General de Ejército procedente de Ingenieros y Jefe del Estado Mayor del Ejército.

    (NOTA: La presente biografía está copiada de la escrita por Pablo González-Pola de la Granja en la web de la Real Academia de la Historia, complementada por el webmaster en mínimos detalles).

Miguel Íñiguel del Moral nació en Belorado, Burgos, el 16 de agiosto de 1924. No contaba con antecedentes familiares militares cuando en 1942 decidió ingresar con 18 añosen la Academia General Militar de Zaragoza. Formaba parte del grupo de 142 alumnos de la Primera promoción de la Tercera época de la General. Pasados los cursos de formación común, completó sus estudios en la Academia de Ingenieros de Burgos, donde recibió el despacho de teniente de Ingenieros en 1947, con 22 años.



Teniente general don Miguel Íñiguez del Moral.

La vocación docente y la acción marcaron el inicio de su carrera militar y fueron configurando sus dotes para la organización y la planificación estratégica. En 1950 se incorporó al claustro de profesores de la Escuela Militar de Montaña, en Jaca, que terminaba de consolidarse en estos momentos, tras su fundación cinco años antes. Volvió en 1955 a la Academia de Ingenieros con 27 años, como profesor de Táctica y fue aquí donde coincidió con el entonces coronel Manuel Díez-Alegría, quien se hizo cargo de la dirección del centro docente en 1958. Su relación con Díez-Alegría marcaría toda su carrera militar y este la seguiría con gran interés.

Sintiéndose atraído por la planificación y organización, con el empleo de comandante de Ingenieros, ingresó en la Escuela de Estado Mayor del Ejército en 1959, obteniendo el diploma e incorporándose al Servicio de Estado Mayor en 1963, con 39 años. Paracaidista vocacional, en febrero de 1966 fue designado para mandar el recién creado Batallón Mixto de Ingenieros Paracaidistas, encuadrado en la Brigada Paracaidista, en cuyo Estado Mayor serviría posteriormente y sería su jefe. Al año siguiente, marchó en comisión de servicios a Francia, donde visitó varios centros militares y realizó unos cursos de perfeccionamiento en la base americana de Wiesbaden, en Alemania. Allí, formando parte del Estado Mayor Conjunto en diversos ejercicios tácticos conoció a un coronel español del que quedó profundamente impresionado por su inteligencia y dotes de mando. Era el entonces coronel Manuel Gutiérrez Mellado, con el que pocos años después iniciaría la reforma de la Fuerzas Armadas, en plena Transición política.

Conoció el territorio del Sahara español durante las prácticas en la Escuela de Estado Mayor y debió quedar impresionado con el desierto y su gente, porque en 1971, con 47 años, pidió destino al Estado Mayor del Cuartel General de las Fuerzas Militares del Sector del Sahara. Desarrolló aquí una ingente labor tratando de llegar a acuerdos y moderar las posturas de algunos dirigentes del Frente Polisario y, cuando no quedó más remedio, les combatió. Por su brillante actuación, el 13 de marzo de 1974, frente a unas partidas infiltradas en la zona de Echedeiría, en una acción con fuego real desde helicópteros, con bajas mortales por ambas partes, mereció el reconocimiento de “valor acreditado” y la anotación en su Hoja de Servicios. Recibiendo, posteriormente, la Cruz del Mérito Militar con Distintivo Rojo, destinada a acciones en campaña. Durante la etapa de su destino en el Norte de África, recibió fuertes presiones para que aceptara el ofrecimiento de sustituir al comandante San Martín al frente del servicio de inteligencia de Presidencia de Gobierno, el SECED. Pero Íñiguez no aceptó, alegando su desacuerdo con la carga política que, en aquellos momentos, llevaba aparejado el cargo. Él era un profesional de la milicia y a ello quería únicamente dedicarse.

Un momento especialmente significativo en su carrera profesional se produjo cuando el general Gutiérrez Mellado le llamó a integrarse en el exclusivo grupo de trabajo que formó al hacerse cargo, en septiembre de 1976, de la Vicepresidencia Primera del Gobierno para Asuntos de la Defensa. Junto a otros dos compañeros del Ejército de Tierra, un marino y un miembro del Ejército del Aire, el teniente coronel Íñiguez se entregó intensamente al diseño de la gran reforma destinada a modernizar las Fuerzas Armadas en aquellos albores de la Transición. Íñiguez se ocupó especialmente a los asuntos relacionados con el ejército de Tierra y a las modificaciones en los órganos centrales de la Defensa. De este Gabinete, salieron proyectos tan importantes como la Ley de Bases de la Defensa, con la creación del Ministerio de Defensa, como pieza central, la creación de la Junta de Jefes de Estado Mayor, la reforma de los Consejos Superiores de los Ejércitos, la regulación de la participación de los militares en política y la adecuación de las Reales Ordenanzas, código ético de los militares, a las circunstancias del momento. A instancias del vicepresidente, el Gabinete trabajó en la política de personal, equilibrando las plantillas y equiparando sueldos con los funcionarios civiles, para intentar terminar con la tradicional lacra que suponía el pluriempleo entre los militares.

