Fortaleza española erigida en el Ampurdán para proteger la frontera catalana de las penetraciones francesas procedentes del Rosellón por el paso de Le Perthus.
A raiz de la Paz de los Pirineos de 1659, España cedió a Francia, entre otros, los condados del Rosellón y del Conflans, y la frontera entre ambos países se fijó en la cima de los montes más altos de la cordillera pirenaica. Este tratado significó que las fortificaciones realizadas hasta la fecha para proteger el territorio español quedasen en manos francesas, y en particular los castillos de Perthus y Bellegarde, erigidos en la nueva frontera. Por ello, desde fecha tan temprana como 1660 se siente la necesidad de construir una fortaleza en el Ampurdán para proteger Cataluña de eventuales agresiones procedentes de Francia.
Diversos informes de 1660 (carta del marqués de Morata a S.M. del 21 de agosto; informe de don Baltasar de Rojas Pantoja del 6 de septiembre) y 1664 (informe del marqués de Morata de 5 de marzo) informan al rey Felipe IV en este sentido, citándose la plaza de Figueras (a cuatro leguas de Bellegarde) y el sitio de Ostalnou (a dos leguas de Bellegarde, junto al rio Muga). Tras la muerte de Felipe IV el rey Luis XIV rompe la Paz de los Pirineos y ocupa el Franco-Condado.
En 1668 se firma la Paz de Aquisgrán, pero en 1673 se inician de nuevo las hostilidades. Esta vez España acercó tropas a la frontera pirenaica, y de nuevo surgió la necesidad de fortificar el Ampurdán (informe a S.M. del reconocimiento efectuado por el duque de San Germán, capitán general de Cataluña). Esta vez se barajan Figueras, villa Beltrán, Cabanas, Ostalnovo, Castelló de Ampurias y Perelada. El rey Carlos II decidió no acometer obras nuevas, pero ante la insistencia de San Germán, finalmente autorizó fortificar Perelada en un decreto de 10 de enero de 1674. Las obras no se iniciaron; las tropas españolas entraron en el Rosellón en 1674, pero se vieron obligadas a retroceder al año siguiente ante el acoso del enemigo, que invadió el Ampurdán en 1675 y llegó hasta las murallas de Gerona. Sin embargo, el acoso de los migueletes catalanes obligó a los franceses a repasar de nuevo la frontera. La Paz de Nimega puso fin al conflicto en 1678.
En 1679 se propuso de nuevo a Carlos II fortificar el Ampurdán (mejorar las existentes en Rosas y fortificar Perelada o Vilabeltrán); pero el capitán general de Cataluña, duque de Bournomville, se mostró partidario de hacer obras tan solo en Rosas.
En 1692 de nuevo los franceses invadieron Cataluña por el Ampudán, ocupando Rosas, Gerona, Hostalrich y Barcelona (1697), plazas que Luis XIV devolvió a Carlos II tras la firma de la Paz de Riswick.
Durante la Guerra de Sucesión la región de Cataluña tomó partido por el archiduque Carlos, por lo que las tropas francesas de Felipe V se vieron obligadas a hacer incursiones en la zona, hasta que tomaron Figueras en 1709 y Gerona en 1711. En 1712, mientras se negociaba la paz de Utrech, las tropas del archiduque trataron de capturar Rosas y Gerona; pero el valor de sus defensores y la presencia de las tropas francesas de duque de Berwich lo impidieron.
En 1719, con ocasión de la guerra de la Cuadruple Alianza, un ejército francés invadió de nuevo el Ampurdán tratando de tomar la plaza de Rosas.
Finalmente, fue durante el pacífico reinado de Felipe VI cuando vió la luz el proyecto de fortificar la plaza de Figueras para proteger el Ampurdán, gracias a la iniciativa del marqués de la Ensenada, reformador de la marina y ejército del rey español.
