HISTORIA MILITAR DE ESPAÑA Campañas |
GUERRA HISPANORTEAMERICANA (1898)
LA EXPLOSIÓN DEL MAINE (15 de febrero de 1898)
Explosión del Maine, buque de guerra norteamericano, de visita en el puerto de la Habana, y que originó la declaración de guerra de los Estados Unidos de Norteamérica contra España.
El presidente McKinley, que había subido al poder en marzo del 1897, presionó al gobierno español con un cambio de embajador en Madrid y a través de la Nota Woodford (sep 1897). Quería que se aceptase su mediación en el conflicto cubano y se suprimiese la reconcentración. El gobierno español comunicó al embajador la próxima sustitución de Weyler por el nuevo capitán general Ramón Blanco, con instrucciones de aplicar un régimen autonómico de amplia extensión. En enero de 1898 se produce en La Habana una pequeña manifestación contra la autonomía y en respaldo de Weyler frente a Blanco. El cónsul norteamericano Fitzhugh Lee cablegrafió a su país expresando su opinión de que la opción autonómica ofrecida por el gobierno español no prosperaría. Opinó que debía enviarse un acorazado a La Habana en previsión de ataques a estadounidenses y sus propiedades. A fines de enero llegó el Maine, buque de unas 6.700 toneladas de desplazamiento. Se encontraba en una extraña situación de visita de cortesía. No había sido invitado, requisito que marcaba la normativa vigente acordada. El 15 de febrero a las 9,45 horas de una oscura noche, explota misteriosamente y fallecen 226 hombres. Poco días antes se había publicado una carta del ministro español en Washington, Dupuy de Lome, al político Canalejas, en la que enjuiciaba con severidad a McKinley. Esta explosión accidental facilitó a McKinley la adopción de medidas extremas. Solicitó del Congreso su permiso para declarar la guerra a España, país que no deseaba la guerra y cuya dignidad imperial quedaría suprimida. El poder económico de España seguía siendo relevante en aquel momento. El valor internacional de mercado de la peseta superaba en mucho al dólar. Para explicar este incidente voy a publicar dos articulos:
EL MAINE: LA EXPLOSIÓN DE LAS GRANDES MENTIRAS por Jorge Oller Oller. Mientras los mambises luchaban victoriosamente en la manigua por la independencia de Cuba, el acorazado norteamericano Maine explotaba misteriosamente en la bahía de La Habana a las 9:40 de la noche del 15 de febrero de 1898. La explosión fue en la proa donde la marinería tenía su dormitorio y seguidamente el fuego alumbraba un trágico espectáculo de muerte y horror. De inmediato hubo una respuesta solidaria de marinos españoles y habaneros que acudieron rápidamente a auxiliar a los sobrevivientes y trataron de dominar las llamas.
El acorazado Maine entrando al puerto de La Habana a las 11 de la mañana del 25 de enero de 1898. Formaban su tripulación dos jefes, seis oficiales y trescientos cincuenta marineros. La nave ancló en la boya numero cuatro. Foto de José Gómez de la Carrera. A media noche y a pesar de todos los esfuerzos que se hicieron el barco se ladeó hundiéndose por la popa y dejando ver la destrozada proa. A su alrededor flotaban los cadáveres de 264 marineros y 2 oficiales que estaban a bordo –la dotación la componían 358 hombres. También perecieron 2 marinos españoles y varios sufrieron serias heridas mientras realizaban las labores de salvamento. El crucero de guerra español Alfonso XII que se hallaba fondeado junto al Maine recibió daños. El capitán del navío americano y la casi totalidad de los oficiales estaban en tierra cumplimentando diversas invitaciones. Al siguiente día, el jueves 16, comenzaron los fotógrafos su labor informativa. En una lancha de la marina de guerra española, el capitán de artillería Pedro de Barrionuevo captaba imágenes del buque destrozado para los técnicos militares y el Diario del Ejército, mientras que en un bote, dando vueltas alrededor de los restos del acorazado iba José Gómez de la Carrera, quien desde el comienzo de la guerra retrataba escenas como corresponsal de la revista El Fígaro y de varias publicaciones europeas y norteamericanas. Como dominaba el idioma inglés y era ciudadano norteamericano, lo acompañaba casi siempre algún reportero yanqui que lo utilizaba además de intérprete. Por esas razones, cuando el día 21 de enero y a bordo del USS Mangle llegó la comisión norteamericana encargada de la investigación lo nombraron el fotógrafo oficial. Tanto Barrionuevo como Gómez de la Carrera fueron los primeros fotógrafos en acercarse al buque y retratar los restos humeantes del navío, el rescate de las victimas que aún quedaban en el mar y el trabajo de los buzos. Aunque el