“El más absurdo contrasentido es atribuir miras de independencia a los que sólo han querido estrechar más sus vínculos con la madre patria, corriendo su próspera y adversa suerte por medio de las mismas instituciones.” (Del manifiesto del general Lorenzo, diciembre de 1836).
El 12 de agosto de 1836, durante la regencia de la reina madre María Cristina, tuvo lugar un motín protagonizado por un grupo de sargentos de la guarnición y Palacio de La Granja, aprovechando la presencia en el edificio de la regente y su hija Isabel. Los amotinados obligaron a la reina regente a restablecer y jurar la Constitución de 1812. A resultas del golpe, se derogó el Estatuto Real otorgado por la regente en 1834 y se creó en España un gobierno liberal presidido por el señor José María Calatrava, donde Juan Álvarez Mendizábal sería el nuevo ministro de Hacienda, el futuro “desamortizador”.
Las noticias del golpe militar dado en la península llegaron el 29 de septiembre a Santiago de Cuba con el bergantín español “Guadalupe”, siendo la primera ciudad de la isla en conocerlas. Cuando el comandante de Marina, capitán de navío José Ruiz de Apodaca, supo que la reina regente María Cristina había sido obligada a jurar la Constitución de 1812, corrió hacia la casa del general gobernador y comandante general del departamento Oriental, el mariscal de campo Manuel Lorenzo Oterino, de 56 años, acompañado de un gentío que vitoreaba lo ocurrido en la península.
El general Lorenzo era un vehemente oficial de ideas liberales, de extrema valía y brillante hoja de servicios, en la que merece la pena detenerse. Había ascendido en el ejército desde el empleo de soldado, cuando ingresó en el regimiento de Infantería “Granada” en 1802. Entre 1808 y 1835 pasó veintisiete años combatiendo en diferentes campos de batalla, primero contra los franceses en la guerra de Independencia como cabo, sargento primero y teniente, después contra los independistas venezolanos formando parte de la expedición del general Morillo, donde se ganó los empleos de comandante, teniente coronel y coronel por méritos de guerra y por último contra los carlistas como brigadier y mariscal de campo. Ascendido a brigadier en 1830, en octubre de 1833 se enfrentó al general carlista Santos Ladrón de Cegama y le derrotó en la batalla de Los Arcos, llevándolo prisionero a Pamplona, donde fue fusilado el 15 de octubre en los fosos de la ciudadela. Por su rápida y eficaz actuación contra la naciente insurrección se le ascendió a mariscal de campo. Entre 1833 y 1835 derrotó varias veces a los carlistas, ocasionándoles numerosas bajas, obteniendo por sus victorias la Cruz Laureada de San Fernando, de 4ª clase, laureada, y la Gran Cruz de San Fernando, llegando a ser nombrado general jefe de operaciones del norte con carácter interino en dos ocasiones. En junio de 1835 fue nombrado comandante general del departamento Oriental y gobernador de Santiago de Cuba.
El general Lorenzo, interpretando que la real orden del 13 de agosto por la que ordenaba que se jurase la Constitución en todos los territorios españoles le autorizaba a hacerlo en la jurisdicción de su mando, reunió la junta del Ayuntamiento según existía en 1823 y ese mismo día, 29 de septiembre, proclamó la Constitución de 1812, dando inmediata cuenta de su actuación al capitán general, teniente general Miguel Tacón; además, creó dos batallones de Milicia Nacional, restableció los decretos de las Cortes y permitió la libertad de prensa en su jurisdicción.
Si bien el general Lorenzo gozaba de muchas simpatías y apoyos dentro de su territorio, convencidos todos ellos de la conveniencia de que en Cuba rigiesen los mismos principios políticos que en la península como mejor medio para conservar la unidad nacional, no toda la población del departamento Oriental apoyaba lo que acabada de hacer el general. Eran muchos (hasta unos 1.500 propietarios en la propia Santiago de Cuba) los que le pedían que retrotrajese las cosas a la situación de antes de la proclama del 29 de setiembre, pues no en vano veían que la tranquilidad y el orden de la isla, que la proclamación de la Constitución iba a trastocar, había traído mucha prosperidad económica a Cuba. Por lo tanto, muchos comerciantes, propietarios y vecinos de la isla pidieron al capitán general de la isla, teniente general Miguel Tacón, que se opusiese al pronunciamiento del general Lorenzo.
