta el puente para que las patrullas les facilitaran el paso. Subió a un coche de turismo con un teniente, que iba prevenido a matarle tan pronto como le sorprendiese un signo o un gesto sospechoso. En el puente se había abierto una gran zanja, en la que debían colocarse los explosivos. López Valencia la mandó rellenar para que pasaran los camiones. En esta operación se invirtieron cerca de dos horas, y en ese tiempo la tropa estuvo confundida con los milicianos, circunstancia que aprovecharon el brigada García Malo y el sargento Quirós para desertar. El último se había significado como izquierdista en la revolución del 34 y ahora había pedido con gran insistencia formar parte de la expedición, según decía "para borrar aquella mala nota". La deserción de estos dos hombres sacó, sin duda, a López Valencia de su error, pero ya era tarde para aprovecharse del aviso. Todo conato de resistencia hubiera fracasado sangrientamente. El Regimiento pasó el puente y emprendió el descenso hacia La Granja.

No quedaba otro obstáculo que el de Balsaín, donde los obreros, armados, disponían, además, de una ametralladora que ocupaba a carretera. Se les pudo engañar con las mismas argucias que tan buen resultado había dado hasta entonces. Y no sólo se convencieron, sino que, entusiasmados por auxilio de aquella tropa, la obsequiaron espléndidamente. Las mujeres salían de las casas llevando chorizos, pan, vino y frutas que brindaban a los soldados. Los hombres les daban informes y consejos.

- Vayan con precaución. En La Granja hay ochenta guardias civiles y artillería.

Los que manejaban la ametralladora quisieron incorporarse al convoy.

- No - les dijo el comandante Maldonado -. Vosotros os quedais aquí para proteger nuestro repliegue en caso de que tengamos que retirarnos. En la guerra se debe prevenir todo.

En los alrededores de La Granja se habían dado cita los izquierdistas locales, que esperaban la llegaba de aquel Regimiento para, con su auxilio, tomar venganza de la Guardia Civil. También ésta había salido de su cuartel y esperaba los acontecimientos dispuesta a todo. En la carretera de La Granja a Segovia y frente a las Siete Revueltas se hallaban emplazadas dos baterías del 13 Ligero, preparadas a disparar sobre la columna de automóviles que se había anunciado como de enemigos. Pero antes de que tuvieran tiempo de hacerlo llegó ante los artilleros, a toda velocidad de un coche ligero, el comandante Zabaleta, que avisaba a gritos:

- ¡No disparar, no disparar! ¡Vienen a unírsenos! ¡Son de los nuestros!

En efecto, cuando el convoy estuvo a la vista de los guardias civiles, se adelantó un coche que enarbolaba una bandera blanca y en el que iban el coronel Carrascosa y el capitán ayudante, don Eugenio Bravo, que prorrumpieron en vivas a España. El equívoco quedaba roto. Los izquierdistas, que no salían de su asombro, se apresuraron a escabullirse, volviendo a los escondites que incautamente habían abandonado. En cambio, la mayoría de los vecinos secundaron los vivas, y todos los balcones se abrieron como por ensalmo y se asomaron las mujeres que, agitando los brazos, saludaban a los soldados salvadores. La pesadilla de La Granja se había desvanecido para siempre. Un grupo de revolucionarios de Balsaín, que seguía a alguna distancia al Regimiento para aprovecharse en el saqueo que esperaban, volvió también grupas, buscando amparo en los pinares, al darse cuenta del engaño que habían padecido.

EL CONVOY LLEGA A SEGOVIA

El alto en La Granja fue muy breve. Urgía llegar a Segovia para ponerse a las ordenes de la Jefatura militar de aquella plaza. Se reanudó, por tanto, la marcha poco después, quedándose en el Real Sitio una sección de la Compañía del capitán Olivé, al mando del teniente Diez Alegría.

La noticia de estos felices acontecimientos la había difundido a las diez de la mañana, desde Radio Segovia, el capitán Riera, quien anunciaba que "todo un Regimiento escapado de Madrid acababa de llegar a San Ildefonso y dentro de pocos minutos se presentará en Segovia". El vencindario en masa se congregó en el Azoguejo.