El 16 de mayo de 1752 el marqués de la Mina, capitán general de Cataluña, dirigió un oficio al mariscal de campo don Juan Martín Zermeño, comandante general del Cuerpo de Ingenieros, ordenándole una misión secreta consistente en elegir un terreno donde edificar una plaza que detenga al enemigo desde Francia por el Rosellón y el Perthus y le obligue a formalizar un ataque formal o a dejar un numeroso contingente de fuerzas en caso de que desee bloquearla. El marqués añadió que la plaza debería contener cinco batallones de infantería y tres escuadrones de caballería. Este oficio, que se conserva en el Archivo General Militar del Instituto de Historia y Cultura Militar del Ejército de Tierra, debe considerarse como el origen del fuerte de San Fernando de Figueras.
El mariscal Zermeño realizó un reconocimiento y elevó su informe el 3 de octubre de 1752, en el que, tras citar sus conclusiones sobre varios lugares de Alfar, Perelada, Rosas, Cadaqués, el puerto de la Selva, Palamós, Hostalrich y Figueras, se inclinó por la montaña de los Capuchinos de Figueras como lugar donde construir la citada fortaleza. Tras recibir el informe, el marqués de la Mina decidió la construcción en la citada montaña de los Capuchinos de Figueras. Esta decisión puso de manifiesto las diferencias de criterio que sobre el particular existían desde hacía un siglo, y dividió al Cuerpo de Ingenieros, puesto que el prestigioso Ingeniero don Pedro de Lucuze, director de la Real Academia Militar de Matemáticas y Fortificación de Barcelona era de otra opinión. De hecho había realizado un reconocimiento anterior al de Zermeño en 1751, recomendando poner "en pie de defensa" Rosas y Palamós, así como la construcción de otros fuertes en diferentes puntos, pues no se le ocultaban los peligros de que la plaza de Figueras permaneciera aislada. Sin embargo, una real orden aprobando el proyecto y la ejecución de la obra zanjó la discusión.
Los franceses protestaron aduciendo que el Tratado de Utrech impedía fortificar a menos de tres leguas de la frontera; pero las mediciones efectuadas demostraron que la montaña de los Capuchinos se hallaba a tres leguas y media de la frontera, por lo que las obras del castillo siguieron adelante.
El proyecto inicial del ingeniero Zermeño tiene fecha del 14 de abril de 1753, y no tenía en cuenta los edificios interiores de la plaza ni las cisternas. Seguidamente se procedió a la compra de los terrenos y derribo del convento de los Capuchinos. El 3 de mayo se inició la tala de los olivos plantados en la zona de la explanación; el 4 de septiembre se iniciaron las obras y el 13 de diciembre se puso la primera piedra. Las primeras obras del castillo siguieron en 1754 bajo la dirección del mariscal Zermeño, el empuje del marqués de la Mina y el decidido apoyo del marqués de la Ensenada.
En 1759 murió el rey Fernando VI, y el rey Carlos III continuó con la obra. El 20 de junio de 1760 el mariscal Zermeño elaboró un informe sobre el estado de las obras, en el que se observa el avanzado estado de los recintos exterior e interior del castillo, y de que aún no se había iniciado la construcción de los edificios interiores. Al poco tiempo Zermeño fue destinado a Barcelona y sustituido en la construcción del castillo por el ingeniero don Juan Cavallero.
En 1766 el castillo de San Fernando fue inaugurado. Se habían gastado 30 millones de reales y aún faltaban edificaciones interiores y obras accesorias. Las obras continuaron hasta 1792. En ellas participaron los siguientes ingenieros:
El castillo de San Fernando consiste en un recinto interior de planta pentagonal irregular formado por seis baluartes unidos por sus correspondientes cortinas (de 146, 146, 117,117,106 y 106 metros de longitud):
El recinto exterior está formado por tres hornabeques con revellín, cuatro revellines y dos contraguardias:
Un camino cubierto de 3.120 metros con sus correspondientes plazas de armas rodea al recinto exterior. Entre el recinto exterior y el interior existe un amplio foso; la altura de los baluartes y cortinas es de 13 metros sobre el foso. La superficie total ocupada es de 32 hectáreas y 36 áreas.
