AHN. TS-R. Expediente 50.1. Folios 831 a 842.

Al margen: Declaración del testigo teniente D. Fernando Gómez López.

Al centro: En Melilla, a 11 de septiembre de 1921, ante el señor general de División, juez instructor, y el secretario infrascrito, compareció el testigo anotado al margen, a quien se advirtió de la obligación que tiene de decir verdad y de las penas en que incurre el reo de falso testimonio; enterado de ellas, y después de prestar juramento según su clase, fue

PREGUNTADO por las generales de la ley, dijo llamarse D. Fernando Gómez López, ser teniente de Artillería, con destino en el regimiento mixto de Melilla, de veintiun años de edad y de estado soltero.

PREGUNTADO por el destino o la situación que tuviera en este campo preliminarmente a los sucesos, dijo que siendo de la batería cuyo material quedó perdido en Abarrán, vino a la plaza a reorganizarse a poco del suceso. La referida batería tenía a su capitán con permiso en la plaza, siendo aquel D. Francisco Rubio. Fueron a Abarrán los dos tenientes, y con arreglo a lo dispuesto quedó allí uno de ellos, el más antiguo, don Diego Flomesta, con el material; y el declarante, con el ganado, regresó a Annual. Permaneció en esta plaza hasta el 19 de julio, en que con la batería reformada y el ganado curado ya salieron para reemplazar a la batería agregada a la columna de Dar-Dríus, a fin de que la de este lugar pudiera marchar al frente. Esta batería era de montaña, atendida a la dificultad del camino, pues si bien habían subido a Annual, Tilili e Igueriben baterías ligeras, siempre había sido venciendo grandes trabajos y enganchando hasta siete parejas; lo que explica que no intentaran llevarse el material en la retirada de la segunda batería de esta clase, que estaba destacada en Annual, al mando del teniente Gay, por estar el capitán y el otro teniente enfermos en la plaza. Al llegar a Dríus, encontró que la columna de San Fernando, que tenía su asiento allí, había marchado a Annual, y que la posición estaba mandada por un teniente y guarnecida por una compañía de Infantería, dos de Ingenieros y la batería eventual, más los servicios auxiliares.

PREGUNTADO si se cometían actos de hostilidad por el enemigo en el momento de su llegada a Dar-Dríus, dijo que llegaron a dicha posición el 21 de julio, sin que tuviera noticias de otras agresiones que las acostumbradas contra Isen-Lazen.

PREGUNTADO por el desarrollo de los sucesos en su zona, dijo que al salir de Melilla llevaban cierta preocupación, por haber sido testigos de la caída de Abarrán, debida a la falta de auxilio, y del ataque a Sido-Dris, adonde tampoco se mandaron, y cuya salvación se debió al concurso de la Marina. También se hablaba de la poca confianza que inspiraban las fuerzas indígenas, a las que se achacaba la culpa de la pérdida de Abarrán por no haberse sostenido allí. Al llegar a Dríus se enteraron de que no podía pasar el convoy de Annual a Igueriben, y decían que el general, al frente de la caballería, iba a intentar abrirse paso con tal objeto.

Allí mismo supieron que Igueriben había sucumbido, siendo ocupada por el enemigo; lo que les hizo pensar que las demás posiciones correrían la misma suerte, por su escasez de medios de resistencia y su situación aislada, así como por la dificultad de auxiliarse unas a otras, y estando concentradas todas las fuerzas móviles disponibles en Annual. A su vez, Annual, caído Igueriben, se encontraba en situación difícil, por las malas condiciones, a través de un país muy escabroso, bajo la constante amenaza de los enemigos, que fácilmente podían dominarlo y cortarlo. 

El 21 por la noche regresaron los escuadrones al campamento, tomando el mando del mismo el teniente coronel Primo de Ribera. Estas fuerzas no llegaron a intervenir en los combates de la mañana. El día 22 llegó a su noticia que se retiraba todo el frente y que había muerto el Comandante general; esta noticia se la dieron varios comandantes médicos que pasaron en un camión. Por la tarde, hacia las tres, empezaron a ver que regresaba la columna en un estado que les causó asombro, pues era un conjunto de hombres revueltos, con gran número de heridos, sin que se notara organización ni mando. El teniente coronel de san Fernando, Álvarez del Corral, ordenó que dos baterías -una de ellas la del testigo- salieran a proteger la retirada; pero antes de hacerlo así recibieron contraorden. Al fin quedaron en el frente que mira a Batel, con las piezas en batería y el ganado embastado.