En este lugar esa recia plaza española reproducida en los azulejos de Daniel Zuloaga y captada por los "kodaks" de innumerables turistas de todas las naciones, una de las más representativas lonjas de la raza, con sus gitanos y trajinantes, con las largas recuas de los arrieros, y los mesones que el progreso convirtió en garajes sin que perdieran su pátina de siglos; con los hornos de asar corderos y la policromía de sus casas, tiendas y escaparates. Todo cocido por el sol, blanquecino de polvo y acuchillado por las moscas. Y, sobre todo, con el imponente Acueducto romano, que preside la plaza y el pueblo como un arco de triunfo en espera de desfiles guerreros. Uno de estos desfiles era el del Regimiento que pasaba en esta mañana bajo sus arcos. Se había detenido, al entrar en la ciudad, ante el edificio de la Academia. Después bajó, entre aclamaciones, por la calle de San Francisco, hasta el Azoguejo, donde la concurrencia era mayor. Dió la vuelta a la plaza y volvió de nuevo a la Academia, que se le había asignado como cuartel, bajo un palio de brazos extendidos y de vivas atronadores.

LA ODISEA DEL CAPITÁN SALAS

Una sola nube empaña, en estos momentos, la alegría de los que tan felizmente han arribado al que consideran puerto de salvación. Falta el camión del capitán Salas.

Hasta ahora su ausencia no inquietó mucho, porque esperaban encontrarle en La Granja o en Segovia, ya que podía habérseles adelantado por caminos de travesía. Pero, al no hallarle, tienen los jefes el presentimiento de una desgracia. No es infundado su pesimismo.

El teniente Sánchez Aguiló, que había abandonado la columna para establecer contacto con los rezagados, los encontró detenidos a medio camino entre el cuartel y El Goloso por habérseles "calado" el motor. Por cierto que en su trayecto fue tiroteado el teniente por los carabineros, que al pasar el convoy habían exteriorizado su desagrado. Desde que se puso en camino, la mala suerte perseguía al camión. Sufrió una primera avería a los pocos metros, y apenas reparada, su conductor, que era un soldado de cuota con muy poca práctica en el volante, subió por una empinada cuesta, a cuya mitad se le quemó el embrague. Esta avería era irreparable en el camino y la situación se hizo peligrosa, porque del pueblo llegaban los gritos del gentío que, sin duda, invadía el cuartel.

El capitán Salas ordenó echar pié a tierra y despeglarse en guerrilla para repeler un posble ataque. En esta situación los encontró Sánchez Aguiló, que llegaba en su moocicleta.Dió cuenta de cómo le habían tiroteado los carabineros y pidió un voluntario para llegar hasta el cuartel y recoger oro camión que sustituyese al inutilizado. El intento era temerario y, sin embargo, se realizó. Le acompañó el soldado Tomás Maestro, que era buen mecánico. Cuando llegaron al cuartel éste se hallaba rodeado por las turbas, que se disponían a invadirlo. La aparición de Sánchez Aguiló y del soldado que le acompañaba produjo una gran confusión, que se tradujo pronto en un amenazador vocerío. En la confusión, el teniente se vió separado de su acompañante. Montó en su motocicleta, viró en redondo y desapareció a todo gas para volver con esta desconsoladora información al lado del capitán. Aún no había acabado su relato cuando apareció el soldado Maestro al volante de una camioneta "Morris" que había conseguido sacar del cuartel abriéndse paso pistola en mano. Parecía un sueño. Venía perseguido de cerca por los revolucionarios. Sólo hubo tiempo para embarcar apresuradamente la tropa y las municiones, dejando abandonado, con el camión, el material de radiotelegrafía.

