Emboscada sobre una columna española al mando del comandante Manuel Terejizo Cabero.

El 29 de abril de 1895, el comandante Manuel Tejerizo Cabero marchaba al frente de una columna de 250 hombres hacia el poblado de Ramón de las Yaguas, para desde allí unirse a otra fuerza que mandaba el comandante Santander. Ramón de las Yaguas era un poblado situado entre Santiago de Cuba y Guantánamo, donde había un fortín y una guarnición española de unos 60 soldados. El camino desde Santiago de Cuba era tortuoso, y obligaba a caminar no menos de cincuenta kilómetros de terreno montañoso y selvático, dando un rodeo por el norte.



Grabado del teniente coronel Manuel Tejerizo Cabero. (Ilustración Española y Americana, 1895).

En La Maya, a unos treinta kilómetros de Santiago, el comandante racionó a la tropa con una galleta y un trozo de carne para cada uno. Al salir en dirección a Tiarriba, poblado cercano a unos 500 metros, comenzó a ser hostilizado por los rebeldes. Los guías nativos que conducían la columna española, llamados “prácticos”, se perdieron e hicieron perder tiempo hasta que la columna volvió a encontrar el camino, donde encontraron que un numeroso grupo de rebeldes les perseguía y les hacía fuego desde la espesura.



Situación de Ramón de las Yaguas, entre Santiago de Cuba y Santa Catalina de Guantánamo, con el poblado de Tia arriba al noroeste. (Mapa de la Isla de Cuba, Depósito de la Guerra, 1895. Instituto de Historia y Cultura Militar, ref. CUB-235-01.1).

La vanguardia de la columna estaba formada por cuarenta soldados al mando del capitán Julián Segarra de Miranda, cubano de nacimiento. La retaguardia estaba formada por 60 hombres al mando del capitán Mahy. El resto de la tropa caminaba en el centro, protegiendo la impedimenta y a los heridos habidos hasta el momento. La columna marchaba por la manigua, y a ambos lados del camino los rebeldes, protegidos por la espesura de la floresta, disparaba sobre los españoles. En un momento dado, cuando el intercambio de disparos era muy vivo, el capitán Miranda recibió un balazo en el pecho y cayó desplomado al suelo mientras exclamaba:

- ¡Me han muerto, mi comandante!

Al oir el grito, los rebeldes creyeron que el grito obedecía a la muerte del comandante jefe de la columna y, enardecidos por este hecho, atacaron con más brío:

- ¡A ellos, muchachos, les hemos muerto el comandante!

Los soldados españoles se contagiaron del pesimismo producido por la noticia de la muerte de su jefe, pero el comandante Tejerizo, al comprender lo que pasaba, se armó de valor y con una sangre fría digna de encomio, se dedicó a recorrer la columna despreciando los disparos enemigos para hacerse ver por sus soldados, que recuperaron la serenidad y, tras vitorear al comandante, se enfrentaron con denuedo al enemigo lanzándose en ocasiones a la bayoneta sobre el enemigo para hacerles abandonar sus posiciones.



Grabado que recrea el momento en que el capitán Miranda cae herido de un balazo. Observese que en aquella época los oficiales combatían a caballo, para hacerse ver por sus hombres y guiarlos con facilidad. (Rodriguez Solís, Historia popular de la guerra de Cuba, tomo I, pág. 10).

Las horas iban pasando y se acercaba la noche. La columna tenía muchos heridos, entre ellos el capitán Miranda, que no había fallecido, y consumía muchos hombres para su protección; la tropa estaba hambrienta y cansada por el combate y por haber andado todo el día; los prácticos estaban perdidos. El comandante Tejerizo decidió seguir hacia delante con su maltrecha columna hasta que dio con una casa abandonada, donde hizo alto para dar descanso a los hombres. No obstante, ordenó abrir aspilleras en las paredes de la casa por si aparecían los rebeldes y los atacaban.

En efecto, a los pocos minutos aparecieron los primeros rebeldes que les perseguían, quienes se apoderaron de unas casas próximas construidas con una especie de palma llamada guano y desde las que comenzaron a disparar a los españoles. Conocedor del poder de penetración de la bala del fusil Mauser español, el comandante Tejerizo formó sus hombres por pelotones y ordenó abrir fuego sobre las casas del enemigo de manera constante y disciplinada para atravesar sus paredes, obligando de este modo al grupo de enemigos que había en ellas a retirarse. Pero el número de los rebeldes era tan numeroso, cercano al millar, que regresaron para cargar sobre los españoles a pecho descubierto. En el combate que siguió, en el que se llegó algunas veces al cuerpo a cuerpo, los españoles rechazaron el ataque con disciplinadas descargas y bayonetas.