Otras obras que resaltan en el castillo de San Fernando son las siguientes:
BALUARTE DE SANTA BÁRBARA.
El baluarte de Santa Bárbara, al Oeste, es el más amplio del castillo. Dentro de él debía haberse construido un caballero destinado a montar piezas de artillería en él para batir las alturas situadas al Oeste de la fortaleza, que se suponía sería el esfuerzo principal de ataque del enemigo, así como ofrecer vistas sobre las vaguadas inmediatas.
La obra del caballero está iniciada, pero no acabó de finalizarse. Se inició un foso donde se excavó una bóveda subterranea destinada a cisterna, y otras diez más para depósitos de pólvora y enseres de artillería.
Las dos cortinas adyacentes al baluarte de Santa Bárbara son iguales y miden 146 metros de longitud cada una de ellas.
BALUARTE DE SANTA TECLA.
El baluarte de Santa Tecla, al Este, es el más reducido. Sus caras son de poca extensión y sus flancos retirados y cubiertos con espaldas. En el terraplén de este baluarte hay cuatro bóvedas para custodiar pólvora y enseres de artillería.
Esta obra tiene una cortadura en su gola con un muro parapetado y foso con dos surtidas al principal, una en cada uno de los flancos y una puerta de acceso a las caballerizas en el centro de la gola.
Las dos cortinas adyacentes al baluarte de Santa tecla son iguales y miden 117 metros de longitud.
BALUARTE DE SAN NARCISO.
El baluarte de San Narciso, al Sureste, y el de Santiago, al Noreste, son iguales entre sí y están comunicados con la plaza de armas. En su interior se alza un almacén de pólvora a prueba de bomba de 26 por 16 metros, cuya bóveda es ojival y tiene contrafuertes interiores.
En la fotografía de arriba puede observarse el baluarte de San Narciso, fotografiado desde la terraza del baluarte de Santa Tecla. Obsérvese la altura del foso, 13 metros. A la izquierda se encuentra el revellín del Rosario. La cortina de la derecha tiene 117 metros de longitud.
BALUARTE DE SAN DALMACIO.
El baluarte de San Dalmacio, al Suroeste, y el de San Felipe, al Noroeste, son iguales entre sí; son vacíos, cortados por su gola con muro parapetado y foso, en el que hay cisterna y surtida al foso.
En la fotografía de arriba se observa el baluarte de San Dalmacio fotografiado desde el baluarte de Santa Bárbara. La cortina de la izquierda mide 146 metros de longitud; la altura al foso son 13 metros. A la derecha se encuentra el revellín de San Antonio.
HORNABEQUE DE SAN ZENÓN.
El hornabeque de San Zenón está sitiado en prolongación del baluarte de Santa Bárbara, al que cubre. Tiene sus alas de gran extensión y cortadas por dos retrincheramientos no concluidos, cuyo objeto es batir el terraplén de la cortina y de los semibaluartes. Los flancos de éstos son curvos y están cubiertos por orejones en donde hay escaleras para bajar al foso.
En la cortina hay quince bóvedas para alojamiento de tropa, y en el centro de la gola un pozo de agua dulce y un manantial muy abundante cubierto con una bóveda. Delante del hornabeque existe un revellín con dos bóvedas para alojamiento de su guarnición.
HORNABEQUE DE SAN MIGUEL.
El hornabeque de San Miguel, situado al Norte, es en todo semejante al hornabeque de San Roque, excepto en que no existe en él ninguna puerta para comunicación con el exterior, y solo dispone de quince bóvedas para alojamiento de tropa. Su objeto es cubrir la cortina Norte del castillo, de 106 metros de longitud. Delante del hornabeque existe un revellín con dos bóvedas para alojamiento de su guarnición.
