El 12 de agosto de 1836, durante la regencia de la reina madre Maria Cristina, tuvo lugar un motín protagonizado por un grupo de sargentos de la guarnición y del Palacio de La Granja, aprovechando la presencia en este palacio de la regente y su hija Isabel. Los amotinados obligaron a la reina regente a restablecer y jurar la Constitución de 1812. A resultas del golpe, se derogó el Estatuto Real otorgado por la regente en 1834 y se creó en España un gobierno liberal presidido por el señor José María Calatrava, donde Juan Álvarez Mendizábal sería el nuevo ministro de Hacienda, el futuro “desamortizador”.

El bergantín español “Guadalupe” llevó las noticias del golpe militar a Santiago de Cuba. Cuando el comandante de Marina, capitán de navío José Ruiz de Apodaca, supo que la reina regente María Cristina había sido obligada a jurar la Constitución de 1812, corrió había la casa del general gobernador, el mariscal de campo Manuel Lorenzo Oterino, acompañado de un gentío que vitoreaba lo ocurrido en la península. El general Lorenzo reunió la junta del Ayuntamiento según existía en 1823 y el 29 de septiembre proclamó la Constitución de 1812, creó dos batallones de Milicia Nacional, restableció los decretos de las Cortes y permitió la libertad de prensa en su jurisdicción.



El general don Manuel Lorenzo Oterino (1785-1847). Retrato de Antonio María Esquivel (1806-1857). (Fuente: Wikipedia).

Si bien el general Lorenzo gozaba de muchas simpatías y apoyos dentro de su territorio, no toda la población del departamento Oriental apoyaba al general Lorenzo, ya que eran muchos (hasta unos 1.500 propietarios en la propia Santiago de Cuba) los que le pedían que retrotrajese las cosas a la situación de antes de su proclama, pues no en vano la tranquilidad y el orden de la isla había traído mucha prosperidad económica a Cuba. Muchos comerciantes, propietarios y vecinos de la isla pidieron al capitán general de la isla, teniente general Miguel Tacón, que se opusiese al pronunciamiento del general Lorenzo.

El general Tacón ordenó a Lorenzo que "en aquella provincia no se hiciera la más ligera novedad en el orden de cosas sin que se precediese su mandato expreso y terminante"; y al comandante general de apostadero que bloquease los puertos del departamento oriental con todos los buques disponibles. Cuando recibió del gobierno de Madrid la notificación de que hiciese elecciones de diputados según lo dispuesto en el Estatuto Real y que no se jurase la Constitución de 1812 en la isla hasta que no se reuniesen las Cortes en Madrid, ordenó al general Lorenzo que "inmediatamente entregase el mando del departamento al brigadier don Juan de Moya". Pero aquellos que apoyaban al general Lorenzo armaron a los negros y a los mulatos y Lorenzo, sintiéndose respaldado, hizo prisionero al general Moya, máxime al conocer que el 24 de octubre el ministro de Marina había instado en las Cortes a que se celebrasen elecciones de diputados en las islas de forma inmediata y que se les facilitase su pronto traslado a la península para tomar parte en las deliberaciones.

El general Lorenzo había combatido contra los franceses, contra los independentistas venezolanos y contra los carlistas. En octubre de 1833 se había enfrentado al general carlista Santos Ladrón de Cegama y le derrotó en la batalla de Los Arcos, llevándolo prisionero a Pamplona, donde fue fusilado el 15 de octubre en los fosos de la ciudadela. Lorenzo era de ideas liberales y propuso invadir la provincia de Puerto Príncipe y hacer jurar allí la Constitución de 1812 para, a continuación, seguir hasta Matanzas. Llevado por su exaltación, se puso de parte de los partidarios de la independencia de Cuba, llegó a decir que “cuando la madre patria era ingrata, la hija debía separarse de ella”, y que “las espadas que blandían eran para derramar la sangre de los españoles”. Además, permitió que la gente lanzara gritos como el de “¡viva la independencia!” y “¡mueran los godos!”.