LA SECCIÓN DEL CAPITÁN SALAS AVANZA EN CONTINUADO COMBATE

Se partió de nuevo, yendo delante Sánchez Aguiló. Al avistar las tapias del monte, en las proximidades de El Goloso, aparecieron, cerrando el paso, los carabineros de los incidentes anteriores, a los que acompañaba un buen número de milicianos. La patrulla desplegó en guerrilla e hizo fuego; los cinco carabineros cayeron muertos y sus acompañantes se dieron a la fuga, en unión de un cabo y dos soldados de Transmisiones que aprovecharon la refriega para desertar.

Se habían adelantado pocos metros en dirección a Colmenar, cuando se cruzó un coche con cinco milicianos con fusiles. Dióseles el alto y se les desarmó, incautándose Salas del automóvil. Pocos minutos después sucedió un encuentro semejante. En otro coche venían cuatro hombres con fusiles y tremolando banderas rojas: se les dió el alto también y se procedía a desarmarlos, cuando la presencia de un camión con más de veinticinco milicianos obligó a suspender la operación. Los cuatro del primer coche gritaron a los que llegaban:

- ¡Disparad, disparad, que son enemigos! ...

Antes de que pudieran hacerlo rompieron el fuego los soldados de Transmisiones y los cuatro milicianos rodaron muertos. Los del camión, cogidos por sorpresa, no opusieron resistencia, y tras quitarles los fusiles, se inutilizó el vehículo, pinchándole los neumáticos y arrancándole el carburador. En todas estas operaciones se perdió un tiempo precioso, y lo que era peor, se ponía sobre aviso y en armas a los pueblos de la comarca, pues los fugitivos de los camiones daban la noticia del paso de la tropa por la carretera. Bien se comprobó la certeza de este peligro al aproximarse a Colmenar Viejo. Las entradas del pueblo estaban cerradas con postes del teléfono atravesados y con carretas de labranza. Por encima asomaban las escopetas de los vecinos dispuestos al combate.

El pequeño convoy avanzaba en el siguiente orden: en cabeza, el teniente Sánchez Aguiló con un soldado en el sidecar. Después, el teniente Bárcena y varios soldados en uno de los cches de turismo apresados, y, por último, la camioneta "Morris", con el capitán Salas y el resto de la fuerza.

Pronto se rompió el fuego, muy nutrido y sostenido bravamente. La lucha se hubiera prolongado si los tenientes Sánchez Aguiló y Bárcena no envuelven la barricada principal, entrando en la plaza por algunas calles laterales, tras dar muerte a los que intentaban cerrarles el paso. Entonces, los defensores del parapeto huyeron y el camión pudo avanzar. Pero desde muchas de las casas paqueaban con pistolas y escopetas y aquél hubo de cruzar bajo una lluvia de proyectiles, uno de los cuales hirió gravemente en el pecho al conductor Tomás Maestro, que en un supremo esfuerzo de voluntad continuó al volante hasta que llegó a una zona fuera de peligro.

Seguían ahora por la carretera de Torrelodones y Villalba, como había hecho horas antes el grueso de la columna, mas a los cinco kilómetros, como el camino se bifurcara, se vaciló en la elección, y al final adentró la menguada tropa por el que lleva a la presa de Santillana, en la cual moría. Se hizo alto para esperar al coche de turismo y a la motocicleta, que habían quedado rezagados. En esto se acercó un sargento de Carabineros que, con intención maligna, dió informes falsos sobre la marcha del Regimiento, que decía haber visto pasar camino de la Sierra, y lo mismo sobre el estado de la carretera, pues afirmaba que había un puente volado, que impediría el paso de los coches. En vista de ello, el capitán Salas decidió abandonar el camión y marchar a pié por la Sierra para ganar, a monte traviesa, Navacerrada.

Cuando llegaron Aguiló y Bárcena con sus soldados se emprendió la ascensión del monte conocido por Cabeza de Illescas, que domina la presa y el pueblo de Manzanares el Real. Las municiones se habían cargado en un borriquillo que se adquirió en doscientas pesetas a un transeunte que sobre él pasaba. También se compró pescado cogido en la presa, gallinas, huevos y otros comestibles. Al conductor del camión, Tomás Maestro, que agonizaba, se le dejó en una casa de Manzanares encomendado a sus vecinos.