capitán del buque Charles Sigsbee exhortó a la opinión publica que se “debía suspender todo juicio hasta conocer los detalles de lo ocurrido”, tan pronto se supo la noticia, en los Estados Unidos la prensa sensacionalista, sin tener ninguna prueba de ello, acusó inmediatamente a los militares españoles de haber colocado un artefacto explosivo en el Maine. Comenzaba una escandalosa y agresiva campaña para que el pueblo norteamericano presionara al Gobierno y declarara la guerra a España. Era el pretexto que necesitaba el naciente imperio para inmiscuirse en la larga y heroica lucha independentista de los cubanos y arrebatarles su inminente triunfo. La estación del cable de La Habana ofrecía sus servicios de 8 de la mañana a 8 de la noche, por esa razón los corresponsales tuvieron que esperar hasta la mañana siguiente para transmitir los despachos a sus diarios. Uno de los primeros en llegar con las noticias del desastre fue el veterano reportero del diario The World en La Habana Silvestre Scovell, quien trató de enviar el siguiente cable: “Un individuo desde un bote arrojó una bomba sobre el acorazado Maine que produjo la explosión…”, el censor le dijo que eso era falso a lo que le respondió: “Sí, pero es sensacional”. Como el parte le fue rechazado, tranquilamente lo recogió y lo envió clandestinamente por barco a Cayo Hueso y de allí lo transmitieron al diario neoyorquino donde fue desplegada la información junto con un gran dibujo de la explosión. Los diarios norteamericanos The World, de Joseph Pulitzer, The Sun, de Charles Dana, el New York Herald, de Janes Gordon Bennett y muchos otros enviaron a sus fotógrafos y reporteros. Vinieron más de un centenar y todos transmitían noticias de un sensacionalismo rabioso y fotografías trágicas o falseadas, lo que constituyó una verdadera explosión de mentiras, exageraciones e inexactitudes en torno al desastre del Maine. Pero de todos los periódicos yanquis el más recalcitrante fue el New York Journal dirigido por William Randolph Hearst. Cuando el viernes 17 de febrero dio a conocer la noticia puso en la primera página el siguiente titulo:”El barco de guerra Maine partido por la mitad por un artefacto infernal secreto del enemigo” y debajo un dibujo del acorazado en la rada habanera y una mina junto a la quilla de la cual salían unos hilos eléctricos conectados a un detonador manipulado por los españoles en la costa. La circulación alcanzó ese día un millón de ejemplares. Curiosamente una semana antes Hearst, acompañado de reporteros y fotógrafos, había estado en La Habana en su yate "Bucanero” y sin pedir la autorización correspondiente a las autoridades portuarias españolas entró en la bahía, fondeó cerca del Maine y tomó fotografías del acorazado y del litoral. Por orden del jefe de la Policía de La Habana coronel José Paglieri la nave fue multada y obligada a salir de las aguas jurisdiccionales cubanas. ¿Pero, qué motivó esa extraña visita a La Habana? ¿Estaría haciendo bueno su lema de que “mientras otros hablan mi Journal actúa”? Tampoco vaciló en publicar una fotografía supuestamente tomada por un buzo de la armada americana y cuya imagen mostraba el boquete que había abierto el torpedo español en el blindaje del Maine y lo había hundido. Algún tiempo después el historiador norteamericano Willis F. Johnson descubrió que un año antes, la misma fotografía, había sido publicada por Hearst en su propio periódico, como un eclipse total de Sol. En aquellos días se publicaron centenares de noticias y fotografías inventadas que los lectores creyeron eran reales. Una de estas informaciones fue ideada por Ricardo Arnauto un periodista independentista y ex director del diario El Reconcentrado que estaba refugiado en Cayo Hueso. Cuando ocurrió el estallido del Maine, Arnauto corrió la voz de que era amigo de Barquín, un buzo que había colocado los explosivos que volaron al Maine. El rumor llegó, como esperaba, a los oídos de Grayson, un avispado reportero de Prensa Asociada (AP), y este le ofreció 300 dólares por la historia y una fotografía del buzo. Arnauto no le costó ningún trabajo redactar su historia, pero al tal Barquín no lo conocía –el nombre lo había sacado de una lista de buzos de La Habana. Hombre de grandes recursos no se amilanó y le pidió una foto al actor bufo Gonzalo Hernández, que estaba de gira por la Florida y escribió al dorso de ella: “A mi fraternal amigo Ricardo Arnauto.