El teniente coronel mandó a un capitán, a un teniente y al testigo, los tres de Artillería, que fueran reuniendo y ordenando por unidades todas las fuerzas que con ganado pasasen; tanto con el fin de reorganizarlas, como para despejar la posición, que estaba obstruída por su aglomeración, consiguiéndolo en parte, con gran esfuerzo, al cabo de dos horas, por el estado de decaimiento físico y moral de las tropas, desatendiendo las indicaciones que se les hacían, mediante su inercia y agotamiento. El escaso material que esas unidades aportaban, puesto que mucho se perdió en el camino, donde las tropas sufrieron grandes bajas, dispuso el teniente coronel quedase en la posición, y que la gente, ya bastante ordenada, continuara, al mando de sus oficiales, el camino a Melilla.

De las impresiones cambiadas por el testigo con otros oficiales procedentes de Annual, se informó que éstos no habían recibido orden alguna para la retirada, sino que al ver que sus unidades desalojaban la posición se agregaban a ellas o salían a buscarlas.

También conoce que, en general, los mulos eran asaltados por la tropa, sin distinción de Cuerpo, que arrojaba la carga que conducían para montarlos. La única batería que llegó completa, aunque con bajas, a Dríus fue la del capitán D. Ramón Blanco, 5° de Montaña, porque establecida entre Izumar y Annual, pudo anticiparse al tropel de la evacuación, sin que su confusión la desorganizara. La masa de fugitivos que llegó a Dríus se entró en el campamento a descansar, transmitiendo su pánico a la escasa guarnición.

Las posiciones dependientes de Dríus, que pedían auxilio por verse atacadas, recibieron orden de abandonarlas y recogerse al campamento sus guarniciones, haciéndolo así al día siguiente, aunque con escasísimo número, con excepción de la de Cheif, de donde llegó bastante gente, quizá por ser la más próxima; y la posición "A", a la que se olvidó el telegrafista de comunicar la orden, por lo que continuó resistiendo tres días más, según creo, hasta que la tomó por asalto el enemigo.

El mismo día 22 llegó el general Navarro. La retirada de las posiciones antes referidas se protegió saliendo de Dríus dos baterías, una de ellas la del testigo, y los escuadrones de Alcántara, los cuales escuadrones no llegaron a ponerse en contacto con el enemigo, pues éste huyó, con lo que mejoró notablemente el espíritu de las tropas, animadas además por la noticia del envío de refuerzos, que decían habían de llegar al día siguiente, cambiando favorablemente el aspecto de la situación; pero esta buena disposición duró muy poco, porque al recibir por la tarde la orden de retirada volvió a ganarlos la depresión.

A las tres de la tarde se emprendió dicha retirada; salió primero toda la Caballería y después los camiones, con municiones y muchos heridos, enfermos y despeados; marchaban a continuación varias compañías de Infantería y la batería eventual, a los que seguían, tras bastante intervalo, el general Navarro con su Estado Mayor, a la cabeza del grueso de la columna. Seguían a éstos el testigo con su batería, y a continuación el resto de las fuerzas, formando la retaguardia el regimiento de San Fernando.

A poco de salir encontraron que seis o siete camiones averiados interceptaban la carretera, lo que obligó a la columna a desviarse, por el cauce del río, hacia la izquierda, volviendo seguidamente a aquella. Las tropas, que marchaban bien, a poco de entrar en la carretera empezaron a ser tiroteadas por el enemigo desde muy cerca, causándoles bajas, y contestando la tropa conforme venía, en columna de viaje y sin flanqueo ni protección de ninguna clase, por lo menos en la parte donde iba el declarante.