Al conocer la proclamación de la Constitución en el departamento Oriental, el general Tacón, siguiendo lo dispuesto en las reales órdenes de los días 19, 23 y 25 de agosto de no hacer alteración alguna del régimen político de las provincias de Ultramar, ordenó a Lorenzo que "en aquella provincia no se hiciera la más ligera novedad en el orden de cosas sin que se precediese su mandato expreso y terminante". También envió un cuerpo de Caballería de unos cuatrocientos jinetes hasta Puerto Príncipe, acantonó en Guines una fuerza de tres mil hombres dispuestos para ser embarcados para Santiago de Cuba en Batabanó, al sur de la Habana, y ordenó al comandante general de apostadero que bloquease los puertos del departamento Oriental con todos los buques disponibles. Más tarde, el capitán general ordenó al coronel Santiago Fortún, oficial destinado en Santiago de Cuba, que se encargase del gobierno del departamento en cuanto se le presentara la oportunidad; y se ganó para la causa a varios jefes de aquella guarnición.
Cuando el capitán general recibió del gobierno de Madrid la notificación de que hiciese elecciones de diputados según lo dispuesto en el Estatuto Real y que no se jurase la Constitución de 1812 en la isla hasta que no se reuniesen las Cortes en Madrid, ordenó al general Lorenzo que "inmediatamente entregase el mando del departamento al brigadier don Juan de Moya". Pero aquellos que apoyaban al general Lorenzo armaron a los negros y a los mulatos y Lorenzo, sintiéndose respaldado, hizo prisionero al general Moya, máxime al conocer que el 24 de octubre el ministro de Marina había instado en las Cortes a que se celebrasen elecciones de diputados en las islas de forma inmediata y que se les facilitase su pronto traslado a la península para tomar parte en las deliberaciones.
Las ideas liberales de Lorenzo le llevaron a concebir y proponer la invasión de la provincia de Puerto Príncipe y hacer jurar allí la Constitución de 1812 para, a continuación, seguir hasta Matanzas. Llevado por su exaltación, se puso de parte de los partidarios de la independencia de Cuba, llegando a decir en su exaltación que “cuando la madre patria era ingrata, la hija debía separarse de ella”, y que “las espadas que blandían eran para derramar la sangre de los españoles”. Además, permitió que la gente lanzara gritos como el de “¡viva la independencia!” y “¡mueran los godos!”.
Los liberales del departamento Oriental, viendo que ningún pueblo o ciudad se pronunciaba como ellos, viendo con lógica prevención los preparativos militares que hacía el capitán general en la Habana contra ellos, y temerosos de perder la ocasión que les brindaba la nueva situación política creada en España, lograron calmar los ánimos del general Lorenzo. Éste reunió la Diputación provincial y el Ayuntamiento, y ambas corporaciones acordaron mantener las cosas como estaban y acudir a la reina gobernadora con la súplica de concesión de los mismos derechos que los demás españoles. Para ello nombraron a don Porfirio Valiente, notable ciudadano de Santiago de Cuba por su rango, popularidad, talento y patriotismo, para que viajase a la península, se entrevistara con la reina y le explicara los deseos de la Diputación provincial de Santiago de Cuba. Lorenzo se lo comunicó así al general Tacón, y le propuso que ninguna de las dos partes diese ningún paso hasta que se resolviese la cuestión.