- José Barquín”. Entregó la información y el retrato a Grayson y cobró lo ofrecido. Cuarenta y ocho horas después se publicaba en los diarios yanquis el supuesto retrato de Barquín, dando origen a la agresiva frase “Remember the Maine”. Poco tiempo después Grayson se encontró con Arnauto y le confesó que él sabía que la información y la foto de Barquín eran falsas, pero tan sensacionales que la vendió a la AP por 3 000 dólares. Este cuento motivó otro en el que se involucraba a William Astor, un contrabandista de armas yanqui amigo de Theodoro Rooselvet : el buzo José "Taco" Barquín con otros tres más vecinos del poblado de Regla colocaron la bomba en el Maine, muriendo uno de ellos en la explosión. También el cinematógrafo que por aquellos meses hacía su aparición en publico “filmó” la explosión y el hundimiento del acorazado Maine solo que el operador de cine, el francés Georges Meliès, no captó la escena en la rada habanera sino que la recreó en la pecera de su casa. Desde un inicio las investigaciones estuvieron divididas. Los americanos aseguraban que la explosión había sido producida por una mina o un torpedo. Los españoles que eran causas internas. Los primeros querían la guerra, los segundos la evitaban. En definitiva el Gobierno norteamericano declaró la guerra a España con los resultados de todos conocidos. Pero siempre quedó latente la sospecha de que la explosión del Maine fue provocada por los propios norteamericanos para apoderarse de las colonias que le quedaban a España en América y el Pacifico e influir sobre los patriotas cubanos que luchaban por su libertad y sin ninguna ayuda extranjera habían debilitado tanto al poderoso ejercito español que su derrota era inminente. En 1975, el Almirante de los Estados Unidos Hyman G. Rickover al frente de un equipo de investigadores reunió todos los documentos e informes de las comisiones encargadas de la investigación en 1898, las de 1912, cuando se extrajeron los restos del buque, y cuantas declaraciones, publicaciones y fotografías pudo obtener. Después de un exhaustivo análisis de todo el material dictaminó, sin lugar a dudas "que una fuente interna fue la causa de la explosión del Maine”. Fuentes:
Extracto de "CUBA 98: LA VOLADURA DEL MAINE, ¿PROVOCACIÓN DE GUERRA?" por Miguel Leal Cruz [...] Son aún ilimitadas las conjeturas e hipótesis sobre este lamentable y más que misterioso hecho que afectó especialmente a la dignidad de aquella España, todavía imperial, y en claro provecho de un país en vías de gran desarrollo, en "el que todo vale" para conseguir su imparable avance sin importar los medios que, en atroz maquiavelismo, ya habían puesto en uso con su "madre patria" - la Gran Bretaña - a más de con indios americanos, franceses, españoles y mejicanos en su pasada reciente historia hacía el "destino manifiesto", uno de sus postulados máximos. El misántropo y sesgado periodista artífice de lo que se llamaría "prensa amarilla", Willian Randolp Hearst, no aportó todos los datos conocidos antes de dejar sus numerosos y polémicos entramados periodísticos en el inexorable viaje al "más allá". Es claro que el Gobierno de los Estados Unidos y todo el conjunto de su entramada administración, a partir de la polémica actuación del general Weyler y especialmente ante la tardía concesión de la autonomía a Cuba, intuían la inminencia de una guerra contra España; pero para darle inicio se precisaba un elemento impactante que aglutinara la opinión pública americana: ¿La voladura del Maine? a través de rocambolesco ritual, especialmente periodístico, que obnubiló las conciencias de muchos americanos en aquellos momentos. La opinión actual, incluida la de intelectuales norteamericanos, es clara al respecto: "la extraña voladura del acorazado Maine, la noche del 15 de febrero de 1898 en el puerto de La Habana, fue probablemente preparada por los Estados Unidos en su desesperado propósito de participar en la guerra cubana en pro de sus muchos intereses en la isla, que la justificarían" -la prensa alemana, incluso alguna inglesa, nunca tenida en igual consideración, así lo consideraban-. Era necesario crear "un elemento justificador", que no retrasara por más tiempo la entrada de EE.UU. en la guerra, cuyo impasse actual creaba considerables pérdidas económicos a los intereses yanquis, y lo que es más contradictorio a los magnates españoles con intereses en Cuba. Elemento justificador para que la opinión pública americana terminara por aceptar la movilización de buena forma y como un "sacrificio" más para lograr aquel "destino más que manifiesto". Algunos acontecimientos de protagonismo, anterior y posterior lo corroboran: [...] Peggy y Samuels, también norteamericanos, en el libro, Remembering the Maine, apuntan datos de los que entresacamos diferentes aspectos de la opinión americana, en diciembre de 