HORNABEQUE DE SAN ROQUE.
El hornabeque de San Roque está situado al Sur del castillo y es el más cercano a la plaza de Figueras. Tiene sus flancos curvos y cubiertos con orejones, en los que hay una escalera de caracol para bajar al foso. Cubre la puerta principal de acceso al castillo y se une a él por medio de un puente estable situado en la medianía de su gola; el último tramo del puente era levadizo. En el ala izquierda estaba el primer puente levadizo, con cuerpo de guardia para la tropa, oficiales y calabozo y un repuesto de municiones. La bóveda de acceso tiene la particularidad de ser curva.
La puerta avanzada del castillo tiene una sencilla ornamentación de piedra labrada en la que destacan dos figuras que representan guerreros con vestidos greco-rromanos, uno a cada lado de la parte superior de la puerta, y un medallón sin ningún escudo encima del dintel. Debajo de sus terreplenes este hornabeque tiene veintidos bóvedas destinadas a alojamiento de tropa, lugares comunes y cocinas. Delante del hornabeque existe un revellín con dos bóvedas para alojamiento de su guarnición.
REVELLINES DE SAN ANTONIO Y DE SAN JOSÉ.
El revellín de San Antonio cubre la cortina izquierda del baluarte de Santa Bárbara, mientras que el de San José cubre la cortina derecha. Ambos son idénticos y disponen de dos bóvedas para el alojamiento de su guarnición y de una cisterna en el centro de su gola.
REVELLINES DE LAS ÁNIMAS Y DEL ROSARIO.
El revellín de las Ánimas cubre la cortina izquierda del baluarte de Santa Tecla, mientras que el revellín del Rosario cubre la cortina derecha. Ambos son gemelos; aunque son de menores dimensiones que los revellines de San Antonio y San José, los dos disponen también de dos bóvedas para el alojamiento de su guarnición y de una cisterna en el centro de su gola. A lo largo de sus semigolas tienen bebederos de cantería para las caballerizas.
CONTRAGUARDIAS DE SAN JUAN Y SAN PEDRO.
El castillo de San Fernando tiene dos contraguardias iguales y simétricas: la de San Juan, al sudoeste, con objeto de proteger el baluarte de San Dalmacio, y la de San Pedro, al noroeste, para proteger el baluarte de San Felipe. Ambas contraguardias son iguales excpeto en que la de San Juan tiene una cisterna en su gola y la de San Pedro no la tiene. Ambas cuentan con bóvedas para el alojamiento de su guarnición.
CONTRAMINAS.
En el frente del hornabeque de San Zenón existen cinco galerías de contramina subterraneas, con ramales para la colocación de hornillos, que avanzan por debajo del glasis hacia el Oeste. Tienen su entrada por la contraescarpa.
EL PATIO DE ARMAS.
El centro del castillo está ocupado por un gran patio de armas de 149 metros de largo por 80 metros de ancho. Es de forma algo irregular, y destacan las arcadas que tienen en su pisp bajo los edificios que forman sus lados mayores. Los pabellones que forman el patio son de planta baja y piso; como el resto de edificaciones del castillo, son abovedados y a prueba de bomba. Su distribución es la siguiente:
LAS CABALLERIZAS.
Al nivel del foso y adosadas a las cortinas entre los baluartes de San Narciso, gola de Santa Tecla y Santiago por su parte inferior, se encuentran las caballerizas. LLaman la atención por su gran amplitud, comodidad y su buena ventilación. Su bóveda es magnífica. El piso de piedras, las cuales tienen forma de cuña, son iguales y están perfectamente encajadas, tiene una cuneta en el centro para dar salida a las aguas sucias. Los pesebres son de piedra con anillas de hierro. En la contraescarpa al nivel del foso hay abrevaderos, de forma análoga e igual material a la de los pesebres interiores.