El texto del escrito de representación ante la regente es una muestra del patriotismo español de los cubanos y de sus deseos de ser considerados como el resto de los españoles. El documento merece ser conocido (las partes en negrita son nuestras), pues su rechazo supuso una nueva oportunidad perdida para mantener los lazos de unión entre Cuba y la península:
"La Constitución se había jurado en esta capital y su provincia. Una vez jurada, ya es ley fundamental, es la regla única, es el pacto sagrado entre la nación y el trono. El juramento se hizo por todas las corporaciones, autoridades y clases: las instituciones constitucionales fueron restablecidas, los cuerpos revividos, los empleados repuestos: toda la provincia marchó unísona con el régimen constitucional y la máquina administrativa se montó toda bajo este principio. La Constitución prohibe cumplir y ejecutar órdenes tendentes a violarla: la Constitución no hace diferencia entre la España peninsular y ultramarina: la Constitución hace responsables a los secretarios del despacho que alteren sus disposiciones: la Constitución supone que la majestad real no puede querer ni mandar ninguna cosa contraria al pacto fundamental de quien deriva sus derechos y que la constituye inviolable y sagrada: la Constitución enumera a la isla de Cuba entre las partes integrantes de la monarquía española: la Constitución no reconoce otro poder superior al pacto originario de que emanan los demás poderes del estado: la Constitución por consiguiente, Señora, ya jurada por nosotros, nos prohibe derrocarla por nuestras propias manos, y la observancia de su juramento era incompatible, absolutamente incompatible con las órdenes ministeriales que la derogaban en esta isla contra el texto del código fundamental y contra el decreto autógrafo de V.M. que se dignó mandar publicarla en toda la monarquía sin distinción de países".
"La Diputación provincial prescinde, Señora, de la manera con que se ha obtenido de vuestro gabinete una determinación tan opuesta como derogatoria del régimen proclamado por todo el pueblo español: la Diputación provincial prescinde de los informes interesados, de las amañadas representaciones, de los abultados y fantásticos temores con que algunos empleados y cuerpos del abolido sistema han podido preocupar vuestro real ánimo y los consejos del trono hasta el punto de persuadirle que una tan notable desigualdad en el régimen gubernativo de ambos países, es el más benéfico para esta isla y el más adecuado para garantir su conservación, su sosiego y su prosperidad: la Diputación provincial prescinde también de los hechos desfigurados, de las malignas interpretaciones y de las azarosas y calumniatrices medidas con que se ha procurado pintar a este país clásico de la paz y de la lealtad, como un teatro de maquinaciones desorganizadoras, como un fómes de sordas inquietudes, como un volcán que encubre inflamados gases bajo la deslumbradora apariencia de una creciente y peligrosa prosperidad. ¡Ah, Señora! Los que así pervierten vuestra natural benevolencia, los que así calumnian nuestra inocente patria, no saben, no conocen en su aciago ofuscamiento hasta qué punto ofenden la ingénita lealtad de sus habitantes".
Desgraciadamente, el partido de la desconfianza triunfó en Madrid; el señor Valiente no fue recibido por la reina y se le hizo salir de Madrid.
A mediados de diciembre llegaron a Santiago de Cuba las órdenes del gobierno de Madrid que desaprobaban la conducta del general Lorenzo y lo deponían de su cargo; también ordenó la inmediata vuelta a la península del capitán de navío Ruiz de Apodaca para ser juzgado por su participación en la rebelión del general Lorenzo; meses después se le encontró exento de cargos.
Lorenzo pudo resistirse con las armas; su hoja de servicios y los apoyos con los que contaba apuntaban a su favor, pero, “como buen español” y “amante de mi patria y de su gobierno”, decidió ceder en sus pretensiones:
“Fácil, sobradamente fácil me era haber repetido la agresión. El liberal regimiento segundo ligero de Cataluña; la Milicia Nacional compuesta de un batallón de infantería, un escuadrón de caballería y una compañía de artillería, bisoños es verdad; las milicias pardas y morenas y la corta fuerza del batallón provisional, aún sin contar el regimiento de León, cuyos soldados participaban del entusiasmo liberal, a pesar del espíritu contrario de sus jefes, que no ignoraban aquella disposición pública y notoria de su tropa, eran elementos más que suficientes en mis manos y en las inexpugnables posiciones que rodean a Santiago de Cuba, para derrotar sin grandes esfuerzos la expedición, o lo que es más seguro, verla pasar a nuestras filas al grito de constitución y libertad, siempre mágico al soldado español. Pero repito, preferí el sosiego de la isla a mis convicciones y al interés de mi amor propio. Cedí por la paz y no me arrepiento de ello. Quien me conozca, no dudará de esta verdad.”
