ASEDIO Y RENDICIÓN DE MONTE ARRUIT (29 de julio - 11 de agosto de 1921))

El 29 de julio la columna del general Navarro se retiró hasta Monte Arruit. Allí organizó la defensa de la misma con una fuerza de 3.017 soldados. Sin víveres, agua y municiones suficientes, sin que las tropas españolas que estaban llegando a Melilla fueran capaces de salir a combatir y rescatar a las tropas asediadas del general Navarro, éste se vió obligado a capitular tras 14 días de asedio. Cuando el 11 de agosto los soldados comenzaron a salir de Monte Arruit, los moros se echaron sobre ellos masacrándoles a todos.

El teniente de Artillería Gómez López, que seguió la retirada del capitán Almansa hasta Monte Arruit la tarde del 23 de julio, relató al general Picasso lo ocurrido en esta posición hasta la llegada de la columna Navarro la mañana del 29 de julio:

    “Durante el día 24 no pudo hacerse aguada, escaseando los víveres y siendo muy hostilizados. La mitad de los mulos que estaban fuera de la posición fueron robados por mujeres y muchachos, a la vista de la tropa, que no se decidía a disparar contra ellos, atendida su condición. Organizose la defensa en el parapeto, y bajo un continuo ataque siguieron durante todo el tiempo.

    “El día 25 se pudo hacer algo de aguada con dificultad y a costa de muchas bajas, abriendo una brecha en el parapeto para que salieran los carricubas, de los que sólo pudieron llenar dos, de agua casi impotable, de la que correspondió un vaso por individuo.

    “El día 26, en vista de que no había pan, varios oficiales solicitaron del jefe de la posición que les dejara ir a ocupar las casas del poblado en busca de víveres; pero el jefe no lo consintió, por no tener bajas de oficiales, que le eran necesarios para el mando de la tropa, encargando de este cometido a dos sargentos voluntarios con treinta o cuarenta individuos asimismo voluntarios, que, desalojando el poblado de policías que lo ocupaban, realizaron el objeto sin bajas, no pudiendo traer víveres, que ya habían robado los moros; pero sí diversos efectos, como camas y trapos, y unos cuarenta cerdos. Desde este día, los dos mencionados sargentos salían a diario solos, y desalojando a los moros de alguna casa y matando a muchos de ellos, la raziaban, trayendo a la posición nuevos víveres, además de fusiles que quitaban a los moros. La aguada se formalizó, y aunque con muchas bajas, que eran catorce o quince diarias, se traía abundante agua y buena, y la tropa reaccionó por completo, hallándose alegre, animada además por las noticias corridas de aproximación de fuerzas y los telegramas de felicitación que a la guarnición dirigió el Alto Comisario.

    “Los médicos aguardaban con urgencia la llegada del tren que les habían dicho iría para que trajese elementos de cura, de que se carecía en absoluto, habiéndose presentado la infección, por consecuencia de la cual morían los heridos.

    “Desde Zeluán, y por heliógrafo, les dijeron transmitieran al general Navarro la orden de retirada a Monte Arruí; pero no pudieron establecer la comunicación óptica, y entonces desde Zeluán mandaron un muchacho moro con una carta a Batel, haciéndose lo mismo desde Monte Arruí, y después, por la tarde, se consiguió comunicar, aunque no se entendieron los telegrafistas.

29 de julio, viernes

El 22 de julio el general Navarro salió de Melilla en dirección a Annual nada más recibir el telegrama del general Silvestre con las disposiciones de la retirada de Annual. Entre Zeluán y Monte Arruit se encontró con el vehículo del comandante Emilio Alzugaray Goicoechea, jefe de Ingenieros del sector de Annual, y el hijo del general Silvestre, quienes le relataron de forma imprecisa lo sucedido. Por ello, a su paso por Monte Arruit, el general se entrevistó con el jefe de la posición y le ordenó que no dejase continuar a nadie en retirada hacia Melilla y que los retuviese en la posición.



       

Puerta de acceso a la posición de Monte Arruit, después del asedio.

La posición estaba guarnecida por una sección de la 1ª Compañía Provisional del Rgto. “Ceriñola” núm 42, al mando del teniente Antonio García Fernandez, con unos 48 hombres de tropa.

