La jurisdicción de las Tunas[01] pertenecía al departamento Oriental de la isla. Con una extensión aproximada de mil kilómetros cuadrados, su orografía es llana, con alguna altura en las lomas de Rompe, cerca del río Jobabo, y en el noroeste, junto a la costa. Recorrido por el rio Cauto, su terreno circundante es bajo y pantanoso, mientras que el norte se extienden grandes sabanas. En el litoral se abre el puerto de Manatí. Sus habitantes se cifraban en unos 6.500 habitantes, de los que el 60% eran hombres y mujeres blancos, el 33% eras hombres libres de color y tan solo el 6% eran esclavos. En toda la jurisdicción no había más que seis casas de mampostería, una cincuentena de madera y el resto, unas 800, de embarrado.
La capital, las Tunas, situada en la orilla izquierda del rio Hormiguero, estaba situado en terreno llano. Sus casas proyectaban una veintena de calles de trazado irregular. En el centro se hallaba la plaza, donde se levantaba una iglesia de piedra edificada en 1820, la casa del gobernador y la cárcel. Tenía unos 1.800 habitantes. A unos veinte kilómetros se ubicaba el caserío de Las Arenas, con una veintena de casas y unos 250 habitantes. El caserío de Cauto el Paso contaba con un centenar de casas y unos 275 habitantes. El resto de los habitantes de la jurisdicción se dedicaban a la ganadería, con 175 haciendas y 29 potreros repartidos en el territorio, donde se criaban unas 20.000 cabezas de ganado bobino y unas 2.000 de raza equina.
En octubre de 1868[02] el gobernador político y comandante militar de la jurisdicción de las Tunas, con sede en esta ciudad, era don José Ramos Navarro. Conocido el levantamiento de Céspedes en Manzanillo, el 12 de octubre el gobernador ordenó que al teniente Antonio Pérez Ortuño y 21 soldados del regimiento de Infantería “de la Reina” número 2 se concentrasen en el edificio del gobierno, así como los capitanes, oficiales y tropa de los voluntarios y bomberos, acompañados de aquellos paisanos que pudiesen reunir. También trasladó a este edificio la estación telegráfica. Se presentaron treinta y cuatro voluntarios y varios paisanos, por lo que el gobernador Ramos pudo contar con unos setenta hombres dispuestos para la defensa, cuarenta de ellos completamente armados. Con esta fuerza levantó tres barricadas en las calles adyacentes a la plaza de la localidad y distribuyó sus hombres en ellas, aprestándose a la defensa.
Alertados por la tardanza de un guardia enviado a las 20:00 horas a recoger unas carretas, el gobernador supuso que los insurrectos lo habían capturado. A las 02:30 horas de la madrugada del 13 de octubre se cortó la línea telefónica con Bayamo, noticia que el gobernador comunicó al comandante general del departamento Central, general Mena, al que pidió refuerzos, quien le comunicó la salida desde Puerto Príncipe de la columna del capitán Gascón Machín.
Al amanecer del 13 de octubre el gobernador Ramos recibió en mano un comunicado del capitán interino del partido de Unique, don José Illas, traído por el mayor de sus hijos diciendo que había capturado por los insurrectos, que su número ascendía a un millar, y que pedían la rendición del pueblo. Reunido con sus oficiales y vecinos notables del pueblo, Ramos declinó contestar la nota de los rebeldes. Acto seguido se presentó una fuerza de trescientos rebeldes que se dividieron entres grupos para atacar las tres barricadas. Pero se vieron enfrentados al nutrido fuego que les hicieron los defensores, que disparaban incluso desde lo alto de la torre de la iglesia. Entre el fragor del combate y del tiroteo destacó la mujer del teniente gobernador, Luisa García, quien animaba con su presencia y de palabra a los defensores, les repartía pistones y cartuchos y cuidaba de los heridos.
Los rebeldes, rabiosos por no esperar resistencia de una población con tan escasa guarnición, se agolparon a las puertas de la iglesia, que aporreaban con sus machetes, en un desesperado intento de echarla abajo y penetrar en su interior. Pero el teniente Pérez Ortuño encabezó una vigorosa carga a la bayoneta sobre ellos que les obligó a huir. El teniente continuó la carga por las calles, desde cuyas esquinas disparaban los rebeldes en su huida, hasta que logró expulsarles de la población.