El 18 de diciembre la mayor parte de los jefes y oficiales de la guarnición se dirigieron al general Lorenzo para decirle que no estaban dispuestos a enfrentarse a las tropas que se enviasen contra ellos desde la Habana; el 19 de diciembre el señor Martín Viscay se pronunció en Bayamo en favor del capitán general con las dos compañías que mandaba en aquel destacamento; poco más tarde la guarnición de Guisa hacía lo mismo. Visto el cariz de los acontecimientos, Lorenzo convocó una junta de jefes para el 21 de diciembre en la que declaró que la causa de la Constitución estaba amenazada; el coronel Fortún aprovechó el momento para dar a conocer sus órdenes, y el general Lorenzo accedió a entregarle el mando.
Conocida la decisión del general Lorenzo y ver su causa perdida, durante la noche del 22 de diciembre el entusiasmo liberal de la tropa y algunos oficiales se desató, tratando de rebelarse contra los hechos: los soldados del regimiento de Infantería “León” gritaban vivas a la Constitución, vitoreo al que se sumó la mayoría de la milicia nacional, a excepción de unos trescientos hombres; muchos otros soldados del 2º Regimiento ligero de Cataluña salieron del cuartel para despedirse de su general; los ánimos exaltados subieron de tono en las calles y trataron de atentar contra las personas que eran conocidas por su oposición a la Constitución y a las ideas liberales. El asunto no pasó a mayores porque el coronel Manuel Crespo, el comandante Manuel Arcaya y el ayudante de campo del general Lorenzo, señor José Tajuelo, lograron controlar la situación. Finalmente, el coronel Fortún logró restablecer el orden gracias a la cordura de los ciudadanos y de la presencia de los soldados del regimiento de Infantería "León" y de las tropas de Artillería de la ciudad.
A las 20:00 horas del 23 de diciembre el general Lorenzo entregó el mando al coronel Fortún, y a las 22:00 horas, acompañado por varios oficiales, sargentos y civiles, embarcó con pasaportes expedidos por el coronel Fortún en la corbeta de guerra inglesa "Vestal", cuyo capitán, señor William Jones, había sido contactado para ello por el capitán general. La corbeta se dirigía a Jamaica, pero dos días después el general Lorenzo y sus acompañantes hicieron transbordo al bergantín goleta mercante español "Ana María", partiendo la mañana del 25 de diciembre en dirección a Cádiz, donde llegaron el 11 de febrero de 1837.
Una vez al frente del gobierno de Santiago de Cuba, el coronel Fortún desarmó la Milicia Nacional, constituyó el antiguo Ayuntamiento de la ciudad y todo volvió al estado anterior al pronunciamiento del 29 de septiembre. A pesar de no ser ya necesaria su presencia, el general Tacón envió al brigadier Joaquín Gascué, de Artillería, al frente de la columna de 3.000 soldados acantonados en Guines para tomar Santiago de Cuba.
Tras la partida del general Lorenzo, el capitán general procedió a formarle en la Habana una causa por lo sucedido; en ella fue procesado y condenado en rebeldía. En uno de sus manifiestos, el general Lorenzo había negado las ideas independentistas de los cubanos:
“El más absurdo contrasentido es atribuir miras de independencia a los que sólo han querido estrechar más sus vínculos con la madre patria, corriendo su próspera y adversa suerte por medio de las mismas instituciones. El riesgo está en la política contraria, ¡y no plegue nunca al cielo, por dicha de mi patria y de aquellos bellos países que la experiencia acredite esta previsión cuando no tengan lugar los raciocinios!”
Para contradecir estas palabras, una de las finalidades que buscaba el general Tacón con el proceso judicial era mostrar a Madrid el gran número de separatistas que había en Cuba, por lo que eligieron cuidadosamente los adversarios de Lorenzo y sus amigos. Como consecuencia, numerosas familias adictas sinceramente a España, pero deseosas de reformas, fueron señaladas, procesadas, encarceladas y desterradas, llevando a muchas a la ruina. Entre ellas se encontraba la mujer del general Lorenzo, que fue desterrada a España con sus siete hijos de entre 13 años y pocos meses, uno de los cuales falleció durante la travesía.