1987, en que " algo imprevisible iba a suceder" y que "el barco iba a tener un fin violento e inesperado según predicción de adivinos y visionarios". Sigsbee, su capitán, recibió el mensaje, próximo a Florida, para dirigirse hacia el puerto de La Habana, y cuyo contenido exacto nunca se ha conocido, aunque el mismo escribirá un informe en 1899, lo que aún resulta sospechoso. Sin embargo no recibió el que había de remitir el cónsul Lee desde La Habana bajo la consigna "dos dólares", siendo este diplomático antiespañol el primer sorprendido. Añaden estos cronistas de los hechos que "España pide que se releve de su cargo en Cuba al cónsul general Lee que, a pesar de la solicitud, Mac Kinley no aceptó" y describe como Segsbee, sin compañía de Lee, estuvo en una corrida de toros en La Habana. El crucero español Alfonso XII no sufrió apenas daños - sólo en la arboladura -, los hubiera tenido de haber sido explosión externa, al igual que otro crucero español situado inmediatamente- El Legazpi- o el propio Ciudad de Washington, buque también americano, anclado muy próximo. Clara Barton fundadora de la Cruz Roja americana se hallaba en La Habana, como auxiliar en tareas de evacuación de heridos, lamentaba aquella hecatombe, en muertos y heridos, a la que no pudo dar explicación razonable. Añade que desde el puerto la gente gritaba "traen dinamita para volar barcos españoles pero les explota a ellos". "Uno de los oficiales, el padre Chidwick, alaba la prontitud de la ayuda humanitaria de los españoles en auxilio de los heridos y náufragos". Sin embargo otro oficial americano llamado Wainwreigth dijo "juro no pisaré territorio español hasta que el Maine sea vengado". El capitán del navío estaba convencido de que fue un accidente - aunque más tarde rectificó e insistía en explosión exterior entre otras cosas para salvar su propia responsabilidad- y sin embargo el cónsul Lee hablaba de un acto de "sabotaje"." Se intentó demostrar que el puerto de La Habana estaba minado" - absurdo por la cantidad de barcos españoles que entraban o salían-. [La prensa norteamericana:] Los periódicos británicos, The Times principalmente, imprimieron en primeras páginas en letras destacadas estar asombrados de las mentiras que publicaba la prensa norteamericana, punto de vista coincidente con el resto de la prensa europea, y algunos rotativos yanquis "objetivos", en aquellos momentos críticos para España. Frente a esta total falta de ética profesional del Herald y Word, en irreverentes excesos, algunas voces americanas se significaron contra el típico estilo de Hearst, o contra su persona. Edwin Lawrence Gogki, director y propietario del Evening Post, fue una exepción. Días despues del siniestro se atrevió a escribir "nada tan desgraciado como el comportamiento de estos diarios, se refería a los de Hearst y al Word, se ha conocido jamás en la historia del periodismo de este país, con reproducción indebida de hechos, invención deliberada de cuentos calculados para excitar al público, a lo que añade la temeridad desenfrenada en la composición de titulares. Es una vergüenza pública que los hombres puedan hacer tanto daño con el objeto de vender más periódicos". Magnífica definición, del compatriota, al estilo usado por el llamado Jingonismo o patrioterismo, que confundido con la prensa amarilla, hundieron el Maine a través de una "coartada asesina". Datos estos muy reveladores. "La prensa conservadora norteamericana vio la presencia del buque escuela español Vizcaya en el puerto de Nueva York como un claro acto de que España y la administración oficial española, eran inocentes", sin embargo no se aceptó la solicitud de arbitraje internacional en el polémico asunto, según refleja con precisión Agustín Remesal. El alferez Powelson, comisionado al respecto, dijo que fue una mina exterior, ya que la quilla estaba afectada hacia arriba, culpando a España o a agentes a su servicio, todo ello desvirtuado posteriormente. Los autores, Peggy y Samuels, a partir de la pág. 235 se preguntan ¿Por qué la historia debe absolver a España? Creemos que por lo siguiente: 1. La prensa europea estaba a favor de las tesis españolas. 2. España no quería la guerra. Estados Unidos sí. 3. La quilla doblada en V invertida no es argumento técnico suficiente, y difícil de atribuir; la explosión interior también pudo causar este efecto, como demostró en 1975 el almirante Ricover, padre de los submarinos nucleares de EEUU. Se insiste en que la causa pudo proceder de explosión interior, combustión espontánea del carbón o incluso dinamita almacenada, puesto que en la armada americana existían numerosos precedentes, en los que se habían producido esta clase de combustiones, que por simpatía se extenderían a otras zonas con depósitos de municiones, produciendo explosiones similares a la que destruyó El Maine. Foner cita varios casos en buques como El New York, Oregón, Philadelphia, Boston, Cincinatti, Atlanta, y el Indiana que había sufrido siete combustiones lo cual constituía un récord y una magnífica argumentación en defensa de las tesis españolas. 