Intento fallido del emperador Leopoldo I de hacerse con el control de Nápoles.
El 22 de septiembre de 1701 el Virrey y Capitán General de Nápoles, don Luis de la Cerda y Aragón, duque de Medinacelli, gentilhombre de Cámara y miembro del Consejo de Estado, descubrió la existencia de una conjura respaldada por el Emperador para que ciertas personas se apoderasen de la ciudad de Nápoles y de todo el reino. Los conjurados debían apoderarse del castillo de Castelnovo, uno de los más importantes de la ciudad no solo por lo imponente de su fortaleza sino también por su proximidad al Palacio al día siguiente. Los rebeldes habían ganado para su causa a algunos soldados de la guarnición y habían planeado el asesinato del duque. Prevenido éste, reforzó el castillo con tropa leal para evitar la intentona. Al verse descubiertos, los rebeldes optaron por alzarse en armas y tratar de sublevar a la población napolitana.
Antes del amanecer del dia 23 de septiembre un emisario enviado por el Emperador seguido por alguno de los rebeldes se hicieron fuertes en el monasterio de Santa Clara, en el de San Lorenzo y en la Casa de la Ciudad, exponiendo en una de las ventanas el retrato del Archiduque Carlos, aclamándole y arrojando monedas al pueblo. A continuación se dirigieron a la Vicaría, lugar donde se hallan los Tribunales, y allí quemaron los registros y papeles y abrieron las cárceles.
Al tener noticia de los tumultos, la nobleza acudió al Palacio del Virrey con gran aparato de gente para mostrarle su incondicional apoyo. Las señoras también acudieron para acompañar a la virreina. Tras ello el virrey se dirigió al castillo y ordenó:
que dos compañías de Caballeros de las Guardias ocupasen las avenidas de la calle Toledo y de la plaza del castillo.
que se efectuase un reconocimiento para conocer el estado real de la situación en la ciudad, para lo cual se ofreció voluntario don Andrés Dávalos, príncipe de Montesarcho, miembro del Consejo de Guerra, seguido de varios nobles. Por orden del virrey le acompañaron don Restayno Cantelmo, duque del Populi y general de Artillería del reino y don José Caro de Montenegro, maestre de campo del Tercio Fijo de Españoles, al mando de varias compañías de Infantería y Caballería.
La fuerza de reconocimiento marchó por las calles de la ciudad aclamando a S.M. el Rey don Felipe V, siendo correspondida en sus gritos por el pueblo. La gente principal y gremios de la ciudad se presentó en Palacio ante el virrey renovando su fidelidad al rey, lo cual agradeció el duque de Medinaceli. No obstante, esa noche el virrey apostó cuatro cañones a las puestas del palacio.
Al día siguiente, 24 de septiembre, el virrey dispuso que la misma fuerza que salió el día anterior marchase a atacar a los rebeldes. Para ello el príncipe de Montesarcho dispuso una columna formada por:
Una compañía de Caballos de las Guardias marchando en vanguardia.
Dos compañías, una de Granaderos y otra de Infantería, que se sacaron de las que estaban de guarnición en la escuadra de Galeras de Sicilia (la escuadra de Sicilia se había incorporado a la de Nápoles para ir juntas al puerto de Villafranca a recoger a la reina para su viaje a Niza; y la escuadra de Galeras de Nápoles no se hallaba en la ciudad porque su capitán general, el conde de Lemos, había dispuesto la salida de la escuadra hacia Villafranca sin esperar a la de Sicilia).
Varias compañías de Infantería de tropa reglada, en número de setecientos hombres.
La nobleza napolitana con algúna tropa reformada.
Dos piezas de artillería con su munición correspondiente.
La columna marchó por la calle Toledo hasta la puerta del Espíritu Santo, desde donde se dirigieron a la puerta Susela, primer lugar donde los rebeldes se habían fortificado. Al primer disparo los rebeldes se dieron precipitadamente a la fuga. La columna siguió por la calle de Santa Clara, en cuyo trazado los enemigos se habían atrincherado, pero volvieron a huir ante los primeros cañonazos. Los rebeldes se refugiaron en el monasterio de Santa Clara, hacia cuya torre la artillería del príncipe de Montesarcho comenzó a disparar. Otros rebeldes prosiguieron su huida hacia el monasterio de San Lorenzo.