En contraste con lo ocurrido en la isla de Cuba, al desembarcar en Cádiz el general Lorenzo fue muy felicitado y su carrera militar cogió un nuevo impulso, de nuevo al frente de las tropas. Se reincorporó al ejército de inmediato y la diputación de Alicante, con el apoyo del ayuntamiento y jefes y oficiales, se le nombró jefe de la Milicia provincial, a cuyo frente derrotó al jefe carlista Forcadell; a continuación, fue nombrado segundo jefe de las capitanías generales de Valencia y Murcia en agosto de ese mismo año. Ascendió a teniente general en 1841. Ejerció los cargos de segundo jefe del ejército del Norte y capitán general de Castilla la Vieja, Extremadura y comandante militar del Campo de Gibraltar. Pasó a la reserva en 1843 y murió en 1847 con 61 años.
El pronunciamiento del general Lorenzo coincidió con una serie de levantamientos de negros en la isla. El 12 de julio de 1835 se habían sublevado los negros del barrio del Horcón, extramuros de la Habana, fruto de la propaganda abolicionista, como lo probó la presencia de algunos negros y abolicionistas procedentes de las islas de Santo Domingo y Jamaica en aguas de Cuba; no olvidemos que Francia reconoció la independencia de la república de Haití en 1825 y que tres años antes había incorporado a su república el territorio de la parte española de la isla. La revuelta fue rápidamente sofocada y sus líderes castigados.
También se levantaron por esas fechas los negros de uno de los cafetales de la jurisdicción de Aguacate, cerca de Jaruco (departamento Occidental), y otra en el ingenio "Magdalena", cerca de Matanzas. Alrededor de 1836 se descubrió una conspiración de negros en Manzanillo; su plan era esperar que una unidad de Caballería apostada en el pueblo de Yara abandonase el lugar para dirigirse a Bayamo, para incendiar Yara con el auxilio de los negros que liberaran de las haciendas de los alrededores. La captura de cinco de los cabecillas abortó la intentona. La rebelión del general Lorenzo animó a los esclavos del interior de la isla a levantarse; así lo hicieron los de San Diego de Núñez, en el departamento de Pinar del Río, que asesinaron a los blancos que les custodiaban.
Por la represión del pronunciamiento y haber evitado un enfrentamiento civil en la isla, el general Tacón fue recompensado con los títulos de vizconde de Bayamo, marqués de la Unión de Cuba (posteriormente elevado a ducado) y caballero de la Orden del Toisón de Oro. No obstante, el general Tacón no se hacía ilusiones sobre el porvenir que le aguardaba a la isla de Cuba. En un informe escribió lo siguiente (lo resaltado en negrita es nuestro):
”Si la isla de Cuba no se ha hecho ya independiente, no ha sido por falta de voluntad ni de trabajos de sus naturales, sino porque se han presentado obstáculos insuperables que vencer, no siendo los menores entre ellos, el número inmenso de africanos, que están allí reducidos a la esclavitud; el considerable de tropas peninsulares que ha mantenido en ellas el gobierno español, y la política con que ha querido tratar a sus habitantes, a fin de que la tiranía y el despotismo no sirviesen de pretexto para romper los vínculos que unen a esta fecunda parte del mundo de Colón con el antiguo. Preciso es no hacerse ilusiones sobre la opinión de estos naturales que llevan, digámoslo así, en la masa de la sangre, su tendencia a sacudir la dominación española”.
Como colofón a las palabras de general Tacón, muchos de los partidarios del general Lorenzo se trasladaron a Madrid. La mayoría estaban desencantados por la negativa de Madrid a aceptar sus peticiones de reformas y de igualdad de derechos con los españoles de la península, especialmente cuando las Cortes del Reino se negaron a aceptar la presencia de los diputados de Ultramar. Muchos de ellos se convertirían en secesionistas y no encontraron mejor lugar donde poder conspirar en favor de la independencia de la isla, emboscados en sus buenas maneras y palabras. Sólo algunos de ellos trabajaban de buena fe en favor de la abolición de la esclavitud.