HISTORIA MILITAR DE ESPAÑA Batallas y combates |
BATALLA DEL GUADACELETE (verano de 854)
Victoria del emir Muhammad I sobre los rebeldes toledanos encabezados por el conde Gatón, conde de El Bierzo y hermano del rey Ordoño I. En el 852, transcurridos 17 años desde la última rebelión (ocurrida en el 835), los toledanos se rebelaron de nuevo aprovechando la muerte del anterior emir, Abd al-Rahman II. Apresaron al gobernador de la ciudad y le canjearon por los rehenes toledanos que había en Córdoba desde el fin de la anterior rebelión. Simultáneamente atacaron y tomaron el castillo de Calatrava, y se dispusieron a esperar el ataque del nuevo emir Muhammad I. En la primavera del 853 el hermano del emir, Al-Hakam, recuperó el castillo de Calatrava. Pero en el verano los cordobeses sufrieron un serio revés, pues a orillas del Jándula fueron sorprendidos por los rebeldes toledanos, que les hicieron numerosas bajas y saquearon su campamento. Las tropas del emir estaban mandadas por Qasim ibn al-Abbas y Tamman ibn Abu al-Attaf. Muhammad se alertó, pues los rebeldes habían llegado a una distancia de tan solo dos dias de la capital, Córdoba. En el 854 el emir en persona se puso al frente de un ejército dispuesto a sofocar la rebelión. Mientras tanto, los toledanos habían solicitado ayuda al rey Ordoño I de Asturias, quien se la ofreció gustoso con tal de alejar los ejércitos del emir de sus tierras. Para ello envió a su hermano Gatón, conde de El Bierzo, con una numerosa hueste. El ejército cordobés marchó hacia el norte por la vía romana Córdoba-Laminium (en Alhambra, cerca de Ruidera)-Consuegra-Toledo. El emir descartó cercar y asaltar la ciudad rebelde, puesto que estaba muy bien fortificada y con una poderosa y animosa guarnición recientemente reforzada por un contingente asturiano, por lo que decidió dar la batalla en campo abierto. El lugar elegido fue el arroyo del Guadacelete, o Guazalete, único curso de agua que cruza la planicie de Almonacid, cerca de donde hoy día se levanta la ermita de la Virgen de la Oliva, y situado a tres horas de camino de Toledo. Nada más cruzar el camino de Almonacid, el arroyo se curva hacia el oeste y se hunde en la tierra, ofreciendo un parapeto natural que fue aprovechado por Muhammad para ocultar las tropas de su flanco derecho. A mano izquierda se alzan una serie de colinas que entonces estaban cubierta de maleza (hoy día lo están de olivos). Al pie de esta sierra el emir ocultó un gran número de tropas. Una vez desplegadas sus tropas, solo faltaba atraer a los rebeldes al lugar. Para hacerlo el emir marchó con un pequeño destacamento hacia Toledo para hacer ver al enemigo que el emir se acercaba con muy pocas fuerzas. Una vez rebasada la sierra de Nambroca, los vigías y avanzadillas de los toledanos pudieron la voz de alerta a los defensores del castillo de la ciudad, construido en su día por el célebre Amrus. Los rebeldes cayeron en la trampa, pues salieron de Toledo dispuestos a derrotar a las menguadas fuerzas del emir en el llano de Nambroca. Estas hicieron bien su papel. Aguantaron la llegada de los huestes rebeldes y, en un momento dado, iniciaron lo que parecía una huida, llevando a los toledanos y asturianos al lugar de la emboscada. Lo que a los rebeldes les parecía una fácil victoria se convirtió en una terrible matanza para ellos. Un testigo presencial, cristiano que sobrevivió, dijo "Veo la muerte por doquiera". Finalizada la matanza, los cordobeses cortaron la cabeza a las víctimas para contar los muertos. Loraron reunir unas 8.000 cabezas, que fueron cargadas en carros junto con el botín obtenido y llevadas a Córdoba. Desde allí las cabezas fueron enviadas a diversas partes de Al-Andalus y norte de Africa, como muestra de la victoria obtenida. A pesar de lo cruento de la batalla, el emir no se atrevió a atacar Toledo y los rebeldes mantuvieron su postura. Al cabo de unos meses reforzó la guarnición de Calatrava. Dos años después, en 856, envió al príncipe Al-Mundir a sitiar la ciudad, sin lograr ningún éxito. Los rebeldes incluso burlaron el cerco y atacaron la plaza de Talavera en el 857, cuyo gobernador Al-Masua ibn Abd Allah al-Arif supo contener. La rebelión finalizó cuando el emir reconoció su impotencia en 859 y les concedió la amnistía. |