Los liberales del departamento Oriental, viendo que ningún pueblo o ciudad se pronunciaba como ellos, viendo con lógica prevención los preparativos militares que hacía el capitán general en la Habana contra ellos, y temerosos de perder la ocasión que les brindaba la nueva situación política creada en España, lograron calmar los áminos del general Lorenzo, hicieron prevalecer las ideas pacíficas en el Ayuntamiento y demás corporaciones, y nombraron a don Porfirio Valiente, notable ciudadano de Santiago de Cuba por su rango, popularidad, talento y patriotismo, para que viajase a la península, se entrevistara con la reina y le explicara los deseos de la Diputación provincial de Santiago de Cuba. El texto del escrito de representación ante la regente es una muestra del patriotismo español de los cubanos y de sus deseos de ser considerados como el resto de españoles. El documento merece ser conocido (las partes en negrita son nuestras):

    "La Constitución se había jurado en esta capital y su provincia. Una vez jurada, ya es ley fundamental, es la regla única, es el pacto sagrado entre la nación y el trono. El juramento se hizo por todas las corporaciones, autoridades y clases: las instituciones constitucionales fueron restablecidas, los cuerpos revividos, los empleados repuestos: toda la provincia marchó unísona con el régimen constitucional y la máquina administrativa se montó toda bajo este principio. La Constitución prohibe cumplir y ejecutar órdenes tendentes a violarla: la Constitución no hace diferencia entre la España peninsular y ultramarina: la Constitución hace responsables a los secretarios del despacho que alteren sus disposiciones: la Constitución supone que la majestad real no puede querer ni mandar ninguna cosa contraria al pacto fundamental de quien deriva sus derechos y que la constituye inviolable y sagrada: la Constitución enumera a la isla de Cuba entre las partes integrantes de la monarquía española: la Constitución no reconoce otro poder superior al pacto originario de que emanan los demás poderes del estado: la Constitución por consiguiente, Señora, ya jurada por nosotros, nos prohibe derrocarla por nuestras propias manos, y la observancia de su juramento era incompatible, absolutamente incompatible con las órdenes ministeriales que la derogaban en esta isla contra el texto del código fundamental y contra el decreto autógrafo de V.M. que se dignó mandar publicarla en toda la monarquía sin distinción de países".

    "La Diputación provincial prescinde, Señora, de la manera con que se ha obtenido de vuestro gabinete una determinación tan opuesta como derogatoria del régimen proclamado por todo el pueblo español: la Diputación provincial prescinde de los informes interesados, de las amañadas representaciones, de los abultados y fantásticos temores con que algunos empleados y cuerpos del abolido sistema han podido preocupar vuestro real ánimo y los consejos del trono hasta el punto de persuadirle que una tan notable desigualdad en el régimen gubernativo de ambos países, es el más benéfico para esta isla y el más adecuado para garantir su conservación, su sosiego y su prosperidad: la Diputación provincial prescinde también de los hechos desfigurados, de las malignas interpretaciones y de las azarosas y calumniatrices medidas con que se ha procurado pintar a este país clásico de la paz y de la lealtad, como un teatro de maquinaciones desorganizadoras, como un fómes de sordas inquietudes, como un volcán que encubre inflamados gases bajo la deslumbradora apariencia de una creciente y peligrosa prosperidad. ¡Ah, Señora! Los que así pervierten vuestra natural benevolencia, los que así calumnian nuestra inocente patria, no saben, no conocen en su aciago ofuscamiento hasta qué punto ofenden la ingénita lealtad de sus habitantes".

Desgraciadamente, el partido de la desconfianza triunfó en Madrid; el señor Valiente no fue recibido por la reina y se le hizo salir de Madrid. Mientras tanto, capitán general de Cuba reaccionaba con agilidad. Envió un cuerpo de Caballería de unos cuatrocientos jinetes hasta Puerto Príncipe; acantonó en Guines una fuerza de tres mil hombres dispuestos para ser embarcados en Batabanó, al sur de la Habana; ordenó al coronel Santiago Fortún que se encargase del gobierno del departamento en cuanto se le presentara la oportunidad; y se ganó para la causa a varios jefes de aquella guarnición.

A mediados de diciembre llegaron a Santiago de Cuba las órdenes del gobierno de Madrid que desaprobaban la conducta del general Lorenzo y lo deponían de su cargo. El 18 de diciembre la mayor parte de los jefes y oficiales de la guarnición se dirigieron al general Lorenzo para decirle que no estaban dispuestos a enfrentarse contra las tropas que se enviasen contra ellos desde la Habana; el 19 de diciembre el señor Martín Viscay se pronunció en Bayamo en favor del capitán general con las dos compañías que mandaba en aquel destacamento; poco más tarde la guarnición de Guisa hacía lo mismo. Visto el cariz de los acontecimientos, Lorenzo convocó una junta de jefes para el 21 de diciembre en la que declaró que la causa de la Constitución estaba amenazada; el coronel Fortún aprovechó el momento para dar a conocer sus órdenes, y el general Lorenzo accedió a entregarle el mando. Una vez al frente del gobierno de Santiago de Cuba, el coronel Fortún desarmó la Milicia Nacional, constituyó el antiguo Ayuntamiento de la ciudad y todo volvió al estado anterior al pronunciamiento del 29 de septiembre.