Tenía unos 500 metros de perímetro y 10.000 metros cuadrados en su interior, correspondiente aproximadamente a una tercera parte del espacio de la Puerta del Sol. En su interior se hallaban tres barracones y casas dedicadas a depósito de Intendencia, casa de Policía, horno y residencia del jefe de la posición.

Ya hemos comentado en su momento cómo efectuó su retirada y en qué condiciones llegaron los restos de la columna Navarro a Monte Arruit la mañana del 29 de julio, trayendo unos 900 hombres, muchos heridos, enfermos e inútiles.

Una vez reunidas las fuerzas, se cifraron en un número aproximado de unos 3.017 los hombres presentes en la posición, procedentes de la columna Navarro y de las posiciones en retirada que pudieron retenerse en Monte Arruit. Para ellos se disponía de 23 sacos de arroz, 16 sacos de judías y 10 sacos de garbanzos, algo de café, azúcar y 109 litros de aceite. Respecto a municiones, las tropas de “San Fernando” tenían 11 cargadores, es decir, 55 cartuchos por soldado; el “Ceriñola” tenía tan solo 200 fusiles para 280 hombres, con 30 cartuchos por arma y una caja de reserva que no llegaba a 200 cargadores.

Quebrantada la moral de los combatientes, el general Navarro organizó la defensa de los 500 metros de perímetro de la posición, asignando las unidades en sectores de defensa, comenzando por la derecha de la puerta de entrada hasta cerrar el perímetro por la izquierda: “Melilla”, “África”, Ingenieros, “Ceriñola”, “San Fernando”, Caballería y Artillería.

El frente ocupado por Caballería, Artillería y la sección del Ceriñola de guarnición en la posición era el favorito de los ataques de los rifeños, pues estaba a unos 20 metros de los edificios de unas cantinas abandonadas que ocupaba el enemigo y desde los que arrojaba granadas de mano, dinamita y piedras continuamente, obligando con ello a la tropa estar permanentemente presente en el parapeto y causarles numerosas bajas. En una ocasión los disparos de cañón abrieron una brecha en el muro y los moros lo eligieron como objeto de sus ataques, que debían rechazarse en reñidos combates cuerpo a cuerpo con arma blanca.

Las comunicaciones con Melilla se hacían con heliógrafo con grandes dificultades debido a las frecuentes nieblas; no se hacían directamente sino a trevés de las posiciones de Zeluán primero, y la Restinga y el Atalayón más tarde.

El enemigo no dejó de disparar con fuego de cañón ninguno de los días del asedio, excepto uno.

La tarde de ese mismo día se ocupó un pozo cercano a la puerta de la posición, con tan mala suerte que al pocos instantes un soldado desesperado de sed se acercó al mismo y cayó en él, inutilizando el pozo con su muerte.

El en telegrama que el general Navarro envía al general Berenguer le dice que está “convencido de la imposibilidad de replegarse más, si no recibe refuerzos”. Y en la conferencia que celebra el general Berenguer con el ministro de la Guerra a las 12:30 horas, manifiesta al gobierno que tiene intención de autorizar al general Navarro dar por terminada su heroica resistencia, una vez que reconocía que había quedado a salvo el honor militar.

30 de julio, sábado

Al día siguiente de la llegada de la columna Navarro, los rifeños comenzaron los disparos de los cañones. El teniente coronel Primo de Ribera se encontraba en la zona destinada al Cuartel General. Al oír la señal, el teniente coronel procedió a tumbarse en el suelo, y ya su mano tocaba la tierra cuando un proyectil le seccionó un brazo; el proyectil fue a estallar más allá, en un grupo de caballos matando a ocho de ellos. El teniente coronel fue conducido al cuarto destinado al depósito de víveres, donde existía la única cama que había en la posición, propiedad del Auxiliar de Intendencia.

Era una mísera estancia, completamente desmantelada, en que la única luz de exterior penetraba por una estrecha ventana abierta a gran altura en el muro, y en la que, para impedir la entrada del calor, se colocó una manta de soldado.