4. Que de haber sido una explosión externa hubiera producido daños más importantes en los buques apareados al Maine, entre ellos el Alfonso XII y el Ciudad de Washington. Hubieran aparecido numerosos peces muertos en aguas de la bahía por la onda expansiva directa, máxime cuando en aquellos momentos los peces, incluso de gran tamaño, entraban en la bahía para devorar los desechos de la ciudad y de los buques anclados. Sobre ésto tienen conocimiento los pescadores canarios y muchos sabemos que la explosión ha de ser muy próxima a los peces para que estos resulten muertos -y nos los hubo como queda dicho-. 5. A lo que podemos añadir que en la investigación de 1911, en la que apenas variaron las conclusiones oficiales norteamericanas, y posteriormente en 1975 el almirante Rickover, las cuadernas afectadas no coincidían.- error gravísimo, hoy- con el informe de 1898, oficial y que costó una guerra perjudicial, pero sobre todo demostraba "que una fuente interna fue la causa de la explosión", la más probable el calor de un incendio en la carbonera contigua a la que produjo la primera y más fuerte y sentencia, el padre de los submarinos nucleares y norteamericano de nacionalidad " casos como el del Maine han de ser examinados e investigados por gente cualificada y competente, y sus conclusiones han de presentarse completas y honradamente a los ciudadanos " , que son los destinatarios de los hechos públicos que les afectan -todo lo contrario de la conducta seguida en aquel verano de 1898-. 6. La teoría de la mina española es por tanto absurda, porque sería el motivo deseado por EEUU para la guerra, que España no quería ni deseaba, y que sabía perdería. 7. Que pudieran haber sido los propios rebeldes cubanos, teoría muy defendida en los EEUU, no deja de tener base razonable, si bien no olvidemos que los cubanos temían la intervención americana, tal vez más, que la de los propios españoles.- Recordemos la Enmienda Teller, de la que el Congreso yanqui, siempre se arrepintió.- Consideramos de suma importancia los informes del coronel José Paglieri de la Guardia Civil española y Jefe de la Policía de La Habana, así como los Inspectores Jefes de la Policía de Información, que apuntan posibilidades internas motivadas por accidente fortuito - eran frecuentes como queda dicho-. Y podrían haber sido muchas las causas que lo pudieran producir: ignición de gases acumulados en motores eléctricos, pinturas experimentales, recalentamiento de sistemas mecánicos, combustibles líquidos, munición, dinamita, detonadores. Pero también apuntaba el Jefe de La Policía habanera otras posibles causas, como la colocación de un artefacto explosivo dentro del barco, por persona de la misma tripulación - tan variopinta - o por persona visitante, ajena a la dotación del barco. ¿Quién pudiera ser el autor? Podemos conjeturar que: a) La mina podía haber sido situada por España o agentes a su servicio en el fondeadero, antes de que el Maine entrara, b) Colocada por elementos ultras españoles incontrolados enojados por la visita del buque, c) Por rebeldes cubanos, d) Por filibusteros mercenarios americanos o periodistas- espías para precipitar el camino hacia la guerra -EL YATE DE HEARST ESTUVO ANCLADO EN LUGAR PRÓXIMO AL MAINE, HASTA CUATRO DÍAS ANTES DE LA VOLADURA A DONDE HABÍA LLEGADO DE FORMA EXTRAÑA E IMPREVISTA HASTA QUE FUE EXPULSADO POR FUERZAS DEL PROPIO PAGLIERI. e) Pudo ser puesta "oficialmente" por los propios americanos, por igual argumento que en el apartado anterior, el más convincente para Paglieri. Descifrarlo nos llevaría a nuevas conjeturas en la espiral de tantas argumentaciones. De todas formas en la prensa alemana de los días siguientes al suceso, se habla de un tal Agüero y de nueve cubanos pertenecientes a la Junta Revolucionaria Cubana de Nueva York, que habían recibido instrucciones por parte de anarquistas italianos, residentes en Estados Unidos, muy interesados en la causa cubana,- incluso en Europa los que asesinaron a Cánovas, a través de Angiolillo, se comprobó su relación y concomitancia con pro-cubanos en París y Londres-. Que el Vizcaya estaba a 4 días del puerto de Nueva York, en misión diplomática, y