Tienen 300 metros de longitud y 23 de anchura, y están divididas en dos crujías separadas por sólidas pilastras y arcos; a ambos lados se encuentran amplios compartimentos para el alojamiento del personal, piensos, arneses y material de cuadra. Tiene capacidad para unos 500 caballos con sus jinetes. Dispone de dos puertas para el ganado que se abren directamente al foso y una tercera al baluarte de Santa Tecla. También dispone de cuatro accesos mediante escaleras al piso superior de la plaza, dos en las inmediaciones del baluarte de Santa Tecla (en la parte central de las caballerizas), y una en cada unos de los extremos opuestos (baluartes de San Narciso y Santiago). En el pequeño foso interior del baluarte de Santa Tecla existe una rampa que permite el acceso del ganado al piso de la plaza.
LOS ALMACENES.
Al nivel del foso y adosadas a las cortinas entre los baluartes de San Narciso y San Dalmacio, y extendiéndose a toda la gola de éste, se encuentran las bóvedas destinadas a almacenes de víveres. Su construcción es en todo similar a la de las caballerizas. Sus dimensiones eran de 147 metros de longitud y 23 de anchura, y permitían almacenar víveres para 20.000 hombres sitiados por espacio de dos años. Una poterna situada en el centro de la cortina y debajo de la puerta principal de acceso a la plaza comunicaba los almacenes con el foso.
LA GRAN CISTERNA.
El agua llega al castillo procedente del exterior, de la zona de Llers. La conducción de agua llega por el frente norte mediante un acueducto, y una vez en el interior de la plaza la tubería sigue la contraescarpa, atraviesa los fosos y alimenta la gran cisterna situada debajo del patio central. La gran cisterna central está formada por cuatro cisternas individuales en forma de "ele". Cada una de ellas tiene seis bóvedas de 32 metros de largo, 4,8 metros de ancho y 2,4 metros de altura hasta el arranque de las bóvedas. Están dispuestas de forma que dan la vuelta a todo el patio de armas. Su capacidad es de diez millones de litros de agua potable.
Cada cisterna particular tiene un pozo separado de ella. Los cuatro pozos están en cada una de las esquinas del patio de armas. En el interior de cada pozo una escalera interior permite bajar al piso inferior para dar agua accionando un grifo. De esta manera se evita el contacto del pozo con la cisterna y las posibles contaminaciones de toda la cisterna por infecciones en el pozo. Cada dos cisternas hay una bóveda separada, en seco, para el desagüe a efectos de limpieza o cambio de aguas.
LOS ACUARTELAMIENTOS.
En el piso de la plaza y adosados a lo largo de las cortinas y golas de los baluartes (excepto los de San Narciso y Santiago) se encuentran 111 bóvedas destinadas al alojamiento de tropa, cocinas y lugares comunes. Cada una de las bóvedas es de cañón seguido sobre muros de un espesor que oscila entre tres y tres metros y medio, de planta rectangular de 16,5 metros de largo y 5,8 metros de ancho. En sus extremos se abren una puerta de acceso a la plaza y una ventana en forma de aspillera hacia el lado del foso. Las puertas se abren a un soportal de 3,6 metros de ancho que discurre a lo largo de todas las cortinas y golas donde se hallan los alojamientos. Las bóvedas son de ladrillo y sobre ellas se encuentra una gruesa capa de tierra que les proporciona el blindaje a prueba de bomba. La altura de la clave sobre el suelo es de 3,6 metros. Existen bóvedas de paso a los baluartes de San Dalmacio, Santa Bárbara, San Felipe y Santa Tecla en sus golas. La capacidad total de alojamiento se estima en unos 6.000 hombres, cifra que podría llegar a 12.000 en caso de instalar un piso intermedio de madera en las bóvedas.
LA IGLESIA.
La iglesia, de estilo neoclásico, nunca llegó a terminarse. Sus paredes llegan llegan hasta la cornisa y existen algunos arcos y capiteles. Su planta es elipsoidal, que debía de estar cubierta por una cúpula, rodeada de cinco capillas de ápside semicircular; en una de ellas debería de estar el altar mayor. Dos escaleras de caracol dan acceso a un piso superior donde debería haberse construido un coro.