Al teniente coronel se le amputó el brazo sin anestesia, mordiendo un pañuelo y rogando al médico que acabase cuanto antes.

31 de julio, domingo

Ese día el general Navarro telegrafió a Melilla que el “enemigo hizo 48 disparos de cañón a 2000 metros de distancia con gran eficacia, causando numerosas bajas y grandes destrozos en posición y ganado”. El general Berenguer contestó autorizando al general Navarro a adoptar las medidas que creyera más convenientes, una vez que la defensa había llegado al límite del heroísmo; en caso de cesar la defensa, le recomendaba tratar con el caid Ben Chelal “que, aunque rebelde, podrían obtenerse más ventajosas condiciones”.



           

Cadaveres españoles dentro de la posición de Monte Arruit.

La falta de agua era el enemigo más cruel. A cargo de su reparto estaba el teniente Manuel Sánchez Ocaña, ayudante del 1º Batallón del Rgto. “San Fernando”. Las tropas de Infantería e Ingenieros estaban encargadas de hacer las aguadas, y sufrían en ellas muchas bajas. En los combates que se libraron para conseguirla se distinguieron los soldados de “San Fernando”. Tanto mejoró su espíritu combativo que lograron apoderarse de una casa vecina a la aguada, donde una compañía destacada protegía el servicio de ésta.

Para batir la aguada los moros habían construido una trinchera en la que, parapetados, disparaban contra los soldados españoles que iban por el agua, llevándose a los que caían heridos. En la mañana del día 31 de julio la aguada se cobró las bajas de un jefe, tres oficiales y 86 de tropa. Otro día tan solo regresaron entre 20 ó 30 soldados de los 180 hombres de “África” y “San Fernando” que salieron a buscar el agua.

Se intentó de nuevo por la tarde. Esta vez el general Navarro ordenó que saliesen una compañía de “Ceriñola” y otra de “San Fernando” a proteger la aguada; los españoles tomaron la trinchera y las casas inmediatas, con lo que se pudo hacer la aguda varios días seguidos. Pero los moros construyeron una segunda trinchera y volvieron a impedir de nuevo la aguada los tres últimos días del asedio.

Mientras tanto, en Melilla seguían llegando tropas peninsulares de refuerzo. Ese día se pasó revista a los quince batallones expedicionarios ya llegados y se constató su mal estado, por lo que el general Berenguer decidió no acudir en socorro de Monte Arruit. Los informes que el Estado Mayor de la Comandancia y uno de los generales llegados a Melilla dirigieron al general Berenguer son demoledores: la fuerza expedicionaria llegada era un amasijo de hombres mal pertrechados y sin instrucción alguna. Dieciocho días después de su llegada a Melilla aún no estaban preparados para salir al campo. Como previendo lo que dirían los informes, esto es lo que le dijo el 29 de julio el general Berenguer al ministro de la Guerra:

    “Marchar con estas fuerzas a auxiliar a Zeluán y Montearrui sería exponerlas a un fracaso y dejar descubierta la plaza, que hoy está amenazada por todo su frente; no dispongo de efectivos, porque los batallones recibidos son muy pequeños y la gente no está instruida para poder batirse … no tenemos garantía alguna de que las tropas puedan combatir con eficacia. Es un caso extraordinario, pues no se trata de reforzar un ejército con elementos nuevos, sino de crear un ejército para combatir al día siguiente.”

2 de agosto, martes

Los moros se lanzaron al asalto de la puerta principal, defendida por los resto de Caballería del regimiento “Alcántara”, al mando del capitán Julián Triana Blasco, jefe del escuadrón de Ametralladoras. El enemigo se dejó cerca de 60 muertos en el intento, y solicitó un armisticio para ir a recogerlos, que el general Navarro les concedió.

Ese día el general Navarro contestó el telegrama del general Berenguer, diciéndole que “confiaba poder extremar la defensa”, si los refuerzos no se demoraban; preguntaba al general además cuando podría enviarle la columna de socorro, para de este modo poder “entablar negociaciones que V.E. me autoriza y le agradezco de todos modos”.

A partir de este día la comunicación heliográfica con Monte Arruit quedó cortada por haber caído Zeluán en manos de los rifeños.