no obstante se personó en el citado puerto, demostrando con esta noble actitud la total imparcialidad de España, como queda dicho, en el misterioso y no esclarecido accidente. Las declaraciones de un marinero herido del Maine, recogidos en El Liberal, edición de Tenerife del día 7 de marzo, 1898, pag. 2. se lee "Había sonado el toque de silencio, de pronto fueron derribados por una fuerte explosión que apagó el alumbrado eléctrico del buque. Se incorporó y salió por la toldilla comprobando que las llamas procedían de la proa. Salto al mar y al poco, otro espantoso, terrible ruido, que parecía iba a hacernos volar, y varios cuerpos que caían al agua". Todas las versiones apuntaban a una explosión en una de las calderas para generar energía eléctrica, comunicando el incendio a la Santa Bárbara del buque y a los torpedos y dinamita almacenada en todo buque de guerra. No podemos descartar una previa explosión exterior inicial y con autoría humana, que provocó la siguiente y más grave en el pañol, y ¿quién?.- Repetimos hasta la saciedad. Sólo cuatro días antes el buque-yate de Hearst de sospechoso nombre "Bucanero", había permanecido muy próximo al Maine- Este elemento distorsionador llegó a escribir en sus propios periódicos "Mi lema es que mientras otros hablan mi Journal actúa, y nunca dio razones convincentes de la presencia suya y de su yate tan próximo al barco siniestrado, al que hizo numerosas fotos antes de levantar anclas, sólo menos de cien horas antes de la voladura. La versión americana explica su punto de vista: En los torpedos se habían efectuado limpieza la tarde anterior, pudiendo haber quedado mal colocados y en condiciones de un fácil y horroroso accidente. El propio comandante Sesbee en parte oficial dijo "que la opinión pública debe suspender todo juicio hasta conocer nuevos detalles". Según los informes el comandante estaba ausente del buque, otros que estaba en su cabina escribiendo a su esposa, e incluso que resultó herido, no obstante fueron sólo dos los oficiales -uno de color- fallecidos de los 34 en total que componían la tripulación, ausentes del buque, formada además por 370 marineros, que dormían resultando un total de 300 los desaparecidos, según algunas versiones de la prensa de la época, sumando los fallecidos por secuelas Foner en su excelente estudio sobre la guerra de Cuba, obra de consulta necesaria para investigadores, nos aporta más detalles para este controvertido y misterioso hecho. Unos pocos oficiales de marina rechazaban el incidente como accidental, señalando las medidas preventivas seguidas en la construcción de este tipo de buques, y por ello sugerían que un torpedo, mina, u otra máquina infernal había sido embarcada por "visitantes" en el puerto de La Habana - es cierto que muchachas jóvenes cubanas frecuentaban el buque a demanda de su tripulación, pudiera muy bien haber entrado una espía asesorada al efecto, para colocar la carga en el lugar y momento preciso-. o que fue colocada en las carboneras cuando el barco repostó en Key West, debidamente preparada para ser "puesta en funcionamiento", en el momento indicado, por agentes, de la propia tripulación, o por otros en el puerto de la Habana que tuvieran acceso.- un par de cartuchos de dinamita, eran suficientes para desencadenar la explosión posterior determinante- Es igualmente eximente, de responsabilidad hacia España, el pronto deseo de la administración española en la Isla, para que se conocieran las verdaderas causas, demasiado urgente según Remesal en su reciente libro "La Incógnita del Maine", que se contradice con la falta de cooperación del Gobierno norteamericano, que emitió otro dictamen y por tanto conclusiones opuestas. El tribunal, para justificar que la explosión no fue un accidente, adelantó cuatro posibilidades, coincidentes con lo ya dicho. La primera y la más sugerida por todas las afirmaciones oficiales de la época es que el Gobierno español colocó la mina. Para contrapesar esta suposición está el hecho perjudicial que este hecho provocaría a España en su intento para evitar la guerra, que sabía no ganaría. Si bien, añadimos, no es descartable la acción de un grupo de españoles -o individualmente- resentidos o defraudados, que veían peligrar sus intereses económicos, en caso de caer Cuba en manos rebeldes, prefiriendo la presumible administración "yanqui", como "mal menor". La segunda es que oficiales subalternos españoles cometieran el crímen a instigación de Weyler, ya sin mando. Esto sería "suicida" para sus propios autores desde todo punto de vista y falto de coherencia y racionalidad suficiente, que además se hubiera