En esta carga figuraron el jefe de la línea de Telégrafos, Tomás de Arcas; el coronel de las reservas dominicanas José Varela, su hijo y su sobrino; el capitán de bomberos Enrique Gali; el capitán de voluntarios Mariano Lerma; el celador de Policía Antonio Romero; el paisano Manuel G. del Corro, quien recibió una herida y murió días después a consecuencia de ella; un sargento, un cabo y cuatro soldados. Finalizado el ataque, el gobernador Ramos ordenó reforzar las barricadas y construir tres fuertes trincheras, decidiendo quedarse a defender el lugar antes que aventurarse a perseguir a los insurrectos atacantes.
Además del paisano del Corro, los defensores sufrieron dos muertos en el ataque. Los rebeldes dejaron abandonados en las calles cinco muertos y algunas armas de fuego que fueron entregadas a los defensores que carecían de ellas; también se vio como retiraban unos veinticinco de los suyos malheridos.
Los defensores de las Tunas permanecieron el 14 de octubre guarneciendo sus posiciones en las trincheras, oteando el horizonte desde la torre de la iglesia en espera un nuevo ataque de los rebeldes que nunca se producía y la llegada de los refuerzos prometidos. Pasaron aquella noche en alerta iluminando el contorno con las escasa luces que emanaban de las casas y las que pudieron encender a su alrededor para ahuyentar las sombras.
Conocido el ataque a las Tunas del 13 de octubre, las autoridades enviaron enseguida cuatro columnas a reforzar su guarnición y protegerla de nuevos ataques, por ser la última localidad de importancia del departamento Oriental antes de entrar en el departamento Central. Se trató de la columna de Infantería del capitán Abril, la columna de Infantería del capitán Martínez, la columna de Caballería del capitán Gascón y la columna de Infantería del capitán Guiloche . Posteriormente el capitán general enviaría al coronel Loño al frente de su batallón del regimiento de “la Habana” para hacerse cargo de las operaciones en las Tunas y evitar que la insurrección se extendiese hacia el departamento del Centro.
La columna del capitán Leonardo Abril había desembarcado en Manatí a las 10:00 horas del 14 de octubre. Allí recibió aviso del gobernador Ramos del ataque recibido y de petición de refuerzos, por lo que el capitán Abril, tras informar del hecho a sus superiores, salió a marchas forzadas en dirección a las Tunas, distante unos 45 kilómetros. Recorrieron 35 kilómetros sin encontrar a nadie; los campos estaban vacíos, los caseríos y ranchos por los que pasaba la columna estaban deshabitados, sus dueños y campesinos huidos o pasados a la insurrección; no había nadie a quien poder preguntar noticias. Al anochecer llegaron al ingenio de la Laguna. Entonces recibieron una nutrida descarga de fusilería que dejó heridos un sargento y soldado y de gravedad al capitán retirado Francisco Leyva, que se unió a la columna en Manatí. Sin dudarlo un instante, el capitán Abril ordenó cargar a la bayoneta, y los soldados se lanzaron sobre los rebeldes, que retrocedieron y se ocultaron entre la maleza y la espesura del cerrado bosque que les rodeaba.
La columna pernoctó en el ingenio. Al amanecer del 15 de octubre reanudaron la marcha. Al llegar a la sabana del Corojo, encontraron una gran partida de entre 350 y 400 rebeldes desplegados en la sabana, con su caballería en el centro y con soldados a pie y a caballo protegiendo los flancos. Los rebeldes abrieron fuego, que fue contestado por los soldados españoles. Al ver que los rebeldes no cargaban sobre ellos y que tampoco abandonaban el campo, el capitán Abril decidió hacer otra carga a la bayoneta, que se hizo con tanto ímpetu que los rebeldes huyeron precipitadamente para ocultarse en la manigua.
Durante quince kilómetros la columna fue constantemente hostigada por los rebeldes. Alertado en la Tunas de la llegada de la columna de refuerzo, y avistada ésta sobre las 08:00 horas a lo lejos desde la torre de la iglesia, el gobernador salió con la guarnición de la población para proteger los últimos kilómetros de avance de los soldados del capitán Abril. La columna entró en la ciudad entre el entusiasmo, aclamaciones y regocijo de sus habitantes. Las campanas de la iglesia repicaron gozosas y en su torre se izaron dos grandes banderas de España para significar el jubiloso espíritu que animaba a sus habitantes.