Al verse lejos y a la izquierda unos grupos, fueron muy tiroteados por la columna, resultando después que eran fuerzas nuestras que, según se dijo, marchaban de flanqueo, aunque el testigo cree más bien que fuesen tropas que se retiraban de posiciones avanzadas con ánimo de incorporarse a la columna. Después empezaron a encontrar camiones de heridos, que habían sido asaltados y muertos aquellos, que a veces eran menos de los que salieron de la posición; lo que se explicó el testigo suponiendo que, asaltado el camión por los moros, los heridos menos graves intentarían fugarse, siendo muertos en las inmediaciones, mientras que los graves eran rematados en el mismo vehículo. Los muertos y heridos que la columna encontraba en su marcha eran recogidos y cargados en mulos y armones, a pesar de la resistencia pasiva de la tropa a recoger los muertos, imponiéndose el general, que dispuso que mientras quedara un muerto no pasase la columna, requiriendo para ello la cooperación de los oficiales, que tuvieron, pistola en mano, que obligar a la tropa a efectuar la recogida. Pero llegó un momento en que los mulos no pudieron más, por lo que los huídos los tiraban al suelo para montarse ellos, fingiéndose algunos heridos para montar y cortando otros las cinchas de las cargas para subirse ellos.

Todos estos hechos desmoralizaron y desordenaron la columna. En este punto hizo alto la vanguardia, y la batería eventual emplazada en la carretera abrió el fuego contra el enemigo, que se mostraba por el flanco izquierdo; pero la aglomeración de gente que la rodeada le dificultaba el tiro. Acentuó el fuego el enemigo al hacer alto la columna, por lo que dispuso el general que se formaran guerrillas para abrir paso. Dió la orden el capitán Sáinz, de Estado Mayor, saliendo bajo su mando algunos soldados a formarlas, aunque no sin protesta, pues decían que fueran con ellos sus oficiales, quienes continuaron en la carretera protegiéndose entre los mulos contra el fuego enemigo. En esta forma pudo organizar una guerrilla por la izquierda.

El capitán de Artillería Blanco intentó sacar a los referidos oficiales, y no consiguiéndolo, formó el solo otra guerrilla, que dirigió hacia la izquierda. El referido capitán, hasta entonces, llevaba la batería completa y ordenada; pero al marchar con la guerrilla tiraron algunas cargas y se desorganizaron un poco. El testigo, autorizado por su capitán, siguió a Blanco para ayudarle a organizar la guerrilla, diciéndole éste que era mejor que el testigo formase otra guerrilla para que fueran por la izquierda. El testigo tiene seguridad que las compañías donde ocurrió esto no eran de San Fernando, ni cree que de África, entendiendo que eran de Ceriñola. Tiene entendido que en la retaguardia se formaron también guerrillas, viniendo muy ordenadamente; cubría aquella el regimiento de San Fernando, que fue muy atacado, y se retiró recogiendo todas sus bajas.

La vanguardia extrema, que llevaba la Caballería de Alcántara, sostuvo verdaderos combates, y logró abrir paso a la columna. Ambos Cuerpos llevaban el mando de sus jefes propios. Al disminuir la hostilidad enemiga, estas heterogéneas guerrillas, constituidas por los más decididos, clases e individuos de diferentes Cuerpos, pudieron replegarse al cuerpo de la columna y continuar la marcha. Al llegar el testigo a su batería encontró que mucha gente se acogía entre los mulos, aguardando la primera ocasión para montarlos, bajo el pretexto de estar heridos o enfermos. También se habían perdido dos cañones con todas sus cargas, quedando la batería reducida a una sección, pues, para montar los mulos, las habían tirado a tierra. Los sargentos habían inutilizado los cañones, de cuyos cierres traían los elementos; pero para ello habían tenido que amenazar con carabina al tropel que se les echaba encima. Al pasar el río y aumentar el fuego enemigo, se desplegaron en guerrilla dos compañías, mandada una por un alférez y otra mandada por un capitán. Un kilómetro antes de Batel, el general mandó hacer alto, temiendo que la posición estuviese ocupada por el enemigo; pero esta orden fue desatendida por individuos montados, que corriendo se marchaban a Batel; el capitán Blanco, por la izquierda, le hacía retroceder; pero por la derecha se escapaban otros, a los que fue a contener el testigo, viéndose obligado a disparar contra dos que iban en un mulo y que cayeron, cuyo ejemplo contuvo a los demás. Contenida ya la gente, el general reunió a los oficiales para darles instrucciones. La batería eventual iba muy bien, llevando sus cuatro piezas; pero, puesta en batería, al ir a enganchar, no podían tirar los caballos por la mucha gente que sobre ellos acudía y los rodeaba, perdiéndose entonces una de las piezas, que fue inutilizada. Esto ocurrió un poco antes de llegar al río, en el momento en que la resistencia del enemigo obligó a desplegar los guerrillas. 