Tras dejar alguna tropa acabando de limpiar el monasterio y la torre de Santa Clara, el príncipe dirigió sus tropas callejeando hacia el monasterio de San Lorenzo, venciendo en el camino la gran resistencia que ofrecían los rebeldes en algunos lugares con gran aparato de fuego de armas. Tras desalojarles de sus puestos, las piezas de artillería comenzaron a batir el monasterio de San Lorenzo y la Casa de la Ciudad, que fueron tomados a los pocos minutos. Las tropas reales tomaron prisioneros a uno de los cabecillas de la rebelión y al emisario del emperador, a quien se le intervinieron sus instrucciones, papeles y relación de los conjurados, y a ciento cincuenta rebeldes. Todos ellos fueron llevados atados prisioneros al castillo de Castelnovo. Tras el éxito, las tropas regresaron a Palacio una hora antes del anochecer, aclamando al rey y entre aclamaciones del pueblo.
Los rebeldes supervivientes huyeron al campo o se refugiaron en diversas calles de la ciudad. El virrey ordenó al duque de Sarno y al príncipe del Valle que les persiguieran campo a través al frente de varias compañías de Campaña. Las tropas reales encontraron a los rebeldes y les atacaron, resultando muertos la mayoría de los rebeldes y prisioneros el resto. La cabeza de uno de los jefes conjurados fue expuesta en público en la ciudad.
El mismo día 24 por la mañana, el virrey envió a Roma al duque de Atri en una de las galeras de la escuadra de Sicilia para que hablase con el embajador, el duque de Uceda, y pasase pasase al Abruzzo a hacerse cargo de forma preventiva del mando de aquella provincia con arreglo a un titulo que le enviaría el virrey posteriormente. Al mismo tiempo envió otra galera con órdenes a su capitán para que recabase las novedades que hubiera sobre el estado e inquietudes no solo de la costa sino de las tierras del interior. Por último, envió al capitán general de la escuadra de Sicilia a la plaza de Gaeta con las dos galeras que le restaban para garantizar el orden y defensa de aquella plaza, uno de los principales presidios de la Toscana.
Aplastada la revuelta, el virrey dio cuenta de lo sucedido a S.M. el rey y le solicitó el envío de tropas para hacer frente a posibles nuevos intentos del Emperador de hacerse con el control del reino de Nápoles.
La decisión del rey fue enviar a Nápoles varias compañías de Infantería y Caballería de los ejércitos de Cataluña y Andalucía.
Del ejército de Cataluña:
Se dio patente de maestre de campo para levantar sendos tercios en Cataluña a:
Del ejército de Andalucía:
Así mismo, preparando su campaña en Italia, el rey nombró a don Íñigo Ramírez de Arellano, conde de Aguilar, señor de los Cameros, gentilhombre de Cámara de Su Magestad, miembro de la insigne orden del Toisón de Oro, como general en jefe de la Caballería extranjera de aquel ejército, y ordenó que se incorporasen a la misma las siguientes unidades, del ejército de Cataluña:
Como el conde de Aguilar tuvo que dejar el mando Tercio de Lombardia para incorporarse a su nuevo puesto, el rey nombró maestre de campo de este tercio al príncipe Pío de Saboya.
El 25 de octubre a medio día llegaron las galeras de la escuadra de Nápoles al mando del conde de Lemos, con lo que dio comienzo el transporte de las unidades.
FUENTES:
Ubilla y Medina, Antonio. Sucesión de el rey D. Phelipe V, Nuestro Señor, en la corona de España. Diario de sus viages desde Versalles hasta Madrid, el que executó para su feliz casamiento, jornada a Nápoles, a Milán, y a su exército; succesos de la campaña, y su buelta a Madrid. En Madrid, por Juan García Infanzón, impresor de Su Magestad en la Santa Cruzada. Año 1704. 771 páginas. 62,6 MB. Libro II, Capitulo VIII, pág,s. 268-274. Capítulo XI, pág,s. 339-343.