Parece ser que ese día unos 40 soldados dejaron las armas, saltaron el parapeto y huyeron, a causa del hambre y la sed.

También ese día se intentó el abastecimiento aéreo de Monte Arruit y Zeluán, mediante el lanzamiento de víveres, municiones y material sanitario. Gran parte de la caída del cielo lo hizo en zona batida por el enemigo, sin posibilidad alguna de ser recogido.

3 de agosto, miércoles

El general Berenguer afirmó haber enviado un telegrama al general Navarro en el que le autorizaba “adoptar resoluciones que propone u otras que de momento estime oportunas, recomendándole trate de retener rehenes u otras garantías análogas que alejen toda posibilidad de traición”.

Según los supervivientes de Monte Arruit, este mensaje nunca llegó a su destino. Sin embargo, tiene su importancia a la hora de enjuiciar la estimación que se hacía del enemigo, pues en el archivo de mensajes de la Comandancia aparece sin firma y con la expresión original “una traición muy probable” tachada y sustituida por la de “toda posibilidad de traición”.

Ese día salieron de servicio de agua unos 200 hombres desarmados, que fueron acometidos por un numeroso grupo de moros, resultado muertos la mayor parte de ellos.

Por la noche se envió un telegrama desde Alhucemas al general Berenguer avisando de la salida de varios emisarios hacia Monte Arruit con la intención de suspender el fuego contra ella.

4 de agosto, jueves

Un proyectil de Artillería cayó en el mismo sitio donde oro había seccionado un brazo al teniente coronel Primo de Ribera cinco días antes. Esta vez el disparo destrozó la cabeza del comandante de Estado Mayor González Simeoni y mató después al alférez Casimiro Gil Vicent, de la 3ª Compañía de Ingenieros. El lugar comenzó a conocerse como la “Plazoleta de la Muerte”.

Ese día murió el teniente coronel Primo de Ribera, después de sufrir cinco días de agonía por la gangrena que se presentó en su brazo amputado.

También este día se restableció el enlace heliográfico de Melilla con Monte Arruit a través de la estación de el Atalayón.

Ese día fue el único en el que pudo hacerse la aguada con tranquilidad.

6 de agosto, sábado

Único día de todo el asedio en el que el enemigo no bombardeó el recinto con fuego de cañón.

Los víveres comienzan a escasear y la situación obliga a reducir durante los últimos días la ración diaria a tan solo 35 gramos de legumbres, después de haber sacrificado mulos y caballos para alimento.

El servicio de aguada se realizó con unos 150 hombres desarmados, protegidos desde la posición; fueron hechos prisioneros por los moros que aguardaban en el pozo, que disparaban contra aquellos que regresaban a la posición.

7 de agosto, domingo

Otro disparo de Artillería cayó en la “Plazoleta de la Muerte”; mató al cornetín del Cuartel General, hirió al general Navarro en la pierna, a los capitanes de Estado Mayor Sánchez Monge y Sáinz Gutierrez, al intérprete Alcaide y al asistente del general; y causó además 29 bajas entre un grupo de soldados del regimiento “Melilla”, matando a la mayor parte de ellos, entre ellos un suboficial.

Al capitán Sánchez Monge hubo que seccionarle una pierna. Fue alojado en la misma cama que había ocupado el teniente coronel Primo de Ribera.

Los últimos días del asedio no pudo hacer la aguada pues los moros construyeron una segunda trinchera dese donde batir la aguada. Ese mismo día hubo de suprimirse el reparto de agua a la tropa, dándosele tan solo un jarrillo de agua para cada ocho hombres durante todo el día. A veces los moros se acercaban al parapeto con cantimploras y cubas de agua, que les daban a los españoles a cambio de nada.

Respecto a las posibles negociaciones de rendición, el general Navarro sabía que el general Berenguer había enviado emisarios a Abd el-Krim y que el jefe Ben Chel-lal y Si Dris Ben Said se habían ofrecido a mediar a fin de alcanzar las condiciones más aceptables de capitulación; por ello, a mediodía el general Navarro envió un telegrama al general Berenguer diciéndole “ruego a V.E. haga saber emisarios que deben empezar por venir ellos a hablar”, pues la “Policía y chusma que le rodea ha querido varias veces negociar entrega campamento, y como carecen garantías, me he negado y ha vuelto cañoneo.”