La columna del capitán Luis Gascón Machín partió de Puerto Príncipe el 14 de octubre. Estaba formada por cincuenta jinetes de Lanceros del Rey. La marcha hasta Guaymaro, situada a 81 kilómetros, transcurrió sin novedad, pero a partir de este punto se vio obligada a combatir varias veces. La columna salió de Guaymaro a las 11:00 horas del día 16 de octubre. A los quince kilómetros recibieron una descarga cerrada, cuyos disparos se hicieron más intensos por los flancos. Los lanceros siguieron avanzando hasta el desfiladero de las minas del Rompe, que el capitán ordenó cruzar a paso de carga mientras eran protegidos por unos tiradores. Tras el desfiladero encontraron tres trincheras donde se parapetaban los rebeldes. El capitán no lo dudó y se lanzó a su conquista, que fueron tomadas una después de otra. En la última trinchera los caballos tuvieron que saltar un foso excavado por los rebeldes para impedir el paso de la caballería. En la acción murieron dos soldados y un caballo, así como dos guías y sus caballos que el capitán había reclutado en Guaymaro.
Tras el combate arreció una fuerte lluvia que hizo impracticables los caminos, por lo que el capitán decidió hacer un alto en la sabana de Miguel Ramos y aprovechar la salida del sol para secarse y descansar. Al llegar la noche puso a la tropa en guardia, algunos de ellos a caballo. Los insurrectos, dolidos por su derrota de la tarde anterior, atacaron a los españoles con denuedo en cuatro ocasiones por diferentes puntos, siendo repelidos por los lanceros. A las 05:00 horas del 17 de octubre emprendieron la marcha, volviendo a recibir fuego de los insurrectos protegidos en la maleza al poco de salir de la sabana y adentrase en la floresta. El capitán Gascón iba a pie por haber muerto su caballo. El teniente Felipe Sánchez Cabrera le ofreció su caballo, pero el capitán rehusó. Entonces se le acercó el trompeta Joaquín Camarillo, diciéndole: “Mi capitán, yo no valgo nada, usted hace más falta que yo al frente de la fuerza”. Y mientras ayudaba a montar a su capitán, una bala rebelde acabó con su vida.
El camino hacia las Tunas estaba copado por los rebeldes, que continuaron atacaban incesantemente la columna española. Finalmente, los lanceros cayeron en una emboscaba hábilmente preparada con alambres de telégrafo arrancados de la línea, de manera que los caballos fueron frenados y quedaron enredados. La serenidad del capitán y los oficiales, que supieron contagiar a los hombres, les salvó de aquel trance en el que murieron el capitán interino del partido de Guaymaro, Manuel Risco, un soldado y dos caballos. Salvado este obstáculo, los lanceros continuaron su marcha teniendo que realizar un par de cargas más sobre los insurrectos hasta que divisaron las Tunas, donde entraron a paso de carga sobre las 10:00 horas del día 17. Su llegada a la ciudad fue celebrada con mucho entusiasmo por los habitantes.
La columna del capitán graduado de comandante Francisco Martínez partió desde Nuevitas. Separada de las Tunas unos 112 kilómetros por malos caminos, su situación en la costa aconsejó trasladar las tropas por barco hasta el puerto de la bahía de Manití y desde allí recorrer a pie por caminos de herradura los 45 kilómetros que separaban este puerto de las Tunas. La columna estaba formada por una compañía del regimiento de Infantería “de la Reina”, que embarcó en el vapor “Isabel Francisca” hacia Manití. Al llegar a este punto, el 16 de octubre inició la marcha a las Tunas. Los caminos estaban en muy mal estado debido a la lluvia y a la inclemencia del tiempo. Dejando a su derecha las alturas de la sierra de Dimañueco, llegó a la hacienda El Gramal, donde el capitán ordenó hacer alto para pernoctar.