EL ARSENAL, LA PANADERÍA Y EL HOSPITAL.
El resto de los edificios del castillo se halla repartido en dos grupos; entre el patio de armas y la cortina Sur, y entre el patio de armas y la cortina Norte.
Entre el patio de armas y la cortina Sur:
Entre el patio de armas y la cortina Norte:
Guerra contra la República francesa (1793-95): Tras el éxito inicial del general Ricardos en la campaña de 1793, en 1794 el ejército francés invadió el Ampurdán y obligó al ejército español a retirarse. El 17 de noviembre se libró la batalla de Figueras, en la que las tropas españolas acabaron huyendo derrotadas a Gerona. El 21 de noviembre el ejército francés intentó cerrar el cerco sobre el castillo de Figueras, cuyo comandante era el brigadier don Andrés Torres.
Inexplicablemente, la guarnición del castillo de Figueras capituló el 27 por la noche sin presentar resistencia, saliendo del castillo el 28 por la mañana y siendo conducida a Francia en calidad de prisioneros. Tras la Paz de Basilea regresaron a España y se les formó un proceso. 43 encausados fueron los procesados en el consejo de guerra que se formó el 8 de abril de 1796. Carlos IV aprobó la sentencia el 4 de enero de 1799, en la que impuso la pena de muerte al brigadier Torres, cuya vida fue perdonada por el rey y condenado a destierro de por vida.
Guerra de la Independencia (1808-1813): A primeros de 1808 los franceses entraron sus tropas por el Ampurdán, iniciando la invasión pacífica del ejército napoleónico. El 2 de abril un batallón francés se quedó en la plaza de Figueras, y su jefe, el coronel Piat, se apoderó del castillo con una estratagema. Los ampurdeneses trataron de recuperar el castillo, pero el intento se frustró definitivamente cuando el general Reille entró con una división de 7.000 hombres. Figueras quedó convertida en una plaza de apoyo al ejército francés. En ella fue encarcelado el general Álvarez de Castro, el defensor de Gerona, en cuyas caballerizas falleció el 22 de enero de 1810.
En 1810 hubo dos intentos fallidos de recuperar el castillo (27 de agosto y en diciembre), pero fueron descubiertos por los franceses y abortados. Finalmente, se tomó por sorpresa la noche del 10 al 11 de abril de 1811 con la pérdida de un muerto y dos heridos españoles frente a 31 muertos, 25 heridos y 1600 prisioneros franceses. Enseguida franceses y españoles iniciaron la lucha por recuperar o retener el castillo. El 2 de mayo los franceses tenían 10.000 soldados cercando la fortaleza e impidieron que los españoles lograran levantar el cerco. El sitio duró hasta el 16 de agosto, fecha en la que el general Martínez, falto de víveres para seguir la resistencia, hizo una salida con sus 4.000 hombres tratando de romper el cerco y abandonar el castillo. Pero fue rechazado por el franceses y obligado a refugiarse de nuevo en él. El general Martínez finalmente capituló ante la falta de víveres y el hambre el 19 de agosto. Los franceses volvieron a apoderarse del castillo.
El 8 de diciembre de 1813 se firmó un tratado de paz entre Napoleón y Fernando VII. Enseguida se inició la retirada de los ejércitos franceses, de forma que el 10 de marzo el mariscal Suchet se refugió en el castillo con las últimas tropas francesas de la región. El 23 de marzo el rey Fernando VII pasó por Figueras procedente de su encierro en Valencay, y descansó un día en ella. En abril abdicó Napoleón y fue encerrado en la isla de Elba. A los pocos días el mariscal Suchet se dispuso a abandonar España, siendo el castillo de San Fernando de Figueras el último en ser desalojado, cosa que hicieron los franceses a últimos de mayo. El 27 del mismo mes las tropas españolas entraron en el castillo.