8 de agosto, lunes

Los moros que iban a negociar la rendición de las tropas españolas llegaron a Monte Arruit la noche anterior. De ese modo, a las 08:00 horas del 8 de agosto el general Navarro envió un telegrama al general Berenguer diciendo que “estoy esperando la llegada de los Jefes que me comunicaron anoche desde fuera.”

En el mensaje del general Berenguer a la misma hora le dice que “si no han llegado emisarios, le autorizo para tratar con enemigo que le rodea, aun a base de entregar las armas, pues mi principal deseo, una vez extremada la defensa al punto que lo han hecho, es salvar vidas esos héroes, en los que tiene puesta la vista España entera, que los admira”.

Un sargento de Intendencia salió con 16 hombres, sin armamento, para intentar la aguada con un carro-cuba; los moros les hicieron prisioneros, pero mataron a un cabo por estar enfermo.

La falta de medios terapéuticos para luchar contra las heridas y las enfermedades amenazan con gangrenar cualquier herida por leve que sea, llegando a producirse 167 muertos por infección durante todo el asedio.

El único médico superviviente declaró que más de medio millar de hombres descansaban en la enfermería sin posibilidad de asistencia alguna. Sus sufrimientos eran oídos por todos los defensores, quienes abrían constantemente sepulturas para enterrar a los muertos. Los gritos eran a veces tan insufribles que los colocaban junto a los parapetos. Allí encontró la muerte el capitán Maroto, que yacía gravemente herido y que encontró la muerte por la explosión de una granada que cayó junto a él.

El comandante Villar, de la Policía Indígena, es enviado fuera de la posición a parlamentar con los moros. El comandante no regresó, siendo hecho prisionero y llevado a Axdir.

9 de agosto, martes

Se recibe en la posición una carta del comandante Villar en la que daba seguridades de la formalidad de los jefes que habían de pactar y comunicaba que en Nador se había pregonado en el zoco el respeto a los cristianos.

Antes de que los jefes moros llegasen a la posición, el general Navarro envió al general Berenguer el siguiente telegrama: “Ruego a V.E. haga llegar la profunda gratitud de soldados esta columna a S.M. el Rey, por el alentador saludo que nos dirigió en momentos angustiosos de peligro y tribulación”.

Los jefes moros llegaron a la posición. Entre ellos se encontrada el ya citado Ben Chelal, con quien el general Berenguer ya había entablado negociaciones (incluso con el propio Abd el-Krim) a través de un intermediario llamado Idris Ben Said. Los moros son recibidos en la puerta por el capitán Sáinz, pero se niegan entrar en la posición con los ojos vendados, lo que obliga al general Navarro a personarse en la puerta de la posición arrastrando su pierna herida, apoyado en un bastón y del brazo de un oficial. Apoyado en el pilar derecho de la puerta, comienzan las negociaciones y se pacta la siguiente capitulación:

  • Retirada de la compañía destacada en la casa que protegía la aguada a la posición principal.

  • Organización de un convoy con los heridos, que viajarían con la columna, proporcionando los moros medios de transporte para los mismos.

  • El resto de la columna, con los heridos como ya queda dicho, sería escoltada por los jefes moros hasta el Atalayón.

  • Los heridos más graves quedarían en la posición con los médicos y una guardia de 50 hombres.

  • Los soldados entregarían todo el armamento (solo les quedaban a los españoles unos cinco cartuchos por fusil); los oficiales podrían conservar sus pistolas.

Ante la imposibilidad de convocar un consejo de oficiales que los alejarían peligrosamente de sus hombres, el capitán Sainz recabó las opiniones de jefes y oficiales; los supervivientes declararon posteriormente que fueron de la opinión de que no había ninguna posibilidad de prolongar la resistencia.

10 de agosto, miércoles

La falta de agua obligaba a beber los líquidos más repugnantes. Mientras se estaba en negociaciones con los moros no se pudo hacer tampoco la aguada; algunos de ellos se acercaban a la posición a vender agua y tabaco a los españoles.

