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OÑA |
HISTORIA DE OÑA |
Son esencialmente dos los abrigos rocosos encuadrados en el término municipal de Oña, que han arrojado la presencia de restos adscritos al arte paleolítico: la Cueva de El Caballón, La Blanca y la Cueva Los Moros o de Penches. La primera fue descubierta y excavada en 1.916 por varios padres jesuitas. Destacaban numerosas azagayas y una pieza singular: un bastón de mando perforado con el grabado de una cabeza estilizada de rumiante, realizado sobre un candil de ciervo pulido, hoy en día se encuentra en paradero desconocido. El tercero de estos yacimientos, perteneciente administrativamente al término de Barcina de los Montes y a 6 kms. de Oña, se descubrió en 1.915. Aquí nos encontramos con la representación de cinco cabras, cuatro grabadas y una pintada y grabada. Las primeras aparecen agrupadas en dos parejas, realizadas con grabado de trazo simple único, se representan de perfil y con los cuernos de frente. Es significativo que una de ellas aparece con un trazo largo y recto que cruza el cuerpo como si de un venablo se tratara. La última se obtiene con finas rayas grabadas y un difuminado en pintura negra apreciable en varias partes del cuerpo. En definitiva este podría haber sido "uno de los complejos de cavernas más interesantes del país, si las circunstancias de su descubrimiento y excavación hubieran sido distintas." La Cueva de El Caballón es "el único yacimiento con niveles del Paleolítico Superior, que en el contexto de la Meseta se podría incluir, con alguna reserva, dentro de un periodo cultural concreto: entre el Magdaleniense medio y el superior".
El hito más importante y relevante de los conservados en Oña y que hacen referencia a la época antigua, es la conservación en la Iglesia de San Salvador de tres aras del siglo III D.C. Fueron encontradas en la cercana localidad de Barcina de los Montes (9 kms.), y hoy por hoy son el único elemento que permite atestiguar la procedencia del topónimo La Bureba, comarca cerealística de la provincia de Burgos y en la que históricamente ha estado encuadrado Oña. Las mencionadas aras, latinizadas, proceden de la tribu indígena de los Autrígones, pobladores de esta zona de la provincia de Burgos hasta y durante la presencia de los romanos en la península ibérica. En ellas aparece la presencia de un dios llamado VUROVIO, deónimo que con el tiempo fue derivando y mutando hasta convertirse en Bureba y así dar nombre a la ya citada comarca. La importancia de estas aras radica en que constituyen el único elemento que permite conocer la procedencia de este topónimo.
Cuando la Villa comienza su ascensión en la Historia de Castilla es a partir del año 1.011, cunado el Conde castellano don Sancho García funda en ella el Monasterio de San Salvador. Con el tiempo éste habría de convertirse en el cenobio más poderoso de Castilla, tanto desde el punto de vista espiritual como económico, al tener bajo su dominio más de 300 iglesias y de 200 villlas. Sus posesiones se extendían desde el Cantábrico hasta el Arlanzón, y desde el Pisuerga hasta las provincias de Huesca y Zaragoza. Reflejo de esta autoridad es el monumental templo que hoy en día se puede contemplar. Fruto de este prestigio fue su elección en repetidas ocasiones, como Cámara y Corte de los condes soberanos y reyes, ordenando aquí que sus restos descansaran el postrero sueño. En el momento de su fundación, año 1.011, el Monasterio se verá habitado por monjas y monjes al unísono, tal y como ocurría en la tradición visigótica. Doña Tigridia, la hija del conde fundador, regirá sus destinos hasta la reforma del 1.033, momento en el cual se introduce la regla benedictina, de la mano de don Sancho el Mayor de Navarra. El fulgor que confieren al Monasterio sus abades, como San Iñigo (1.035-1.068), le convierten en punto de destino de donaciones provenientes de reyes, nobles, obispos y pequeños propietarios. Los monarcas junto a esta masa de donaciones unían la cesión de determinados derechos regalianos, con lo que la abadía pasaba a detentar prerrogativas de carácter administrativo, tributario, judicial o militar, anteriormente exclusivas del poder real. Todo ello convertía al abad en un "señor" y al Monasterio en un "señorio". Durante los siglos XII y XIII fueron contínuas las disputas entre el Abad de Oña y el Obispado de Burgos, disputas que obligaron a varios Papas a mediar. El fondo del enfrentamiento no fue otro que el destino de parte de los diezmos recaudados por el cenobio, y en los que el Obispado deseaba participar. Tras varios años y diversas bulas papales, al monasterio oniense no le quedó más remedio que plegarse a tales exigencias y ceder pingües beneficios económicos, discurría el año 1.218, tres años después 1.221, el Obispado de Burgos comenzaba la construcción de la Catedral. Los privilegios comerciales otorgados propician la creación de una colonia judía en la Villa, colonia de la que aún se conservan restos. Todo el patrimonio oniense pronto llegó a igualar, y casi superar, al de la mitra y cabildo catedralicio de Burgos, lo que originó largas disensiones y disputas entre los dos centros eclesiásticos. Estas disensiones necesitaron de la mediación pontíficia para su solución.
Tras el paso de los Reyes Católicos en el gobierno de monarquía española, llegaron Carlos I y Felipe II. Estos dos ínsignes monarcas recalaron en Oña, siendo húespedes de honor de su monasterio, incluso parece ser que el primero de ellos barajó esta abadía junto con la de Yuste para su futuro retiro. Felipe II, prendado de la belleza natural de sus paisajes y de las grandiosas y artísticas construcciones del cenobio, llegó a exclamar "¿por dónde se entró en valle tan cercado magnificencia tanta?". Durante los siglos XVI al XVIII la abadía benedictina continuó detentando gran número de propiedades y conservando su poderío económico. En 1.544 sólo la Villa de Oña arrojaba una renta de cerca de 100.000 maravedís. Medio siglo más tarde la renta total ascendía a 1.822.283 maravedís. El siglo XIX, como no iba a ser menos en nuestro caso, supuso el fin y la desaparición del Monasterio de San Salvador como centro monástico benedictino. La invasión napoleónica primero, trajó consigo el saqueo y expolio de parte del patrimonio artístico atesorado durante ocho siglos. La Desamortización de Mendizabal en 1.835 propicio después la salida definitiva de la comunidad benedictina, el cambio de propietarios y de usos del cenobio. Desde aquel fatidicó año la iglesia monacal pasó a manos del Arzobispado de Burgos, lo que felizmente produjo la conservación y protección de aquel íngente patrimonio cultural, y el propio monasterio tras pública subasta pasó a manos de particulares, con el consiguiente expolio. En 1.880 la Orden de San Ignacio de Loyola recala en el antiguo edificio monacal, convirtiéndole en Colegio Máximo y Universidad Pontificia. Exceptuando un paréntesis de siete años, 1.932/39, en que fueron obligados a abandonarlo, permanecieron aquí hasta que en 1.968 la Diputación Provincial de Burgos lo adquiere y lo convierte en un centro hospitalario, función que llega hasta nuestros días. |
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