Media hora llevaría la tropa subiendo cuando surgió en el cielo una avioneta que describió varios círculos como para localizar a la pequeña columna y se alejó inmediatamente de regreso a Madrid. Serían entonces las diez de la mañana. En la cumbre de Cabeza de Illescas se alzaba la casilla abandonada de un guarda, cuya puerta tuvieron que forzar los soldados. Dentro había dos colchonetas, unas sillas y utensilios de cocina, así como algunos comestibles. Se decidió comer allí, montándose un servicio de vigilancia con centinelas en unas lomas intermedias. Durante la frugal comida los jefes cambiaron impresiones sobre la situación. Llegaba el eco de unos cañonazos lejanos. El sargento Cipriano Fernández comentó alegremente:

- ¡Deben ser nuestros cañones! ...

El teniente Arbex opinaba que se debía continuar la marcha cuando fuera de noche, mientras que Sánchez Aguiló sostenía que debían quedarse allí, ya que la posición era muy fuerte y podrían resistir hasta que avanzasen por la Sierra las columnas que esperaban. Por su parte, Bárcena era partidario de bajar al pueblo de Manzanares el Real, proclamar el estado de guerra y hacerse fuertes en el histórico castillo de los marqueses de Santillana, el mismo en que don Íñigo López de Mendoza compuso sus deliciosas "Serranillas". El capitán optó por esperar la noche para reanudar el camino hasta enlazar con otras fuerzas.

LAS FUERZAS DE SALAS QUEDAN CERCADAS

Ya había comido el primer turno y se iba a relevar los centinelas, cuando se oyó la voz de uno de éstos que clamaba angustiado:

- ¡Mi capitán, mi capitán! ¡Los rojos vienen! ¡Que me matan!

Sonó a continuacón una descarga y no se oyó más. Se corrió a las armas. Desde la casilla se veía abajo, en el pueblo, un hormiguero de coches, y por las lomas, guerrillas que, pegándose al suelo, subían por todos lados. Estaban cercados. Los defensores se habían dividido en tres grupos a las órdenes de los tenientes. El capitán se situó en la casilla. Era la 1,30 de la tarde.

    "Me correspondió - dice el soldado falangista Alonso Cardona - con el teniente Bárcena, que defendía el frente norte de la casilla. Un poco más al Noroeste se encontraba el sargento Fernández, que pertenecía al grupo de Sánchez Aguiló. Por delante estaban el teniente Arbex con el tercer destacamento. Centenares, mejor, miles de hombres, trepaban por las estribaciones de la montaña y sus jefes nos miraban con los prismáticos vigilando todos nuestros movimientos. Los picos de la parte Norte y Noroeste tuvieron que ser abandonados. En la defensa del primero cayó muerto un soldado, y de los defensores del segundo desertaron tres y un cabo. A los pocos momentos de roto el fuego fue herido de un balazo en la clavícula izquierda Sánchez Aguiló, que se negó a retirarse. Un segundo balazo le hiere, esta vez mortalmente, porque el proyectil le perforó el estómago. Hallándose en esta situación, y viéndose perdido, sacó serenamente de su cartera tres billetes de mil pesetas, que correspondían a los fondos de su Compañía, y los destruyó, quemándolos con su encendedor. Después se aplicó la pistola a la sien y abrevió su agonía."

Los atacantes pagan el triunfo con su sangre. En su mayor parte precedían de las milicias de Chamartín de la Rosa y de Tetuán de las Victorias, que en la mañana de este día prestaban protección en la carretera de Francia, entre Cuatro Vientos y Fuencarral. Allí les llegó la noticia de los sucesos de El Pardo y, temiendo que los sublevados se dirigiesen desde Colmenar a Madrid, tomaron posiciones en las proximidades de aquel pueblo.