Al llegar a Batel, el general reunió a todos los oficiales y les dió instrucciones. La posición de Batel era muy combatida por el enemigo, que ocupaba puntos dominantes y unas chumberas, de donde se mandó a la Policía desalojarlo; pero lo que hizo fue unirse a él y romper el fuego contra los nuestros. Entonces se dió la orden de que una parte de la columna quedara en Batel y que la mayoría de ella siguiera hasta Tistutin, quizá por no caber en aquella posición. En este último lugar, por haber depósito de Intendencia, sólo había sitio para un centenar de hombres, encontrándose allí mil quinientos; las alturas dominantes, desde las que se les hacía nutrido fuego, estaban ocupadas por policías y cabileños. El testigo y su capitán fueron a la posición en busca de órdenes; pero no pudieron obtenerlas, por reinar una gran confusión desde de ella. Al salir de la posición, encontraron que la columna seguía hacia Monte Arruí, y que así la batería del declarante como la de Blanco se habían incorporado a ella. Les dijeron que el general marchaba a la cabeza de la columna, y que iba con ella; pero la gente, presa del pánico, daba sus informes con una gran incoherencia. Los oficiales buscaban inútilmente al general en medio de aquel desorden, y el declarante y el capitán Blanco no podían encontrar tampoco sus baterías respectivas. En esto llegó un oficial diciendo que la Policía sublevada atacaba la retaguardia de la columna, rematando los heridos, y que era necesario hacer alto y destacar tropas para combatirle. La mayoría tomaron a este oficial, que era un capitán de Ingenieros, por el general; pero, no obstante, no hubo manera de que obedeciesen a lo que mandaba. 

En la retirada se registraron algunos actos muy censurables de oficiales y muchos de tropa. Recuerda el dicente, entre otros, a un oficial, que, alegando que estaba herido, le pidió le dejase montar detrás en su caballo, proponiéndole cuando lo hizo que, pues éste era bueno, podían escapar y hallarse en media hora en Melilla, adonde tiene entendido se dirigieron muchos, en lugar de quedar en Monte Arruí. Ante tal proposición, el testigo lo echó al suelo. No puede el declarante citar nombres, por conocer muy pocos oficiales en la plaza, fuera de los de su arma. Otros oficiales se arrancaban las divisas, las gorras y hasta los "leggis", para que no conociesen su condición. Al llegar a Monte Arruí, encontraron que era dueña del poblado la Policía sublevada, y el testigo ignora por orden de quien se dispuso entonces que entrasen en la posición, y solo allí pudieron reunir a su gente a eso de las once de la noche y reorganizarse, reuniéndose casi toda la gente y parte del ganado, pero ninguna carga, sucediendo lo mismo con todas las unidades montadas.

Esto ocurrió el mismo día 23. En vista de que en la batería del testigo quedaban más de 100 hombres y 70 armas de fuego, de las que fueron recogiendo por el camino, decidieron formar una unidad de fusiles para contribuir a la defensa de la posición, haciendo lo mismo las otras unidades. Guarnecía de ordinario a Monte Arruí una compañía de Infantería de unos 60 hombres, que se mandó reforzar la víspera con 100 artilleros de las baterías que se retiraban, a 20 hombres cada una; toda esta guarnición permaneció en el parapeto hasta que montaron el servicio las tropas recién llegadas, que, unidas a las anteriores, constituían un núcleo de 1.500 hombres. El mando de la posición lo tomó el capitán Bandín, de Artillería. 

Durante el día 24 no pudo hacerse aguada, escaseando los víveres y siendo muy hostilizados. La mitad de los mulos que estaban fuera de la posición fueron robados por mujeres y muchachos, a la vista de la tropa, que no se decidía a disparar contra ellos, atendida su condición. Organizose la defensa en el parapeto, y bajo un continuo ataque siguieron durante todo el tiempo.

El día 25 se pudo hacer algo de aguada con dificultad y a costa de muchas bajas, abriendo una brecha en el parapeto para que salieran los carricubas, de los que sólo pudieron llenar dos, de agua casi impotable, de la que correspondió un vaso por individuo.