11 de agosto, jueves

Hecho el pacto y extendida un acta en árabe por los secretarios de los jefes moros, el capitán Aguirre transmitió lo acordado en un telegrama al general Berenguer. Acto seguido se comenzó a dar cumplimiento a lo pactado.

Un jefe moro fue con el teniente Gilaberte a la aguada para incorporar a la posición a la compañía allí destacada.

A las 13:00 horas el convoy de los heridos comenzó a salir de la posición, llegando su cabeza hasta la estatua del león que se levantaba en mitad de la cuesta que separaba la posición de la carretera y que fue levantado en honor del general Jordana.



           

Recogiendo los cadáveres de la posición de Monte Arruit.

Los soldados del regimiento “San Fernando”, tras entregar el armamento a los notarios moros, llegaron a la puerta principal de la posición; allí hicieron un alto para impedir la salida de posibles fugitivos.

Detrás comenzaron a concentrarse el resto de las unidades, una vez entrado el armamento.

El general Navarro, dando visibles muestras de cansancio y acompañado de los miembros de su Cuartel General, camina hacia la entrada, bien para presenciar el desfile de los soldados según unos, bien para firmar el acta de capitulación que ya debería estar redactado según otros; se sentó a la sombra de uno de los muros arruinados colindante con la posición.

En un momento dado el general y sus acompañantes son rodeados por un grupo de indígenas y empujados y violentamente conducidos hacia las casas del poblado. Mientras tanto, a sus espaldas se consuma la traición: los moros entran en la posición matando soldados españoles desarmados a diestro y siniestro. Algunos oficiales y soldados lograron salvarse al refugiarse en los escasos accidentes del terreno. Los soldados del regimiento “Africa”, que aún no habían entregado el armamento, se enfrentan a sus agresores al mando del capitán Marciano González Valles (Compañía de Ametralladoras, 1º Batallón); agotaron sus municiones en lucha desigual hasta caer todos ellos muertos. Fueron los últimos combatientes de la Comandancia General de Melilla, completamente derrumbada.

Sus cuerpos quedaron mutilados, desnudos, insepultos, durante un mes y medio, hasta que los españoles llegaron el 24 de octubre durante la campaña de la reconquista del territorio. En la columna española iba encuadrado el comandante Franco, de la 1ª Bandera de La Legión, quien, en su libro “Diario de una Bandera” dice lo siguiente:

    “Renuncio a describir el horrendo cuadro que se presenta a nuestra vista. La mayoría de los cadáveres han sido profanados o bárbaramente mutilados. Los hermanos de la Doctrina Cristiana recogen en parihuelas los momificados y esqueléticos cuerpos, y en camiones son trasladados a la enorme fosa.

    “Algunos cadáveres parecer ser identificados, pero sólo el deseo de los deudos acepta muchas veces el piadoso engaño, ¡es tan difícil identificar estos cuerpos desnudos, con las cabezas machacadas!



       

El general Berenguer, fotografiado el 24 de octubre de 1921 entrando en Monte Arruit.

El 8 de agosto de 1921 el gobierno aprobó un plan para reforzar las tropas españolas destinadas en el Protectorado español de Marruecos con unidades expedicionarias procedentes de unidades con guarnición en la Península. De esta forma, solo del arma de Infantería, fueron desembarcados en Melilla 40 batallones expedicionarios entre los meses de julio y octubre; 12 batallones expedicionarios en Ceuta entre el mismo periodo; y otros 9 batallones expedicionarios en Larache en el mes de agosto. También fueron desembarcadas otras unidades expedicionarias de Caballería, Artillería e Ingenieros.

Número de bajas

Si de los 3.017 hombres se deducen los que abandonaron la posición el 2 de agosto saltando el parapeto y los aproximadamente 300 ingresados en la enfermería, quedarían unos 2.500 combatientes. El número de muertos durante el asedio ascendió a 419 individuos; unos 433 fueron heridos durante el mismo. Se estima que murieron asesinados por los moros unos 2000 soldados el día de la salida de la capitulación.

El general Navarro, 10 jefes y oficiales y 50 soldados fueron hechos prisioneros y llevados a Axdir.