Se les unió el Batallón "Octubre", de las milicias socialistas unificadas, que mandaba el capitán retirado de Aviación Arturo González Gil, el mismo que había tomado una parte destacada en la sublevación de Cuatro Vientos en diciembre de 1930 y que en el verano de 1934 voló con una avioneta de su invención para arrojar flores rojas sobre el féretro de un militante comunista muerto en una lucha de calles, cuando se le llevaba al cementerio entre una manifestación tumultuaria. Segundo jefe de González Gil en el mando de esta unidad era el italiano Enrique de Rosa, de quien se ha hablado repetidamente en el curso de esta historia. El batallón citado fue una de las primeras unidades que constituyeron los marxistas para la lucha clandestina y para la revolución que preparaban. Lo formó, en febrero de 1934, José Laín, y mandado por él y por De Rosa, intervino en los hechos revolucionarios de Madrid en el mes de que tomó nombre, y se rehizo y constituyó a raiz de la represión de aquel movimiento, dándole instrucción militar el capitán de Ingenieros Faraudo.

Desde el asesinato de Calvo Sotelo esta guardia pretoriana de la Casa del Pueblo empezó a actuar con patrullas en las calles y fue la primera fuerza obrera que recibió armas, repartiéndosele los fusiles que suministró el director del Parque de Artillería, coronel don Rodrigo Gil.

Tan pronto como se supo el accidentado paso por Colmenar del destacamento del capitán Salas, y por creerse, sin duda, que delante de él iba todo el Regimiento, estas fuerzas milicianas tomaron, en camiones, el camino de Torrelodones y allí se reforzaron con el 5º Grupo de Asalto de Madrid y algunos números de la Guardia Civil, que había conducido personalmente el comandante Ricardo Burillo. Desde Torrelodones a Manzanares el Real la columna se engrosó con milicianos de San Sebastian de los Reyes, Colmenar Viejo, Miraflores y los del propio Manzanares y constituía ya una fuerza de dos o tres mil hombres.

FINAL HEROICO DE LA RESISTENCIA

La situación de los acosados defensores de Cabeza de Illescas se hacía por momentos desesperada. Como se les acababan las municiones, Salas dió orden de que los más próximos a la casilla se metieran en ella, lo que hicieron algunos, quedándose fuera, parapetado entre las peñas, un pequeño grupo con el sargento Fernández, y otro que mandaba el teniente Bárcena. El enemigo llegó, al fin, a las puertas de la casilla, y en auxilio de los que la defendían acudió Bárcena, que, disparando desde una de las ventanas, recibió una herida de gravedad. En el interior del rústico recinto se hallaban en aquellos momentos, además de este oficial herido y el capitán Salas, el teniente Arbex, dos soldados y el falangista López de Merlo. Arbex cae herido también. Se acercaba la tragedia final. Los dos pequeños grupos que se habían quedado entre las peñas eran envueltos y tenían que entregarse.

    "Mientras tanto - dice Alonso Cardona - éramos conducidos manos en alto hacia la parte donde se quería que fuésemos asesinados. Vi perfectamente, cuando era conducido en esta forma, cómo salían de la casilla Merlo, el capitán Salas y otro soldado más y se les acribillaba a balazos en nuestra presencia. Pocos minutos más tarde oímos dentro de la casilla fuertes descargas sobre los camaradas que todavía permanecían con vida. Entre los rematados de ese modo se encontraban los tenientes Bárcena y Arbex".

Diferentes veces se trató de fusilar a los prisioneros, pero los milicianos no se ponían de acuerdo, porque unos querían que la ejecución fuese en la presa de Santillana y otros en Colmenar, para vengar a los muertos de este pueblo. Zanjó la diferencia el italiano De Rosa, que optó por Colmenar.

Cardona y sus compañeros de infortunio tuvieron que cargar con los milicianos muertos y bajarlos al pueblo, entre insultos y terribles amenazas. Al llegar a la presa Cardona pidió agua, y una miliciana le dió una bofetada como respuesta. Se les alineó contra los muros de la obra hidráulica, y ya iban a matarles cuando, adelantándose un miliciano que en el combate había perdido a su hermano, empezó a furibundos culatazos con ellos. Uno de los terribles golpes abrió la cabeza aun corneta que figuraba entre los prisioneros y que cayó desvanecido y bañado en sangre. Todos los demás se tiraron al suelo, circunstancia que les salvó, porque creyéndoseles heridos o muertos, pues todos estaban ensangrentados, se les cargó en un camión, que tomó el camino de Colmenar.