Al día siguiente, 17 de octubre, el capitán Martínez reanudó la marcha. No habían cubierto dos kilómetros cuando recibieron un nutrido fuego desde su derecha que hirió a uno de los soldados. Estos respondieron al fuego gritando entusiastas “¡Viva España!” pero, al darse cuenta de la falta de puntería y disciplina de los rebeldes, cesaron el fuego y sólo lo hicieron sobre blancos seguros. Continuaron la marcha recibiendo disparos ocasionales, hasta llegar a una pequeña altura; allí encontraron una fuerte partida de unos trescientos rebeldes que les cerraba el paso y les rodeaba por la derecha y la izquierda. Comenzó un duro tiroteo por ambas partes, a resultas del cual el comandante Martínez quedó gravemente herido en el muslo izquierdo a la altura de la ingle. Siguió dirigiendo el combate montado en su caballo transmitiendo tranquilidad y serenidad a sus hombres hasta que cayó muerto. Tomó el mando el capitán graduado de comandante Gil de la Mora, que poco después recibió un balazo en la rodilla.
Los españoles lograron hacer huir a los rebeldes y continuaron la marcha, llevando el cadáver del capitán Martínez con ellos. Al llegar a la sabana del Corojo, encontraron a los rebeldes rehechos de nuevo y parapetados en el lugar cerrándoles de nuevo el paso. La columna desplegó para entablar combate y forzar el paso. Por fin la columna logró llegar a las Tunas, donde la compañía enterró a su capitán en el jardín de la plaza de Armas.
La columna del capitán graduado de comandante Enrique Guiloche había zarpado de la Habana el 13 de octubre a bordo del vapor “Ulloa”. Estaba formada por tres compañías del batallón de cazadores de “San Quintín”; recordemos que las otras tres compañías del batallón habían sido enviadas a reforzar Manzanillo al mando de su jefe, el teniente coronel López del Campillo. La columna llegó a Gibara a las 20:00 horas del 14 de octubre, desembarcando con la luz de los hachones y los faroles que encendieron los vecinos para facilitar los movimientos. Finalizado el desembarco, inmediatamente emprendió la marcha sobre las 03:00 horas de la madrugada del 15 de octubre, llegando a Holguín, distante 35 kilómetros, a las 18:00 horas de ese día.
A su llegada a Holguín la población los recibió desbordantes de alegría, pues se sabían rodeados de enemigos. El gobernador de la ciudad, teniente coronel Camps, aprovechó su llegada para dejarles de guarnición en la población mientras que él marchaba con sus tropas a batir por sorpresa a una partida rebelde que rondaba por las cercanías.
Al día siguiente, 16 de octubre, la columna del capitán Guiloche prosiguió su camino hacia las Tunas, distante todavía otros 72 kilómetros. La marcha de la columna fue bastante dura, teniendo que abrirse paso combatiendo en numerosas ocasiones. Al llegar al paraje de la Cuarentena, una treintena de rebeldes les cerró el paso de frente y por la izquierda, de forma que se vieron obligados a desalojarles a punta de bayoneta. Atacaron de nuevo los insurrectos en el lugar llamado Las Playuelas. Apostados en unos bohíos y en una fábrica de aserrar maderas, dispararon sobre la columna española, que se vio obligada a desplegar y cargar para desalojar a los rebeldes de sus posiciones. Por tercera vez en el día tuvieron los españoles que combatir, esta vez atacando una trinchera que los rebeldes habían construido en el lugar del Arroyo Muerto y desde la que disparaban sobre la columna, logrando tomar la trinchera y quemándola a continuación.
El 21 de octubre, al poco de haber iniciado la marcha, llegaron rio Rincón. Allí vieron que los rebeldes habían quitado los tablones del puente, lo que obligó a las tropas a cruzar el río con el agua a la cintura. Los rebeldes aprovecharon el momento para disparar sobre los españoles, quienes se rehicieron disciplinadamente, rechazaron el ataque, se lanzaron sobre el enemigo y persiguieron a los insurrectos por el monte. Constantemente acosados por los rebeldes, la columna logró llegar a las Tunas al mediodía de aquel día. Habían perdido en el camino dos soldados muertos y nueve heridos, resultando contuso el capitán Urdanibia.
