Tras la proclamación de Fernado VII como rey de España tras el motín de Aranjuez, el Intendente de Cuba, don Luis Viguri, fue apartado de su cargo y traido de regreso a la península; nada más llegar a Madrid el pueblo le arrastró por las calles por ser partidario del odiado Godoy. Fue reemplazado en Cuba por don Juan Aguila de Amat, quien llegó a la isla con la noticia de la guerra que el pueblo español había comenzado contra el francés, y con la no menos importante de que las Cortes se iban a reunir en nombre del rey.
La noticia fue recibida con alborozo; se hicieron numerosas suscripciones de dinero que fueron enviadas al gobierno provisional en la península, así como obsequios y donativos de azúcar, tabaco y otros productos del país, para que fueran repartidas en el Ejército.
Con objeto de impedir linchamientos contra los súbditos franceses residentes en la isla, se organizaron compañías de urbanos, formadas por gente de arraigo y riqueza de los lugares donde se levantaron estas compañías.
En Puerto Príncipe se distinguieron por su apoyo al rey las ilustres familias de don Pablo A. Betancourt, don José Antonio Agüero, don Hilario Socarrás, don Juan Antonio Loinaz, don Bartolomé Varona y don Francisco Fermín de Miranda, quienes años más tarde militarían ellos mismos o sus descendientes en las filas independentistas como enemigos declarados de España.
El patriotismo español era tal, que cuando un mejicano llamada Alemán se presentó en Cuba con unos papeles de Napoleón en los que éste instaba a las islas para que le reconocieran como soberano, fue prendido, juzgado, condenado a muerte y ahorcado.
Al conocerse en la isla el favorable resultado de la batalla de Vitoria, librada el 21 de junio de 1813, hubo fiestas y celebraciones públicas. En las de Puerto Príncipe destacó Miranda, que corrió por las calles disfrazado de rey y coronado de botellas, aludiendo y ridiculizando al rey José Bonaparte, Pepe Botellas.