Aquí redobló el peligro, porque el vecindario, reunido en la plaza, pedía enfurecido sus cabezas. Les salvó esta vez un miliciano que, de pié en el camión, gritaba al gentío:

- "¡Camaradas! Estos soldados que llevamos están gravemente heridos y son inocentes. Han sido arrastrados a la lucha contra su voluntad. Los culpables, peces gordos, como los del cuartel de la Montaña, ya han sido fusilados ..."

Como se dudase de los que decía el miliciano, éste añadió: "¡Asomaos y vereis como están casi muertos!" Así lo hicieron algunos, que golpearon los cuerpos yacentes y ensangrentados con los cañones de los fusiles. Con grandes trabajos la camioneta siguió hacia Madrid, y en la Casa de Socorro de Tetuán de las Victorias se dejó al corneta herido. Los otros ingresaban a las once y media de la noche, en la Cárcel Modelo.

Los periódicos madrileños del siguiente día confesaron que en este combate habían tenido cuatro muertos y otros tantos heridos, figurando entre los primeros el abanderado, un muchacho de poca edad que avanzaba tremlando una bandera roja.

    "Ese abanderado, sobre todo - decía "Claridad" -, que tan generosamente supo entregar su vida por las conquistas democráticas, ha sido, es todavía y lo será por mucho tiempo la obsesión dolorosa de cuantos con él lucharon heroicamente para vencer a los reaccionarios."

Las milicias desorganizadas que tomaron parte en esta lucha y algunas de las fuerzas de la Guardia Civil y de Asalto que las habían acomañado regresaron a Madrid aquella misma noche. El batallón de las milicias unificadas y el grupo del comandante Burillo prosiguió hacia Navacerrada, en cuyo puerto toó posiciones. Mientras tanto, en Madrid y en El Pardo se hace gran ruido a cuenta de la muerte de los cinco carabineros. Un oficial y veinticinco números de su Instituto van a recogerlos a El Goloso y los conducen procesionalmente al salón de actos del Ayuntamiento, convertido en capilla ardiente, donde quedarán cubiertos con la bandera republicana.

EL ALTO DEL LEÓN

OCUPACIÓN DEL PALACIO DE LA GRANJA

No pueden reposar mucho los soldados de Transmisiones en Segovia la hospitalaria. Las cornetas llaman a formar poco después de la comida a la Compañía del capitán Olivé, que tiene una sección destacada en La Granja. De este lugar llegan alarmantes noticias. Continúa la huelga, a pesar de haberse declarado el estado de guerra, y el enemigo está muy próximo, coronando Navacerrada y extendiéndose hasta Balsaín, emboscado en los pinares. Y lo que es aún más grave, en el propio centro del pueblo permanece intacto un peligroso foco de resistencia. Los carabineros que cuidan de los dominios de la antigua Real Casa se han atrincherado en el palacio, convertido, después de un incendio que causó en él graves daños, en escuela veraniega de Arte. A su frente se halla el administrador del Patrimonio, Fernández Cordero, que excita a una desatinada resistencia.

Parte la Compañía de Olivé, sin que los soldados se resientan ni quejen de la fatiga de una noche y una mañana de tan continuos ajetreos. En el Real Sitio se les incorpora la sección de Díez Alegria. Se ponen de acuerdo con la Guardia Civil y dirigen una intimación a Fernández Cordero, que la rechaza altaneramente. Cercan entonces el edificio, y a los primeros tiros se oyen femeniles voces asustadas. Es que se encuentra allí una colonia de estuduantes extranjeros de ambos sexos que practican cursos de verano, y las muchachas, aterrorizadas, piden que se abran las puertas y cese el fuego. Al fin se iza la bandera blanca y el episodio incruento se liquida rápidamente.

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