Llegó la noche, las municiones estaban agotándose y la situación de los españoles no mejoraba. Quedarse en aquel lugar era exponerse a una muerte cierta a manos de los rebeldes. El comandante Tejerizo llamó a sus oficiales y, tras consultarles, resolvió continuar hacia Ramón de las Yaguas. La salida se efectuó en el más absoluto de los silencios, cada cual, rumiando sus pensamientos, llevando a los heridos consigo y avanzando despacio, amparados por la oscuridad.

Mientras tanto, los rebeldes, que habían visto su fuerza reforzada por las partidas que había en la zona, iniciaron un nuevo ataque sobre la casa donde suponían que continuaba la columna española. Pero su primera descarga fue contestada por disparos procedentes de la casa y voces que gritaban ¡Viva España!... Todo indicaba que los españoles continuaban refugiados allí. ¿Qué había pasado? Muy sencillo. Tres soldados españoles se habían quedado dormidos, agotados tras la dura jornada, no se enteraron de la salida de la columna y cuando se despertaron se vieron solos y rodeados de enemigos. Sabedores de que se enfrentaban a una muerte cierta, decidieron vender cara su vida y respondieron las descargas de los rebeldes con el fuego de sus certeros fusiles y haciendo blanco entre los rebeldes, que se atrevían a acercarse a la casa.

Inexplicablemente, la defensa que hicieron los tres soldados fue suficiente para que los rebeldes cesaran el ataque y se retiraran al bosque. Pero el descanso duró poco duró, pues al poco tiempo regresaron con haces de leña que apilaron junto a los muros de la casa y les prendieron fuego. Los tres soldados se refugiaron en el interior y, cuando vieron que las llamas provocaban grandes columnas de humo, salieron corriendo de la casa, atravesaron la fila de los rebeldes y se refugiaron en la espesura del bosque protegidos por la oscuridad de la noche. Todo ocurrió tan rápido que los rebeldes, asombrados, no hicieron nada por detenerles. Cuando fueron conscientes que la casa estaba vacía y que tan solo tres soldados les había frenado el ataque, emprendieron enfurecidos la caza de los huidos con el mayor de los empeños. Por pura casualidad, los tres soldados encontraron la columna del comandante Tejerizo y se incorporaron a ella.

Al llegar al poblado de Ramón de las Yaguas, la columna lo encontró quemado, el fuerte abandonado y nadie en los alrededores. El comandante decidió regresar a Santiago de Cuba con la columna, que prosiguió lentamente su camino mientras los rebeldes no se atrevieron a atacarla. Llegaron por la mañana a El Caney, distante diez kilómetros de la capital.

Algunos historiadores cifran en 72 los muertos rebeldes en los combates con la columna del comandante Terejizo, ignorándose el número de heridos. Los españoles, por su parte, sufrieron dos muertos y escasos heridos. Dos claves de esta acción fueron el poder de penetración y puntería del fusil Mauser español que portaban los soldados de la columna, con el que hicieron numerosas bajas a los rebeldes, y la disciplina en orden cerrado de los españoles, que les permitió hacer descargas cerradas y cerrar contra el enemigo a la bayoneta en un par de ocasiones.

Por esta acción se concedieron las siguientes recompensas:

  • Comandante Tejerizo: Cruz Laureada de San Fernando y ascenso al empleo de teniente coronel.
  • Capitán Miranda, ascenso al empleo de comandante.
  • Médico primero Rigoberto Fernández, ascenso a médico mayor.
  • Cruz de María Cristina a los tenientes de Infantería Manuel González y Adolfo Díaz.
  • Cruz Rojo del Mérito Militar, pensionada, al primer teniente de Infantería Alejandro Durán.
  • Cruz Roja del Mérito Militar, sin pensión, a los primeros tenientes de Infantería Eduardo Santana y Gaspar Tapia, y al paisano Juan Martín Tello.


  • Guerrero, Rafael. Crónica de la guerra de Cuba (1895). Barcelona, 1895. Páginas 375 y 378.
  • Monfort, Manuel. Historia de la Guerra de Cuba, tomo I. Puerto Rico, 1896, pág. 91 y ss.
  • Reverter Delmás, Emilio. La Guerra de Cuba, volumen I. Sexta edición. Barcelona, 1899, pág. 230 y ss.
  • Rodríguez Solís, E. ¡Viva España! Historia popular de la guerra de Cuba. Tomo primero, Barcelona (sin fecha), página 10 y ss.