El día 26, en vista de que no había pan, varios oficiales solicitaron del jefe de la posición que les dejara ir a ocupar las casas del poblado en busca de víveres; pero el jefe no lo consintió, por no tener bajas de oficiales, que le eran necesarios para el mando de la tropa, encargando de este cometido a dos sargentos voluntarios con treinta o cuarenta individuos asimismo voluntarios, que, desalojando el poblado de policías que lo ocupaban, realizaron el objeto sin bajas, no pudiendo traer víveres, que ya habían robado los moros; pero sí diversos efectos, como camas y trapos, y unos cuarenta cerdos. Desde este día, los dos mencionados sargentos salían a diario solos, y desalojando a los moros de alguna casa y matando a muchos de ellos, la raziaban, trayendo a la posición nuevos víveres, además de fusiles que quitaban a los moros. La aguada se formalizó, y aunque con muchas bajas, que eran catorce o quince diarias, se traía abundante agua y buena, y la tropa reaccionó por completo, hallándose alegre, animada además por las noticias corridas de aproximación de fuerzas y los telegramas de felicitación que a la guarnición dirigió el Alto Comisario. Los médicos aguardaban con urgencia la llegada del tren que les habían dicho iría para que trajese elementos de cura, de que se carecía en absoluto, habiéndose presentado la infección, por consecuencia de la cual morían los heridos. Desde Zeluán, y por heliógrafo, les dijeron transmitieran al general Navarro la orden de retirada a Monte Arruí; pero no pudieron establecer la comunicación óptica, y entonces desde Zeluán mandaron un muchacho moro con una carta a Batel, haciéndose lo mismo desde Monte Arruí, y después, por la tarde, se consiguió comunicar, aunque no se entendieron los telegrafistas.

El 29 por la mañana llegó a Monte Arruí la columna del general Navarro, trayendo unos 900 hombres, muchos heridos, enfermos e inútiles. Varios oficiales le dijeron que la columna había venido con mucho fuego, pero con bastante orden, trayendo sus correspondientes flanqueos. El teniente de la batería eventual, teniendo en cuenta lo sucedido en las anteriores etapas de la retirada, pidió permiso para quitar los cierres a las piezas, por si había que abandonarlas, haciéndolo así; pero poco antes de llegar a Monte Arruí recibió orden terminante de volver a colocar los cierres, y próximamente por entonces, la Policía de tres o cuatro mías, que venía en la columna, se replegó a los costados, haciendo que combatía, se reunió con los grupos enemigos, a retaguardia de la columna, y la atacó resueltamente, haciéndole tan crecido número de bajas de jefes, oficiales y tropa, que consiguieron desorganizarla, entrando en esta forma en la posición, dejándolo todo abandonado. Las tres piezas de la batería eventual quedaron asimismo abandonadas a medio kilómetro de la posición. A llegar a ésta, y reorganizada un poco la fuerza de Artillería, varios oficiales del Arma pidieron permiso para hacer una salida, con objeto de recoger las piezas, con las que se hallaban unos 30 ó 40 enemigos, siendo mucha la gente que voluntariamente quería acompañarlos para inutilizarlas e impedir que disparasen contra la posición. Pero este permiso les fue negado, y al poco rato los moroso rompieron el fuego de artillería contra los nuestros, disparando unas 120 granadas, que les hicieron unos 30 muertos, entre ellos el capitán Blanco y un teniente. 

Desde ese día el enemigo continuó el fuego de cañón, cambiando de asentamiento los piezas cada diez o doce disparos, causando numerosísimas bajas, entre ellas todo el Cuartel general, y deprimiendo en los primeros días el ánimo de la tropa, hasta que reaccionó, por el hábito del fuego. El frente ocupado por la Caballería y la Artillería y la compañía de la posición, que tenía próximos, a unos veinte metros, los edificios de las abandonadas cantinas, que estaban ocupadas por el enemigo, era el preferente de sus ataques, y arrojaban continuamente granadas de mano, dinamita y piedras, causando muchas bajas y haciendo que la tropa tuviese que estar continuamente en el parapeto, en el que lograron abrir una brecha con el cañón, por la que intentaron varias veces el ataque, que tuvo que ser rechazado al arma blanca. Las demás tropas, que eran de Infantería y de Ingenieros, estaban encargadas de hacer la aguada, sufriendo en ella muchas bajas, que algún día llegaron hasta 60. El agua era escasa y poco potable. Los alimentos, carne de mulo o caballo, sin nada para guisarla, pues hubo día en que se careció de agua en absoluto. El general y los oficiales hacían esfuerzos sobrehumanos animando a la tropa, no descansando un instante el primero, aún después de estar herido, como sucedía a todos, pues oficiales y soldados heridos, algunos con tres balas, estaban en el parapeto; los médicos, alguno herido, como Peña, continuaban prestando servicio en la asistencia de los enfermos, y todos, en suma, rivalizaban en el cumplimiento de su deber. Así aguantó la posición hasta que el general empezó las negociaciones, que eran interrumpidas frecuentemente por un asalto general, dado por los que, con bandera blanca, lograban acercarse a los parapetos. Algunos emisarios que mandaba la posición con bandera blanca eran muertos apenas salían de ella. 