sabido antes o después. Una tercera teoría sería la instigación de la prensa amarilla y del patrioterismo de Roosevelt, que incluso pagarían a agentes cubanos o a comandos ad hoc para el sabotaje. Esto nunca podrá ser descartado, por el excesivo interés de estos medios para que EEUU entrara en guerra con España, y en algunos momentos hablaron de "un pretexto de peso", antes de la voladura. El artículo firmado "Il Macai" en el Labour Leader británico habla de un accidente y si no "es más probable la autoría americana", con el fin preconcebido. Y existen otras especulaciones entre ellas las que manejan periodistas e historiadores norteamericanos que han estudiado este hecho. El 15 de febrero de 1910, el Evening Bulletín de Filadelfia, en el 12 aniversario, concluye que el Maine fue volado por los insurrectos cubanos a fin de implicar a los Estados Unidos en la guerra, ya que su causa flojeaba y se perdería la independencia de Cuba, a menos que fueran implicados en ella los norteaméricanos. Y es claro, como apuntan diversos historiadores que los rebeldes cubanos deseaban la intervención, pero con ciertos temores, de ahí la imposición de la Enmienda Teller a instigación de los cubanos en un momento determinado, y de la que siempre se arrepintieron los responsables de su concesión y aprobación en el Congreso USA. En contrapartida surgiría la "Enmienda Platts". Nunca serán descartadas otras muchas hipótesis para determinar las causas verdaderas de aquella explosión preliminar que consideramos con autoría, y que todas las enciclopedias actuales no dejan de mencionar como "misteriosa" o en todo caso nunca totalmente esclarecida. Son tantas, como las posibilidades que los saboteadores tienen para burlar la vigilancia o control institucional, y así lo comprobamos en "el fenómeno del terrorismo actual", imposible de controlar o de erradicar desde sus mismas bases, por ese mismo aliado que les permite la premeditación y la actuación "desde la sombra", unido a la persistencia en virtud de objetivos ideológicos que les obliga moralmente para llevar a cabo "lo que sea". Estos sentimientos existían también en 1898 y posiblemente en mayor apasionamiento que ahora. Aquel país, hoy gran imperio económico, crisol de todo tipo de pueblos y étnias, guarda en su haber desde los mismos inicios del siglo, y hasta fechas actuales, un gran acerbo de elementos humanos cuya conducta paranoica o esquizofrénica queda plasmada en graves crímenes que constatamos en su variopinta historia hasta en hechos de protagonismo recientes en su propio país. La horca, la silla eléctrica, la cámara de gas o la inyección letal, son testigos mudos que presenciaron el último aliento de ese tipo de personas, cuya conducta patológica apuntamos... Es por todo ello que no podemos dejar como descartada aquella presumible premisa por la que una mano asesina dispuso, ordenó, permitió o actuó directamente en el acto que originó la tragedia del Maine y sus 266 muertos, aun aceptando que imprevisiblemente desconocieran a priori los resultados criminales del mismo en cuanto a muertos y heridos pero sí las consecuencias políticas que se cumplieron según las previsiones que tanto en medios de prensa, políticos, económicos o de opinión pública, anunciaban y exigían como algo inaplazable e irreversible: "un argumento de peso para la entrada de los Estados Unidos en la guerra de Cuba, aspecto considerado como necesario y como hecho evidente", para darle una solución definitiva, incluso por las propias autoridades españolas, que llegaron a desearla como mal menor. España acepta la guerra por dignidad y para salvar la Monarquía y el prestigio como potencia mundial, que aún era, aunque sabe que es una guerra perdida. Los norteamericanos llevan a cabo otro acto más de claro dominio imperialista a través de aquella política, mantenida hasta hoy, en actos claros y en diversos lugares de la geografía planetaria, aun considerando un claro deseo de paz mundial. Lo ocurrido en febrero de 1898 ocasionó la quiebra moral y de la dignidad de España en América, en cuantiosas pérdidas en hombres, material y dinero. Hoy, se intuye lo ocurrido al Maine, pero nada es totalmente probatorio. Las cosas parecen igual,-no para el autor de este artículo-, sin embargo debemos condenar a los EE.UU, por su abyecto proceder en incipiente imperialismo, y, por el contrario, ennoblecer la reacción laudatoria, consecuente y patriótica de España y de su gobierno liberal, a través de Sagasta y de la propia Reina Regente. No olvidemos que el propio presidente Mac Kinley, dudando si las potencias europeas pudieran ser contrarias a las