Concentradas las columnas en las Tunas, asistían impotentes al despliegue que los insurrectos hacían frente a la ciudad, formando trincheras y enarbolando su bandera independentista para sitiar la ciudad. Por ello, el capitán Gascón, el oficial más antiguo al mando de las tropas, decidió atacar a los rebeldes para levantar el asedio. A las 05.00 horas del 24 de octubre tuvo lugar la salida de una columna formada por 130 infantes de la Reina y 46 lanceros del Rey. Marchaban decididos hacia el campamento enemigo, situado en la finca El Hormiguero.
Formaban la vanguardia treinta infantes desplegados en guerrilla. Cien metros detrás marchaban dos columnas paralelas de veinte infantes cada una, mandada la de la derecha por el capitán Abril y la de la izquierda por el capitán de la Mota. Sus flancos iban protegidos por sendas guerrillas de quince infantes y ocho lanceros cada una. La retaguardia estaba formada por treinta lanceros al mando del teniente Sánchez Cabrera y otros treinta infantes.
Al llegar a unos dos kilómetros del campamento, los rebeldes divisaron a los españoles y dispararon un cañonazo contra ellos; pero esto no hizo más que enardecer el ánimo de soldados y jinetes, que avivaron su marcha hasta cargar a la bayoneta contra el enemigo. Infantes y lanceros entraron en tromba en el campamento, se lanzaron con arrojo contra los rebeldes, que ofrecieron resistencia, y sembraron de muerte el lugar. En la acción se destacó el coronel dominicano José Vicente Valera, que mató de un sablazo a un rebelde que se le enfrentó en un parapeto.
El combate duró escasamente media hora. Los españoles arrancaron la bandera insurrecta y en su misma asta izaron la bandera de España. Los rebeldes dejaron en el campo números muertos y heridos. Los españoles capturaron numeroso material de guerra , que transportaron triunfantes de regreso a las Tunas: dos cañones, cincuenta escopetas, dieciséis fusiles, cinco pistolas, veinte machetes, cuatro hachas, dos arrobas de pólvora, ocho arrobas de balas, cuatro barrenas, seis caballos y numeroso material que hubo de incendiarse por no poder ser transportado. Los españoles también recuperaron la correspondencia pública que había sido interceptada por los rebeldes
Tras la victoria, el gobernador Ramos publicó un bando ofreciendo clemencia a cuantos decidieron abandonar la rebelión y entregarse a la autoridad.
El 17 de octubre el segundo batallón del regimiento de Infantería de “la Habana” zarpó desde la capital hacia Manatí al mando de su jefe, el coronel Loño, para continuar su avance hasta las Tunas. El general Lerchundi había nombrado al coronel Loño como jefe de todas las fuerzas que operaban en la zona de las Tunas.
Llegado a las Tunas, el coronel Loño partió de esta población el 29 de octubre al frente de su batallón, los cazadores de “San Quintín” del capitán Guiloche y los infantes “de la Reina”, llevando al comandante Garrich como su jefe de estado mayor. A unos quince kilómetros de marcha encontraron a una masa de unos cuatrocientos rebeldes parapetados en una trinchera que habían practicado en el barranco del Arroyo de la Palma.
Entablado el tiroteo por ambas partes, el coronel Loño ordenó una carga a la bayoneta, que los soldados españoles ejecutaron con su disciplina y violencia habitual, lo que hizo que los rebeldes abandonaran la trinchera y huyeran al bosque. Todas las trincheras enemigas fueron tomadas por los españoles sin resistencia. Los rebeldes, para obstaculizar el avance de los soldados soltaron las abejas que tenía encerradas en un gran número de colmenas cercanas. En su huida incendiaron el caserío de las Arenas, una de las pocas poblaciones de la jurisdicción. La columna regresó al día siguiente a las Tunas.
Tras todos estos éxitos de las armas españolas, el optimismo reinaba y hacía creer a muchos que la revuelta sería pronto vencida.
Llofriu y Sagresa, Eleuterio. Historia de la insurrección y guerra de la isla de Cuba. Tomo I. Imprenta de la Galería Literaria. Madrid, 1870. 799 páginas. 30 MB.
Pezuela, Jacobo de. Crónica de Las Antillas. Editores Rubio, Grilo y Vitturi. Madrid, 1871. 247 páginas. 22,6 MB.
[01] Pezuela, op. cit., pág. 209.
[02] La resistencia de las Tunas estás relatada en Llofriu, op. cit., tomo I, pág. 70-82.