Miguel Íñiguez se identificó plenamente con Gutiérrez Mellado, con quien disfrutó del ilusionante trabajo reformista y sufrió las incomprensiones de algunos compañeros hacia la persona del general. Acompañó al vicepresidente del Gobierno en muchos de los viajes que programó para explicar la reforma en todas las guarniciones de España. Siempre guardó un recuerdo de admiración y agradecimiento al general Gutiérrez Mellado.

Ascendido a coronel de Ingenieros en 1978 con 54 años y para cumplir las condiciones de mando que le habilitaban para alcanzar el generalato, abandonó el Gabinete de la Vicepresidencia en 1980, para mandar el Regimiento de Redes Permanentes y Servicios Especiales de Trasmisiones, donde pasó el intento de golpe de estado del teniente coronel don ANtonio Tejero Molina. Ascendió a general de Brigada en 1981 con 57 años y fue destinado al Estado Mayor del Ejército, donde se encargó del diseño del Plan de Modernización del Ejército de Tierra, conocido por sus siglas META. Se trataba de un diagnóstico preciso del momento en el que se encontraba el Ejército y el avance de las posibles soluciones a los problemas planteados. Aquí permaneció hasta 1984 que, ascendido a general de División con 60 años, fue nombrado jefe del Estado Mayor Conjunto de la Defensa. Al año siguiente le llegó el ascenso al último escalón del escalafón militar y, como teniente general, fue nombrado capitán general de la VI Región Militar con sede en Burgos, su tierra natal. No pudo disfrutar mucho del cargo, porque el ministro Narcís Serra, en 1986 le elevó al puesto más relevante del Ejército de Tierra, jefe de Estado Mayor del Ejército. Tenía 62 años.

Desde el despacho principal del Cuartel General del Ejército, Íñiguez se planteó dos grandes líneas de trabajo: por una parte, la adecuación orgánica del Ejército a las necesidades del momento y a las reformas impulsadas por el ministro Serra y, por otra, algo en lo que había pensado durante toda su vida y ratificado al lado del general Gutiérrez Mellado, mejorar la percepción que la sociedad civil tenía de las Fuerzas Armadas, tan sólo unos años después del intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981 y su posterior proceso judicial.

En la reforma orgánica continuó la labor iniciada por su predecesor en el cargo, el general José María Sáenz de Tejada, en la implantación, ya efectiva, del Plan de Modernización del Ejército de Tierra (META). Además, durante su mandato al frente del Ejército se diseñó y puso en marcha un nuevo proyecto, el Plan de Remodelación del Ejército de Tierra (RETO), que pretendía la reducción de efectivos en torno al 25%. El incremento de la participación de unidades militares españolas en las actividades promovidas por la OTAN y la incorporación de la mujer a las Fuerzas Armadas, fueron importantes retos felizmente resueltos.

En cuanto a las relaciones con la sociedad civil, el general Íñiguez se propuso mejorar la comunicación externa del ejército mediante el apoyo a las Oficinas de Relaciones Públicas, del propio Cuartel General y en las capitanías generales y la formación especializada de los oficiales allí destinados. El propio general no perdería ocasión, en las numerosas entrevistas que concedió a la prensa, de reivindicar un ejército profesional y con dependencia directa del poder civil, lejos de constituir un poder fáctico.

En 1949 contrajo matrimonio con Ana María Andrade Sebastián, con quien tuvo cinco hijos y se convirtió en un apoyo esencial durante toda su dilatada vida matrimonial.

En 1990, el Gobierno le distinguió con el nombramiento de general de Ejército, con carácter honorario, con 66 años. Y en 1997, el rey Juan Carlos, le hizo entrega del premio Ingeniero General "Zarco del Valle”, máximo galardón otorgado por la Inspección de Ingenieros.

Miguel Íñiguez es un claro ejemplo de militar profesional, que no participó en la guerra civil, ni se vio influido ideológicamente por posturas excesivamente intransigentes. Entendió, perfectamente, el rol de un ejército plenamente integrado en una sociedad democrática. En su etapa al frente del Ejército, mantuvo unas relaciones excelentes con los políticos del Ministerio de Defensa y, gracias a su talante, inteligencia y preparación, disfrutó del aprecio de sus compañeros. Pertenece el general Íñiguez, de una manera destacada, a ese grupo de militares que favorecieron la transición pacífica hacia la democracia en el último tercio del siglo XX. Su obsesión fue la plena integración de las Fuerzas Armadas en el sistema democrático y tuvo la oportunidad de ser influido por los dos generales que más se empeñaron en ello, Manuel Díez-Alegría y Manuel Gutiérrez Mellado.

Murió en Madrid el 2 de agosto de 2016, a punto de cumplir los 92 años.