intervenciones de Estados Unidos en el Caribe, o que pudieran proteger a la todavía "notable España", intentó un ultimátum final ofreciendo directamente a la Reina María Cristina la compra de la Isla de Cuba - y Puerto Rico - por TRESCIENTOS MILLONES DE DOLARES, reservando un millón para los intermediarios, operación no aceptada por prestigio, y sobre todo al temor que la situación pudiera derivar para la propia Monarquía y su previsible caída, ya afectada por partidos claramente republicanos, al igual que para el propio gobierno y status creado desde la Restauración. Queda claro que, independiente de cuales fueran otro tipo de análisis de la propia Reina Regente o del propio gobierno liberal, un ultimátum de este "calado", de ser aceptado sólo podía tener como consecuencia la caída de la Monarquía, a más de peligrosa incidencia sobre las masas hambrientas, instigadas por elementos anarco-republicanos, en claros motines de subsistencias, que además pedían el cese de la costosa guerra, que constituía otro "tercero en discordia": el Ejército dividido y próximo al enfrentamiento civil. Hoy se hubiera utilizado otro tipo de actuaciones especialmente diplomáticas, más acorde con los intereses, más todo incidió en acordar una paz honrosa que salvara la Monarquía Española. El Gobierno y La Reina a la cabeza, en aquellos trágicos momentos, dieron cuenta pormenorizadamente a toda la clase política de la situación creada , que naturalmente fue participado a la prensa. En las consultas llevadas a cabo se acordaron consensos que conducían a la guerra irremediable, por el partido liberal y apoyo sin límites del partido conservador. El rechazo de la apetecida compra por los Estados Unidos encendió nuevamente el optimismo propio del pueblo español y su orgullo en medio de manifestaciones populares en la península que exigían la guerra contra el "sucio cerdo yanqui", con el apoyo moral de cierta prensa española que escribía eslóganes de variado optimismo como "que la flota española era superior a la americana", al igual que el valor español, probado en Europa y América. A todo esto añadimos la voluntad del clero que hizo ver esta guerra como cruzada santa- el padre Carpena en encendida oratoria en las Iglesias madrileñas, comparaba a las llevadas a cabo contra moros e infieles-, todo ello unido a una intensa y gigantesca operación demagógica, superior o igual a la llevaba a cabo, paralelamente, en los Estados Unidos, sobre el más que seguro enfrentamiento, con el colosal Tío Sam. Lo que sigue es lo que ha venido en llamarse "El desastre del 98", tópico utilizado para la llamada "regeneración" y de paso corregir errores y paliar aquel orgullo decimonónico español. Derrotadas las dos flotas de la desvencijada escuadra española, enviadas al holocausto, en aras de aquellos acuerdos tomados con error, dejando desamparadas las costas de la propia península, Baleares y Canarias, perdidas en Cavite -1 de mayo- y Santiago -3 de julio-; desembarcadas las tropas americanas en oriente de Cuba, las semanas siguientes de aquel "calvario" fueron angustiosas para el Gobierno de Madrid. Por otra parte se apreciaba el aislamiento internacional por lo irreversible de los hechos, temiéndose otros frentes, sospechándose y así se comprobó el plan de Roosevelt para atacar las costas españolas e incluso la ocupación de Islas Canarias por una flota norteamericana, que pudo ser abortada por la pronta intervención diplomática de los ingleses en defensa de sus grandes intereses en estas Islas, especialmente en Tenerife y Gran Canaria. Esto llegó a asustar a Madrid más que ninguna otra circunstancia de la entramada situación del momento, puesto que perder estas maravillosas posesiones hubiera significado la "derrota total". La rendición de Santiago de Cuba, una vez sacrificada una escuadra para blanco fácil de los poderosos cañones de la flota americana que formaba semicírculo a la salida de la bahía santiaguera. - en acto claramente incomprensible-, dio lugar a que el Almirante Cervera rindiera lo que quedaba del desastre, siendo ésta la señal esperada y deseada por el Gobierno de Madrid, para salir de aquella difícil situación y como así estaba tenía previsto. España decreta la suspensión de las garantías constitucionales el 14 de julio de aquel fatídico año, cuyo centenario tuvo lugar hace muy poco, y se dispuso a emprender las negociaciones para la paz. No deja de ser una actitud gloriosa, a pesar de todo, cual era salvar unos símbolos y el orgullo y dignidad de antaño, hoy nuevamente puestas en juego por el acoso terrorista.
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