Cien Mil hijos de San Luis (1823): En el año 1823 la guarnición del castillo se reforzó y se puso al mando del coronel Santos San Miguel, partidario de los constitucionalistas. El 18 de abril el duque de Angulema invadió España con un ejército francés y el respaldo de las naciones europeas. El 24 de abril el rey Fernando VII, obligado por las Cortes refugiadas en Sevilla, declaró la guerra a Francia. El 22 de abril el mariscal Montcey, al frente del ejército francés que invadió España por el Ampurdán, llegó frente a Figueras e intimó la rendición del castillo, que decició resistir. Se inició así un bloqueo que finalizó el 26 de septiembre, tras cinco meses de bloqueo, nueve dias después de la derrota en el combate de Llers (17 de septiembre) de una columna de socorro enviada con víveres al mando del coronel Fernández. El 29 de septiembre las tropas aliadas entraron en el castillo.
Mayoría de edad de la reina Isabel II (1843): El 8 de junio de 1843 se levantaron tropas en Cataluña para forzar el fin de la minoría de edad de la reina Isabel II. El general Prim consigue, tras diversas negociaciones, aplazar los ánimos de los sublevados y logra que se reunan en Figueras para capitular. Pero una vez en la plaza, los sublevados persistieron en su actitud y forzaron al general Prim a iniciar un nuevo bloqueo al castillo. El 17 de noviembre el general Prim declara traidores a los sublevados. Finalmente, los rebeldes capitularon el 10 de enero de 1844. El dia 13 el castillo quedó ocupado, se enarboló la enseña nacional y se disparó una salva de 21 cañonazos.
Guerra civil española (1936-1939): El 1 de febrero de 1939, en medio de la riada de refugiados que se dirigen a Francia, se reunieron en las caballerizas del castillo de San Fernando la últimas Cortes de la República. Asistieron 62 diputados, y en ellas dió su último discurso el presidente del gobierno, Negrín.
El 8 de febrero tuvo lugar la última acción militar de la retirada republicana: la voladura del castillo de San Fernando. El destrozo fue el siguiente:
Desaparición de la cortina entre los baluartes de San Dalmacio y San Narciso.
Desaparición de la monumental puerta de entrada al castillo.
Desaparición de parte de los baluartes de San Dalmacio y San Narciso.
Desaparición del almacén de pólvora de San Narciso.
Desaparición de la parte sur de los edificios del arsenal y la panadería.
Desaparición de la cuadras situadas entre los baluartes de Santiago y Santa Tecla y los alojamientos situados en el piso superior.
Desaparición del edificio del hospital, que estaba inconcluso.
Conmoción general en toda la parte este del castillo, en especial de los terraplenes situados sobre las casamatas de alojamiento.
Desde entonces el castillo ha sufrido una serie de reformas y restauraciones para devolverle el antiguo esplendor.
Carlos Díaz Capmany. El castillo de San Fernando de Figueras. Su historia. Generalitat de Catalunya. Barcelona, 2000.
Carlos Díaz Capmany. La fortaleza de San Fernando de Figueres. Revista "Castillos de España". Número 127/128 (noviembre-diciembre 2002). Pág. 4-10.
Juan Carrillo de Albornoz. Historia del Arma. Imprenta de la Academia de Ingenieros. Hoyo de Manzanares, 2002.
Fortalezas catalanas de la Ilustración. Catálogo de la exposición efectuada con motivo del 250 aniversario de los castillos de Montjuich de Barcelona y San Fernando de Figueras. Barcelona, 2003.
La ciencia y la técnica militar en el siglo XVIII. Ministerio de Defensa. Ediciones del Umbral. 2003.
Juan Carrillo de Albornoz. Los directores de la Real Academia de Matemáticas de Barcelona. Memorial de Ingenieros núm. 69. (Madrid, diciembre de 2003)