Al ver perdida su causa, el coronel Manuel Crespo y otros exaltados intentaron rebelarse contra lo ocurrido durante la noche del 22 de diciembre, pero el coronel Fortún logró restablecer el orden gracias a la cordura de los ciudadanos y de la presencia del batallón de Infantería León y de las tropas de Artillería de la ciudad. El 23 de diciembre el general Lorenzo, acompañado por varios oficiales, sargentos y civiles, embarcó con pasaportes expedidos por el coronel Fortún en la corbeta de guerra inglesa Vestal, cuyo capitán, señor William Jones, había sido contactado para ello por el capitán general. La corbeta se dirigía a Jamaica, pero dos días después el general Lorenzo y sus acompañantes hicieron transbordo al bergantín goleta mercante español "Ana María", partiendo la mañana del 25 de diciembre en dirección a Cádiz, donde llegaron el 11 de febrero de 1837. A pesar de no ser ya necesaria, el general Tacón envió al brigadier Joaquín Gascué, de Artillería, al frente de la columna de 3.000 soldados acantonados en Guines para tomar Santiago de Cuba.

Tambien en diciembre, el gobierno de Madrid ordenó la inmediata vuelta a la península del capitán de navío Ruiz de Apodaca para ser juzgado por su participación en la rebelión del general Lorenzo; meses después se le encontró exento de cargos. El general Lorenzo fue procesado y condenado en rebeldía. De regreso a la península en 1837, se reincorporó al ejército y derrotó al jefe carlista Forcadell en Alicante; fue nombrado segundo jefe de las capitanías generales de Valencia y Murcia en agosto de ese mismo año. Ascendió a teniente general en 1841. Ejerció los cargos de segundo jefe del ejército del Norte y capitán general de Castilla la Vieja, Extremadura y comandante militar del Campo de Gibraltar. Pasó a la reserva en 1843 y murió en 1847 con 61 años.

El pronunciamiento del general Lorenzo coincidió con una serie de levantamientos de negros en la isla. El 12 de julio de 1835 se habían sublevado los negros del barrio del Horcón, extramuros de la Habana, fruto de la propaganda abolicionista, como lo probó la presencia de algunos negros y abolicionistas de Santo Domingo y Jamaica en aguas de Cuba; la revuelta fue rápidamente sofocada y sus líderes castigados. También se levantaron por esas fechas los negros de uno de los cafetales de la jurisdicción de Aguacate, cerca de Jaruco (departamento Occidental), y otra en el ingenio "Magdalena", cerca de Matanzas. Alrededor de 1836 se descubrió una conspiración de negros en Manzanillo; su plan era esperar que una unidad de Caballería apostada en el pueblo de Yara abandonase el lugar para dirigirse a Bayamo, para incendiar Yara con el auxilio de los negros que liberaran de las haciendas de los alrededores. La captura de cinco de los cabecillas abortó la intentona. La rebelión del general Lorenzo animó a los esclavos del interior de la isla a levantarse; así lo hicieron los de San Diego de Núñez, en el departamento de Pinar del Río, que asesinaron a los blancos que les custodiaban.

Muchos de los partidarios secesionistas del general Lorenzo se trasladaron a Madrid, donde mejor podían conspirar en favor de la independencia de la isla, emboscados en sus buenas maneras y palabras; sólo algunos de ellos trabajaban de buena fe en favor de la abolición de la esclavitud.

Por la represión del pronunciamiento y haber evitado un enfrentamiento civil en la isla, el general Tacón fue recompensado con los títulos de vizconde de Bayamo, marqués de la Unión de Cuba (posteriormente elevado a ducado) y caballero de la Orden del Toisón de Oro. No obstante, el general Tacón no se hacía ilusiones sobre el porvenir que le aguardaba a la isla de Cuba. En un informe escribió lo siguiente (lo resaltado en negrita es nuestro):

    ”Si la isla de Cuba no se ha hecho ya independiente, no ha sido por falta de voluntad ni de trabajos de sus naturales, sino porque se han presentado obstáculos insuperables que vencer, no siendo los menores entre ellos, el número inmenso de africanos, que están allí reducidos a la esclavitud; el considerable de tropas peninsulares que ha mantenido en ellas el gobierno español, y la política con que ha querido tratar a sus habitantes, a fin de que la tiranía y el despotismo no sirviesen de pretexto para romper los vínculos que unen a esta fecunda parte del mundo de Colón con el antiguo. Preciso es no hacerse ilusiones sobre la opinión de estos naturales que llevan, digámoslo así, en la masa de la sangre, su tendencia a sacudir la dominación española”.