El día 8 llegaron todos los jefes de cabila, saliendo a conferenciar con ellos el comandante Villar, que para proseguir las negociaciones se trasladó y pernoctó en el campo moro. Tanto el día 8 como el 9 no dejaron los jefes que se saliera a la aguada, produciendo esto una grande postración a la tropa. El día 9 por la tarde se acercaron los jefes y desconfiando de los españoles no quisieron entrar en la posición, por lo que salió de ella el general, poniéndose junto a los jefes para ver desfilar las tropas, cuya rendición se había pactado. Las tropas dejaban en el suelo las mantas, municiones y correajes; los oficiales las pistolas y sables y, general, cuanto había en la posición y empezaron a salir, llevando en camillas que habían improvisado a los heridos más graves, pues los demás caminaban a pie, siendo su número elevadísimo. Cuando salió todo el Regimiento de San Fernando y se hicieron cargo los moros de todo el armamento, acometieron en todas direcciones contra la tropa desarmada, especialmente contra los heridos, produciendo esto la confusión y atropellamiento de cuantos quedaban dentro y querían salir, que eran sacrificados a medida que lo efectuaban. El testigo, con su capitán, el de igual empleo del Regimiento de San Fernando Sánchez de la Orden y otros dos oficiales, más el comandante Marqueríe se retiraron a la puerta de una casita que hay flanqueando la entrada, siendo recogido el testigo por un caid, Mohamedi-Bor-Hadú, de M´Talza, que le llevó a su cabila, en la que ha permanecido durante veinticuatro días, hasta que recobró la libertad mediante rescate.

PREGUNTADO si tiene alguna referencia sobre la toma de otras posiciones, dijo que un día o dos antes de la llegada del general Navarro, los moros, que continuamente estaban haciendo proposiciones de rendirse, les enviaron a tres soldados prisioneros de ellos en Dhar Quebdani, con cartas invitándoles a que imitaran la conducta de esta posición, que se había rendido sin disparar un tiro, y entregando en perfecto estado todo cuanto tenían, con la promesa, que decían los moros que habían cumplido, de llevar a Melilla a todos los jefes y oficiales que la componían al día siguiente. Los prisioneros portadores de aquel papel confirmaron lo que éste decía, menos lo relativo a la llegada a Melilla de los jefes y oficiales, de lo que no sabían nada; el jefe de la posición leyó la noticia a los oficiales, que no la creyeron, y los soldados prisioneros, considerándolos sospechosos, fueron detenidos y amarrados dentro de la posición, aconsejando el jefe que no trascendiesen aquellas noticias a las tropas, para no desanimarlas. Después, hablando el testigo con otros oficiales de Artillería que había en la posición, le dijeron, con referencia a lo que habían manifestado unos soldados acogidos desde Dhar Quebdani a Arruí, que era verdad, por lo menos lo de la entrega, y que algunos oficiales, entre ellos el capitán de su batería, se resistieron a cumplir la orden, hasta que les fue dada por escrito. Este capitán era Álvarez Griñón, y mandaba la sexta batería de montaña.

PREGUNTADO si tiene algo más que añadir, dijo que no.

En tal estado, el señor general instructor dispuso dar por concluida esta declaración, que, en uso de su derecho, leyó el testigo por sí mismo, afirmándose y ratificándose en ella en descargo del juramento prestado, firmándola con el señor general instructor, de lo que certifico.-

Fernando López Gómez. (Rubricado.)
Juan Picasso. (Rubricado.)
Juan Martínez de la Vega. (Rubricado.)